
21 Jun El alcance generacional de las decisiones políticas: La transición política como eslabón generacional
Posted at 04:01h
in Actualidad, Dossier "Transición y elecciones en Venezuela: visiones críticas"
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Jhonas Rivera Rondón
La democracia es un logro en la historia de la humanidad. Mucho tiempo pasó para perfeccionar la experiencia democrática griega hace más de 2.500 años. Ante los últimos acontecimientos nos preguntamos, ¿qué deben superar nuestras democracias? ¿De qué modo? ¿Cuál será la alternativa? Independientemente de las respuestas, hay que tener presente una de las transformaciones de la modernidad: el individuo como foco político fundamental[1]. Esto supuso que un Estado monopolizara la autoridad y rigiera el destino de toda una población bajo un territorio determinado, pero con un poder limitado. La igualdad ante la ley era necesaria. Este orden constitucional es compatible con la democracia, permitiéndole al individuo contar con su espacio privado en el cual desplegar su libertad, pero igualmente con el derecho y deber de intervenir en los asuntos públicos. Precisamente el voto de los ciudadanos en unas elecciones electorales contempla ese “enigma” democrático de la simultaneidad del deber y el derecho de los individuos. Un “enigma” que plantea una perfectibilidad de los sistemas democráticos.
Si se tratase de un individuo carente de todo lazo social, para este individuo atomizado, el voto sería un enigma. Pero como el hombre es un ser social, se encuentra con un mundo construido material, simbólica y lingüísticamente. La vida en sociedad aumenta nuestra posibilidad de sobrevivencia. Por tanto, así como el individuo es producto de vínculos sociales intergeneracionales, no puede desprenderse de ese encadenamiento de nexos de garantías y obligaciones que lo conectan al mundo social, donde pasado, presente y futuro se entretejen para la continuación de la vida humana.
Introducimos aquí la idea de personas futuribles para dejar ver la responsabilidad de nuestras acciones en el destino de los otros. En un futuro vendrán otras personas que dependerán de nuestras acciones, especialmente en el campo del ejercicio político. La democracia, en un amplio sentido, plantean esos eslabones generacionales. A veces, cuando observamos las acciones de nuestros líderes políticos o los resultados electorales, pareciera faltar el sentido de perspectiva. El inmediatismo alimenta los discursos políticos revolucionarios y redentores que llevan a fracasos catastróficos, crisis económicas, hambrunas, conflictos, etc.
Para proseguir, es necesario diferenciar entre la transmisión transgeneracional y la intergeneracional, donde “la primera se daría en generaciones sin contacto directo, abuelos e incluso ancestros no conocidos pero que marcaron la psique de los padres, son secretos, eventos no hablados, mientras que la segunda se produciría entre dos generaciones con contacto directo, es decir, de padre a hijo” [2]. El enlace generacional que establecemos tampoco puede reducirse al ámbito psicológico, también está el material. Esa realidad en la que nos desenvolvemos, crecemos y desarrollamos nuestras vidas[3] puede ser definida por las decisiones políticas que tomamos. Una realidad política y económica que otros en el mañana vivirán o padecerán.
El impacto del entorno político que le dejemos a nuestras generaciones es fundamental. Investigaciones han demostrado que ratones que han sido sometidos a shock eléctrico asociado con un determinado olor, provoca que sus crías desarrollen especial sensibilidad e irritación a ese olor. Esto muestra cómo las condiciones socio-ambientales a las que son sometidas un ser vivo pueden incidir en la generación siguiente. Resulta problemático trasladar este orden causal al mundo humano, pero no puede negarse tampoco su irrelevancia. Por ejemplo, en la hambruna holandesa a finales de la Segunda Guerra Mundial, la población pasó de consumir 2.500 kilocalorías diarias a 800-400 kilocalorías en el transcurso de 1944 a 1945. Estudios realizados en 1947 demostraron que los niños que nacieron en esa época desarrollaron problemas metabólicos, así como también cierta propensión a problemas psicológicos como esquizofrenia o mayor predisposición al stress[4]. Por lo que nos preguntarnos ¿Cuánto no afecta a las generaciones los fracasos de proyectos socialistas y comunistas?
Los eslabones generacionales crean entretejidos donde lo genético, psicológico, temporal y socio-ambiental. Juegan un papel determinante. Ante los malestares intergeneracionales que pueden crear precarias condiciones materiales, la apuesta electoral por determinado candidato o proyecto político, así como también una promesa inmediatista, sumerge a todos los ciudadanos en una responsabilidad directa con las personas futuribles. Responsabilidad que recae aún más en los líderes políticos en quienes depositamos nuestra confianza para regir el destino político del país durante un determinado periodo de tiempo.
Pensar en una transición política al igual que en una elección, implica una responsabilidad que puede considerada un eslabón generacional, pues de algún modo todos nos vemos vinculados directamente con esa decisión en el futuro. No obstante, es necesario insistir que esta perspectiva más que achacar culpas sobre errores del pasado, invita a tomar consciencia del alcance generacional de nuestras decisiones, que como individuos, tienen nuestros votos electorales y los procesos políticos que apoyamos. El derecho del voto implica una responsabilidad directa con el futuro. En condiciones favorables, un voto significa una apuesta, no se sabe si se gana o se pierde, pero se cree en unos determinados valores políticos que conforman un proyecto. Ese proyecto precisamente delinea la tendencia que va a tomar determinado gobierno. Entonces, si encontramos un discurso revolucionario revanchista, las promesas inmediatistas resultan una clara muestra de un vendedor de ilusiones.
Al ser la transición política, que ahora más que nunca la necesita el país, un eslabón generacional, pareciera que gran parte de nuestro liderazgo político venezolano es inconsciente de ello. Tal como señalaba el historiador Luis Castro Leiva, el discurso político es un discurso deliberativo que tiene por objeto el futuro, y en una contienda política, gana aquel que logre imponer su futuro[5]. Esto implica no hacer equivalentes la misma responsabilidad que pueda tener un ciudadano a la de un líder político que rige el destino de todo un país. Desde una perspectiva epigenética, incluso también existencial, una decisión política significa tener la potestad de decidir el destino de las personas así como algún momento nosotros lo fuimos, que vendrán al mundo y que algún día también decidirán su futuro (si es que nuestras decisiones se lo permiten).
Algo que pareciera obvio para el pensamiento político, parece inadvertido por otros muchos:la responsabilidad democrática con el futuro. El alcance prospectivo de nuestras decisiones políticas tiene que estar siempre presente. Por tanto, es cada vez más necesaria una ética inter y transgeneracional. Una ética que proporcione perspectiva a nuestras (futuras) democracias y que además reconozca a esas personas futuribles. Al respecto, las palabras de Pierre Rosanvallon son pertinentes:
“La afirmación de la voluntad general presupone para los revolucionarios norteamericanos o franceses una capacidad permanente -al menos en cada generación- de invención del futuro de manera tal que lo que una generación ha elegido libremente no se convierta para las siguientes en un destino inexorable.”[6]
Una transición política es un eslabón generacional donde se pone a prueba esa capacidad de construir el futuro, pero además, en donde además podemos pasar la llama de la libertad a la siguiente generación o, por el contrario, apagarla. Asumir un proyecto político democrático y liberal implica comprometerse con un futuro y, por tanto, a la suma de vidas en potencia que la conformarán y, en un posible mañana, también votarán. La voluntad general no la encarna una persona, se realiza en la medida que tomamos decisiones políticas, tales como el voto. No obstante, una abstención a votar también es una decisión política que rechaza el sistema, su menosprecio es uno de esos fallos sistémicos de nuestras democracias que también expresan una voluntad que merece ser escuchada.
Esa revalorización del futuro en la democracia amerita que estas adopten una perspectiva sistémica[7], que logren aproximarse a proyecciones inter y transgeneracionales. Pero especialmente, este valor por el futuro tiene que estar presente en la ética de nuestros gobernantes y líderes políticos. Y precisamente en esa necesaria revalorización del futuro, el filósofo Daniel Innerarity nos dice: “Uno de los principales desafíos de nuestras democracias, si quieren de verdad ser inclusivas, consiste precisamente en explorar las posibilidades de corregir este sesgo e institucionalizar de algún modo la consideración de los futuros votantes.”[8]
En la reconstrucción de un proyecto democrático, debe considerarse las garantías de estas personas futuribles, y así evitar de la mejor manera posible genocidios de posibilidades y de la libertad de esas personas del futuro.
En memoria del futuro de todas esas generaciones venezolanas que el chavismo y una parte de su población asesinó.
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