Cohabitar

Bernardino Herrera León

 

Se trata de una tesis predominante entre las fuerzas políticas mayoritarias del actual arco de la Asamblea Nacional venezolana. Llamemos cohabitadores a sus seguidores. Y pasemos a identificar algunas de las diversas modalidades y gradaciones de los seguidores de esta tesis.

 

Todas las variaciones de cohabitar comparten un argumento común: aceptan que el chavismo es una importante fuerza política, que ha llegado para quedarse y con la que, por tanto, es preciso aprender a convivir. Con este argumento los cohabitadores rechazan a los “radicales”, así llaman a quienes están en desacuerdo. La democracia, sostienen, debe dar cabida a todas las ideologías. El problema en que las ideologías no suelen ser compatibles con la democracia.

 

Pero la acusación de radicales a quienes aspiran la erradicación del chavismo es un tanto exagerada. Existe una tendencia internacional que propone criterios de admisión en los sistemas democráticos, estableciendo condiciones para la participación. Así ocurre en Alemania, con el nazismo. Y desde diciembre de 2015, en Ucrania con el comunismo. Otros países, en especial los que sufrieron los regímenes socialistas, prevalecen prohibiciones a los símbolos fascistas, comunistas y otras simbologías totalitarias. Se trata de un movimiento mundial que aspira excluir de la política a los grupos políticos cuyas doctrinas se basen en el totalitarismo. Incluyen a personas involucradas en la corrupción, fraude y delincuencia. Es un debate de mucha actualidad. Por ahora, la tienen ganada los anti-totalitarios, en aquellos países que han sufrido sus desastrosos regímenes.

 

En Venezuela, la corriente cohabitadora más extrema, la representan un grupo de partidos y organizaciones y personalidades como Avanza Progresista, que lidera Henri Falcón. El Movimiento al Socialismo, MAS, que dirigen Segundo Meléndez y Felipe Mujica. También el llamado “chavismo democrático”, que entre otros movimientos destaca Marea Socialista, dirigido por Nicmer Evan. Además, personalidades como Eduardo Fernández, Claudio Fermín y Jesús Torrealba. Todos ellos sostienen que es posible reconciliarse con el movimiento chavista, una vez supere su liderazgo negativo. Algunos piensan que el chavismo se torció con el ascenso de Nicolás Maduro al poder, luego de la muerte de Hugo Chávez. Consideran que la solución a la crisis política venezolana sería la convocatoria de elecciones, en las condiciones que se presenten.

 

Y en efecto, estos grupos participaron activamente en las elecciones regionales de diciembre de 2017 y en las dudosas presidenciales de 20 de mayo de 2018. En ambas, no lograron absolutamente nada, salvo barnizar de legitimidad dichos procesos, claramente controlados por el régimen chavista. No obstante, estos grupos continúan activos apoyando la línea de la negociación con el régimen para lograr la convocatoria a elecciones. Las que sean. Piensan que una vez se supere la polarización política, causa de los males políticos del país, la democracia volverá.

 

Otra variante de cohabitar lo representa el dirigente Henri Ramos Allup.  Lo resume su polémica frase: “doblarse para no partirse”, que pronunció en 2016. Justificaba acatar el dictamen del recién nombrado TSJ de mayoría chavista, aceptando desincorporar a los diputados electos del Estado Amazonas. Dicha línea la asumió su partido Acción Democrática, manteniéndola hasta la actualidad. Y ha contribuido con la corriente mayoritaria en la oposición dispuesta a negociar con el régimen, rechazando la solución de fuerza, sea militar, sea de protesta cívica. Participaron así en diversas estrategias: referéndum revocatorio antes que la enmienda constitucional. Mesa de negociación en 2017, luego de más de seis meses de auténtica sublevación popular del primer semestre de ese año, con saldo trágico de jóvenes asesinados y cientos de detenidos. En este grupo han coincidido, con ciertas diferencias de coyuntura, importantes partidos como Primero Justicia, dirigido por Julio Borges y Henrique Capriles, y Un Nuevo Tiempo, encabezado por Manuel Rosales, entre otros.

 

La más reciente prueba de la política de cohabitación de esta corriente puede observarse en “estado puro” con las dos sucesivas leyes de amnistía, aprobadas en enero de 2019, una para chavistas civiles y otra para militares, que perdonaban posibles delitos de corrupción a condición de que reconocieran al gobierno interino de la AN. Estas acciones, como otras tantas iniciativas cohabitacionistas anteriores, no lograron resultado alguno.

 

La corriente más radical de los cohabitadores la representan los partidos Voluntad Popular y Causa R. Liderados por Leopoldo López y Andrés Velazquez, respectivamente. Pero no siempre lo fueron. En un tiempo, coincidieron con grupos que rechazan abiertamente la cohabitación, como el partido Vente Venezuela, que lidera María Corina Machado. Entonces, esos partidos apoyaron abiertamente el ciclo de protestas de 2017, como las anteriores de 2012 y 2014, esta última conocida como “La Salida”. Algunos dirigentes y alcaldes de otros partidos también se sumaron a aquella campaña que culminó con asesinados, detenciones masivas y numerosos exilios.

 

Llegado el 2019, luego un año parlamentario depresivo y catatónico, el país democrático resucita con el nombramiento del diputado Juan Guaidó, de partido Voluntad Popular, como presidente de la Asamblea. Auguraba, dada la trayectoria de ese partido, que la renovación del liderazgo opositor fortalecería la corriente de la no-cohabitación. Y en efecto, Guaidó se autojuramenta de modo audaz, en una concentración masiva el 23 de enero, forzando a los partidos cohabitadores, considerablemente mermados en apoyo popular, a seguirlo bajo presión, pero al mismo tiempo, presionando para impedir que el joven se radicalice aún más.

 

Los sucesivos fracasos de Guaidó: La convocatoria del Plan País que condujo a una plataforma electoral excluyente y desconocida. El ingreso masivo de la ayuda humanitaria frustrada del 23 de febrero, con saldos trágicos. Y el fallido intento de derrocamiento militar del régimen, el 30 de abril, resultaron fiascos que mellaron la línea dura resumida en la consigna “cese a la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres. Aunque el joven presidente sigue manteniendo ese discurso, los eventos de mayo, junio y lo que va de julio, cambiaron la percepción y efervescencia de la población opositora que le apoyaba.

 

La revelación sorpresiva de negociaciones secretas con el régimen, formalizadas en la ciudad de Oslo, Noruega, bajo la mediación de funcionarios del gobierno de ese país europeo, y luego, en las reuniones en la isla de Barbados, constituyen la evidencia de que Guaidó ha asumido plenamente la tesis de la cohabitación, si es que ya no lo había hecho antes. Además, su reticencia a reunirse con grupos radicales y con militares en el exilio daban cuenta que el líder mantenía distancia con la no-cohabitación.  Algunos aquellos militares tuvieron que exiliarse luego de acudir a su llamado y expresarle apoyo público. Otro indicador es que Guaidó se ha dedicado a recorrer el país organizando mítines y marchas que asemejan más una campaña electoral tradicional que una rebelión civil.

 

De acuerdo con las filtraciones de las negociaciones “secretas” con el régimen, luce poco probable la celebración de elecciones libres, sino unas controladas con el chavismo en el poder. Ni siquiera elecciones presidenciales, sino parlamentarias. Pero dada la considerable caída del apoyo popular, Guaidó se ha visto forzado a conceder a los “radicales” el aprobar la reinserción de Venezuela en el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, TIAR. Este paso se interpreta como un endurecimiento aparente, que le permitiría presionar un poco más la mesa de negociaciones secretas para conseguir unas elecciones presidenciales.

 

Hasta ahora, la oposición venezolana ha sido dirigida bajo la tesis de la cohabitación. Y sus resultados han sido, lo dice la realidad, un inmenso fracaso. Ahora bien, aún en el supuesto de que tuviera éxito la “transición pacífica”, según la doctrina Magdaleno, la gran pregunta sería si es posible cohabitar con el chavismo, compartiendo el poder o incluso estando éste en la oposición.

 

Lejos de representar una salida pacífica, de reconciliación entre hermanos y de vuelta a la democracia, la tesis de la cohabitación conlleva excesivos riesgos. Implica la sobrevivencia del aparato político-militar chavista, que nada tiene de pacífico, que controla el aparato policial, militar y judicial, todos sumergidos en la más extrema corrupción, narcotráfico, legitimación de capitales, y otras modalidades delictivas.

 

Como gobernar con esos grupos, que poseen poder armado y recursos económicos. Cómo impedir que esperen pacientemente el desgaste de un gobierno opositor cohabitador para sabotearle e intentar la vuelta al poder.

 

Cómo sería posible la recuperación económica mientras el país esté sometido a la presión político-delictiva de un puñado de grupos armados, de carteles de narcotráfico, algunos asociados con el terrorismo internacional, y en un ambiente delictivo de impunidad.

 

Venezuela es una nación destruida, en ruinas. Reconstruirla requiere saneamiento profundo. Debe comenzar por garantizar seguridad, el Estado de Derecho, el respeto a la propiedad como imprescindible, el libre mercado con reglas confiables. El chavismo totalmente es incompatible con estos requisitos.

 

La inmensa masa de capital malhabido de los prohombres del chavismo permitiría que una nomenclatura corrupta se apropie de inmediato de empresas y lobbies de poder. Nadie podrá a atreverse a contrariarles, pues cuentan con el apoyo de grupos armados, de policías, de jueces.

 

La vecina Colombia es un claro caso de fracaso de la cohabitación. Tras el reciente proceso de paz, ese país sufre el aumento del tráfico de drogas, y de la criminalidad asociada a ésta. La Rusia postsoviética de Putín es también un emblema de transición no violenta de un régimen totalitario. El resultado es un país de mafias, gobernado por una brutal autocracia con pobreza estancada y siempre al borde de una crisis económica. La China post Mao es el país con mayor pobreza y desigualdad en el mundo, con la mayor tasa de emigración. Todos son ejemplos de cohabitaciones sin resultados democráticos, sino de sociedades forajidas, empobrecidos sus pueblos y super enriquecidos los grupos delictivos los gobiernan o son cómplices del poder.

 

Por último, la cohabitación conlleva un problema ético insalvable. Un reto a las democracias. Como convivir con grupos políticos cuya forma de vida es la transgresión de las normas. Cómo cohabitar con quienes obtienen ventajas políticas mediante conspiraciones, golpes de estado, corrupción y “cloacas” de delincuencia, y que no tienen escrúpulos para asesinar.

 

Estamos frente a un grave problema los pueblos del mundo. Nos enfrentamos a una rémora que las muy recientes democracias en el mundo no han logrado superar del todo. Se trata de un imperativo debate, que en Venezuela tiene una dolorosa y sangrienta vitrina. Ya es un debate abierto. Y es algo.

 

Imagen: Simpatizante del chavismo en las afueras de la Asamblea Nacional, año 2013.  Fuente: www.noticias24.com

 

No Comments

Sorry, the comment form is closed at this time.