
08 Dic El falso problema de la desigualdad
Leonardo Osorio Bohórquez
En las sociedades actuales una de las razones principales que parecen impulsar varios movimientos de protesta es el “problema de la desigualdad”, parece un mantra que por sí solo no amerita discusión o debate, automáticamente se asume como una causa legítima de lucha para lograr un mayor bienestar general.
De allí se derivan enormes peligros para la libertad de las sociedades. Primero hay que entender porque algunos asumen que la desigualdad es un problema. Existen varios tipos de desigualdades, por eso es necesario realizar algunas aclaraciones conceptuales para evitar confusiones.
El asunto principal lo colocaremos sobre el ámbito económico, porque parece ser uno de los centros focales de diversas protestas en la actualidad. Para los liberales, la única igualdad posible es ante la ley, los derechos y deberes no pueden condicionarse a la raza, sexo o religión.
La misma condición humana es el origen de todo derecho natural. Por lo tanto, se establecen derechos individuales y no colectivos. A partir de allí, se acepta la diversidad y complejidad de los individuos, de acuerdo a sus propias metas, esfuerzos e intereses tendrán proyectos de vida particulares.
La desigualdad entonces es el resultado natural de toda economía de libre mercado debido a esa diversidad de la condición humana. En un régimen de libertad, es absolutamente imposible que todos tengan el mismo nivel de igualdad económica, por la sencilla razón de que unos se esfuerzan más o son más innovadores y capaces para desempeñarse en determinadas actividades.
A lo que se opusieron autores clásicos como Adam Smith, es a la desigualdad económica producto de privilegios a ciertos sectores e individuos. La desigualdad para ser justa, solo debía basarse en los méritos y capacidades individuales dentro de un sistema de igualdad de derechos.
En los sistemas socialistas, cuya aspiración máxima es la igualdad, incluso la cúpula gobernante logra enriquecerse por medio del saqueo a los ciudadanos. Por lo tanto, una igualdad absoluta en términos económicos, sociales o culturales nunca ha existido, ni es deseable que exista por muchas razones. No hay incentivos para tener un mejor desempeño si va a existir una igualdad de resultados.
Sin embargo, la gente es presa del resentimiento en muchos casos, y esto los lleva a apoyar consignas políticas con peligrosas ideas. Vemos en el caso de Chile como una de las razones principales para impulsar las actuales manifestaciones es por la desigualdad económica.
Nadie niega que la desigualdad exista, pero medir el éxito de un país por el grado de igualdad o desigualdad es un absurdo. En el caso de países como Venezuela, que hoy es más igualitario que cuando llegó Chávez en 1999, ¿es un país más próspero por eso? ¿Es un modelo a emular?
Cuba, Corea del Norte y los países que formaban parte de la extinta Unión Soviética reportan niveles de igualdad relativamente altos, pero con una calidad de vida muy baja. Chile no tiene mayor desigualdad que otros países, pero cuenta con una clase media muy sólida y numerosa.
Es imposible que en una economía todos sean ricos o clases altas, puede existir un buen nivel de vida general para las mayorías, pero siempre habrá negocios más exitosos que otros, y profesionales con mejor desempeño. En lugar de querer mejorar los ingresos económicos personales por medio de mayor trabajo e innovación, en la actualidad se opta por exigirle al Estado que redistribuya la riqueza.
Las sociedades se vuelven presas de falsos conceptos, la riqueza no es algo que se distribuye, simplemente se produce, por tanto, la solución para una economía nunca será la repartición de recursos ganados por otras personas, esto solo provocará que dejen de existir incentivos para la generación de riqueza.
Desde posiciones liberales, se ha intentado alertar sobre la falacia de la igualdad manejada en el discurso político de izquierda como expone Axel Kaiser:
La falacia de la igualdad en el discurso de izquierda radica en el supuesto de que la igualdad es intrínsecamente buena. Para los sectores de izquierda la igualdad es buena en esencia y por tanto debe ser la aspiración de todo proyecto político, económico y social y de todo esfuerzo intelectual. La falacia del argumento queda al descubierto con una pregunta muy sencilla: ¿Es siempre buena la igualdad?[1]
La obsesión por la igualdad ha llevado muchas veces a justificar grandes crímenes a lo largo de la historia, esto con el fin en algunos casos de avalar los saqueos y el despojo a lo ajeno. Esto se encubre por medio de conceptos como deuda social, justicia, igualdad, equidad, humanismo, solidaridad y toda clase de artificios conceptuales para ocultar las verdaderas acciones e implicaciones de tales aspiraciones igualitaristas.
Según Leonid Nikonov, la desigualdad es el proceso natural dentro de toda dinámica social y de mercado:
La desigualdad no es meramente el resultado normal de un intercambio de mercado. Es una precondición del intercambio, sin la cual el intercambio no tendría sentido. Esperar que los intercambios de mercado y, por consiguiente, las sociedades en las que la riqueza se distribuye a través del mercado, generen igualdad, es absurdo.[2]
Condenar el capitalismo por no lograr igualdad de resultados, no tiene sentido. Una sociedad libre siempre será desigual, una nación prospera en lugar de promover resentimientos hacia los que logran mayor progreso, más bien estimulará la admiración hacia aquellos que consiguen superarse con base en su esfuerzo y sus méritos.
Al parecer, actualmente las sociedades prefieren ser iguales aunque eso les cueste la libertad, aunque implique la deriva en un gobierno autoritario o se justifiquen protestas que saquean a los sectores comerciales. En el fondo, más que un ideal, el deseo de igualdad económica es fruto de la envidia y del resentimiento.
El capitalismo y la superación de la pobreza
La lucha contra la pobreza ocupa las agendas políticas de las principales organizaciones a nivel mundial. Desde la ONU hasta bancos de desarrollo se encargan de dictar lineamientos u ofrecer respuestas para solventar la crítica situación de los pobres en el mundo.
Parece ser que el consenso es que son las ayudas sociales y las donaciones un remedio eficaz para combatir la pobreza. Según el Banco Mundial, aquellas personas que viven con menos de dos dólares al día son considerados en situación de pobreza extrema. Pero a pesar de la creencia de las mayorías, la pobreza en realidad se ha reducido en el mundo.
La esperanza de vida ha aumentado considerablemente en la mayoría de los países, el acceso a servicios básicos como agua potable y electricidad, y la misma capacidad de consumo se ha elevado a niveles inimaginables. ¿A qué se debe tal progreso sin precedentes en la historia de la humanidad?
La respuesta sin dudarlo es a la expansión del capitalismo, el aumento de la libertad económica y el respeto a la propiedad privada fueron grandes motores del desarrollo. Sobre este punto no hay ninguna duda, cuando se empezó a poner un freno a la acción de los gobernantes sobre la vida de los hombres, se dio un proceso de creación e innovación con grandes resultados.
Sin embargo, pese a lo que la evidencia histórica demuestra, no deja de culparse al capitalismo del aumento de la pobreza en el mundo. Es el enemigo a vencer para lograr un mundo más justo y acabar con la desigualdad. De esa forma las tendencias marxistas y socialistas han sido incapaces de reconocer los méritos que subyacen a la acumulación de riqueza.
En el mundo contemporáneo son cada vez más los políticos “preocupados” por los temas de la desigualdad de la renta. En Estados Unidos se señala al llamado 1% que concentra la mayoría de los ingresos de esa nación como un reflejo de las injusticias del capitalismo. Pero todos esos prejuicios se sustentan en su mayoría sobre la base de conceptos errados.
Se asume a priori que la pobreza se debe a la acumulación de riqueza de unos pocos grupos. Es retomar un argumento clásicamente marxista, solo se puede ganar dinero y progresar a costa de la explotación de las mayorías sociales. De allí se deriva la condena moral a los ricos.
Bajo ese hilo conductor, se exigen políticas interventoras del Estado para mejorar la distribución de la riqueza y acabar con la pobreza. Pero Henry Hazlitt explica en su texto la conquista de la pobreza, que lo mejor que el Estado puede hacer para reducir la gravedad de los problemas de la pobreza y el paro es permitir y fomentar el funcionamiento del sistema de mercado libre.[3]
Pensar que el capitalismo es un sistema pensado solo para los ricos es desconocer la historia de la humanidad. Es el clásico antagonismo entre fines sociales e intereses individuales. Hay una crítica esencialmente moralista sobre los fundamentos del libre mercado.
La libertad de mercado históricamente permite mayor nivel de movilidad social, porque no pone obstáculos a la innovación para el libre emprendimiento ciudadano. El éxito individual a su vez, permite crear nuevas fuentes de empleos, oferta de bienes y servicios y pago de tributos.
A su vez la competencia que promueve el capitalismo, obligará a las empresas a intentar ofrecer los mejores precios y calidad para tratar de vender sus productos. Esto va directamente en beneficio de los consumidores como se observa en la mayoría de países desarrollados.
Algunos condenan la competencia porque supuestamente fomenta el egoísmo. Se contraponen principios de solidaridad presentes en economías no capitalistas como remedios para la injusta distribución de bienes. Pero se obvia que la competencia también implica siempre cooperación.
Otros afirman que la pobreza se acabará con donaciones o con la aplicación del llamado impuesto progresivo, para gravar a los que más tienen. Así se podrá gastar más en educación, salud o asistencia a los más necesitados con el fin de disminuir los índices de empobrecimiento sobre todo en los países del tercer mundo. Pero tales políticas hacen retroceder la tasa de inversión y las fuentes de empleo, verdaderos antídotos contra la pobreza.
Las tesis anticapitalistas, parten de la idea de que los grupos vulnerables no pueden prosperar debido a un sistema injusto. Esto implica negar la capacidad de inventiva y superación de los hombres, donde algunos en determinados momentos, tendrán mayores éxitos que otros. Como argumenta Rothbard reconocer el éxito ajeno es esencial, porque:
…en un mundo en el que esté desarrollada la diversidad individual, algunos hombres serán más inteligentes, otros estarán más alerta y otros tendrán mejor visión de futuro que el resto de la población. Y otros, por su parte, estarán más interesados en las áreas que proporcionen mayores beneficios monetarios.[4]
Promover el valor de la superación personal y la admiración del éxito individual es clave para la superación de la pobreza. Solo el capitalismo es capaz de aceptar los méritos como base fundamental de la creación de riqueza. No se trata de distribuir bienes sobre el criterio de la necesidad, sino del merecimiento.
Los que más trabajan, producen e innovan son quienes mejores beneficios reportan dentro de un mercado donde no existan privilegios para ninguna clase o grupo social. El capitalismo abrió un sin fin de oportunidades para las mayorías sociales, antes imposibilitadas de competir por la desigualdad ante la ley.
Se deben derribar muchos mitos sobre la causa de la pobreza en el mundo, uno de ellos es asumir que a mayor igualdad menor pobreza. Pero la desigualdad económica es un resultado natural de un mercado libre. Es el capitalismo el que mayores logros ha tenido para combatir la pobreza en el mundo, sobre la base del aumento de la productividad, el ahorro y la inversión.
La consolidación de un mercado cada vez más libre permitirá superar paulatinamente los problemas de miseria en el mundo. Para eso es necesario derribar los mitos construidos por corrientes socialistas e intervencionistas predominantes en el mundo y que llevan al diseño de políticas equivocadas. El capitalismo es la solución no el problema.
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