
07 Mar Capítulo I: En torno a la historia social de los judíos en Europa
Jo-ann Peña Angulo
Se titula así el capítulo introductorio de Los judíos en la modernidad europea. Experiencia de la violencia y la utopía, de Víctor Karady. Como expresáramos en el escrito anterior, la religión confiere al judío un sentido de identidad, fundamental para el transcurso de la vida. El principio “se era judío porque se mantenía el credo judaico, pero también porque se procedía de padres judíos (según la ley religiosa, de madre judía)”[1], permitía el establecimiento de una red de vínculos cimentados, como nos dice Karady, en instituciones colectivas locales y regionales, que ordenadas en comunidades jurisdiccionales “a veces incluso políticas para el control de la vida religiosa”[2].
A partir de la conjugación religión-identidad-instituciones se crea un tejido social de apoyos, en el cual, el sentido de comunidad juega un papel primigenio, especialmente debido a que incluso antes del nacionalsocialismo, no habían instituciones judías nacionales o internacionales. Es la comunidad, el núcleo de creación, intercambio y consolidación de la identidad judía, espacio en donde la relación entre rabinos y líderes espirituales, no exenta de desavenencias, trajo consigo “la conciencia de pertenecer a un nosotros espiritual único”[3].
Dicha conciencia se vio reforzada nos dice el autor, por el intercambio de otro tipo de actividades, por una parte debido al papel de los mercaderes, y por la otra, debido a los estudiantes del Talmud, que en su constante peregrinar “iban de maestro en maestro, mediante los libros, mediante la consulta de lejanas autoridades rabínicas, así como mediante toda una ideología que hacía referencia al origen común, a la común herencia cultural y sobre todo al destino histórico”[4]
Manifestada la otredad y la alteridad y sus profundas ramificaciones, el antijudaísmo del entorno, permitió reforzar la conciencia y el sentimiento de nosotros no solo en las comunidades judías sino fuera de ella. Así, con la crisis y desaparición de estas comunidades locales, a partir del siglo XIX, la diáspora judía europea crea diversas instituciones de carácter regional, nacional e interestatal, configuradas bajos distintos patrones ideológicos, a saber, tal como lo expresa Karady: liberalismo asimilador, sionismo, movimiento autonómico y federación. Unas y otras, serán baluartes para enfrentar los desafíos y luchar contra las amenazas a la identidad judía, cuyo derecho a la existencia como nos cuenta el autor, siempre se ha puesto en tela de juicio. El mismo Karady, nos dice: “La situación de los judíos la ha determinado efectivamente la radical alteridad que les atribuyó la labor ideológica de las iglesias cristianas y, posteriormente, en el siglo XIX, el antisemitismo político y el racismo antijudío”[5]
Son precisamente estos tres elementos citados por el autor, los que históricamente han condicionado la visión sobre el judío, concibiéndolo bajo un velo de misterio, que da pie a su tratamiento como personas “extrañas”, como parias, lo que ha influenciado directamente, en las amenazas históricas a su identidad. A diferencia de otros grupos que también han sido satanizados como los gitanos, ningún otro grupo se ha enfrentado y ha sido objeto de una larga exclusión social como los judíos. Así desde la Alta Edad Media, nos relata Karady, en muchas partes del mundo cristiano se consideró a los judíos “enemigos potenciales y como tales se les trató: intrusos indeseados, seres humanos inferiores y carentes de Estado…”[6]
Observamos entonces cómo la violencia y el desdén hacia la identidad judía, enraizada en un principio por el cristianismo, evolucionó hacia otras formas de antijudaísmo y antisemitismo, que nada tienen que ver con la de sus inicios cristianos. Como bien lo expone el autor, no ha habido interrupción de la violencia –física y simbólica- antijudía, considerada incluso legítima desde antaño, mucho antes de la Primera Cruzada hasta Shoah e incluso más allá.
La problemática histórica de la identidad judía sin embargo nos dice Karady, posee un doble carácter: a) En los judíos: por los efectos que en ellos provocaban las amenazas a la identidad judía, lo que incidía en sus mecanismos de defensa, de adaptación y de rechazo a la misma: huida, renuncia, ocultamiento o de “doble juego”, como parte del llamado proceso de desjudización, en la Península Ibérica en el siglo XIV. b) En las sociedades en las que vivían los judíos: debido a las distintas manifestaciones y mecanismos en contra de los judíos. No solo eran las matanzas y persecuciones de las Cruzadas, su expulsión de Inglaterra, Francia, de algunas ciudades del Sacro Imperios Romano, de Portugal y España como nos dice Karady sino los terribles sucesos de Jmielnicki de 1648 y los pogromos rusos que se iniciaron en 1881, que materializaban las desavenencias y disputas de todo tipo ante la presencia judía.
De tal forma, que como lo expresáramos en el ensayo anterior, cuando Karady habla de la justificación histórica de su libro, resalta no solo las condiciones políticas-culturales en contra de los judíos sino cómo a pesar de estas, tienen un papel fundamental en el proceso de modernización de Europa, a partir del siglo XVIII. Dichos aportes no solo son de tipo individual como el del papel de los judíos en la industrialización capitalista, la creación de la prensa o la banca moderna, los premios nobeles judíos sino su aporte en “las innovaciones, descubrimientos o rupturas con la tradición que aceleraron el tránsito de la sociedad feudal a la industrial y posteriormente a la sociedad postindustrial” [7]
Continuará
Sorry, the comment form is closed at this time.