
18 Feb Del vendedor de ilusiones y la libertad del chavismo
Jo-ann Peña Angulo
Las historias recrean los escenarios de aquello que fue posible, de los hechos que entre la realidad y la ficción, nos permite delinear la naturaleza del hombre, de ese hombre que convertido en vendedor de ilusiones, a la vez dios, héroe y mesías, hechizó en un protervo 4 de febrero de 1999, las incertidumbres y angustias de una desilusionada sociedad. Comienza a trazarse entonces la genealogía de un poder político que asociado a los menos capaces, y al monopolio de las armas, hacen de los derechos ciudadanos y de la institucionalidad democrática, un artificio para la toma del poder en Venezuela.
Viese la libertad, a partir del fatídico febrero, vulnerada y acechada, sus enemigos emergieron de todas partes y peor aún, de nosotros mismos. Víctima histórica de los apegos del poder político en Venezuela, de nacionalismos, del paternalismo y populismos, es también la libertad, blanco de las frustraciones y resentimientos individuales, aquellos que amparados en discursos que se saben oídos por las masas y en contra de la democracia representativa, supieron dar forma y contenido a un régimen que desde sus inicios en nuestro país, atentó contra la posibilidad de ser libres, propietarios y pensar distinto.
Desde lo colectivo, comienza a construirse y alimentar los mecanismos políticos e ideológicos de la represión, aquellos que disfrazados en la idea del igualitarismo, deslegitiman el pluralismo, la libre competencia y la responsabilidad individual. Así en Venezuela, desde la particular y maleable concepción de la izquierda, lo colectivo se impone a lo individual, pues parece ser el individuo, dentro de retórica del oportunismo, el inicio de todo fin, el inicio del colapso de la institucionalidad democrática en Venezuela.
Ante la incredulidad y el miedo, las ofertas de la izquierda brindaron a una sociedad huérfana, el cobijo de la manipulación, expresado en prácticas comunes como las expropiaciones, la violación de los Derechos Humanos, el ataque de los colectivos armados, la retaliación política, la radical intervención del Estado, las llamadas misiones sociales, la progresiva intervención y control del sector militar sobre la vida civil, la represión de las protestas, el juicio de civiles por tribunales militares, la usurpación de los poderes públicos, la relativización de la justicia hasta la imposición política. Así, el coloquial vendedor de ilusiones, tomó fuerza hasta convertirse en un experto mercader institucionalizado de la compasión y la lástima. Supo vender una idea de libertad, identificándola con la exclusión de las mayorías y en cuyo lugar, supo alzar el igualitarismo y el socialismo como sinónimos de libertad.
Acompañaba a este vendedor de ilusiones, un fiel amigo, Cerbero, cuyas tres cabezas presumían ser, “guardianes de armas” y “guardianes de leyes,” legando así una libertad condicionada por parámetros ideológicos fracasados. En este contexto, no podíamos esperar algo distinto del mercader de ilusiones, cuyas prácticas políticas guiadas por Cerbero, distaban mucho de las de la democracia representativa. El fiel can, cada vez que olfateaba libertad, derechos, responsabilidad individual, libre empresa, protestas, justicia, invocaba sus habilidades y virtudes corporales para amedrentar y cultivar el miedo y el terror.
Consciente de esto, el siniestro vendedor no ahorró circunstancias ni momentos para acechar al Poder Legislativo, luego del triunfo demócrata y opositor al gobierno, el 6 de diciembre 2015, en las elecciones parlamentarias. Seguro de sus prebendas y de las ilusiones vendidas, inicia el camino que daría vida posteriormente a esa criatura deforme, fraguada de manera inconstitucional llamada Asamblea Nacional Constituyente (ANC), que a partir de su instalación, el 4 de agosto de 2017, usurparía oficialmente a la Asamblea Nacional.
En ese camino, las relativizaciones legales, son el arma predilecta de los “guardianes de las leyes” así el Tribunal Supremo de Justicia y su Sala Constitucional como brazo judicial del gobierno, no solo declara el 11 de enero de 2017, la nulidad de las acciones de la Asamblea Nacional, amparada en un supuesto desacato de los diputados demócratas a dicho poder sino que el 29 de marzo del mismo año, la despoja de sus funciones, usurpándolas.
Bajo lecturas interesadas y decisiones jurídicas con poder suprainstitucional, los “guardianes de las leyes” prepararon el escenario para que los “guardianes de armas,” el 5 de julio de 2017, como Guardias Nacionales y como los llamados Colectivos, lejos de toda dignidad y acompañados igualmente de otros indoctos, arremetieran con violencia y asaltaran el Palacio Federal Legislativo. No podía estar el vendedor de ilusiones más satisfecho de Cerbero. Las imágenes de la cobardía recorrieron el mundo civilizado, poco parecen importarle las declaraciones de repudio y rechazo, pues son precisamente los golpes y la sangre de los cuerpos de los diputados opositores, el premio anhelado y hallado.
La usurpación y disolución de la Asamblea Nacional, con mayoría demócrata, es el episodio institucionalizado de las practicas que acechan a la libertad, cuyos primeros síntomas eran ya expresados desde 1999, por el vendedor de ilusiones en discursos anticapitalistas, antiliberales, de evasión de la responsabilidad individual, de odios de clases, de paternalismo de Estado, que alimentaron cualquier tipo de rencor hacia los gobiernos anteriores. Logró así moldear un síntoma de minusvalía colectiva, que cautivó y vengó resentimientos individuales, para exteriorizarlos en lemas y prácticas igualitaristas y colectivistas en contra de la libertad, esa libertad que hoy añoramos, y que marca el fin de la democracia y el triunfo del mercader de ilusiones populistas.
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