Una aproximación a la gripe española de 1918

Alfredo Jurado[1]

 

El año 2020 será recordado como el año de la pandemia del COVID-19 o también llamado “virus de Wuhan”, y con él, la gran cuarentena general que más de un país ha acatado en distintos momentos y a diferentes niveles. Al momento de escribir este artículo, se contabilizan alrededor del mundo más de millón y medio de infectados confirmados, y un poco más de 100 mil personas fallecidas producto de dicho virus.  Siendo un problema global, es común que dentro de las informaciones que hablan con respecto al surgimiento del coronavirus, también se hallen artículos que mencionan a la última pandemia verdaderamente letal que tuvo la humanidad, en los albores del siglo pasado. En efecto, una búsqueda rápida arroja al menos 18 millones de registros que tratan, discuten, aclaran o informan sobre la llamada gripe española o la gripe de 1918. Y no es para menos, pues dicha pandemia terminó con la vida aproximadamente de entre 20 y 100 millones de personas, en el lapso que va desde marzo de 1918 y la primavera de 1920.

 

Llama la atención este evento, no solo por su mortalidad, sino también por el grupo etario al que afectó con más crudeza, la súbita aparición y desaparición de la enfermedad, así como otros elementos que la envuelven. En estos tiempos de cuarentena mundial, es propicio reflexionar sobre lo que significó para las generaciones que la presenciaron así como también para el propio devenir histórico. Sea pues este escrito, un breve acercamiento a este hecho  calamitoso definido  por la gripe española.

 

Aparición y primeros casos

 

A pesar de su inesperada aparición y su imprecisa localización, parece haber un consenso general sobre el lapso que se extiende entre el 4 y el 11 de marzo de 1918 como la fecha en la cual surge un brote de gripe de la sepa H1N1 en la base militar de Fort Riley, en Kansas, en el centro de los Estados Unidos. [2] La primera víctima de la gripe de 1918 se cuenta al cocinero de dicha base, Gilbert Mitchell, y junto a él, otros 100 enfermos. En aquel entonces, el mundo se encontraba en el crepúsculo de la Primera Guerra Mundial, y más o menos desde mediados de 1917, Estados Unidos formaba parte de la coalición de la Entente que buscaba vencer a las potencias centrales de los Imperios Alemán, Austrohúngaro y Otomano. Es por ello que no debe resultarnos extraño que los primeros casos se hayan reportado en espacios del mundo militar. Efectivamente, la escritora Sara Francis Fujimura nos dice que en un principio la enfermedad parecía infectar sólo a los soldados, debido a los casos registrados en otras bases militares y buques de la armada norteamericana:

 

Las condiciones de hacinamiento y falta de higiene crearon un caldo de cultivo fértil para el virus. En una semana habían ingresado al hospital del campo 522 hombres aquejados de la misma influenza grave. Poco después, el ejército informaba de otros brotes similares en Virginia, Carolina del Sur, Georgia, Florida, Alabama y California. Los buques de la Marina, anclados en los puertos de la costa este, también notificaron brotes de influenza y neumonía graves entre sus hombres. La gripe parecía atacar a los militares y no a los civiles; debido a eso, el virus quedó opacado en gran parte por otros hechos más candentes que estaban de actualidad, como la Ley Seca, el movimiento de las sufragistas y las sangrientas batallas en Europa.[3]

 

Sujetos que presentaban síntomas de una fiebre elevada, dolor de oídos, cansancio corporal, diarreas y vómitos, dificultades para respirar y hemorragias nasales, y en casos excepcionales, su tez se mostraba con un color caoba en los pómulos y un color negro azulado como señal de cianosis (reflejando los problemas respiratorios propio de esta enfermedad), llamaron la atención. Sin embargo, y como refleja la autora, vemos que dicho evento epidemiológico si bien en un primer momento contó con cierta alarma, fue rápidamente dejado de lado ante situaciones más apremiantes. Queda claro entonces, que no debía causar preocupación que en una semana se informará sobre más de 500 casos reportados en varios puntos de su geografía nacional, los cuales  no superaban el 1% del total, en un momento en que Estados Unidos contaba entre 125 a 378 mil tropas aproximadamente. Además, la deuda con Lafayette debía ser saldada, y la moral de las tropas no podía ser disminuida, ni siquiera por lo que luego sería llamado la “fiebre de tres días”.

 

Para mayo de ese año, los casos de contagio habían cedido en Estados Unidos, aparentando haber sido un breve evento. No obstante, y con la llegada de tropas americanas a los frentes de batalla europeos,se daba la segunda ola de la enfermedad, una que sabemos fue la más letal de las tres con las cuales contó.

 

Segunda ola o ¿por qué afectó más a los adultos jóvenes y no a los adultos mayores?

 

En efecto, para el verano de ese año, la enfermedad había logrado recorrer el mundo, llegando a países como Noruega, Alemania, China, India, Nueva Zelanda, Filipinas, Hawai, México, España, y para el otoño, Venezuela se contaría entre los casos.  Así, varias naciones se vieron frente a frente con lo que llamaron, dependiendo del país, “la muerte púrpura”, casos de “bronquitis purulenta” en Francia, la “fiebre de las moscas de arena” en Italia o la “fiebre de Flandes” en Alemania. En España, país neutral durante el conflicto mundial, y debido a que no había censura de prensa por parte de las autoridades militares, los diarios la reseñaban frecuentemente en algunos casos como “la gripe de moda” o “el soldado de Nápoles”. Y, por ser el único país que hablaba abiertamente de la enfermedad, el resto del mundo conoce a esta pandemia como la infame “gripe española”.

 

Durante la ya mencionada segunda ola de la enfermedad, se contabilizaron 195 mil muertes entre finales de septiembre y los primeros días de octubre. Para el invierno de ese año, las ciudades de Nueva York y Filadelfia tuvieron que enterrar cada una 33 mil y 13 mil víctimas, respectivamente. Situaciones alarmantes, considerando que, para aquel momento, en lugares como Nashville, una tercera parte de la fuerza médica se encontraba fuera del país en los campos europeos, volviendo así a los cuerpos de enfermeras un capital humano indispensable; no pudiendo decir lo mismo del servicio de enfermeras afroamericanas, pues había oposición en recurrir a ellas. «En algunos casos, los muertos se dejaban en la casa durante varios días. Las funerarias privadas estaban abrumadas, y algunas se aprovechaban de la situación subiendo los precios hasta un 600%.»[4]. Esto nos ayuda a hacernos una mejor idea de cómo se vivieron los tiempos de aquella catástrofe sanitaria. Sin embargo, no dejan de sorprender las imágenes del reportaje que diarios como El País publicó hoy día.[5]

 

Lo alarmante de esta pandemia fue no solo su tasa de mortalidad, sino el grupo etario al que afectó. Durante el tiempo que duró la gripe, desde principios de 1918 y mediados de 1920, el mayor porcentaje de infectados y de mortalidad se lo llevaron las personas que tenían entre 20 y 40 años de edad, es decir, afectando gravemente a la fuerza de trabajo principal de los países. «Muchas familias, en especial en los barrios pobres, no tenían ningún adulto lo suficientemente sano como para preparar las comidas y, en algunos casos, no tenían comida porque el que mantenía la casa estaba enfermo o había muerto»[6]. Esta extrañeza biológica fue tal que, según los datos manejados por el profesor de ecología canadiense Michael Worobey, la esperanza de vida se redujo en 12 años, además que la población etaria que debería ser más susceptible al virus, es decir, la de adultos mayores de 50 años, moría en menor cantidad que cuando ocurrían las gripes estacionales.

 

Efectivamente, según el estudio de Worobey, el genoma del virus H1N1 fue probablemente la combinación de un genoma H1 de humanos de larga data, con la del genoma H7 de la influenza aviar, ocurriendo aproximadamente en 1915, y que logró rastrear en origen hasta 1872. Para él, las personas entre 20 y 30 años que fueron gravemente afectadas en aquella época se debió  a que en su infancia no habían sido expuestos a genomas pertenecientes a dicho del H1, sino a otros patógenos, lo que les impidió generar los anticuerpos necesarios para afrontar una nueva emergencia viral. Con ello, reafirma que el contexto en el cual se desarrolló la epidemia de 1918 fue la incubadora perfecta para el desastre:

 

No parece una coincidencia que la Primera Guerra Mundial aglutinó a grandes densidades de población de 20 y 30 años en campamentos del ejército, barcos, trenes, frente de batalla. (…) probablemente el surgimiento del H1N1 fue tanto una causa como una consecuencia. La Primera Guerra Mundial pudo haber sido un desastre ecológico en términos de que permitió la emergencia del virus H1N1; y una vez que lo hizo, infectó más que nada a las personas que no tenían protección [en su sistema inmune]. [7]

 

Conciencia y toma de precauciones

 

Finalmente, y ante la escalada del número de infectados durante la segunda ola de la pandemia, las autoridades de distintas ciudades y países tomaron medidas preventivas. Para diciembre de 1918 en varias ciudades estadounidenses se ponen en marcha programas educativos y publicidad para prevenir el contagio por el despido de secreciones nasales. Una entrada en la página web del Centro para el Control y Prevención de Enfermedades (C.D.C. por sus siglas en inglés) destaca:

 

Los esfuerzos para prevenir la propagación de la enfermedad estaban limitados a intervenciones no farmacéuticas, como la promoción de una buena higiene personal, la implementación del aislamiento, la cuarentena y el cierre de lugares públicos como las escuelas y los teatros. En algunas ciudades se impusieron ordenanzas que exigían el uso de mascarillas en público. En la ciudad de Nueva York incluso había una ordenanza por la que se multaba o encarcelaba a las personas que no se cubrieran al toser.[8]

 

Igualmente, en países como Francia «…donde la gripe española dejó 240.000 muertos, hubo algunas prohibiciones de reunión y cierre de lugares públicos…»[9], lo cual resultaba difícil al ser el país galo uno de los principales involucrados en el conflicto bélico. Un poco más al sur, España implementaba otros tantos remedios: sangrados, administración de oxígeno, aspiración de humo de cigarrillos, recetas de aspirinas con dosis contraproducentes, quinina preparado con arsénico, con aceite de alcanfor o aceite de ricino; desinfección de lugares públicos, prohibición de importación de mercancías extranjeras, y suspensión de clases y prórroga de exámenes y evaluaciones a juicio de las autoridades académicas, fueron algunas de las acciones preventivas.[10]

 

En Latinoamérica, y más precisamente en Venezuela, se suspendieron los trabajos en las carreteras, se redujo el transporte de mercancías a las altitudes nacionales que no estuvieran en contacto con el virus para así evitar la infección, como también de fundan algunos centros de salud, como el Hospital Sagrada Familia el 5 de enero de 1919 en el distrito de Cabudare. Asimismo, no faltaron las recomendaciones para consumir brebajes medicinales:

 

En ese escenario de miseria, desnutrición y sin acceso a servicios públicos que se vivía en todo el país, y muy especialmente en las regiones más apartadas de la capital de la República, frente a la Gripe Española, la población apeló a cuantas artes estuvieran a su alcance, entre ellos, guarapo de limón con panela, purgantes como aceite de castor o de tártago, brebajes calientes, sobre todo de canela y jengibre, pero sobre todas las cosas, nunca faltaron las rogativas a la Divina Pastora.[11]

 

Saldo final y los avances científicos posteriores

 

Fuera como fuere, las medidas que se llevaron a cabo habrán tenido su relativo efecto. Esto es así ya que para febrero de 1919 y hasta el verano de 1920 la enfermedad poco a poco fue desapareciendo, tan súbitamente como había surgido, y los casos de contagio y de defunciones iban decreciendo. A pesar de estas noticias alentadoras, el horror provocado por esta pandemia se tradujo en las cifras que manejaban los países con respecto a la cantidad de muertes sufridas. En Estados Unidos se contabilizaron finalmente 650 mil personas fallecidas, en Reino Unido unas 250 mil; en España entre 200 y 300 mil, en Francia e Italia unas 400 mil personas y en China murieron casi 30 millones. [12]En Venezuela, las cifras se sitúan entre los 30 y 80 mil muertes. Se estima que esta pandemia contó con la vida de al menos el 24% de la población mundial, teniendo un saldo que algunos calculan es mayor al dejado por todas las guerras luchadas en el siglo XX.

 

A pesar de lo mortal que fue la pandemia, fue ella acaso la que incentivó el interesante desarrollo científico posterior. Ciertamente, para el año de 1943 se logrará descubrir la cepa del virus causante de la enfermedad, que hoy sabemos es del grupo A (H1N1). Este hecho será retomado luego por especialistas e investigadores, entre ellos el virólogo Johan Hultin, que en la década de 1950 viajó a Alaska con la intención de encontrar muestras del virus preservado en cuerpos de víctimas de la pandemia en dicha zona, aunque en un principio sería infructuoso.

 

Posteriormente, la investigación en 1997 del biólogo Jeffery Taubenberger, que hoy se considera una autoridad en este campo de estudio que es la virología, logró la secuenciación de nueve fragmentos de ARN viral de cuatro de los ocho segmentos genéticos del virus; este hecho alentará a Hultin para revisitar la zona septentrional del oeste estadounidense, teniendo la suerte de lograr conseguir una muestra lo suficientemente bien preservada. Así, y junto a otros colegas, se publicará posteriormente en 1999 «Origin and evolution of the 1918 “spanish” influenza virus hemaglutinin gene» completando definitivamente la secuenciación de todo el genoma de la A (H1N1). Sus trabajos serán de gran apoyo para que posteriormente se logre la secuencia genética del virus en 2005 y el posterior estudio llevado a cabo por el profesor Worobey en 2009 cuya investigación, como se mencionó anteriormente, logró rastrear el origen de la enfermedad hasta finales del si.

 

Referencias

[1] Es Licenciado en Educación mención en Ciencias Sociales de la Universidad Católica Andrés Bello. Actualmente me desempeño como docente en las áreas de Historia Universal y de Sociología en el Colegio Santiago de León de Caracas. Participé en el 2019 en las X Jornadas de Investigación de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la UCV con mi ponencia “El personalismo político chavista: aproximación a su estudio histórico y sociológico”.

[2] No obstante, y gracias a trabajos como el del biólogo canadiense Michael Worobey (más adelante mencionado), parece que se pueden rastrear los primeros genomas de esta enfermedad a un evento poco estudiado y conocido como <<The Great Epizootic of 1872>>, una epidemia animal surgida en Toronto entre la población de caballos, y que luego saltaría a las aves.

[3] Sara F. Fujimura, «La muerte púrpura: la gripe de 1918», en Perspectivas de la salud, volumen 8, Nº 3, Washigton D.C.: 2003, p. 29 [citado el 10 de abril de 2020]: disponible en HYPERLINK “https://www.paho.org/Spanish/DD/PIN/Numero18_spanish.pdf

[4] Sara F. Fujimura, íbidem.

[5] Pablo Guimón, «Nueva York abre una gran fosa común en la isla de Hart que recibe 25 cadáveres al día», en El País, Washington, 10 de abril de 2020 ­­­­[citado el 11 de abril de 2020]: disponible en HYPERLINK “https://elpais.com/sociedad/2020-04-10/nueva-york-abre-una-gran-fosa-comun-en-la-isla-de-hart-que-recibe-25-cadaveres-al-dia.html

[6] Sara F. Fujimura, op.cit, p. 29.

[7] «The Genesis of the 1918 Spanish Influenza Pandemic», “And it seems unlikely that it’s a coincidence that World War I packed 20 to 30 year olds into high densities in army camps,  troopships, trains, the front lines. (…) then probably the emergence of H1N1 was both a cause and consequence. World War I may have been an ecological disaster in terms of allowing an H1N1 virus to emerge. And once it did, it was most likely to infect people who had no protection.” en Youtube.com, 1 de mayo de 2014 [citado el 10 de abril de 2020]: disponible en HYPERLINK “https://www.youtube.com/watch?v=48Klc3DPdtk”.

[8] «Recordamos la pandemia de influenza de 1918», en Cdc.gov, 23 de mayo de 2018 [citado el 11 de abril de 2020]: disponible en HYPERLINK “https://www.cdc.gov/spanish/especialescdc/Pandemia-Influenza-1918/”.

[9] «La gripe española y el Covid-19: ‘Hemos cambiado de escala y de mundo», en France24, 23 de marzo de 2020 [citado el 11 de abril de 2020]: disponible en HYPERLINK “https://www.france24.com/es/20200323-la-gripe-espa%C3%B1ola-y-el-covid-19-hemos-cambiado-de-escala-y-de-mundo”.

[10] «La gripe española: la mayor pandemia de la historia moderna», en Youtube.com, 2 de julio de 2019 [citado el 11 de abril de 2020]: disponible en HYPERLINK “https://www.youtube.com/watch?v=si6IkKSLYZE

[11] Luis Alberto Perozo Pádua, «La Gripe Española devastó a Venezuela», en El impulso, Barquisimeto, 18 de marzo de 2020 [citado el 11 de abril de 2020]: disponible en HYPERLINK “https://www.elimpulso.com/2020/03/18/la-gripe-espanola-devasto-a-venezuela/

[12] Marco A. Martin G., «La gripe española, 1918-1919», Senderosdelahistoria.wordpress.com, 22 de marzo de 2020 [citado el 11 de abril de 2020]: disponible en HYPERLINK “https://senderosdelahistoria.wordpress.com/2020/03/22/la-gripe-espanola-1918-1919/

Imagen. Obra «Self-Portrait During the Eye Disease I» de Edvard Munch

2 Comments
  • Alberto López
    Posted at 19:24h, 02 mayo

    Magnifico!

  • CLARA LUCIA DI GIULIO
    Posted at 09:06h, 03 mayo

    Excelente artículo, auspico que la humanidad reflexione y que la devastante esperienza del covid-19 reste en nuestras memorias con el objetivo de construir un futuro respetuoso del ambiente y de la especie.