
02 Feb Comunicación política totalitaria: El “doble vínculo” como forma de dominación totalitaria. II parte
José Javier Blanco Rivero
La organización del poder y la codificación de la comunicación en la política venezolana durante la revolución bolivariana (1999-actualidad)
Existen muchas caracterizaciones del sistema político venezolano bajo el chavismo, a saber, régimen híbrido, autoritarismo electoral, autoritarismo competitivo, Estado fallido, Narco-estado, entre otros. Sin embargo, resulta esencial reconocer que todo empleo de taxonomías es limitado en tanto resulte ciego a la singular historicidad del poder en Venezuela. Y no sólo eso, el mero hecho de resaltar un rasgo sobresaliente del sistema y construir una conceptualización alrededor de ello, no constituye un método adecuado de conceptualización –aunque, ciertamente, produce un efecto “sensacionalista” que lo hace atractivo al público y, en este sentido, efectivo. Es necesario tener en cuenta que para comprender un sistema complejo hay que poner el acento en las relaciones y en el funcionamiento conjunto, más que en la caracterización de elementos y “estructuras” individuales.
La organización del poder en Venezuela durante el siglo XX ha sido un proceso guiado por la instrumentalización del poder a través de sanciones positivas. Los inicios de la explotación petrolera no sólo transformaron la estructura económica del país, sino que también crearon una nueva forma de organizar, instrumentalizar y simbolizar el poder. El poder político ha evolucionado entonces como un conjunto de estrategias, mecanismos e instituciones que logran imponer decisiones vinculantes a los miembros de la comunidad política, a partir de la administración de sanciones positivas. Los partidos políticos, la sociedad civil y los órganos del Estado se acoplaron en un “sistema populista de conciliación de élites”. Por otro lado, la capacidad de legislar se convirtió por antonomasia en el símbolo del poder –de allí la profusión de la práctica de gobernar mediante decretos-ley. Este estado de cosas ha sido descrito y estudiado hasta la saciedad mediante el concepto de Estado rentista, y hay que reconocer que la ciencia política venezolana ha creado un buen corpus de conocimiento sobre este tema[1].
Esta forma de organización del poder incide en la comunicación política no sólo en cuanto a su propósito de lograr la aceptación de las decisiones políticas, sino que también crea un conjunto de expectativas en cuanto a lo que se puede esperar de la política y de los políticos. Cuando las expectativas se estabilizan y se normativizan, se vuelven fuente de seguridad y certidumbre, de modo que cualquier decepción desencadenará revuelo, consternación, indignación y escándalo. El “contrato social” que surge de aquí estipula que los ciudadanos conceden apoyo político y lealtad a cambio de ser benefactores de políticas de redistribución o de ser compensados a través de mecanismos más informales.
Este esquema se ha acentuado durante el periodo de la revolución bolivariana, donde no sólo el aparato burocrático del Estado ha crecido (lo que no ha significado de ninguna manera mayor institucionalidad), sino que también se ha experimentado con nuevos mecanismos informales de participación en la renta que han generado complicidad, aquiescencia y lealtad. No obstante, el chavismo no se puede explicar sencillamente como una exacerbación del populismo, ya que durante este periodo el sistema político, así como el poder, han sufrido transformaciones considerables.
El chavismo es totalitario, pero con esto no estamos describiendo ni una forma de gobierno, ni una clase de sistema político, ni mucho menos algún tipo de ideología –aunque todos estos factores tienen algo que ver. El totalitarismo es un programa político palingenésico (es decir, que se fija como meta regenerar, reformar o reconstituir el cuerpo político, el tejido social, el “sistema”, etc.) que cuando se hace gobierno trastoca la codificación del sistema, así como la forma en que el poder se organiza, simboliza e instrumentaliza[2].
El programa político totalitario es como un virus que hackea el código gobierno/oposición del sistema político mediante la introducción de otro código, a saber, amigo/enemigo. De esta manera, la comunicación política queda circunscrita entre los límites del antagonismo existencial y la cooperación pasiva, sin posibilidad alguna de medias tintas. Esta estructura de la comunicación política va infiltrando las dinámicas institucionales en la administración pública, los poderes públicos, las FFAA, los partidos políticos y las organizaciones de la sociedad civil, ya que la aquiescencia con el proyecto revolucionario se convierte en un factor sine qua non para regular la membresía y la concesión de beneficios. Contrariar a la revolución equivale a declararse su enemigo a muerte y se justifica ser excluido de cualquier dádiva estatal, así como cualquier abuso en el uso excesivo de la fuerza o cualquier forma de violación de los derechos fundamentales. El resultado es que la posición comunicativa de “opositor” queda reducida a la nulidad política con la simple función de recrear la apariencia de juego democrático.
De este modo, la organización del poder cambia radicalmente su rostro. El propósito de las organizaciones estatales ya no es servir meramente de canales para la redistribución de la renta y prestar servicios públicos más o menos eficientemente, sino que se convierten en instancias de control y adoctrinamiento; inclusive, se utilizan como bienes que se pueden enfeudar a sirvientes leales (nacionales o extranjeros) o a “organizaciones irregulares” con las que se quiera trabar una alianza, y cuyo dominio se le puede retirar ipso facto en cualquier instante. Dicho de otra manera, la estructura misma del Estado se emplea como objeto de una política que ya no es redistributiva, porque no atañe fundamentalmente a las masas, sino que es clientelista en su sentido más auténtico. Esto trastorna, obviamente, el propósito y funcionamiento de los organismos del Estado y del Estado mismo, comprometiendo su funcionalidad.
La administración de sanciones positivas, aunque sobredimensionada por las exorbitantes ganancias petroleras de las que gozó Chávez, se ha visto desplazada con Maduro por la nueva preponderancia de la imposición de sanciones negativas. Es decir, los organismos represivos han cobrado mayor protagonismo, de modo que el anterior “contrato social” ha devenido en una relación mucho más asimétrica. Podría pensarse que tal fenómeno es resultado del declive de las ganancias petroleras y de la virtual bancarrota de las finanzas públicas. Sin embargo, el gobierno de Maduro ha tenido varias oportunidades para intervenir efectivamente en la economía e incluso de mejorar el funcionamiento de los mecanismos redistributivos como el CLAP. No lo ha hecho y la causa no es meramente ineficiencia o la falta de facultades cognitivas del presidente, sus ministros y asesores. Se trata de que la tendencia del poder totalitario consiste en reducir la voluntad individual mediante la implementación de técnicas de dominación total, y no existen mecanismos más eficientes de sujeción que el hambre y la intimidación mediante la violencia física.
Los símbolos del poder también han cambiado. Aunque existe un factor de continuidad representando por la retórica bolivariana (muy marcada con Chávez, no tanto con Maduro), el símbolo del poder con el chavismo se ha convertido, casi como en las monarquías europeas en los albores de la modernidad, en el cuerpo mismo del gobernante. La unidad del sistema está representada en su líder; el vigor del sistema se juzga por la autoridad del líder; la estabilidad del sistema por su liderazgo indiscutible. De ahí la obsesión del sector oficialista con el magnicidio y la insistencia de sectores de la oposición en explotar todas las oportunidades que signifiquen atacar la persona del gobernante (nacionalidad, juicio en Corte Penal Internacional, destitución, renuncia, etc.).
El doble vínculo y el entrampamiento de la oposición
Una de las cosas que hace relevantes las siguientes reflexiones es que suele haber una carencia teórica sobre el rol de la oposición en los sistemas políticos[3]. Sin embargo, como hemos subrayado, debemos tener precaución de no hacer nuestros puntos de vistas demasiado apegados a las experiencias inmediatas con la política y, por consiguiente, sumergirnos en las pasiones, afectos y prejuicios que suelen dominar la psique humana en su comportamiento grupal-tribal. Por ejemplo, cuando en el discurso público se critica a la oposición es fácil caer en uno de los siguientes extremos: demandar unidad, porque solo unidos podemos lograr nuestras metas, y escandalizarse ante cualquier disenso por cuanto contraviene el propósito superior de mantener la unidad; o denunciar en cada gesto, en cada palabra, en cada imagen, la evidencia del colaboracionismo, la traición, la mentira y el engaño. En realidad, el problema de la oposición venezolana es más complejo de lo que nos hacen ver algunos analistas por la televisión y los twitteros por las redes sociales.
En concordancia con lo que venimos argumentando, la conducta de la oposición depende de las estructuras que codifican la comunicación en un sistema político que ha sido contagiado por un programa político totalitario. Es decir, las posibilidades de acción y discurso están limitadas por la configuración de una situación estratégica que ha creado deliberadamente el poder totalitario para persistir en el tiempo.
Con el objeto de describir la forma en la que está configurada la comunicación política totalitaria, recurriremos al concepto de “doble vínculo” desarrollado por Gregory Bateson con el propósito de explicar la lógica que guiaba la conducta esquizofrénica. Uno de los grandes aportes de Bateson al estudio de la mente humana, consiste en haber enfatizado que los problemas psicológicos son problemas comunicativos, que muchos de estos problemas comunicativos tienen que ver con el aprendizaje, y finalmente, que el aprender a aprender (deutero-aprendizaje) es un rasgo destacado de los organismos inteligentes y que se constituye formando una jerarquía de tipos lógicos. Es decir, el hombre desarrolla una conducta adaptativa frente a su entorno mediante la cual tantea cómo manejarse frente a determinadas situaciones a través del ensayo y el error; dado que el error es costoso (no sólo en términos de tiempo, sino en términos físicos y psíquicos) existe un mecanismo de segundo orden que efectúa comparaciones y crea categorías que le permiten afrontar determinado tipo de situaciones de determinada manera (tipos lógicos). Estos mecanismos generan hábitos, cuya ventaja consiste en mejorar la adaptabilidad porque reducen la incertidumbre y facilitan la realización de tareas relevantes y esenciales para el hombre en el contexto social y ecológico en el que se desenvuelve[4].
Se produce un doble vínculo cuando, tanto por predisposiciones genéticas como por factores externos, un individuo confunde sistemáticamente los tipos lógicos resultando incapaz de comportarse adecuadamente en los contextos correspondientes. Por ejemplo, cuando un niño es recompensado por determinada conducta y sucesivamente, ante la misma conducta y el mismo contexto, es castigado con severidad, el niño pierde la capacidad de aprender a discriminar contextos y contextos de contextos, es decir, no sabe qué es lo que debe hacer en qué situación y si será recompensado o castigado, desarrollando lo que Bateson llamó un síndrome transcontextual[5].
De manera análoga podemos decir que la lógica totalitaria que infecta al sistema político, viene a ser el condicionante externo que compromete las capacidades adaptativas y de aprendizaje de la oposición. Ante un contexto donde la oposición se encuentra frente a instituciones aparentemente democráticas, tales como una división nominal de poderes, la realización de elecciones periódicas en todos los niveles del poder público y una relativa libertad de prensa, los partidos políticos de oposición se comportan echando mano de los recursos, conocimientos y estrategias propios del juego político democrático. Sin embargo, en realidad no se encuentran frente a un contexto genuinamente democrático, puesto que si bien, en apariencia, existe la posibilidad de ganar las presidenciales y terminar con la revolución, en la práctica tal posibilidad está obstaculizada por una infinitud de estratagemas que ya todos conocemos bien. Aunado a ello, la lógica totalitaria subvierte el código del sistema a través de una suerte de chantaje, a saber, partiendo del conocimiento de que, por genuina convicción y/o por imposibilidad material, los opositores a la revolución no harán uso de la violencia física para tomar el poder, se dispone el escenario para que la única alternativa plausible sea justamente el ejercicio de la violencia física. Este dilema tiene el efecto de entrampar a la oposición, al obligarla, casi en cada decisión que tome, a contradecir sus propios principios y convicciones o a decepcionar ampliamente a sus seguidores que aspiran a una “salida”.
De modo que el dilema entre negarse a sí mismos como oposición democrática, adoptando conductas, estrategias y modos de pensar no democráticos, o bien, resistirse ante tal provocación y optar por alternativas que poco logran o incluso enfrentarse a la obligación de generar alternativas prácticamente ex nihilo, se convierte en un redil que constriñe y amilana cualquier posibilidad de acción y discurso que busque perfilarse como alternativa ante la revolución bolivariana. El resultado es una suerte de conducta “esquizofrénica” de la oposición, por cuanto le resulta muy complicado extraer lecciones de los ensayos anteriores y determinar qué cosa fue un error y qué no. Por ejemplo, se ha participado en elecciones regionales y locales y se han ganado gobernaciones y alcaldías, e incluso, la Asamblea Nacional, por tanto, ¿qué demuestra esto?: ¿Que las elecciones son más efectivas que las “guarimbas”? ¿Que no se trata de una genuina dictadura? ¿No demuestran tales victorias electorales que se puede derrotar al gobierno con sus propias reglas? Tales preguntas y sus dilemas surgen, por así decirlo, de la confusión deliberada de contextos democráticos y no democráticos. Como consecuencia se desatan conductas al filo de la fobia las cuales se destacan por retóricas del tipo: no “pisar peines” puestos por el gobierno a través de sus “laboratorios”; no “dividir a la oposición/unidad democrática”; no ser “opositor de la oposición”; ser un “radical” violento, o peor aún, un radical de sillón o “guerrero del teclado”.
Es así como se produce la dominación total a través del discurso; es así como se teje una maraña en donde siempre se retorna al mismo punto, a saber, al irresoluble asunto del uso de la violencia para reconquistar el poder. ¿Cómo puede la oposición salir de este embrollo y qué consecuencias tendrán tales prácticas, no sólo para la evolución política en Venezuela sino en la región? Sólo el tiempo lo dirá.
Sorry, the comment form is closed at this time.