Puntuales comentarios sobre el alcance de los conceptos pueblo e identidad nacional.

Luis Alberto Buttó

 

«Ajeno al pueblo y sin embargo para el pueblo útil,

sigo mi camino, sol ya, ya nube

¡y siempre por encima de este pueblo!»

Friedrich Nietzsche. La gaya ciencia.

 

En las ciencias sociales hay conceptos que por propia estructuración teórica llegan a ser irremediablemente pretenciosos y por los alcances prácticos asociados en determinadas circunstancias pueden hasta tornarse inconmensurablemente perniciosos; pueblo e identidad nacional, por ejemplo. Ambos constructos tienden a encasillar las realidades que pretenden describir y, en consecuencia, terminan por desvirtuarlas y hacerlas inaprehensibles en términos del aprendizaje colectivo esperado y/o sólo digeribles en función de la condición utilitaria en ellos detectadas en el marco de relaciones de poder establecidas.

 

Así las cosas, cabe preguntarse, verbigracia, ¿qué en definitiva implica el conjunto denominado «pueblo»?, si este se entiende como abstracción suprema validada sin espíritu crítico alguno de por medio, en tanto y cuanto quienes lo invocan como base doctrinaria de su acción política le han otorgado, ex ante, caracteres rayanos en el ámbito mítico-religioso, al punto de vociferar constantemente el manido, contradictorio y falaz latinismo vox populi, vox Dei. En otras palabras, mecanismo mediante el cual se pretende arteramente que cualesquiera procederes políticos encuentran plena justificación al desarrollarse en nombre del pueblo, en representación de este o como resultado de supuestos o reales mandatos que el mismo ha emitido, dada la interpretación al respecto elaborada por quienes se erigen voceros de tan inabarcable definición. Sobran los ejemplos a lo largo de la historia lejana y reciente en que gritos masivos proferidos en largas avenidas, luego de la manipulación discursiva correspondiente, han servido de soporte para el sustento y afianzamiento de totalitarismos de toda ralea que, desde el inicio de su trayectoria y como era de esperarse vista la ferocidad implícita en regímenes de este signo, se volcaron a aplastar la esencial condición humana.

 

Igualmente, es prudente preguntarse cómo y quiénes conciben la aludida identidad nacional, e incluso las que podrían considerarse sub-identidades regionales o locales, a sabiendas de que, no en balde y recurrentemente, los poderes constituidos o fácticos son duchos en sembrar en el imaginario colectivo una determinada identidad con la siempre bastarda intencionalidad de apuntalar y/o preservar cierto modelo de dominación política previamente establecido o con aspiraciones de establecerse; huelga decir, aquella determinada identidad que pueda emparentarse con el proyecto político que la promociona, de tal manera que termine viéndose como apropiado el decurso histórico asumido como resultado de la consagración del liderazgo negativo atrincherado en los intersticios de dicho proyecto.

 

Botón de muestra de lo anterior: un pueblo del cual se dice está formado por «libertadores» estaría predestinado a identificarse con aquellos actores políticos que se proclamen la más pura encarnación, los «herederos» indiscutidos de tales libertadores. En otras palabras, interpretación ideologizada y por consiguiente falsaria y ahistórica del pasado, limitada a exacerbar lo que la élite dominante, o con pretensiones de dominio, valora heroico y patriótico con el fin de generar en el colectivo social compromisos de respaldo y apoyo al dar por valedera la interpretación del tiempo anterior divulgada a través del discurso oficial u oficioso. Paradigma de acción, canon de comportamiento que se espera sea asumido por generaciones presentes y futuras sin mayores disquisiciones de por medio y que en su manifestación práctica-cotidiana contrapone el orden social vigente a la otredad representada por la oposición a dicho orden en aras de excluir del cobijo del poder al disenso así individualizado.

 

Dicho de otra manera, en función de la prevalencia de determinado sistema político en esencia y acciones contrario al ejercicio de las libertades políticas y civiles inherentes al predominio de la modernidad, el uso ideológico de categorías de análisis del tipo pueblo o identidad nacional puede servir de antemano para configurar un contexto particular en el que sea imposible interpretar en su justa dimensión los hechos, fenómenos o procesos del pasado, de tal forma que la demostrable verdad histórica sea relegada a planos marginales o erradicada por completo. Entronización del complejo de Adán: el mundo comienza con el advenimiento de la nueva élite dominante, en especial si tal élite se autoproclama revolucionaria. En consecuencia, el pueblo es aquella porción de la población que, por las razones que fuere, se cuadra con la revolución y la identidad nacional es la concebida según los patrones doctrinales de la revolución.

 

En el caso concreto del actual momento histórico que atraviesa la sociedad venezolana, lo peor del asunto es que un discurso que desmonte al anterior está siempre en construcción. Lamentablemente, en la acera contraria a la visión autoritaria o totalitaria de la sociedad el discurso esperado no termina por cuajar. Ciertamente, no es fácil hacerlo, pero luce impostergable su realización. Hay que empezar por entender con tino que el pasado no se predice y con humildad que el futuro apenas puede avizorarse. Pensamiento crítico adelante, perentoria es la tarea de comprender de manera acotada los constructos pueblo e identidad nacional para asumirlos como fenómenos echados a andar en el pasado y que, en buena medida, puedan estar condicionando negativamente el presente y puedan condicionar negativamente el futuro, a fin de decantarlos minuciosamente para rescatar de ellos tan sólo lo que sea particularmente y convenientemente rescatable; es decir, lo que tengan de singular en términos de echar abajo los convencionalismos mentales que impiden descifrar con exactitud las taras culturales que impiden superar el atraso político constatado y potenciar lo opuesto.

 

En materia de identidad nacional, el punto es que los venezolanos lleguemos a ser lo que debemos ser en función de lo que el progreso reclame de nosotros para que podamos edificarlo en el tiempo que éste nos cueste. Obviamente, lo anterior pasa por desentrañar con exactitud el propio y real significado del vocablo progreso para no entenderlo exclusiva y limitada con base en indicadores materiales por ser lo más fácil de medir, para, como resultado, resaltar las características requeridas en términos de ciudadanía activa que habrán de estimularse desde el sistema educativo concebido en su alcance global como auténtico motor de impulso del consensuado proyecto nacional. Éste sería un mecanismo pertinente para construir la verdadera identidad nacional, así catalogada por ser lo suficientemente sana dadas las potencialidades de mejora de nuestras condiciones de vida.

 

En lo que respecta al concepto pueblo, éste no puede seguir abordándose de manera vulgarmente instrumental; huelga decir, concebido como herramienta dispuesta para practicar la demagogia expresada en vocear lo que desde la presunción del poder se cree es lo que la gente quiere o necesita oír e incluso, despectivamente hablando, lo único que puede entender. La realización sublime del concepto pueblo está intrínsecamente ligada al ejercicio del liderazgo colectivo. Poner en práctica este liderazgo de manera positiva y pedagógica pasa por descartar la acción política calibrada con base en el avance obtenido en mediáticas ferias de popularidad y aprender a respetar a la gente al no manipularla ni degradarla al jugar con sus necesidades elementales en función de preservar la supremacía política obtenida. En síntesis, para hacer real y digno el concepto pueblo debe correspondérsele con la inexcusable responsabilidad del comportamiento ciudadano. Allí radican las potencialidades transformadoras del constructo en cuestión.

 

Referencias

Imagen. Obra «Abstract of People» de Helen Mayou

 

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