
18 Oct Serie Revolución Bolivariana: Crónicas del mal. Crónica #11 La pobreza desafía a la razón
Ezio Serrano Páez
Serie «Revolución Bolivariana: Crónicas del mal».
Relatos sobre el daño histórico de un proyecto ideológico
El voluntarismo procura vender la idea de la superioridad del esfuerzo humano frente a la adversidad. La voluntad humana debe ser superior a cualquier circunstancia, siempre que el sujeto esté decidido a vencer. Quienes salen victoriosos de esa prueba, se convierten en la evidencia irrefutable que confirma aquella regla. Eso ocurre porque el fracaso no suele exaltarse. Por el contrario, debe ser disimulado para hacerlo soportable.
Nuevamente la pobreza es importante, se ha iniciado la campaña electoral. Algunos de los patrocinadores del terrible mal, necesitan contar a los pobres para estimar los costos de su cruzada. Y esa contabilidad es esencial para responderse la pregunta de rigor: ¿Cuánto me va costar el curul? Cuando el erario público no cubre todo…¿Vale la pena esa inversión? ¿Cuántas mortadelas debo aportar?
La casa de Mercedes era una realidad en ruinas, había tenido mejores tiempos. Pero hasta allí llegó el jolgorio electoral para hacer un censo. Hagan algo bueno, ¡ayuden a esa pobre mujer! Pidió el cura párroco al candidato y su comisión. Y para ser consecuentes con la verdad, el candidato se esmeró. Tocó con insistencia una puerta negada a la apertura, a pesar de ser tentada con una oferta de charcutería con muchos seguidores.
No le había ocurrido antes al candidato. Ninguna fortaleza se había resistido al Caballo de Troya en forma de embutido. Pero finalmente, Mercedes removió el crujiente y destartalado portón. El candidato pidió pasar y Mercedes asintió. También ingresaron al rancho varios de los ayudantes encargados del supuesto censo de los habitantes y sus necesidades.
Uno de los acompañantes del candidato preguntó:
-Señora, cuántas personas viven en esta casa?
-Aquí vivimos, mi marido que se está muriendo, mi hijo con Síndrome de Down y yo, que sufro de artrosis y casi no puedo ver. Fue una respuesta seca.
Seguidamente, el candidato obsequió a la mujer una mascarilla tricolor, acorde a los tiempos de elección en medio del covid.
Mercedes, endurecida por la vida, fingió una sonrisa y dejó ver su dentadura ennegrecida e incompleta. En medio de aquél cuadro de pobreza atroz, la señora de 65 años atinó a decir un sarcasmo. Prueba inobjetable de inteligencia y realismo:
-¡Ya tengo algo que agradecer, a ustedes y al Covid¡ Podré reírme y no podrán evaluar la calidad de mi sonrisa!
Las condiciones de insalubridad existentes en aquella casa, pronto desestimularon a la comitiva. Comenzaron a salir por donde entraron. El candidato aceleró su presentación, procurando obtener un rápida y llamativo video:
-Hoy hago entrega de esta mortadela, forjada en las luchas populares libradas por nuestro pueblo…
Pero Mercedes interrumpió bruscamente la disertación del candidato. Con voz firme, apoyada en su bastón, dijo:
-No me resulta fácil renunciar a esta mortadela. Tomen en cuenta que hace tres años, yo pesaba 83 kilos y ahora apenas llego a los 49. Pero, si piensan que por este embutido, yo iré a votar, desafiando mi artrosis y mi ceguera, pues entonces…llévense su mortadela. Y así terminó la jornada electoral. La obstinada mujer, en riña implacable con la vida, no parecía hacer concesiones.
Pero el cura de la parroquia tenía una genuina preocupación por Mercedes y su familia. Por eso logró localizar a un especialista en medicina familiar y lo llevó para que los evaluara. Nuevamente el crujiente portón se abrió. El sacerdote presentó al especialista de la salud y se marchó:
-Margarita, te dejo en buenas manos. Pórtate bien.
Con el desgano de quien no espera nada de la vida, Margarita comienza a relatar su historia. El médico pregunta y escribe. Poco a poco, la mujer va soltando el odio, la rabia y el amor contenidos entre pecho y espalda. En medio de la conversación, se le ocurre mostrar unas amarillentas fotografías. Sonríe con franqueza al recordar tiempos con mayor brillo.
Mercedes siempre enfrentó la vida. Nunca se había rendido y jamás pensó verse vencida. Pero a la luz de los años transcurridos, se volvió dura. Considera que luchó pero fue derrotada. Huérfana a los 13 años, debió trabajar en un mercado. Conoció el maltrato de un familiar cercano. Pero no se amilanó. Trabajó en el día, estudió en las noches. Así culminó el bachillerato nocturno.
Su natural vivacidad y belleza, le permitieron engancharse en una empresa de promoción turística. Siguió pagándose sus estudios universitarios, pero no los culminó. Una mala elección sentimental marcó una cadena de fracasos que significaron golpes del destino. Su pareja resultó ser un sujeto maltratador que la convirtió en prisionera.
Pero un día se rebeló. Con decisión enfrentó al agresor, pero éste le provocó una caída que lesionó su rodilla izquierda. Ocurrió la primera operación fracasada que le dejaría su mala entraña frente a la ciencia médica y una lesión permanente, agravada con el tiempo por la artrosis. Liberada del sujeto violento, ella siguió trabajando y supo sobrellevar su dolencia.
Con el tiempo Mercedes pudo conocer el amor. Se casó con el hombre que hoy vive con ella. Un buen hombre afectado por demencia senil anticipada. Tuvieron dos hijos, uno se marchó al exterior buscando mejor destino. El segundo, un muchacho especial de 25 años con Síndrome de Down. Ya tenía a sus niños cuando dos amigas se trenzaron en pelea callejera. Mercedes intentó separarlas, pero alguien lanzó una botella que impactó su ojo derecho. Una nueva operación fallida sobre su córnea consolidó su enojo contra la medicina y los médicos. Ahora, una catarata limita el ojo que tenía sano.
Mercedes está bloqueada por sus afectos. Su hijo especial se ha contagiado con los peligros de la calle. Se emborracha y la agrede cuando llega a la casa. También cuando le limitan las salidas. La demencia senil de su esposo presenta síntomas de regresión evolutiva. Mercedes lo describe:
“cuando le dan los ataques, golpea las paredes, rompe todo lo que encuentra. Luego se chupa el piso, la ropa sucia, hasta el coleto. No controla esfínteres”.
El médico escucha y escribe. Al final del relato, el profesional de la salud le dice a Mercedes:
-Me pregunto cómo puedo ayudarla. ¿Le hago la gestión de un cupo para su esposo en el geriátrico cercano?
Mercedes: Doctor, usted sabe muy bien que ese lugar es un depósito de trastos humanos. Allá no tienen ni comida. Yo apenas puedo moverme. Ni siquiera tendrá una muerte digna.
El médico no tuvo argumentos frente aquella mujer solidaria con “una de las pocas cosas buenas que me ocurrieron en la vida”.
Pero el médico insistió:
-¿Tal vez si recluimos a su hijo usted pueda aliviar su situación pues no tendrá que enfrentar sus agresividad?
Mercedes: Mi hijo es el que carga el agua y busca la leña para el fogón, ¿Usted está dispuesto a sustituirlo?
Bueno Mercedes, haré una orden para que te hagas una pruebas de laboratorio, y también para tu marido, ¿está bien?
Mercedes: Bueno, tendré que vender la mortadela que me trajo el candidato. A menos que en el laboratorio cambien mortadela por exámenes. ¿O tal vez deberíamos escoger entre comer y los exámenes?
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