Serie Revolución Bolivariana: Crónicas del mal. Crónica #7 La casa de Doménico

Ezio Serrano Páez

 

Serie «Revolución Bolivariana: Crónicas del mal».

Relatos sobre el daño histórico de un proyecto ideológico

 

 

Cuando Doménico llegó a Venezuela era un joven decidido a triunfar. Vino empujado por la pobreza italiana de la postguerra, pero cargado con la energía y optimismo de la juventud. Frente a la tierra de gracia, su optimismo se multiplicó. Amaba su Mediterráneo y creyó retomarlo frente al anchuroso mar venezolano de los  promisorios años sesenta.

 

Como muchos otros, empezó a trabajar en la construcción civil, para lo cual tenía una gran habilidad. Pero luego, en contacto con otros paisanos, incursionó  en un restaurante  especializado en comida de su país. No había pasado mucho tiempo, cuando Doménico regresó a Italia en plan triunfador.Ya podía cumplirle a Carmela su promesa matrimonial.

 

A lo largo de los años sesenta, la pareja vio crecer su familia. Dos chicas en seguidilla, y un poco más tarde, nació Antonio, el varón y esperanza  para dar continuidad  a la estirpe.  Doménico ama el mar. Y sus hijos le acompañan  en aquella devoción  que termina por atarlos a la tierra.  Para echar raíces, el emprendedor romano construye la casa de sus sueños.

 

Ni muy lejos, ni muy cerca de la costa. En la medida perfecta para recrearse con los amaneceres  y los ocasos,  brillantes y cargados de colores. Por lo tanto, la casa es materia y espíritu. Existencia material y corpus existencial de aquella familia.

 

Pero llegados los años noventa, las cosas comienzan a cambiar. Todo parece más complicado, sobre todo para los hijos que nunca vivieron la terrible situación europea de postguerra. Ya con el inicio del siglo XXI, las muchachas tienen su propia familia y procuran abrirse paso. Se hicieron profesionales con la educación pública y gratuita. Pero Venezuela ya no es aquella tierra de oportunidades  que un día  recibió al padre.

 

Las hijas de Doménico fueron las primeras en marcharse con sus parejas y los nietos. La familia entró en la fase de las despedidas,  con la incertidumbre para volver a verse.  Para  el año 2013, el restaurante que había propiciado el bienestar familiar, debe cerrar sus puertas. Para el 2016, Carmela ya no resiste. Enferma,  vive el suplicio de la escasez,  paliada  con el apoyo de las hijas que se fueron.

 

Ese mismo año se produce un concejo familiar que tomará una decisión. Se reúnen Doménico, Antonio y Carmela. Desde Europa los llaman, les piden que vendan la propiedad y se marchen de un país en el cual ya no es posible vivir. Los tres discuten ardorosamente, es una decisión muy difícil  la que deben tomar. Doménico se yergue en el balcón para mirar el horizonte marino. Parece buscar respuestas en el infranqueable azul  que lo separa de su tierra natal.

 

La decisión fue tomada. Carmela y Antonio se van. A  sus 81 años, con la terquedad que es posible acumular  en el tiempo vivido,  decide quedarse solo. No hubo argumento capaz de convencerlo. Piensa que le debe sus huesos a la tierra que generosamente le otorgó sentido a su ser. Pasará el resto de su vida, cuidando la casa, escrutando en el mar azul desde su balcón.

 

La partida de Antonio y  Carmela se produjo en  el 2017.  El hijo  menor se comprometió  a ir y venir. Pasados los  40 años de vida, conserva  celosamente su libertad. Pero ello le permitía pasar temporadas con su padre, tozudamente indispuesto a viajar.

 

Fue al inicio  del 2018  cuando se produjo la atracción fatal. En su primer viaje post navidad, Antonio viene a  visitar a su padre. El frío invernal no le sienta bien,  y a la nostalgia por el cielo  tropical, se le añadió la querencia por el mar azul. Mientras caminaba por una playa cercana  conoció  a Tibisay. Una  mujer de 37 años, madre soltera en búsqueda de una segunda oportunidad.

 

Entre ambos surgió una relación del tipo  el hambre con las ganas de comer. El viaje de Antonio, previsto para estar un mes con su padre, se prolongó dos meses más. Al final de aquella jornada, Tibisay representó la solución perfecta: se mudó  al  anexo de la casa de Doménico. Llevó  a casa la alegría de un niño de  seis años, que ahora tendría hogar, y ayudaría a mantener  limpia la casa. Pensó  en un problema resuelto y hasta creyó  apreciar  un amor germinal.

 

Para el siguiente invierno, en enero del 2019, estaba de vuelta. Pero la salud de su padre está bastante deteriorada. Tibisay también  se muestra bastante fría.  Antonio se aboca a la salud de Doménico,  y entre citas, exámenes y buscar medicinas se le agota el tiempo previsto para su viaje. Apenas presta atención a los rumores: Tibisay recibe en el anexo  a un hombre uniformado. Un policía le brinda la seguridad  por ella merecida. El incendio del invierno anterior, ahora es llama que se apaga.

 

Antonio regresa a Roma. Deja a su padre bastante recuperado y a Tibisay desenamorada. Pero ya en noviembre del 2019, Doménico manifiesta no sentirse bien, aunque dice poder esperar hasta enero, cuando Antonio puede viajar a Venezuela.  Y así fue. En enero del 2020,  el hijo  llega para afrontar nuevamente, el cuadro de salud crítico en que se encuentra su padre. Después de tres  meses de agonía, Doménico muere  un poco lejos del balcón y su paisaje marino. Muere justo al inicio de la cuarentena invocada por la pandemia.

 

Antonio está agotado. Han sido largas semanas que cierran con unas exequias  improvisadas. Sólo algunos vecinos amigos (de los que aún no se han ido), lo acompañan en estos días de duelo.  Al tercer día del funeral, en una mañana asoleada, el frente de su casa se  colma de policías, patrullas y hombres armados. Tocan con insistencia la puerta, y al abrirla, Antonio recibe un empujón y es inmovilizado, arrodillado y esposado.

 

Los del FAES,  con su traje de camuflaje, enmascarados,  avanzan  por toda la casa. Como si  los moviera la certeza.  Como si se tratara de un recorrido ensayado. Apenas unos minutos pasaron  para que alguno de los enmascarados gritara: ¡Aquí está! ¡Lo tenemos!  Antonio fue sacado de su casa, aturdido, sin saber lo que ocurría. Pero a su salida,  una vecina  que conoció a la familia, se presentó:

 

-Soy  abogado, ¿dónde está la orden de cateo? ¿Por qué se lo llevan?

 

– ¡Por tráfico de drogas, apártese!

 

La providencia puso en el  trágico camino de Antonio, a una voluntariosa abogada defensora de los derechos humanos. Esto permitió que la víctima de una conspiración criminal,  lograse entender la trama que se urdió contando con Tibisay, como eje central.  Y también se puso de manifiesto  el avanzado estado de putrefacción en que se encuentra el  actual sistema de justicia venezolano.

 

Según la policía, Antonio forma parte  de una peligrosa red internacional de traficantes de drogas. La prueba que se exhibe consiste en 104 gramos de cocaína  hallados en la residencia  del acusado. En realidad, la abogada logró esclarecer el caso  con sólo  conversar  con uno de los oficiales que participó en el operativo antidrogas. También expuso la forma de liberarlo en poco tiempo:

 

El plan fue urdido por Tibisay y su novio policía. Planearon la siembra de la droga contando con los panas del comando. Antonio es en realidad  un secuestrado. Y para cobrar el rescate cuentan con un abogado que asumirá la causa. La defensora de los derechos humanos fue repelida. La familia deberá pagar unos honorarios muy altos pues deben ser suficientes para  los amantes bribones, para el defensor de la justicia y demás colaboradores. Pero como suele ocurrir, demasiadas manos ponen el caldo morado.

 

El caso de Antonio se ha complicado. A los costos ya señalados, ahora se agregan  las aspiraciones de nuevos funcionarios de la División Antidrogas y la mordida del juez de la causa. El abogado defensor, como canal de comunicación con la familia, y agente de la extorsión, debe cobrar más de 30 mil dólares para saciar la voracidad justiciera de los implicados.

 

La casa de Doménico, la del balcón marino, es la opción de la familia para liberar al prisionero. Justo en una época en la cual vender una casa es tan difícil como hallar un juez honesto. El invierno de fuego vivido por Antonio con Tibisay, ahora amenaza con devorar la querida propiedad de Doménico. Nadie sabe para quién trabaja.

 

Referencias

Imagen: obra «Vincent’s House in Arles (The Yellow House)» de Vincent Van Gogh

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