
21 Abr El enemigo como institución
Jhonaski Rivera Rondón
En la fugacidad de las palabras se haya un latente un poder de crear concesos, que con la disposición y difusión adecuada, puede tener consecuencias destructivas para mandar a toda una multitud al despeñadero, y ese despeñadero se llama socialismo.
En cierto momento el politólogo Aníbal Romero llegó a decir que el “espacio de la guerra es la política, y el espacio de la político es psicológico y social”, y desde hace tiempo esta realidad se supo aprovechar. El teórico de la guerra del siglo XIX, Karl von Clausewitz escribió en su obra, De la guerra, que “la guerra no es otra cosa que la continuación del juego político, con una mezcla de otros medios”[1].
Y de esta manera, genialidades políticas y sin escrúpulo llegaron a crear una maquinaria política, económica y social con un claro objetivo, la destrucción de la vida y la dignidad del hombre, bien sea que se denomine comunismo o socialismo, su fin es el mismo, valerse de la pobreza para enriquecer a unos pocos. Ésta macabra empresa se fermentó en el pensamiento de Lenin, quien encontró en la fraseología de Marx y Engels y las ideas de Clausewitz recursos para la maquinación de sus estrategias[2].
Lenin teniendo en cuenta el poder persuasivo de lo lingüístico y lo simbólico empleó recursos políticos, diplomáticos y económicos para socavar fundamentos morales e incidir en lo psicológico.
Una manera para develar el funcionamiento de los mecanismos simbólicos de los que se valen los comunistas y socialistas para tales fines es analizando su lenguaje político porque tal como dice el historiador John Pocock, con los lenguajes políticos:
“…estaríamos estudiando los elementos de la estructura social y las tradiciones culturales que se utilizan para legitimar la conducta social, así como el lenguaje y las ideas a las que recurre la comunidad social, así como el lenguaje y las ideas a las que recurre la comunidad para lograr sus metas.”[3]
De esta manera, se podrá entrar en los engranajes simbólicos de los que se vale el pensamiento de izquierda, en el que no solo se devela la especificidad histórica de una práctica política y de fines políticos de determinada comunidad, sino que también es posible adentrarse en profundos estratos históricos y existenciales que dan cuenta de la “repetición” de la historia, ya que en los distintos proyectos políticos comunistas y sociales tales como la URSS, la revolución sandinista y la revolución cubana, en ellas residen elementos estructurales que han sido compartidos por multiplicidad de experiencias a lo largo de la historia, en el cual el chavismo no es la excepción.
Entonces, la constante invocación, por no decir dependencia, de los que se han valido los regímenes socialistas y comunistas ha permitido ciertos comportamientos y objetivos políticos en el cual su lenguaje permite definir la realidad en buenos y malos, para poder sustentar su legitimidad a partir de una superioridad moral inherente a su ideal comunitario y social. Esto permitía dotar a su lenguaje de un tono combativo, para poder hablar de guerra en tiempos de paz[4]
Por tanto, se le agradece a Marx, Engels y Lenin ser los referentes para la exportación de la lógica del conflicto en el que se mantienen en constante asechanza ante la espera del cambio violento de la historia, en donde se han recorrido a abstracciones y estereotipos para poder modelar a sus enemigos, ya sea interno o externo, recurso que forma parte estructurante de su lenguaje, que al mismo tiempo le dan el piso moral en el cual pueden proceder política y socialmente, es por ello que sostenemos la idea de que el pensamiento de izquierda ha hecho del enemigo su institución.
Por ello analizaremos la dimensión psicológica y moral en la que opera el lenguaje político del comunismo y el socialismo, fomentando así una visión maniquea del mundo, haciendo posible los radicalismos, y además creando las narrativas en donde reparten los deberes y derechos de los agentes políticos. En tal sentido, utilizaremos la teoría psicológica del posicionamiento [Positioning theory] para el análisis de procedimientos discursivos de la izquierda, haciendo recurrente el uso de enemigos para el posicionamiento de los actores políticos.
La teoría del posicionamiento proveniente de la psicología social es un recurso que ha utilizado recientemente la ciencia política para el análisis de discurso, en tal sentido la teoría del posicionamiento trata con “cómo las personas usan palabras (y el discurso de todo tipo) para ubicarse ellos mismo y a los otros” (Trad. del a.)[5], entendiendo así que “es con las palabras que adscribimos derechos y los exigimos para nosotros y ubicamos deberes sobre otros.”(Trad. del a.).[6] Es así que tales actos de posicionamiento tienen directas implicaciones morales, ya que muchas veces el criterio en el que se sustentan tales posicionamientos se hacen en nombre de Dios, la ciencia, la Paz, el Pueblo o el Socialismo.
De tal manera determinados ordenes de moral permiten entender las narrativas en las que se conceptualiza el pasado, el presente y el futuro, en donde los derechos y deberes se reparten según determinados criterios, y en ello la teoría del posicionamiento identifica dos faces: La primera fase consiste en la atribución de cualidades de de la personalidad, intelectuales que se asocian con el referente biográfico de los individuos; en una segunda fase, son la definidas por la propia dinámica del grupo, que se constituye en la propia dinámica social, en donde la sola predisposición a cierta actividad ya te hace perteneciente al grupo, que además está sustentado en los criterios morales sedimentados por la comunidad.[7]
De ahí el énfasis en el carácter consensuado del posicionamiento en determinadas comunidades y regímenes políticos, dado que ambas faces se realizan en el marco de determinado orden moral establecido, cuyos conjuntos de creencias no solo señalan lo bueno y lo malo, sino que también inciden en el comportamiento social y la práctica política.
Un componente lingüístico que permite entender cómo las discursivamente las creencias inciden en los criterios y prácticas políticas lo explica el importante filosofo del lenguaje, L. Wittgenstein, con su categoría de hinges (bisagra), que refiere a determinados objetos cognitivos que sostienen la coherencia y verosimilitud del discurso, el cual cumple una función regulativa, más que normativa en el lenguaje[8]. Utilizando un ejemplo del mencionado pensador, él decía que la proposición “tengo dos manos”, es el presupuesto irreflexivo que permitía desarrollar un conjunto de actividades, tales como jugar ajedrez, manejar el carro, y así una cadena infinita de acciones y relatos, los cuales demuestra que los hinges forman parte de un patrón regulativo de determinado pensamiento, reduciendo así el esfuerzo persistente de duda[9].
Por consiguiente, son precisamente esos hinges del discurso que nos permite identificar una forma institucionalizada del enemigo en el pensamiento de izquierda, ya que de cierta manera ha sido la constante recurrencia a un enemigo, ya sea interno (pequeña burguesía o los traidores a la causa) o externo (el imperialismo, las transnacionales, etc.), que ha servido de hinges para el lenguaje socialismo comunistas, cuya moral ha definido determinadas formas de posicionamiento político, para poder así perpetuarse en el poder mediante la mantenimiento constante de la sensación del conflicto, de ahí que Lenin fuera el maestro de oratoria para hablar de guerra en tiempos de paz.
Es así que, Marx, Engels y Lenin, así como muchos otros, promovieron la universalización del conflicto como lógica inherente de los procesos históricos y sociales en el cual se sustenta los criterios de posicionamiento del pensamiento siniestro, el cual se ha valido de la invocación constante de enemigos, no solo para reafirmar una superioridad moral, sino para legitimar el uso violencia sin importar las consecuencias.
Es así que la repartición de deberes y derechos de los regímenes socialistas y comunistas son desproporcionados, donde encontramos un Estado que totaliza la realidad, e impone más deberes que derechos, colocando el deber en el mismo estatus de libertad, por ello que el psicólogo social W. Drabovitch refiriera al comunismo, al igual que el fascismo y el nazismo como: “…dictaduras implican lógicamente una esclavitud espiritual y material, a la cual queda sometido todo el resto de la población.”[10]
Las distintas experiencias comunistas y socialistas han demostrado a lo largo de la historia la necesidad de estar invocando algún enemigo para así mantener la situación de conflicto, el cual legitima sus acciones políticos y los criterios de posicionamiento, pero además, logran mantener la cohesión del pequeño grupo político, aumentando así su intensidad política.
Pero especialmente, 20 años de chavismo ha revalidado lo útil que ha sido el discurso del Pueblo como un hinges que sirve de componente central del basamento moral chavista: Es el criterio fundamental en el que se sustentaron los mandatarios para la repartición de los beneficios del derroche de bonanza petrolera; permitió crear mecanismos de control al invocar una fidelidad a un despersonalizado en el cual se disolviera todo principio de individualidad, y poder mantener una situación de conflicto en el cual se pudieran distinguir los buenos de los malos, en donde todo acto punitivo era valido con tal de salvaguarda la causa y la moral del buen revolucionario.
Ha sido así que sectores militares han podido tener cabida en el ámbito civil, para así poder ir socavando la libertad de gran parte de los venezolanos, y todo se ha valido en gran medida, por el referente institucional del enemigo que les brindo el socialismo y el comunismo.
[1] Fragmento extraído en James D. Atkinson: Política de la subversión. El frente comunista y la lucha política. Buenos Aires: Troquel, 1970. p. 17.
[2] Véase James D. Atkinson: Política de la subversión. El frente comunista y la lucha política. Buenos Aires: Troquel, 1970. p. 21.
[3] J. G. A. Pocock: Pensamiento político e historia. Ensayos sobre teoría y método. Madrid: Akal, 2011. p. 33.
[4] Véase Ibidem. pp. 18-21.
[5] “Positioning theory is about how people use words (and discourse of all types) to locate themselves and others.” Fathali M. Moghaddam and Rom Harr: “Words, conflicts, and political processes”. En Fathali Moghaddam y Rom Harr E. (Eds.). Words of Conflict, Words of War. How the Language We Use in Political Processes Sparks Fighting. Santa Barbara-California: Praeger, 2010. pp. 1-28. p. 2.
[6] [“It is with words that we ascribe rights and claim them for ourselves and place duties on others.] Ibídem. p. 3.
[7] Véase Ibídem. p. 8.
[8] Véase Ibídem. p. 16.
[9] Véase Ídem.
[10] W. Drabovitch: Fragilidad de la Libertad y Seducción de las dictaduras. Santiago de Chile: Zig-Zag, [¿1935?]
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