
23 Jun Totalitarismo en nombre de la nostalgia
Jo-ann Peña Angulo
Los regímenes totalitarios van por tu alma, por la voluntad de seguir y vivir. No distinguen entre lo público y lo privado, penetran los espacios más íntimos. En ellos, desaparece la sonrisa y en su lugar, la tristeza y la nostalgia, le abren las puertas, para quedarse por largo tiempo.En nombre de ella, el totalitarismo se impone estructurando su poder en un discurso nacionalista y romántico, que apelando constantemente a las ausencias, va tejiendo las emociones que obnubilan la realidad.
Este vacío es manejado políticamente con la función de imponer valores, llenarlo de contenido y significaciones. Así, al recuerdo de la grandeza nacional, exacerbado por los nacionalismos y populismos, le sigue ese estado melancólico y de tristeza, por aquello que ya no está, por la ausencia.
La nostalgia es igualmente usada por los regímenes democráticos, cuando entran en crisis e intentan re-democratizar lo perdido, aparece como argumento discursivo bajo un romanticismo que va directo a ese vacío, a ese lugar recóndito que necesita de valores y significados, dispuesto a ser llenado por los proyectos políticos e ideológicos: “Seremos lo que alguna vez fuímos” es la premisa de los demócratas y de los totalitarios.
Así los usos de la nostalgia en la política suelen parecerse a simple vista. Sin embargo, en los primeros, la construcción de la nostalgia permite la movilidad al vincularla a la idea de un futuro, un porvenir bajo los cánones democráticos. Al recordarse los “buenos y viejos tiempos de la democracia”, aparece la nostalgia de la ausencia. Se olvidan “las quejas del pasado”, “los defectos de la democracia de esos años” se minimizan. Sirve ahora la nostalgia como mecanismo de cambio democrático.
Por el contrario, en los totalitarismos la nostalgia con el transcurrir del tiempo, se inmoviliza paradójicamente, ¿Que futuro puede haber en un régimen totalitario? La esperanza por el cambio, va disminuyendo irremediablemente. El recuerdo de la “otrora libertad de aquellos años” llena de esperanza el corazón de los ciudadanos, pero allí se queda. Una y otra vez, la esperanza creada y desechada intenta trascender al futuro, pero se hace cuesta arriba. El recuerdo por la libertad, convierte a sus ciudadanos en individuos melancólicos, que se sienten débiles ante el régimen totalitario, que ha hecho tan bien su trabajo, que incluso cuando llega a su final, es recordado con nostalgia. Sobre este aspecto, la historiadora María Todorova señala que la nostalgia por la época estalinista en realidad es la nostalgia de los adultos por su juventud. En sí, por el tiempo perdido. Veamos lo que nos dice Kierkegard:
La repetición y el recuerdo son el mismo movimiento, excepto en direcciones opuestas, ya que lo que se recuerda ha sido repetido hacia atrás, mientras que la verdadera repetición se recuerda hacia adelante..La esperanza es una prenda nueva, rígida, almidonada y brillante, pero nunca se ha probado y, por lo tanto, uno no sabe cómo llegar a ser o cómo encajará. El recuerdo es una prenda desechada que no se ajusta, por muy bella que sea, ya que uno la ha superado[1].
El pasado y el futuro se presenta en el recuerdo de las alegrías y tristezas. En ambas, la nostalgia aparece. Así, la ausencia de lo que no se tiene, proyecta el regreso de lo que fue posible. Es allí, en donde actúan las prácticas totalitarias. Es en ese contexto, en donde el aparato político e ideológico del Estado totalitario consume las fuerzas, eliminando toda posibilidad y probabilidad del porvenir.
Al hacer de la nostalgia una institución política, normaliza la vida de los apesadumbrados ciudadanos. Narrativa e iconografía son puntales en la remembranza nacional.“Aquí no se habla mal de Chávez”, se convierte por ejemplo, en la mirada vigilante de la nostalgia estatal, que impone reglas y manuales de conducta.
La nostalgia totalitaria prohíbe el olvido a sus ciudadanos. Para evitar que esto ocurra, llena de propaganda con vistosas pancartas, calles y avenidas, recordando con frases y mensajes, la inamovilidad de la clase gobernante, única capaz de lograr la grandeza nacional. El recuerdo se hace ritual oficial y su política, la nostalgia.
Entre los que lo padecieron los desmanes del totalitarismo, se podrá escuchar incluso la nostalgia del sufrimiento como ritual de paso a la libertad. El gobierno totalitario anima la necesidad del autosacrificio en nombre de la revolución, el igualitarismo bajo la premisa “todos somos iguales” acompaña sus estrategias simbólicas, así los resentidos verán cómo sus vacíos son llenados de contenido. Es la nostalgia del sufrimiento el inicio de todo orden. Así el ente totalitario, divulga el sufrimiento de antaño de la élite gobernante: la pobreza, la humillación, los sueños rotos, los traumas personales y familiares son usados como una especie de superioridad moral sobre los ciudadanos. ¿Quién ha sufrido más que ellos?
El recuerdo es usado políticamente por los totalitarismos como un puente entre el pasado y el futuro. En ellos, el porvenir se inmoviliza, la libertad y la esperanza deja de tener sentido. En su lugar, la sumisión, el miedo y la tristeza, son el precio a pagar por estar vivos. Se convierte la nostalgia en el uso del del recuerdo como parte del poder totalitario.
Referencias
[1] Soren Kierkegaard, Repetition, p. 130
Imagen: http://www.publicseminar.org/2017/02/totalitarianism/
Elízabeth Manjarrés-Ramos
Posted at 21:21h, 23 junioLos totalitarismos se mantienen mediante el psicopoder.
Jo-ann Peña
Posted at 23:21h, 23 junioSi, Elizabeth. La institución de los regímenes y sistemas totalitarios se crean y consolidan en los procesos que mencionas. Ellos lo saben, lo conocen y planifican los mecanismos para lograrlo