
30 Ago Serie Revolución Bolivariana: Crónicas del mal. Crónica #4 La perdida de la inocencia
Ezio Serrano Páez
Serie «Revolución Bolivariana: Crónicas del mal».
Relatos sobre el daño histórico de un proyecto ideológico
Unos 18 años han transcurrido desde que Elena y su familia decidieron irse de Venezuela. En aquel momento, su papá afirmó de modo categórico: de este país hay que irse porque quienes ahora tienen el poder, terminarán arruinándolo todo, y quienes se le oponen no tienen ni idea de la bestia a la cual se enfrentan. Aquella profecía catastrófica fue rechazada por Ricardo, el hijo mayor, quien no sólo desafió al padre al negarse a salir del país. Además, se enroló en las filas revolucionarias. Elena nunca entendió las encendidas polémicas entre el padre y el hijo. En tiempos más recientes, el papá murió pero no hubo modo de informarle a Ricardo el triste suceso.
Elena debe resolver asuntos legales derivados de aquél fallecimiento. Pero al recorrer la ciudad y caminar por las calles que la vieron crecer, fue imposible no verse invadida por los recuerdos. Las casas desgastadas, los edificios enfermos de olvido, los lugares donde antes estuvieron los amigos. La muchacha que se fue con apenas 17 años, ahora con sus 35, sigue sin entender por qué debieron partir. Progresivamente, las imágenes se fueron integrando en su mente para armar el rompe cabezas de los tiempos que se fueron. Pero era inevitable que en el recuerdo apareciera el rostro del hermano desaparecido.
Un día, al terminar noviembre del año 2019, Elena tiene un encuentro que le dará un giro a su viaje. Al principio fue sólo un rostro, luego una señal que se convirtió en mensaje. Para Coromoto fue el mismo proceso: ¿Dónde he visto antes, a esta persona? La respuesta fue simultánea. Elena y Coromoto habían conversado por última vez, hacía no menos de 20 años. Compartieron el mismo colegio y el vecindario, pero la hermana de Ricardo terminó el bachillerato dos o tres años antes que Coromoto.
Una vez terminadas las labores de reconocimiento facial impuestas por los años, las dos mujeres se dieron un cálido abrazo. Surgieron las preguntas de rigor, para luego continuar en el café más próximo. Cuando habían transcurrido los primeros 20 minutos de conversación, Elena formuló la inevitable pregunta:
-¿Te acuerdas de mi hermano Ricardo, lo habrás visto recientemente?
-Coromoto se sonrío con pesadez, mientras tomó aire como quien requiere impulso para levantar un gran peso. Tras breves segundos respondió:
-Tu hermano mayor es mi marido. Vivimos juntos.
Aquella revelación llenó de emoción a Elena, deseosa de saber dónde y cómo estaba: ¿Cuándo podría verlo? Coromoto hizo para Elena, un apretado resumen de su vida junto a Ricardo. Pero la hermana se negó a creer lo que había escuchado. Por eso insistió:
-Necesito verlo y hablar con él.
Coromoto asintió con la cabeza y le respondió:
-Claro que si… ¡mañana verás lo que queda de él! Y así fue.
La casa de la pareja denota haber cobijado tiempos mejores. Muebles y artefactos dejan ver un pasado de opulencia que se diluyó con el pasar de los años. El encuentro de los dos hermanos resultó conmovedor y no faltaron los sollozos. Tal vez si se hubiesen tropezado en la calle, no se habrían reconocido. Sobre todo por el deterioro físico y cognitivo de Ricardo, a ratos desorientado y con la mirada perdida, otras veces dominante y paranoide, como alguien perseguido por su propio pasado. Bordeando los 50 años, Elena tuvo la sensación de abrazar a un frágil anciano.
La conversación se prolongó por más de una hora. No tanto por la abundancia de temas, sino por lo reiterativo que resultó el hermano mayor al referirse a ciertos aspectos de su vida. Al final, ella pudo armar una colcha de retazos. Tenía la versión de Coromoto y ahora la de su propio hermano. Le había llegado la hora de perder la inocencia.
Elena recordó aquella severa sentencia de su padre muerto, al polemizar con su hijo negado a dejar su tierra de origen: de este país hay que irse porque quienes ahora tienen el poder, terminarán arruinándolo todo, y quienes se le oponen no tienen ni idea de la bestia a la cual se enfrentan. Con Ricardo, la profecía se había cumplido. Y para confirmarlo bastaba un resumen de lo que Elena había escuchado y comprendido:
El querido hermano mayor, el atlético, el recio y fornido, ahora envejecido, paranoide y desquiciado, se había enrolado, primero en los Círculos Bolivarianos, luego recibió entrenamiento militar “aportado” por los cubanos. Su notable fortaleza física lo convirtió en el guarda espaldas estrella de un gobernador revolucionario. Desde esta posición de ventaja, se convirtió en el enlace con grupos vinculados al narco-tráfico. El talento de Ricardo lo llevó a contactarse con un cartel mexicano. Se fue a México por más de cinco años, enlazando aquél mercado con el venezolano. En el país de los aztecas, ganó tal prestigio que se hizo “cobrador”, es decir, implacable torturador y asesino. Hasta que una deuda pendiente, ¿qué más? lo hizo retornar a Venezuela.
El amado hermano de Elena, no pudo jugar con candela sin quemarse. Manejó mucho dinero en el pasado. Pero esto facilitó su auto destrucción: alcohol, drogas, mujeres y crimen, terminaron por secarlo, como quien opta por una muerte por disecación programada. Tras el recuento que se formulo Elena, una pieza le falta para armar su rompecabezas: ¿Cómo es posible que Coromoto haya soportado aquella vida tan turbulenta?
La propia víctima de su hermano le aporta la siguiente versión: Se convirtieron en pareja cuando Coromoto tenía apenas 16 años. En realidad la adolescente fue una “misión” encomendada por un gobernador revolucionario, interesado en jovencitas usadas en sus fiestas palaciegas. Una vez “aprovechadas”, se les descartaba o quedaban sujetas a la utilidad de quienes las habían captado. Coromoto, bien podría ser un caso más del síndrome de Estocolmo. Atrapada por Ricardo para uso sexual del gobernador, luego fue su prisionera hasta convertirse en sirvienta y cuidadora de un sujeto enfermo y decadente.
-¿Te fuiste a México con Ricardo por 5 años? Pregunta Elena a su cuñada.
-No, él sólo venía una o dos veces al año. Me mantenían en custodia en la casa, y me usaban cuando alguien del grupo de Ricardo me solicitaba.
Durante la primera semana de diciembre del 2019, Elena está de regreso a su exilio. Si, al venir a Venezuela se consideraba una exiliada por voluntad de su padre, ahora estima la decisión tomada por su viejo. ¿Cómo pudo su padre ser tan certero, cuando todos lo tomamos por loco? Ella siente que ha perdido la inocencia, no sólo respecto a un hermano que ama. Le ocurre lo mismo frente a su país igualmente amado. Pero desdichadamente, tal como decía su viejo, todavía muchos profesan inocencia. Real o fingida, es la inocencia de quien se niega a reconocer la clase de bestias que en el poder se anidan.
Referencias
Imagen: obra «Innocence» de Franz Von Stuck
Sorry, the comment form is closed at this time.