
21 Jul El chantaje político de los intelectuales: el opio del victimismo
Jhonaski J. Rivera Rondón
Para la transparencia de lo aquí planteado, resulta necesario explicar el problema que ha sustentado el desarrollo reflexivo de las siguientes líneas. En primer lugar la inquietud intelectual de la que he partido ha sido precisamente el actual socavamiento de los valores occidentales ante sucesivos oleajes escépticos, que nos ha dejado vulnerables ante los embates corrosivos del radicalismo antioccidental, poniendo en peligro nuestra concepción política sostenida en la libertad, el individuo y la democracia.
Ante esto, he decidido emprender la tarea de estudiar y analizar las distorsiones morales provocadas por el marxismo, el posmodernismo y el multiculturalismo, que en sus versiones más recalcitrantes, han agudizado la paradoja de la tolerancia, poniendo en peligro nuestro modo de ser occidental.
El primer paso al acometer tal sendero ha sido estudiar la constitución histórica del intelectual, que al ser una figuración muy propia de la modernidad, ha tenido una incidencia política bastante importante. Por ello, ante la responsabilidad que involucra la investidura laica depositada sobre el intelectual, resulta necesario tratar el conjunto de soporíferos a los que esta expuesta esta entrega y dedicación al pensamiento, el cual tampoco los hace invulnerable a los mitos constituidos por el pensamiento siniestro.
La finalidad de ello es precisamente analizar cómo el multiculturalismo no solo ha llegado a mitificarse, sino cómo ha llegado a constituirse como el nuevo opio de los intelectuales. De tal modo, que las sucesivas luchas por el reconocimiento de las minorías culturales han desvirtuado valores como la libertad, llegando a minar la propia democracia.
Como punto de partida proseguí con la lectura de libro del pensador francés, Raymond Aron, El Opio de los intelectuales, cuya propuesta precisamente gira alrededor de los mitos hipnóticos en los que han estado expuestos los intelectuales en el atractivo que tuvo (y aún tiene) el marxismo.
Esta preocupación canalizada sobre la figura histórica del intelectual se topó, más por razones de coincidencia, que por conveniencia, con la carta de los “intelectuales” publicada el pasado martes 16 de julio en apoyo a Juan Guaidó, en el cual se denuncia una “vil campaña” en su contra, y de allí que las propuestas de Raymond Aron resultaran pertinentes para su problematización y cuestionamiento.
Ello ha permitido analizar las prácticas políticas de los intelectuales, y cómo esto ha significado una traición a su razón de ser al involucrarse con intereses que detenta contra el respeto por la integridad, libertad y autonomía del individuo, rebajándose así a pasiones “terrenales” que degradan esta forma de vida entregada a la reflexión y al pensamiento.
Y fue precisamente dicha carta la que me permitió considerar un tipo de estrategia política en la que se involucra el intelectual, haciendo de la victimización el principal recurso de recapitalización política de un agente que pierde crecientemente confianza y prestigio, tal proceder lo hace por medio del chantaje y la manipulación. Dicha situación en el contexto político venezolano reafirmó mi convicción sobre la necesidad de problematizar a los intelectuales y su capacidad de marchitar la libertad mediante la niebla somnífera que exhalan los “…revolucionarios de gran corazón y cabeza ligera”[1].
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La figura del intelectual irrumpió progresivamente con mayor fuerza en el transcurso del siglo XIX, llegando al punto de demostrar como un individuo a partir del uso público de su razón es capaz de incidir con fuerza en el campo político, y el caso Dreyfus en Francia fue expresión de ello. De tal manera se cristalizó el modelo de intelectual comprometido, permitiéndole exportarse y metabolizarse “en cada realidad nacional”[2], especialmente en España, Italia y Latinoamérica.
La potencia política del intelectual radicó en la sacralidad arrebatada al monopolio religioso de la Iglesia en el Antiguo Régimen (anterior al siglo XVIII), de allí que la actividad intelectual se invistiera con una laica sacralidad, lo que conllevó al filósofo Julien Benda, a definir en 1927 a los intelectuales como:
“…todos aquellos, cuya actividad, en sustancia, no persigue fines prácticos, pero que, al solicitar su alegría para el ejercicio del arte, o de la ciencia, o de la especulación metafísica, en suma, para la posesión de un bien no temporal, dicen en cierto modo: “Mi reino no es de este mundo”.”[3]
Con ello el prestigio de los intelectuales consistió en el compromiso asumido con la verdad y la justicia, el cual se sustentaba en al postura crítica ante la realidad gracias a la autonomía que resguardaba y constituía su sacralidad, por tal razón que Benda sostenga que parte de la traición de los intelectuales ocurre cuando sucumben a las bajas pasiones políticas.
Estas pasiones políticas se encuentran en mayor medida cuando los intelectuales se topan con grandes intereses de por medio, lo cual puede desviar su trascendente actividad. Pero con el transcurrir del siglo XX, proliferan los medios de comunicación masiva, y la resonancia de la voz del intelectual adquiere mayor alcance, y consiguiendo así mayor influencia. De tal manera se pasó históricamente de aquel intelectual comprometido, un intelectual con dotes proféticos, para encontrar en este nuevo escenario de los mass-media al intelectual mediático[4]. De allí que la labor del intelectual este más expuesta a intereses, especialmente por su capacidad de “influenciador”, cuya primera instancia fue la radio y la televisión, y actualmente lo vemos en las redes sociales.
Bien claro señala el adagio, “a mayor poder, mayor responsabilidad”, y precisamente el poder mediático exige un mayor compromiso del intelectual con la verdad y la justicia, el cual se ve constantemente sometido a prueba por el juego de intereses en el que irremediablemente esta inmerso, por ello que la idea de la propia traición que pueda cometer el intelectual mantiene en vigencia el componente ético que involucra el uso público de su razón.
Entonces, llegados a este punto es posible tratar a la intelligentia de izquierda, porque ha sido ella precisamente la que mayor proyección mediática ha tenido, y quien mejor ha sabido explotar la opinión pública, y así lo revalida la preeminencia de autores zurdos publicados en el mercado hispano, y agrega Raymond Aron al respecto: “La pobreza aflige a tantos cientos de millones de seres humanos que una doctrina que promete la abundancia necesitará, durante siglos todavía, del monopolio de la publicidad, para cubrir el intervalo entre el mito y la realidad.”[5]
De allí que este monopolio que detentan los intelectuales de izquierda les permite proyectar una imagen de “abnegada causa altruista” en reconocimiento a los desfavorecidos y relegados del sistema, y con ello encuentran fundamentos para instaurar mitos políticos. Este procedimiento de mitificación manifiesta la traición de los intelectuales, porque tal como sostiene el propio Benda, esta condición de defensores de los desfavorecidos les ha permitido manipular la situación a su favor, acudiendo a una sutil emocionalidad encubierta con racionalidad, y ello precisamente les ha permitido justificar las pasiones políticas, tal como explica Julien Benda: “…cada pasión política esta provista de toda una red de doctrinas fuertemente constituidas, cuya única función es representar, desde todo punto de vista, el supremo valor de su acción, y en las cuales se proyecta, decuplicando naturalmente su poderío pasional.” [6]
Es así que los intelectuales de izquierda, en nombre de un predestinado altruismo, llegan a consentir regímenes autoritarios y despóticas a favor de la felicidad impuesta al pueblo, por ello que Benda definiera el siglo XX, que incluso es aplicable al nuestro, como “…el siglo de la organización intelectual de los odios políticos.”[7].
Y la constitución de esta organización manifiesta el grado de complicidad que puede llegar la traición de los intelectuales, llegando a desvirtuar e invertir valores, en donde lo bueno vendría a ser lo malo y lo malo sería bueno, esta disociación de valores es posible dado que: “La única izquierda, siempre fiel a sí misma, es la que invoca no la libertad o la igualdad, sino la fraternidad, es decir, el amor”.[8]
Esta fraternidad impositiva argumentada por los intelectuales es lo que favorece a las élites políticas llevar a cabo una doble moral, y en la explicación de esta práctica tecnocrática el filósofo liberal, Isaiah Berlin, explica al respecto mediante el análisis del pensamiento de Saint Simon, cuyo presupuesto consiste en asumir: “…que la mayoría de los seres humanos son estúpidos y casi todos obedecen a sus emociones, lo que debe hacer las élites ilustradas es practicar una moral y alimentar con otra a su rebaño de súbditos humanos”[9]
Y en este juego de doble moral la disociación de valores alcanza su mayor grado, porque los intelectuales al formar parte de este entramado de complicidades y encubrimiento político traicionan su autonomía y su integridad, y de allí que los intelectuales se integren a esta organización de los odios, tal como lo sostuvo Benda. Y con ello Aron señala un aspecto revelador sobre la izquierda, ya que tras: “…haber sido incapaz de alcanzar sus objetivos… el partido del movimiento ha inventado con posterioridad la lucha de dos principio: el bien y el mal, el porvenir y el pasado.”[10]
Y allí es como la estrategia política de victimización desplegada por los intelectuales viene a ser indicador de la incapacidad de una élite política de llevar a cabo sus objetivos planteados, y así es como se instaura el entramado de complicidades de los intelectuales. Y en esta copertenencia a la incapacidad política de una “oposición” dirigida por Juan Guaidó es que se podría entender las treinta y dos rubricas de los “intelectuales” que apoyan al presidente encargado.
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Maniqueísmo, manipulación y victimización es lo que irradia mencionada carta, cuya infamia registra la complicidad de unos individuos que invocan una supuesta intelectualidad para promover desahuciados intereses políticos, que lo único que ha hecho es ser parte del comercio del hambre de una importante población de venezolanos, sustrato que sostiene su “altruista” publicidad.
Una interpretación al hecho radica en observar en perspectiva el contexto político y económico en el que se realizan las exhortaciones de la carta, ya que el apoyo a Juan Guaidó también significaría el apoyo a las negociaciones realizadas con el gobierno, las cuales se hacen en condiciones de desventaja en donde hipotecar la dignidad no es garantía de elecciones transparentes y seguras.
Pero ante ese derroche de capital político que ha hecho Guaidó con esas negociones en Oslo y Barbados con el régimen, la carta del apoyo de los “intelectuales” apareció en un momento sumamente conveniente, donde parece que una organización del odio comenzara su operación, la cual consiste en la victimización y chantaje político.
Y parece ser que así fue como vendieron la figura de Juan Guaidó, como una victima, creando un punto de atención, intento inmediatista de recuperar capital político, dado que al situar a Guaidó como victima resultó que en el transcurso de la semana todos terminamos hablando de él, así sea que solo mencionemos su poco sentido del ridículo al mostrar sus dotes de “nadador olímpico”, no obstante, mal que bien, se logró el cometido de la organización del odio, terminamos hablando de él.
Pero el capital político así adquirido dura muy poco tiempo, al menos que la trama del espectáculo político se alargue lo suficiente para seguir manteniendo la atención de su público, pero los venezolanos están sumergidos en una extenuante espiral de sacrificios en donde el horror que presenciamos diariamente nos hace sensiblemente más emocionales, pero no más estúpidos, tal como lo plantea susodicha carta, negando nuestro pleno derecho de hacer uso del pensamiento crítico con justa sospecha, y además, ello no debe ser criminalizado, solo estamos preservando una de las pocas libertades que nos quedan.
El nivel de politización en Venezuela ha hecho notar no solo la imagen del intelectual mediático, sino del intelectual comprometido, en el cual hemos agregado a nuestra experiencia la propensión de su traición, susceptible a caer ante los intereses de una élite política, que se sintoniza con tranquilidad con la crueldad y el terror de un régimen chaviasta totalitario, el cual aplica una doble moral para disociar valores, haciendo ver la negociación de valores fundamentales como algo digno, sin importar nada lo que se concede.
Solo esas voces críticas, esos “guerreros del teclado” que aún insiste en resguardar ese último centímetro de integridad de su pensamiento autentico, que además invitan a reflexionar una situación y un país, parecen cuidar aún ese pequeño espacio de autonomía necesario para poder salir al encuentro del porvenir deseado de una sociedad venezolana liberal y democrática, y así superar el futuro instaurado por el chavismo, que solo pretende sostenerse en la animalidad sumisa e irreflexiva del hombre nuevo del “Socialismo del siglo XXI”.
Referencias
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