
19 Abr Investigación científica y reflexión epistemológica. Parte I
Luis Alberto Buttó
Para definirla con exagerado simplismo e incurriendo en evidente tautología, la ciencia no es otra cosa que la indagación y consiguiente construcción de conocimiento sobre la realidad natural y social, en aras de aportar elementos valederos que permitan la comprensión de dicha realidad y la necesaria transformación de la misma en función del gran objetivo de supervivencia y progreso del género humano, en el entendido de que tal conocimiento es acumulativo y progresivo; es decir, la realidad ahora conocida no había sido descifrada con anterioridad por la propia ciencia o lo había hecho de manera no enteramente satisfactoria hasta el momento en que se divulga el emergente conocimiento obtenido. El adjetivo «valedero» del conocimiento científico radica, fundamentalmente, en la sistematicidad del proceso a través del cual se arriba a él. Igualmente, el conocimiento en cuestión podría catalogarse de «verdadero», dando por sentado que se entienden las diferencias entre una y otra adjetivación.
La materialización en la praxis de la actividad científica, el acto concreto de llevar adelante con tino y éxito proyectos de investigación que permitan la estructuración y organización del conocimiento derivado, el cual se supone y espera sirva para la crítica transformadora de lo realmente existente, está imposibilitado de encontrar sano derrotero si previamente a la propia y concreta labor investigativa no se produce en el fuero interno del investigador un sostenido y agudo proceso de reflexión epistemológica, entendido y asumido éste como el desciframiento de las relaciones trascendentales que se producen entre el sujeto que pretende conocer y el objeto a ser conocido y la resolución de los problemas inherentes que el mencionado sujeto inevitablemente encontrará en el camino de construcción y desarrollo del conocimiento que como aspiración consume su afán de vida.
En otras palabras, más allá de las distintas etapas que conforman la investigación científica, harto conocidas vía los manuales universitarios (delimitación del problema, diseño de la metodología, etc.), destaca una fase que opera como antesala del trabajo de pesquisa echado a andar, en la cual se somete a escrutinio el conocimiento anteriormente alcanzado (estado del arte), de tal manera que, de ser necesario, se desmonten las prenociones erradas, insuficientes e incluso mal intencionados (el científico es humano y esa complejidad se refleja en actitud, comportamiento y acciones, como ocurre con cualquier otra persona) dadas a conocer y que, en caso de no revisarse con la profundidad y responsabilidad requeridas, seguramente obstaculizarán el acercamiento a la «verdad» deseada, anhelada y requerida, dicho esto dejando de lado, ex profeso, la pueril discusión referida a la supuesta relatividad con que tal verdad debe ser considerada.
En vista de lo anterior, podría argumentarse, en consecuencia, que al hacer ciencia se busca permanentemente conocer en contraposición o superación de lo conocido, derrumbando conocimientos mal o insuficientemente adquiridos y/o trascendiendo aquellos que por su intrínsecos esencia y contenido impiden o retardan el acto de sutilizar el propio conocimiento; huelga decir, perfeccionarlo hasta donde sea factible hacerlo. No otra cosa se está diciendo sino que el anunciado ejercicio de reflexión epistemológica constituye el mecanismo por antonomasia para identificar, aislar y/o execrar las prenociones que en comandita desfiguran la realidad de acontecimientos, hechos, fenómenos y procesos, al punto de haber servido de esquemáticas, dominantes y sumarias representaciones de la «verdad» conocida. Dicho de otra forma, toda investigación científica es inconsistente si no parte de un consciente acto de ruptura con la racionalidad subyacente en el conocimiento existente y con las propias prácticas investigativas que lo generaron y/o las cuales se establecieron a partir de éste. De lo contrario, es harto difícil encontrar el suficiente grado de garantía de que el nuevo conocimiento sirva para descifrar la esencia irrenunciable del objeto estudiado.
Lo expresado hasta aquí se sustenta en el reconocimiento de que, por encima de los obstáculos que representan la complejidad de los fenómenos estudiados y la propia debilidad para observar atribuible a los sentidos humanos, los entorpecimientos, confusiones, estancamientos y retrocesos más determinantes a ser hallados en el desarrollo de la investigación científica aparecen en el acto íntimo de conocer, al generarse una especie de limitación funcional desprendida de la inercia resultante de no acometer con prontitud y firmeza el consiguiente ensayo de cuestionamiento epistemológico que precede y preside la acción investigadora.
Ciertamente, las condiciones materiales (falta de financiamiento a proyectos; creciente pauperización de los investigadores; insuficiencias de acceso a bibliografía actualizada; etc.) pesan a manera de impedimentos externos y concomitantes para el avance de la ciencia y ello explica en grandísima medida, y sin mayor discusión al respecto, la brecha existente entre la ciencia que se produce en los países desarrollados y la que se obtiene en países atrasados. Empero, es oportuno y pertinente entender que el freno a una ciencia de avanzada puede descansar en el propio intelecto y entrenamiento del que acomete una pretendida investigación científica, si en su formación de base, por las razones que fuese, no se ha estimulado suficientemente la capacidad de procesar el pensamiento crítico que es consustancial al espíritu científico.
El punto es que frecuentemente son detectadas ciertas condicionantes sociales-académicas que influyen negativamente en la configuración de dicho tipo de pensamiento. El tema no puede descontextualizarse y sólo una visión naif del asunto llevaría a obviar el debate en torno a hasta qué punto las mencionadas condicionantes determinan el discurrir de la actividad científica. Hay, por ejemplo, marcos políticos cargados de ideología (visión distorsionada de la realidad en función del dominio social) que cercenan la creatividad científica, ya sea por la imposición que sobre su persona sufre el investigador desde el poder establecido, ya sea porque motu proprio decide alienar su pensamiento en función de alinearse con la cosmovisión reinante. Existen, igualmente, instituidas cofradías académicas que fungen como alcabalas por las que debe transitar el investigador si espera alcanzar algún tipo de reconocimiento a su desempeño, independientemente de la valía de tal desempeño. Aquí, de nuevo, el comportamiento asumido por el investigador puede ser voluntario o involuntario, por no decir forzado o deliberado.
En síntesis, en contextos como los descritos, que obviamente no son los únicos que entorpecen la investigación científica, es cuesta arriba emprender la imprescindible aventura de reflexión epistemológica que implica hacerse plena y maduramente consciente del quehacer científico para poder formular, con la profundidad y seriedad que el caso demanda, las interrogantes a que haya lugar en torno a la efectividad y rigor formal de postulados, teorías y métodos en boga y de una u otra forma validados con anterioridad, amén de determinar con propiedad qué objetos de estudio han de establecerse y cómo estos se abordarán adecuadamente.
Evidentemente, en lo arriba señalado, subyace cierto trasfondo ontológico y sociológico. En relación con lo primero, es perentorio comprender la inconveniencia y peligro de asumir a priori el objeto de estudio a abordar, desdeñando el irrefutable hecho de que éste, a fin de cuentas, resulta de la aproximación objetiva que el sujeto cognoscente haga sobre él. En relación con lo segundo, el investigador científico, en desarrollo o consagrado, debe ser consciente de la praxis cotidiana que lo envuelve y establecer con ella una relación realista y valiente que lo aleje de la tentación de ceder al confort y garantía de éxito que en teoría se derivan del encuadramiento con las ideas y conductas dominantes. De no proceder así, se verá en la obligatoriedad de armar una relación imaginaria con su propia actividad investigativa en aras de pretender validarla, cuando en verdad se mantendrá prisionero del abrazo de los demiurgos, lo cual puede resultar en el más castrador de cualesquiera obstáculos epistemológicos a listar.
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