
28 Mar Serie «El fracaso del socialismo». Artículo III: La tragedia de Lenin
Bernardino Herrera León
En 1997, la opinión pública mundial y en especial la rusa, fueron sorprendidas por dos diferentes publicaciones sobre un mismo tema: el genocidio de los regímenes comunistas. La primera en publicar fue Izvestia, el periódico más importante de Rusia, a propósito del 80° aniversario de la revolución leninista.
Lo que publicó fue un informe de crímenes políticos, en todo el mundo, desde 1917 hasta 1987, con datos recopilados por muchos años por diversos investigadores, como el sueco Per Ahlmark o el demógrafo estadounidense Rudolph Rummel, experto en el tema del terror político. Estimaban más de cien millones de personas asesinadas bajo el comunismo. La mayor parte, después de haber sido torturadas por la policía política y encerradas en campos de concentración. De los 170 millones de personas asesinadas por motivos políticos en el mundo, durante el siglo XX, dos tercios ocurrieron en países comunistas.
La otra publicación fue el Libro negro del comunismo, por Stéphane Courtois, Nicolas Werth, Jean Louis Panné, Andrzej Paczkowski, Karel Bartosek y Jean-Louis Margolin, todos excomunistas, quienes reunieron por años datos sobre las víctimas de los regímenes comunistas, con testimonios y cifras bastante similares: más de cien millones de personas asesinadas.
Según a los de Izvestia, Stalin ocupa el primer lugar en este tétrico ranking del horror, al ordenar asesinar a 42 millones y medio de personas. Supera el doble de lo que Hitler y Mussolini juntos acometieron. El segundo puesto está ocupado Mao Zedong, quien mató a 21 millones. Luego de Hitler, el quinto lugar está Lenin, el fundador del Estado Soviético, con entre 15 y 20 millones de seres humanos en su siniestro haber. Más lejos, en el sexto lugar está caudillo comunista camboyano Pol Pot, con más de dos millones de camboyanos brutalmente asesinados, en país cuya población no alcanzaba los ocho millones. Sigue una larga lista de prominentes comunistas con menos de un millón, Tito en la antigua Yugoslavia, Mengistu en Etiopía, Ceaucescu en Rumanía, Samora Machel en Mozambique, los Kim en Corea y los Castro. Estos últimos no han dejado de matar. Aunque el chavismo en Venezuela comienza a figurar con cifras espeluznantes.
Estas aberrantes cifras me autorizan a titular como de tragedia la experiencia del socialismo promovido por Vladimir Ilich Ulianov (1870-1924), mejor conocido por Lenin. Su liderazgo representó la segunda opción radical del marxismo, que se explique probablemente por la influencia anarco terrorista de su hermano mayor. No obstante, ya se había hecho marxista desde su primer exilio.
Como todos los marxistas, leyó atentamente los escritos de Bernstein. Y a diferencia de la mayoría de los dogmáticos que lo rechazaron furibundamente, Lenín aceptó el razonamiento de que los obreros no harían ninguna revolución. Sin embargo, se dedicó a refutar la tesis del socialdemócrata: ¿Si no se puede esperar que los obreros lleven a cabo la revolución, entonces en quién confiar para que esta revolución sea posible? La respuesta de Lenin fue idear una “vanguardia revolucionaria”. Una logia de revolucionarios profesionales que se harían cargo de realizar y conducir a los obreros, y en su nombre, la ansiada revolución socialista. Este aspecto se convirtió en una teoría, conocida como leninismo, que suele nombrase juntas “marxismo-leninismo”, a pesar de que la tesis de Lenin contradecía esencialmente al marxismo, sin reconocerlo.
La participación de Rusia en la Primera Guerra Mundial debilitó al extremo la decadente monarquía zarista. Su economía quedó devastada en los primeros meses de guerra, golpeando muy duro con escasez, inflación y falta de transporte. Mientras el ejército ruso se enfrentaba con las potencias europeas, estallaron huelgas y revueltas, hasta que una parte del ejército se rebeló en febrero de 1917, obligando al zar Nicolás, a abdicar del trono. Lo sustituye un nuevo gobierno de inspiración liberal que, sin embargo, no pudo frenar el desmoronamiento anárquico y el contexto de la crisis provocada por la guerra.
Lenin tenía años organizando un partido de revolucionarios profesionales, los bolcheviques. Se financiaba mediante robos a bancos y otras formas ilegales. Aprovechando la anarquía reinante en 1917, atacaron el Palacio de Invierno de San Petersburgo, obligando al gobierno provisional a entregar el poder. La propaganda bolchevique fue mucho más efectiva para canalizar la desesperación de los rusos, angustiados por el derrumbe general de la sociedad tradicional que conocían. Pero además de propaganda, aplicaron una feroz represión contra todos los sectores de la sociedad rusa que consideró enemigos y traidores del pueblo, comenzando con el asesinato del zar Nicolás II y de toda su familia y los criados.
Cuando dentro de su propio partido bolchevique aparecieron las primeras voces disidentes contra esa represión, Lenin y sus aliados desataron represalias más duras, apresando sin juicios ni causa y ordenando fusilar a muchos. Otros, fueron desterrados a campos de trabajo forzado, que en tiempos de Joseph Stalin (1878-1953) serían conocidos como Gulag. Los historiadores llamaron a ese breve período de Lenin como “El terror rojo”, del que aún no se contabilizan con exactitud los millones de personas murieron, entre fusiladas, asesinadas en las calles o en sus casas, o de frío y hambre en los campos. Éste, también creía, como Robert Owen, que la revolución que impulsaría al socialismo produciría a un hombre nuevo, mediante la educación programa en un contexto recreado. La diferencia es que Lenin consideraba que las personas de su tiempo estaban podridas e infectadas de ideología “burguesa”. Así que exterminar a esas personas resultaba, de acuerdo con tales criterios, un acto progresista y revolucionario.
Lenin fue construyendo entonces un régimen político diferente y sin precedentes en la historia mundial. En lugar de una monarquía, o un sistema republicano basado en un parlamento, creó un modelo de autoridad única: El partido.
En poco tiempo, estatizó toda la actividad económica. Sin experiencia en administración de Estado, los primeros resultados fueron desastrosos. En 1920, se desató una hambruna mucho más dura que en los tiempos de la guerra. La economía se había desplomado. También murió mucha gente de hambre. Sin embargo, se las arreglaron para mantenerse en el poder y constituir la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
La mayoría de los movimientos socialistas del mundo desconfiaron de aquel modelo. Algunos llegaron a condenar los procedimientos revolucionarios de Lenin, y se fueron distanciando de la experiencia rusa. En respuesta, el bolchevismo leninista predicaba que el proyecto revolucionario que lideraban no debía encerrarse en Rusia, y que tendría que exportarse, incluso para sobrevivir dentro de Rusia. De inmediato, Lenin fundó un movimiento mundial que se conoce como III Internacional, con un gran poder propagandístico. Su himno, por cierto, tiene la característica de ser, posiblemente, el himno más hermoso, después de la Marsellesa, que de inmediato fue convertido en el himno de la Unión Soviética.
La III Internacional comienza apoyándose en el error dogmático del marxismo, considerando que las naciones con mayor potencial revolucionario, eran las más industrializadas: Inglaterra y Estados Unidos de América, donde el socialismo leninista nunca logró mayores influencias, ni siquiera en los poderosos movimientos obreros que en esas naciones se gestaron, organizados en sindicatos y federaciones obreras. El sindicalismo, particularmente, se mostraba muy reacio a aceptar el creo marxista-leninista, que requería sacrificar la autonomía genética del movimiento sindical, para supeditarse a la dirección de un partido “vanguardia revolucionaria”, centralizado y dirigido desde Moscú.
El modelo de sociedad que fundaron Lenin y Stalin demoró un gran número de víctimas hasta la última década del mismo siglo en el que nació. El fin del mundo soviético comenzó con los movimientos de presión anticomunistas en Europa del Este. El más destacados de ellos fue el sindicato polaco “Solidaridad”. El ascenso de Mijaíl Gorbachov (1931) fue también un detonante decisivo. Consciente de que ya era imposible alargar más la decrepitud del régimen, el último líder soviético intenta una gran reforma del socialismo. Hoy sigue siendo un líder promotor de la socialdemocracia rusa, hasta la actualidad.
Convencido de que la ruta para modernizar el régimen soviético, a diferencia del giro chino, consistía en superar el modelo burocrático, Gorbachov diseñó la “perestroika” o “reconstrucción. El plan no tocaría para nada el modelo de estatización, que consideraba el eje básico del modelo, sino simplificar el sistema de gestión del Estado y reformar el sistema político, otorgando un mayor margen de libertades, que llamó “glasnost”, que traduce transparencia y apertura. Lo contrario de la ruta de Deng Xiaoping para desmantelar el modelo socialista de Mao. Con apenas algunas libertades, de inmediato salieron a relucir las atrocidades del régimen soviético, a lo largo de las décadas. Y especialmente, lo absurdo del modelo económico, del partido único y de la estatización total de la economía. Todo se vino abajo en muy poco tiempo.
En la primavera de 1989, se celebraron las primeras elecciones parlamentarias libres de toda la historia de Rusia y en las naciones cautivas de la Unión Soviética. El partido comunista quedó barrido, con la elección de muchos jóvenes profesionales como diputados. Ese mismo año se inició la caída en serie del socialismo soviético. Más tarde, cae el Muro de Berlín, la disolución del Pacto de Varsovia y la diáspora de los movimientos independentistas. En agosto de 1991, un golpe de estado procomunista intenta detener el desmoronamiento soviético. Pero miles de ciudadanos ocuparon las calles y los soldados comenzaron a desobedecer órdenes. El golpe se disolvió incruentamente, y sirvió para que el nuevo presidente de la Federación Rusa emitiera un decreto ilegalizando al PCUS y se detonaran las independencias de todas las naciones. En diciembre de 1991, Gorbachov anuncia que la Unión Soviética había desaparecido.
Una década después, un puñado de movimientos de ultraizquierda volvieron a resurgir. Un año después de la caída del Muro de Berlín y un año antes de la disolución de la Unión Soviética, se instala el Foro de Sao Paulo. Una década de olvidos fue suficiente para que muchos de partidos socialistas llegaran el poder, mayormente en América Latina. Un similar en Grecia, surgiría desde el 2004 y Podemos en España en el 2014. Todos estos movimientos hacen culto al pasado socialista soviético o chino o cubano sin el menor atisbo de reflexión. Como si la caída estrepitosa de la mayoría de los socialismos jamás hubiera ocurrido.
¿Cómo ha sido esto posible después de las catastróficas experiencias?. Una respuesta podría estar en el argumento que ofrece Federico Jiménez Losantos:
“¿Por qué se creían los bolcheviques con derecho a imponer a todos su idea de sociedad y a asesinar a los que la rechazaban e incluso a los que no llegaban a hacerlo? Esta es la gran cuestión del siglo que el mundo lleva a cuestas desde que Lenin tomó el poder: ¿por qué los comunistas se creen legitimados para robar y matar en nombre de una utopía que apenas esconde su afán de poder ilimitado? Lo peor del sistema de Lenin no es que se crea con derecho a imponer su dictadura y a matar a sus opositores, sino que las sociedades democráticas acepten ese derecho a robar y matar de los comunistas. Esta Memoria del comunismo recuerda por qué sucede. Y cómo, conociendo su historia y la de España, cabe evitarlo.” (Prólogo)
La evaluación en el poder de los movimientos del Foro de Sao Paulo fueron igualmente desastrosos. Y aún así, continúan insistiendo en el mismo credo. El decrépito y lastimoso régimen de Cuba, y probablemente ocurrirá lo mismo, con el nuevo ascenso al poder de Andrés Manuel López Obrador, en México.
Referencias:
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