Comunicación política totalitaria: El “doble vínculo” como forma de dominación totalitaria. I parte

José Javier Blanco Rivero

 

La dominación total, como pretensión normativa y como forma de organización del poder en los regímenes totalitarios, habitualmente se concibe en términos del uso de la violencia física y psicológica para aplanar la individualidad y la libertad humana. No obstante, buena parte de la comunicación política totalitaria transcurre bajo formas más sutiles, es decir, más allá del campo de concentración/ prisión, el espionaje y la represión, existen un conjunto de dispositivos discursivos que entrampan al discurso político en una maraña de contradicciones, dilemas y paradojas que socavan a la oposición política desde sus mismos cimientos. Con el propósito de exponer el funcionamiento de este mecanismo en el caso del proyecto totalitario instaurado por el chavismo en Venezuela, se echa mano del concepto de “doble vínculo” desarrollado por Gregory Bateson para explicar la esquizofrenia. Se concluye que el doble vínculo sirve para explicar los dilemas en que se ve envuelta la oposición venezolana como condición de que se le permita co-existir con la revolución bolivariana.

 

Tal como en la medicina, también en la política es necesario dar con el diagnóstico correcto para poder encontrar la solución adecuada a un problema. Si erramos en el diagnóstico, difícilmente podamos dar con la solución. En este orden de ideas, es de suma importancia reconocer qué clase de amenaza se está enfrentando, es decir, así como el médico ha de reconocer el agente patológico que causa la enfermedad, el estudioso de la política ha de identificar las causas que explican el comportamiento del sistema político.

 

Como mínimo existen tres factores críticos para juzgar el estado de salud del cuerpo humano, a saber, la temperatura corporal, la frecuencia cardiaca y la presión arterial. De manera análoga, también en el sistema político existen variables críticas cuyo comportamiento incide en el devenir del sistema y que es imprescindible monitorear. Tales son la forma de organización del poder y la forma en que el sistema ejecuta su función, a saber, tomar decisiones vinculantes colectivas.

 

Casi todas las teorías de la política coinciden en el señalamiento de estas variables, aunque difieren en las conceptualizaciones, los indicadores que usan y la forma en que conciben el funcionamiento de tales variables en el conjunto del sistema. No es poca cosa, pues esas diferencias marcan la distancia entre un buen diagnóstico y uno que no lo es.

 

El problema con la política es que, a diferencia de la medicina, cualquiera cree saber de política. Cuando un médico presenta el diagnóstico de una patología, el paciente no suele contrariarle, sin embargo, la opinión de un experto en ciencias políticas no es taxativa, de hecho, es sólo eso: una “opinión”. Es cierto también que cualquier mortal juega a realizar diagnósticos sobre enfermedades, pero el científico de la política no tiene la autoridad social del médico. Es más, en la mayoría de las ocasiones un periodista bien informado sabe mucho más sobre los tejemanejes del poder que el mismo estudioso, por ende, es casi imposible que el científico político pretenda la misma autoridad del médico –e inclusive, a la hora formar opinión, del periodista.

 

Por otro lado, a diferencia de la medicina, difícilmente puede la ciencia política prescribir remedios. Toda prescripción inevitablemente se basa en asunciones normativas que reflejan los valores de quien emite el juicio, en vez de una solución efectiva y conocida ante determinado problema. En todo caso, lo que le queda al estudioso de la política –y ésta es la tarea de la filosofía política– consiste en ahondar sobre la idoneidad de determinados valores y examinar la dimensión y rango de sus pretensiones normativas de validez. El problema es que, al final del día, los valores se defienden como convicciones, no proveen argumentos sino interpelaciones a la consciencia; y por más universalidad que se les quiera achacar a tales valores, siempre hay forma de relativizarlos. Lo peor de todo es que cuando los valores se convierten en absolutos, dejando de lado la casuística o cualquier otra consideración y matiz, terminan por provocar una lógica totalitaria. Todas estas reflexiones nos obligan a pensar que, aún hoy, resulta difícil decir en qué consiste la pretensión de conocimiento científico de la política y en qué medida pueden emplearse los conocimientos generados por la ciencia política para transformar la realidad política.

 

A pesar de la incapacidad de la ciencia política para prescribir soluciones, es ciertamente posible y realista pretender realizar buenos diagnósticos. En este orden de ideas, las reflexiones que aquí se exponen parten del supuesto que el conocimiento científico sobre la política es de un rango distinto a la experiencia social con la política; que los mecanismos psicológicos y cognitivos que guían nuestra conducta política, no representan una guía fidedigna para la comprensión o descripción científica de la política en un mundo globalizado. Y es que, tal como se argumenta desde la psicología evolutiva, el hombre moderno tiende a concebir y actuar en política como si se tratase de las sociedades tribales de miles de años atrás[1]. El zoon politikon moderno vive en un mundo global, pero tiene una mentalidad local.

 

La ciencia política moderna, en consecuencia, debe proveer herramientas de análisis aptas para aprehender el gran nivel de complejidad y diferenciación de la sociedad-mundo contemporánea. Por ende, el conocimiento científico de la política, a diferencia del saber práctico sobre la política, resulta fundamentalmente teórico y contra-intuitivo.

 

Existe un amplio abanico de opciones teóricas. Si partimos de una teoría sistémica de la política[2], ¿qué nos dice esta sobre el poder y sobre la función política? El primer factor que debemos tener en cuenta consiste en cómo está organizado el poder. Mientras que el segundo factor se interroga por la forma en que está codificada la comunicación política de modo que pueda cumplir su función[3].

 

Probablemente el auditorio se interrogue sobre el significado de estos conceptos o les atribuya significados previamente conocidos y/o que los deduzca recurriendo a su experiencia. Por ejemplo, podría pensar que el sistema político está compuesto por elementos y que éstos serían las personas, los partidos políticos, los grupos de presión, los organismos públicos, entre otros. Podría pensar en el poder como una facultad o capacidad que posee alguna persona, alguna clase de autoridad que un grupo confiere a uno de sus miembros, o bien, algún tipo de relación entre grupos sociales mediada por la capacidad circunstancial que cada uno de ellos posee para imponerse sobre los demás. Podría pensar en la comunicación en términos meramente lingüísticos o en términos técnicos, es decir, como el problema consistente en hacer llegar un mensaje de un punto A, a través de un canal C, hasta un punto B.  Sin embargo, todas estas intuiciones están demasiado cerca de la experiencia para sernos de utilidad –sin que ello las descalifique como fuente de datos, percepciones, e inclusive, de conceptualizaciones susceptibles de reciclarse.

 

Vamos a partir del supuesto que la sociedad moderna es una sociedad-mundo que está integrada no por personas, sino por comunicaciones. La persona será descrita como un constructo comunicativo, como un conjunto de expectativas y pretensiones puestas a disposición para la atribución individual; mientras que el hombre, en su realidad biológica, se lo hará formar parte del entorno social –un entorno vital, ciertamente, porque sin hombres no habría sociedad. Sin embargo, decir que como no puede haber sociedad sin hombres, entonces la sociedad equivaldría al comportamiento de un grupo de hombres, es el producto de una falacia derivada del razonamiento silogístico. Lo social posee una propiedad cualitativamente distinta, y esa propiedad es la comunicación.

 

Hay que reconocer que la comunicación interhumana implica en buena medida el uso del lenguaje, sin embargo, cuando estamos hablando con otra persona está ocurriendo mucho más de lo que nos estamos diciendo, y todos esos elementos (gestos, tonos de voz, lenguaje corporal, contexto social, aspecto físico, estatus social o roles de los interlocutores, etc.) forman parte del proceso comunicativo. No obstante, la comunicación social implica mucho más que el lenguaje y la interacción, pues los sistemas sociales evolucionan gracias a la diferenciación de medios de comunicación. El lenguaje es sólo uno de ellos, pero existen muchos otros; algunos de ellos estamos acostumbrados a verlos como tales, como la imprenta o el internet, pero otros no tanto, como el poder o el dinero[4].

 

La evolución del poder como medio de comunicación ha resultado esencial para la diferenciación de un sistema funcional para la política. Dicho con otras palabras, sin un poder que pueda separarse de la mera influencia y/o autoridad social, la política no podría reconocerse como una actividad social diferenciada de la religión, la ciencia, la economía, etc. Hablar del poder como medio de comunicación tiene grandes ventajas, pues evita la confusión de los recursos de poder (capacidad de ejercer violencia física, riquezas, dotes de carisma o liderazgo personal) con el funcionamiento del poder mismo. El poder es un medio de comunicación porque funciona bajo la delimitación de un conjunto de condiciones, a saber, estaremos hablando de poder siempre que el proceso comunicativo tenga que ver con la búsqueda de la aceptación de determinada información como premisa de comunicaciones futuras, mediante el condicionamiento de la conducta comunicativa a través de la amenaza, latente o manifiesta, con la imposición de sanciones negativas (el ejercicio de la violencia física) o positivas (la concesión o retiro de prebendas, favores o beneficios).

 

El poder debe organizarse, instrumentalizarse y simbolizarse de modo que pueda hablarse propiamente de poder político. La simbolización del poder no sólo se refiere al uso de signos, símbolos o íconos para representar la unidad de mando, autoridad, majestad, etc., sino, en un nivel más profundo, al hecho de que el poder como medio de comunicación se estabilice, que se convierta en una estrategia confiable y frecuente de lograr la aceptación de la comunicación. La instrumentalización tiene que ver con los mecanismos mediante los cuales se ejecutan las sanciones, por ejemplo, una red clientelar es un mecanismo de distribución de sanciones positivas. Por último, la organización del poder significa la regulación del acceso a la facultad de tomar decisiones vinculantes mediante la creación de reglas de membresía y roles con sus respectivas funciones. La forma de organización del poder está condicionada por la prevalencia de algún mecanismo de instrumentalización: el predominio de mecanismos de sanción positiva dará lugar a formas populistas/clientelistas de organización del poder, mientras que el predominio de las negativas puede dar lugar a formas autoritarias. Entre los tres la organización es el elemento crítico, puesto que en torno a tal proceso pivotan las demás dinámicas.

 

Por otra parte, un sistema funcional para la política emerge gracias a la diferenciación de la comunicación política frente a otro tipo de comunicaciones sociales. Esto ocurre a partir de un proceso de codificación en donde el poder juega papel preponderante. Gobernante/ gobernado y gobierno/oposición son códigos binarios que enclaustran cualquier tema dentro del redil político. Los códigos sirven para diferenciar los procesos comunicativos permitiendo organizar las estructuras de expectativas al reducir la incertidumbre sobre lo que se puede esperar y lo que no se debe esperar. Los sistemas funcionales no sólo están codificados binariamente, sino que también desarrollan programas que complementan el código. El código es una estructura invariable del sistema, mientras que el programa representa en elemento variable. A través de los programas se introducen nuevos temas de acuerdo a los problemas, sensibilidades o preocupaciones que se hagan presentes en la comunicación social y que se haga urgente tomar decisiones que vinculen obligatoriamente a determinada colectividad con relación a los mismos[5] (nótese que constituir colectividades es una prestación de la política y no del sistema social per se –confusión que se deriva del hecho de que la historia de la teoría política concibió la unidad política en términos de la realización de un pacto o contrato social). La toma de decisiones vinculantes, así como el proceso que la precede y la sigue, constituyen el quid de la comunicación política.

 

Referencias

[1]Michael Bang Petersen, “The evolutionary psychology of mass politics”, en S. Craig (Ed.), Applied Evolutionary Psychology, Oxford, Oxford University Press, 2012, pp. 115-130.

[2] Javier Torres Nafarrate, Luhmann: la política como sistema, México, FCE, 2004.

[3] José Javier Blanco Rivero, “De la teoría de las formas de gobierno a la evolución del poder”, Papel Político, Vol. 22, No. 2, 2017: 395-425.

[4] Niklas Luhmann, La sociedad de la sociedad, México, Herder, 2008.

[5] Torres Nafarrate, Op.cit.

Imagen:  Obra «Premonición Guerra Civil», 1963, de Salvador Dalí

 

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