Serie Revolución Bolivariana: Crónicas del mal. Crónica #4 La perdida de la inocencia

Ezio Serrano Páez

 

Serie «Revolución Bolivariana: Crónicas del mal».

Relatos sobre el daño histórico de un proyecto ideológico

 

Unos  18 años han transcurrido desde  que Elena y su familia  decidieron irse de Venezuela. En aquel  momento, su  papá afirmó de modo categórico: de este país hay que irse porque quienes ahora tienen el poder, terminarán arruinándolo todo,  y quienes se le oponen no tienen ni idea de la bestia a la cual se enfrentan. Aquella profecía catastrófica  fue rechazada por Ricardo, el hijo mayor,  quien no sólo desafió al padre al negarse a salir del país. Además, se  enroló  en las filas revolucionarias. Elena nunca entendió las encendidas polémicas entre el padre y el hijo. En tiempos más recientes, el papá murió pero no hubo modo de informarle a Ricardo el triste  suceso.

 

Elena  debe resolver asuntos legales derivados  de aquél fallecimiento. Pero al recorrer la ciudad y caminar por las calles que la vieron crecer, fue imposible no verse invadida por los recuerdos. Las casas desgastadas, los edificios enfermos de olvido, los lugares donde antes estuvieron los amigos. La muchacha que se fue con apenas 17 años, ahora con sus 35, sigue sin entender por qué debieron partir.  Progresivamente, las imágenes se fueron integrando en su mente  para armar el rompe cabezas de los tiempos que se fueron. Pero era inevitable  que en el recuerdo apareciera el rostro del hermano desaparecido.

 

Un día, al terminar  noviembre  del año  2019, Elena tiene un encuentro  que le dará un giro a su viaje. Al principio fue sólo un rostro, luego una señal que se convirtió en mensaje. Para Coromoto fue el mismo proceso: ¿Dónde he visto antes, a esta persona? La respuesta fue simultánea. Elena y Coromoto  habían conversado por última vez, hacía no menos de 20 años. Compartieron el mismo colegio y el vecindario, pero la hermana de  Ricardo terminó el bachillerato dos o tres años antes que Coromoto.

 

Una vez terminadas las labores de reconocimiento facial  impuestas por los años,  las dos mujeres se dieron un cálido abrazo. Surgieron las preguntas de rigor, para luego continuar en el café más próximo.  Cuando habían transcurrido los primeros 20 minutos de conversación, Elena formuló la inevitable pregunta:

 

-¿Te acuerdas de mi hermano Ricardo,  lo habrás visto  recientemente?

 

-Coromoto se sonrío con pesadez, mientras  tomó aire  como quien requiere impulso para  levantar  un gran peso.  Tras breves segundos respondió:

 

-Tu hermano mayor es mi marido.  Vivimos  juntos.

 

Aquella revelación  llenó  de emoción a Elena,  deseosa de saber dónde y cómo estaba: ¿Cuándo podría verlo? Coromoto  hizo para Elena, un apretado resumen de su  vida junto a Ricardo. Pero  la hermana  se negó a creer  lo  que había escuchado.  Por  eso insistió:

 

-Necesito verlo y hablar con él.

 

Coromoto asintió  con la cabeza y  le respondió:

 

-Claro que si… ¡mañana verás  lo que  queda de él!  Y así fue.

 

La  casa de la pareja  denota  haber cobijado  tiempos mejores. Muebles y artefactos dejan ver un pasado de opulencia  que se diluyó con el pasar de los años. El encuentro de los dos hermanos resultó conmovedor  y no faltaron los sollozos. Tal vez  si se hubiesen tropezado en la calle, no se habrían reconocido. Sobre todo por el deterioro físico y cognitivo de Ricardo, a ratos  desorientado y con la mirada perdida, otras veces dominante y paranoide, como alguien perseguido por su propio pasado. Bordeando los 50 años, Elena tuvo la sensación de abrazar a un frágil anciano.

 

La conversación se prolongó  por más de una hora. No tanto por  la abundancia de temas, sino por lo reiterativo que resultó el hermano mayor al referirse a ciertos aspectos de su vida.  Al final, ella pudo armar una colcha de retazos. Tenía  la versión de Coromoto y ahora la de su propio hermano. Le había llegado la hora de perder la inocencia.

 

Elena recordó aquella severa sentencia de su padre muerto, al polemizar con su hijo negado a dejar su tierra de origen: de este país hay que irse porque quienes ahora tienen el poder, terminarán arruinándolo todo,  y quienes se le oponen no tienen ni idea de la bestia a la cual se enfrentan. Con Ricardo, la profecía se había cumplido.  Y para confirmarlo bastaba un resumen de lo que Elena  había escuchado y comprendido:

 

El querido hermano mayor, el atlético, el recio y fornido, ahora  envejecido, paranoide y desquiciado, se había enrolado, primero en los Círculos Bolivarianos,  luego recibió  entrenamiento militar  “aportado”  por los cubanos.  Su notable fortaleza física lo convirtió en el guarda espaldas  estrella de un gobernador revolucionario.  Desde esta posición de ventaja, se convirtió en el enlace con grupos vinculados al narco-tráfico. El talento de  Ricardo lo llevó  a contactarse con un cartel mexicano. Se fue a  México por más de cinco años, enlazando aquél mercado con el venezolano. En el país de los aztecas, ganó tal prestigio que se hizo “cobrador”, es decir, implacable torturador y  asesino.  Hasta que  una deuda pendiente, ¿qué más? lo hizo retornar a Venezuela.

 

El amado hermano de Elena, no pudo jugar con candela sin quemarse.  Manejó mucho dinero en el pasado. Pero esto facilitó su auto destrucción: alcohol, drogas, mujeres y crimen, terminaron por  secarlo, como quien opta por una muerte por disecación programada. Tras el recuento  que se formulo Elena,  una pieza  le falta para armar su rompecabezas: ¿Cómo es posible que Coromoto haya soportado  aquella vida tan turbulenta?

 

La propia víctima de su hermano le aporta la siguiente versión: Se convirtieron en pareja cuando Coromoto  tenía apenas 16 años. En realidad la adolescente fue una “misión” encomendada  por un  gobernador revolucionario, interesado en jovencitas usadas en sus fiestas palaciegas.  Una vez  “aprovechadas”, se les descartaba o quedaban  sujetas  a la utilidad  de quienes las habían captado. Coromoto,  bien podría ser un caso más del síndrome de Estocolmo. Atrapada por  Ricardo para uso  sexual  del gobernador,  luego fue su prisionera hasta  convertirse en sirvienta y cuidadora de un sujeto enfermo y decadente.

 

-¿Te fuiste a México con Ricardo por 5 años?  Pregunta Elena  a su  cuñada.

 

-No,  él  sólo venía una o dos veces al año.  Me mantenían en custodia  en la casa, y me usaban cuando alguien  del  grupo  de Ricardo me solicitaba.

 

Durante la primera semana de diciembre del 2019, Elena está de regreso a su  exilio.  Si, al venir a Venezuela se consideraba  una exiliada por voluntad de su padre, ahora estima  la decisión tomada por su viejo. ¿Cómo pudo su padre ser tan certero, cuando todos  lo tomamos por loco?  Ella siente que ha perdido la inocencia, no sólo respecto a un hermano que ama. Le ocurre lo mismo frente a su país igualmente amado. Pero desdichadamente, tal como decía su viejo, todavía muchos profesan inocencia. Real o fingida, es la inocencia de quien  se niega a reconocer la clase de bestias  que en el poder se anidan.

 

Referencias

Imagen: obra «Innocence» de Franz Von Stuck

 

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