
28 Abr México y la conquista de América: Superar los fantasmas de la historia
Leonardo Osorio Bohorquez
Recientemente Andrés Manuel López Obrador, presidente de México, exigió al rey de España pedir disculpas por la conquista de América acontecida hace 500 años. Esto nuevamente ha suscitado el resurgir de los clásicos debates en América, cargado de fuertes tergiversaciones ideológicas.
La mayoría de los pueblos a lo largo de la historia han sido en determinados momentos conquistados o conquistadores. La misma Europa ha sufrido procesos de conquista dentro de su proceso histórico. El problema de Latinoamérica es que no estudiamos la historia para aprender de ella, sino para anhelar “pasados gloriosos” o victimizarnos ante determinados hechos.
Se ha dado por tanto un exceso de simplificación, y se recurre al pasado para fomentar nuevos resentimientos en el presente. El problema es que los prejuicios de víctima y oprimido como constantes históricas, limitan los intercambios culturales positivos entre diferentes naciones.
Uno de los objetivos de esos discursos es marcar divisiones, es el uso político de la historia que los gobiernos de izquierda en los últimos años han explotado recurrentemente, como en su momento lo hizo Hugo Chávez con sus continuas reinterpretaciones del proceso histórico venezolano cargado de tergiversaciones.
El lugar de la memoria y la historia en las luchas por el poder están muy presentes actualmente. La cuestión es cómo debe explicarse las relaciones sociales y los procesos históricos. Vemos como en el caso de la conquista de América, han prevalecido los sesgos a la hora de valorar y explicar ese proceso histórico, que ha omitido hechos importantes. Los aztecas también impusieron la dominación a los diversos pueblos que conquistaron. Al respecto, no hay llamados políticos para pedir perdón por tales sucesos.
En el caso de la conquista de los territorios hoy mexicanos, es necesario aclarar que sin el apoyo de las etnias rivales que estaban sometidas al yugo de los Aztecas, era imposible efectuar la conquista por parte de Hernán Cortez y los pocos hombres que lo acompañaban en tal empresa. Pero es más fácil reducir el análisis a sentencias para dividir de manera simplista los procesos históricos entre víctimas y victimarios claramente separados y diferenciados.
Se ha vendido al indígena bajo la visión del buen salvaje, ignorando sus contradicciones y prácticas violentas como existen en cualquier sociedad. Los imperios Incas, mayas o aztecas, son exaltados, pero no se asumen como pueblos que impusieron la dominación.
Entonces permanecemos en el doble discurso, los imperios buenos y los imperios malos. La historia usada simplemente para emitir juicios de valor y no para explicar una problemática. La doble vara para juzgar o explicar un comportamiento, es lo que da lugar a formas de discriminación entre los pueblos.
Reconciliarse con el pasado es fundamental para avanzar hacia una sociedad moderna, quedarnos en la diatriba o pedir compensaciones por hechos suscitados hace 500 años no le genera ningún resultado positivo a las naciones. La otra cuestión es asumir la presencia europea en América como un proceso exclusivamente violento, sin aportes para las sociedades que fueron conquistadas.
El aporte europeo tiene tanto valor y significación histórica como el indígena, sobre todo porque es la herencia dominante en la conformación de nuestras instituciones. La construcción de caminos y poblados, la incorporación de nuevos cultivos y métodos de producción, entre otros aspectos, fueron beneficios traídos por los españoles.
Realmente occidente es un gran sintetizador de la cultura mundial, su expansión colonial lo llevó no sólo a imponer un sistema de dominación, sino que adoptó lo positivo de las sociedades con las cuales entró en contacto. Esos pueblos sometidos, también acoplaron valores culturales occidentales que consideraron positivos.
No se trata de justificar la colonización o la conquista, ciertamente opuesta a cualquier ideal liberal o humanitario, pero se debe dejar de verlo únicamente desde las perspectivas de los males generados a las sociedades conquistadas. Las influencias entre los colonizadores y colonizados fueron reciprocas.
Eso es la cultura, una forma de relacionamiento donde se producen intercambios. Negar el aporte hispano-occidental ha servido como justificativo para demoler las clásicas instituciones que la acompañan, como la misma democracia. El caso reciente de Venezuela es aleccionador al respecto.
La historia puesta al servicio de un proyecto maniqueo, donde los americanos siempre son víctimas de algún saqueo o de alguna ofensa que debe ser resarcida. Donde nunca se tiene responsabilidad en la falta de progreso de sus sociedades, y siempre es mejor culpar a una potencia extranjera aún después de siglos de independencia política.
Sin embargo, la herencia colonial no es lo determinante para explicar la prosperidad de las naciones. La responsabilidad de las sociedades de su falta de progreso siempre es negada. Eso incluye la situación de marginalidad de los pueblos indígenas en la actualidad, a los cuales López Obrador no hace referencias. Siempre se busca desviar la atención hacia otros “explotadores”.
Con estas diatribas se busca distraer la atención de la ciudadanía de los problemas que realmente los afligen en el presente, en el caso mexicano: el narcotráfico, la violencia y la falta de prosperidad son los puntos cruciales a tratar y debatir. Al parecer no hay soluciones reales para esos problemas en el presente, incluido el tema indígena.
Con López Obrador se evidencia por sus tendencias a establecer políticas en oposición al capital privado, que no parece vislumbrarse un futuro positivo para la sociedad mexicana. Los gobiernos de izquierda siempre intentan reivindicar a los sectores desposeídos, por lo menos ocupan el centro de atención en sus discursos políticos.
Por ello comienzan a usar la historia y los referentes simbólicos para manipular a las sociedades. El problema es incluso cuando las academias, influenciadas por ciertas ideologías, se prestan a repetir esos discursos vacíos de contenidos y argumentos. Hay que construir una historia con una visión amplia de la realidad, no una sesgada por motivos ideológicos.
Una historia politizada al servicio de ciertas parcialidades colectivas no puede ser favorable. Latinoamérica debe mirar hacia el provenir, superar los constantes fantasmas del pasado que no aportan nada positivo, y asumir nuestras propias responsabilidades. Esto sería un cambio fundamental para afrontar los retos de un mundo globalizado.
El complejo de víctima no nos lleva a ningún camino positivo como históricamente se ha comprobado, una sociedad madura pone el acento en la construcción del futuro sin llevar a cuesta resentimientos o ideas revanchistas sobre procesos históricos ya superados. La conquista de América debe ser reinterpretada a la luz de los hechos de forma equilibrada, y no con una carga emotiva y victimaria que no perm ite su adecuada explicación y comprensión.
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