
22 Mar Primitivismo digital: reflexiones políticas sobre el WhatsApp
Jhonas J. Rivera Rondón
Kaluram, de 27 años, despertaba sospechas: “¿Por qué está repartiendo dulces a los niños?”; “¿acaso vistes el video del secuestrador de niños?”; “ahí está, ¡detengámoslo!…”; “llama a los demás… ¡hay que atraparlo!” “¡no!, hay que darle una lección…”. El 24 de mayo del 2018 fue linchado un joven inmigrante trabajador en Chamarajpet, Bengaluru (ubicado al sur de la India); siendo atado a un palo y golpeado hasta morir: Kaluram era asesinado por una turba cegada por un falso rumor[1]. Así como él, otras tantas personas fueron víctimas de una ola de pánico y odio colectivo que arropó a varias comunidades rurales en la India los primeros seis meses del 2018 producto de un video de un secuestrador de niños propagado en WhatsApp. El Estado hindú estuvo desconcertado, al final, “la falsa información no es ilegal” así declaró Nikjil Pawha, activista de los derechos digitales en ese país[2].
En estos tiempos de hiperconectividad, fenómenos como el rumor (y sus consecuencias) alcanzan otra dimensión, tal como detalla Irene Lozano, prologuista de la obra Rumorología, cuando dice que: “[un] cambio cuantitativo supone un cambio cualitativo, porque la calumnia ha multiplicado su capacidad de dañar reputaciones. Lo mismo ocurre con el fusil: cuando dispara muy rápido, se carga automáticamente y mata a más gente, se convierte en ametralladora.”[3]
Plataformas de interacción como WhatsApp y otras redes sociales plantean serios retos para nuestras democracias: los rumores que se dan en el seno de la autonomía y la libertad [de expresión] ya son parte de nuestro pensamiento digital[4], una gran responsabilidad recae en el uso público de nuestra razón. Pero ¿Por qué a pesar de tanto avance tecnológico parecieran pervivir comportamientos correspondientes a un pensamiento salvaje respondiendo más a una lógica tribal?
Mientras aún resolvemos los problemas del poshumanismo, seguimos siendo hombres atados a una inherente animalidad biológica, pero con herramientas más sofisticadas. El fenómeno del rumor no es nada nuevo, lo nuevo es su alcance. Un falso rumor puede colapsar toda una economía, tal como ocurrió en el 2008[5]. Un primitivismo digital persiste en el plano de la hiperconectividad; el pánico, el miedo y la esperanza a escala colectiva llegan a desestabilizar ciudades, países y al mundo.
¿Qué es el primitivismo digital? Lo entendemos como todos aquellas expresiones y comportamientos correspondientes al modo de vida tribal en espacios de autonomía constituidos por el amplio espectro digital del Internet. Las redes sociales crean esos espacios de autonomía donde hay lugar para el comportamiento tribal, lo único que cambia es el medio comunicativo.
Los grupos de WhatsApp tienen condiciones para el primitivismo digital: el lenguaje ideográfico de los memes puede tender a predominar sobre lo escrito, reforzado junto a lo propiamente visual y auditivo de los contenidos que se comparten (videos, gifs, stickers, audios…)[6]; tales grupos cuentan con personalizaciones que sirven para crear un frágil sentido de pertenencia a una comunidad: símbolos que definen rasgos compartidos; la dinámica grupal puede adquirir un carácter agonal y competitivo: una tácita pugna para merecer ser escuchado; esto supone que en estos entornos micro-sociales es posible constituir rituales que refuerce el sentido de comunidad o legitime el prestigio y la autoridad de alguno de sus miembros[7]: surgen así personalidades carismáticas a micro-escala, una especie de mini-influenciadores.
¿Por qué precisamente detenernos a reflexionar en el WhatsApp y no en otras redes sociales para entender el primitivismo digital? Por las características propias de la aplicación de WhatsApp, aunque también podría hacerse con Telegram, la popularidad del primero inclina la balanza a su favor. En el 2016 fue reforzada su seguridad al adaptar un sistema de cifrado de entrada y salida, con ello resguardaba la autonomía de sus usuarios: rastrear la emisión y recepción de un mensaje significaría tarea imposible; de ahí la dificultad del Estado en inmiscuirse y reglamentar sobre esta abierta plataforma.
Esta autonomía constituida por el WhatsApp frente al Estado permitía actuar indirectamente en la política mediante una lógica del secreto: para que exista un secreto tiene que haber un tercero que hay que excluir, que en este caso podría ser el Estado[8]. Así como lo fueron las logias masónicas y los espacios académicos como bibliotecas o cafés en el siglo XVIII, donde intelectuales y comerciantes incurrían en una lógica del secreto para intervenir indirectamente en la política, ante un Estado monárquico-absolutista que no se lo permitía a cualquiera[9]; esa autonomía intransgredible la construye el WhatsApp. Esto es alentador cuando se esta bajo regímenes autoritarios o totalitarios, pero en contextos democráticos ¿Qué pasa? Los radicalismo ideológicos y fundamentalismo religioso cuentan con un espacio para la desestabilización: su lógica del secreto consolida un primitivismo digital.
Un estudio realizado por los científicos sociales Andreas Zick, Viktoria Roth y Fabian Srowig en 2016 dan cuenta de los usos políticos del WhatsApp por parte de los fanáticos radicales del yihadismo en Alemania. En este estudio analizaron cuatro meses de conversaciones en el grupo «Ansaar Al Khalifat Al Islamiyya”, allí destaca el empleo de ciertos elementos lingüísticos, simbólicos y estilísticos que reforzaban un sentimiento de comunidad misionera y militante; revalorizaban su ideal religioso, de modo que el mismo esquema competitivo de la interacción radicalizaba a los jóvenes; su finalidad: hacerlos sentir dignos de ser escogidos por su “predicador”, incentivándolos así a concretar su conversión con un rito de iniciación de niño a hombre mediante un acto terrorista: el paraíso del Islam resulta llamativo, lo mismo que el ideal de mártir[10].
Situando este estudio en perspectiva histórica, denota los notables cambios en nuestro tiempo: el salafismo fue un movimiento religioso con más de un siglo de existencia que buscaba regresar a las costumbres originarias del Islam; evocaba un discurso de la autenticidad[11]. No obstante, sus simpatizantes, en gran parte del siglo XX en Occidente, solo se restringía a intervenir en la política de sus países de origen. Ramificaciones se fueron dando en esta vertiente religiosa del Islam: en la década de los 80’ adquiere forma el salafismo yihadismo; la Yihad dio un cambio conceptual interesante, de ser un asunto personal tomó proyección internacional, es así que encontramos grupos yihadistas enfrentándose en los 80’ a la Unión Soviética en Afganistán, hasta llegar a confrontar al propio Occidente: el ataque del 11 de septiembre del 2001 marcó un hito en el choque de civilizaciones; luego, en el transcurrir del siglo XXI, diversos grupos yihadistas surgieron a posicionarse frente a Israel, así como intervenir activamente en los conflictos de Siria e Irán, lo que dio forma al Estado Islámico (ISIS)[12].
Además, corrientes ideológicas multiculturalistas dieron posibilidad de acción a lo interno de Occidente. El modo en que reclutaban estos fundamentalismos religiosos a jóvenes mediante perfiles de Facebook u otras cuentas de alguna red social, mostraba lo expuesta que estaban las democracias al primitivismo digital. ¿Cómo explicar esta atracción de la juventud occidental por este fundamentalismo? La ingenua retórica del regreso a los orígenes es una razón: esta retórica de la autenticidad corresponde a fermentos ideológicos de las izquierdas post-socialistas; el multiculturalismo anti-pluralista alimenta estas ideas radicales[13]. En el caso particular de Alemania, los mencionados sociólogos también explican que en este sector social predomina un deseo de emanciparse de sus padres, lo que los lleva a tomar aventuradas sendas de militancia, pero que además, ya no solo resulta llamativo a los hombres, sino también a una importante población fenemenina[14]. Peculiar forma de rebeldía.
El WhatsApp al ser un sistema abierto permite captar potenciales militantes: así sea que de cien solo atraigan a tres, la intensidad política de una minoría radical puede desestabilizar significativamente a un país: la Unión Soviética hizo escuela en esta estrategia. El hecho que un grupo de WhatsApp transforme a un indeciso en un radical lo explica el mismo fenómeno del rumor, tal como señala el académico estadounidense, Cass R. Sustein; entre los modo de difusión de rumores esta la polarización de grupos, lo que quiere decir que: cuando nos reunimos, y encontramos reafirmado el rumor allí, tal como puede ocurrir en un grupo de WhatsApp, nos aferramos más a ese rumor: la persona puede llegar a racionalizar una falsedad y defenderla como verdad.[15] De allí que la militancia radical política y religiosa hagan de los rumores toda una industria de la indignación[16], alimento propio para el primitivismo digital.
Un smartphone significa tener el mundo en tus manos, y el capitalismo ha permitido que cada vez más personas lo tengan. Pocas veces se piensa en tal responsabilidad; en cuestión de minutos podemos acceder a un contingente de información gigantesco, llegando a quedar desconcertados, hasta el punto de no quedar realmente informado. Nuestra memoria y pasiones están expuestas al público, así lo demostró el escandalo de Facebook con Cambridge Analytica en marzo del 2018.
Interactuar en WhatsApp puede involucrar indirectamente en la política. Cada información política que nos llega por esta vía nos hace propenso a compartirla[17]. No obstante, de todas las redes sociales, el WhatsApp es el medio que más desconfianza produce en comparación a otras redes sociales[18], pero por la intimidad que se establece en esta plataforma (ya que lo que se necesita es el numero personal de uno), allí se gesta con mayor fuerza el primitivismo político.
En WhatsApp es posible consolidar ecosistemas microsociales autónomos en medio de sistemas opresivos totalizantes. Entonces, así como el primitivismo digital utiliza negativamente la autonomía que permite el WhatsApp; asimismo puede intervenirse activamente en un debate político que, podría abrir paso a todo un encadenamiento entrópico de acciones y pensamientos que conllevarían al cambio político y social. La inevitabilidad de los procesos históricos dan forma a los propios cambios históricos.
Precisamente en esa inevitabilidad de los procesos, un falso rumor puede generar todo un pánico que lleve al caos, y consecutivo a ello, al colapso: la experiencia del covid-19 lo demuestra. La recepción de un rumor responde a nuestras expectativas, miedos y esperanzas. Al final, es imposible tener acceso a todas las fuentes primarias, pero estar informados consolida nuestra autonomía frente al Estado. Nuestro conocimiento del mundo en gran medida indirecto, no obstante eso no implica que todo sea ilusión, la verdad es un componente necesario para evitar todo primitivismo digital; la verdad no es subjetiva.
Entendiendo la verdad como correspondencia con lo real, ello permite entender cómo los falsos rumores distorsionan tal correspondencia para determinados fines; abonando las condiciones para el primitivismo político. El reclutamiento y reforzamiento de abnegados militantes termina dándose en este medio (WhatsApp). Industrias de la indignación utilizan estos mecanismos descentralizados para atacar blancos específicos, junto a ello el primitivismo digital permite el culto a la violencia, tal como lo demuestra el yihadismo terrorista, la ideología de genero y el multiculturalismo anti-pluralista.
Avance tecnológico no se traduce automáticamente en progreso; ello va acompañado con una serie de valores que permiten el reconocimiento y la convivencia: apertura que brindó la democracia. Muchos difieren de nuestro modo de vida occidental, y de allí que se alcen enemigos contra la libertad.
El Estado ha sido una convención político que garantiza esa convivencia. El liberalismo, por su parte, ha sido una ingeniería histórica que crea límites al poder absoluto[19]. Tal engranaje, concretado en la democracia liberal, ha sido sumamente frágil, y la cuestión del primitivismo digital plantea serios retos políticos y económicos. El Estado pareciera impotente ante ello, las leyes alcanzan a resguardar las libertades de los enemigos que surgen de ella misma: los usos políticos que hacen los radicales del WhatsApp suponen la paradoja del omnipotente de las sociedades abiertas.
La propia libertad de expresión, en condiciones favorables, neutraliza los efectos nocivos de falsos rumores. Ese esquema competitivo que crea el mercado de las ideas lleva a depurar la información; el moderado escepticismo lo permite[20]. Una ciudadanía activa evita brotes de violencia, pánicos y vanas esperanzas alimentado por falsos rumores: serios retos supone pensar la libertad en el marco del pensamiento digital.
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