Serie Revolución Bolivariana: Crónicas del mal. Crónica #12 El patriotismo herido

Ezio Serrano Páez

 

Serie «Revolución Bolivariana: Crónicas del mal».

Relatos sobre el daño histórico de un proyecto ideológico

 

Desde el año 2016 hasta el inicio del 2020, crucé la frontera colombo-venezolana muchas veces. Conocí rutas regulares e irregulares. Me mezclé con los caminantes y en ocasiones fui uno de ellos. Creo haber entendido plenamente lo que significa ser un sobreviviente. Algunas veces pensé en Murphy mezclado con Newton, el entorno me lo estaba indicando: La pobreza no se crea ni se destruye, sólo se transforma.

 

Pero las fronteras son realidades humanas, por eso encontramos en ellas la polarización del bien y el mal, lo terrible y lo sublime, la impiedad y la compasión. Alguna razón asiste al parafraseo de Murphy: los pobres de espíritu sólo transforman su pobreza, hasta el punto de llegar a convertirse en escombros humanos. Y es que, entre la sobrevivencia material y espiritual media otra ley: la del más fuerte.

 

Me convertí en un observador privilegiado de la transformación de la pobreza venezolana en la frontera. Nada de genialidad, ni proezas extraordinarias: simplemente tuve el privilegio de conocer a dos colombianos excepcionales, Martha y julio. Su apoyo moral y material me permitieron elevarme sobre la circunstancia. Gracias a su bondad casi infinita, hasta pude presumir de observador analista.

 

En agosto del 2015, Maduro ordenó la expulsión de más de 2 mil colombianos residentes en el lado tachirense de la frontera. El penoso cuadro que pudimos ver, mostraba hombres, mujeres y niños cargando sus enseres por caminos polvorientos, o vadeando el río Táchira. Los militares que ejecutaron la orden, procedieron a marcar los ranchos que luego fueron demolidos.

 

Quienes aplaudieron tal acción, en nombre de la patria de Bolívar, no podían imaginar que apenas meses después, serían venezolanos los que trillarían los mismos caminos polvorientos y atravesarían por el mismo río, aunque no por las mismas aguas. Si bien los caminantes venezolanos no deben pagar las maduradas de su ilustre casta gobernante, también es un hecho que la cortedad proverbial de su memoria, le impidió comprender porque algunos colombianos no los recibieron a golpe de tambora y redoblantes.

 

Entre el 2017 y el 2018 se produjo el estallido del torrente migratorio venezolano por distintos puntos fronterizos. La ciudad de Cúcuta es puesta a prueba en los distintos órdenes que involucran la dinámica urbana: economía, impuestos, circulación, seguridad, salud, viviendas y refugios, transporte, aseo, etc. El flujo migratorio hacia Colombia, en algunos momentos llegó a estimarse en 25 mil personas por día. Otras fuentes afirmaron hasta 50 mil.

 

Me encontraba frente a un drama que me pertenecía. Lo sentía propio a pesar de mi condición privilegiada. ¿Acaso sería el modo personal de experimentar el patriotismo? El patriotismo fue una pasión en mis tiempos de extremista. Tal vez estaba frente a una resaca. Debo reconocer que la notable presencia del morralito tricolor entre los caminantes, me despertó los escrúpulos políticos: ¿Cuántos de éstos sufridos connacionales ayudaron a cavar su propio foso?

 

Pero Martha y Julio no se complicaban con detalles tan tontos. Un día, mientras repartíamos almuerzos en la carretera Cúcuta-Pamplona, le pregunté a ella:

-¿Por qué lo haces?

-Porque son seres humanos- Fue su respuesta seca y aleccionadora.

 

Entendí que la conciencia sobre lo político, vale madre frente al sufrimiento humano. El mundo de las necesidades tiene su propia lógica, no necesariamente compatible con los esquemas políticos. El venezolano le huye al hambre. Sin importarle cuáles son sus causas. Sin estimar su nivel de responsabilidad en su propio drama. Nuestros paisanos acuden a la piedad para campear la miseria.

 

Un punto de observación excepcional lo constituyó el transporte público. Durante los cuatro años ya referidos, en Cúcuta utilicé el transporte público, concedido a empresas privadas. Podría contar por decenas las ocasiones en que usé ese servicio. Durante el primer año, fue notable la sensibilidad de los pasajeros. Los paisanos suben a las unidades, ofrecen golosinas, exponen su cuadro de pobreza, recitan un poema, demuestran un talento.

 

Durante el 2017 se hizo notable la solidaridad de los cucuteños. Las noticias sobre la resistencia de los venezolanos y sobre los crímenes de Maduro, parecían anunciar el resurgimiento del Patriotismo Heroico. Los venezolanos parecían dar cara a sus verdugos. Pero nunca logré escuchar alusiones a lo político, entre quienes subían a las unidades del transporte público.

 

Ya bien avanzado el 2018, pero sobre todo a lo largo del 2019, los cucuteños están agotados de tanto ejercicio de la caridad con los venezolanos. En un trayecto de seis cuadras, intentan subir al transporte no menos de tres menesterosos. Ya no se trata sólo de vendedores de golosinas. Los cuadros de miseria se hacen desgarradores. Mujer descalza con niño en hombros, hombre y mujer con dos niños, hombre con niños, Niño grande con otro más chico, mujer visiblemente embarazada con niño lactante, hombre con mujer visiblemente embarazada, etc.

 

Como expositores del drama humano y como afrenta a nuestro sentir patrio, pudimos ver: contador público de la Universidad de Carabobo (mostró el diploma) solicitando dinero para validar su título, médico bolivariano ofrece servicios: cuidador de ancianos. Mecánico sin herramientas ofrece sus servicios, si le prestan los hierros de trabajo. Un mago ofrece sus trucos para animar las fiestas. Payaso pinta caritas se ofrece para lo mismo.

 

Las prostitutas colombianas de la sexta avenida, mantienen pugilato con las venezolanas. A las primeras se les exige certificación sanitaria para ejercer la profesión más antigua del mundo. Las venezolanas cobran más barato y se santifican. Invocan a Dios antes de ejercer el oficio. En el hospital central, las parturientas venezolanas colman las camas. El gobierno otorga bonificación especial por atenderlas.

 

Las esquinas de los semáforos están copadas por el talento venezolano. El limpia parabrisas, el declamador con su cuatro o guitarra, el malabarista con bicicleta, el de los pinos, el de los limones, el que arroja fuego por la boca, la chica bailarina, el de los sancos con rebote, la pareja de acróbatas, el sordo mudo que hace morisquetas, los mariachis andinos con traje grasiento, el doble de Juan Gabriel, los del reggaeton a su medida.

 

Pero ninguno tan emblemático como el trío de música recia del llano. Las letras de sus canciones aluden al mundo bravío del llanero, a la tierra de los copleros indómitos. A pesar de reflejar un avanzado estado de alcoholismo, estos son émulos de Páez y Bolívar, de los trashumantes que nos legaron el gentilicio. Mi sentimiento patrio se hace añicos: el conductor del bus les impide subir, pero opto por seguir observando. Aprovechan el minuto de luz que otorga el semáforo. Al menos Guillermo Fantástico González concedía dos minutos en su Cuánto vale el Show. Los del trío de música recia del llano cargan el arpa, el cuatro y las maracas, es una escena muy triste. En la puerta del bus lanzan su emblemática melodía:

 

¡Aaaaaaa! Señores traigo un corrido de Pedro Pérez Delgado, el que llamaban MAISANTA, el último hombre a caballo…y por allí se van.

 

Muy mala elección musical. No solo porque nos hizo recordar al caudillo miserable, cuatrero del llano que mató al primer hombre, por venganza, a sus 12 años. Nos hizo recordar a Cristóbal Jiménez y su canto al oportunismo político constituyente. Nos hizo recordar al padre de la obra destructora de Venezuela. Nuevamente mi sentido del patriotismo hizo crisis. Pero fue una mala elección musical porque su extensión agotó el minuto del semáforo, el bus arrancó y nadie arrojó una moneda. La patria que sufre, empapada en alcohol, puede seguir alegre.

 

Referencias

Imagen: obra «Old blind man with boy# de Pablo Picasso

 

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