
14 Jun Serie: Crónicas del socialismo del siglo XXI. #18 Lecciones de Economía
Ezio Serrano Páez
La inteligencia me persigue,
pero yo soy más rápido.
(Anónimo)
Con su poblada y canosa barba, el Gran Maestro Félix Duarte lograba imponer cierto aire de sabiduría y respeto próximos a la religiosidad. Por lo demás, sus clases de economía política en la Universidad Revolucionaria, siempre se iniciaban con una oración que remarcaba el aire dogmático de sus enseñanzas. ¡A ver, estudiantes, repitan conmigo la oración del día!- Ordenaba mientras exprimía su barba, como extrayendo por gotas la sabiduría contenida en ella:
“Estado nuestro que estás en la tierra y en todos lados, reafirmado sea tu poder, venga a nos, tu acción contra el mercado. Hágase tu voluntad contra la oferta y la demanda. Protégenos con tus ángeles y arcángeles del Sundde, danos hoy nuestra canilla regulada de cada día. Combate la especulación, el acaparamiento y la carestía. Líbranos de trabajar y producir. No nos dejes caer en la tentación de competir. Perdona nuestras deudas, Así como nosotros perdonamos tu ineficiencia. Implanta tu monopolio”.
Amén
De este modo se iniciaban sus magistrales lecciones de economía política, en las cuales con el rigor característico de un peregrino, explicaba las doctrinas de la distribución equitativa y justiciera de los bienes. El capitalismo -decía categórico- convierte todo en mercancías y pretende que todos seamos simples consumidores de éstas. Eso es malo, no sólo es malo, ¡es pecado! El pobre Jesucristo salía a relucir como el mejor ejemplo a seguir. Claro, era capaz de multiplicar el pescado, sólo con el esfuerzo de la fe, y luego lo repartía de modo tan exacto, que no tenía problemas con la refrigeración.
Los capitalistas promueven el principio según el cual de los cochinos se hace manteca y de los hombres se extrae dinero. Esto es la negación de la dignidad humana. Para producir mercancías se debe trabajar, y ¡esa es la base de la explotación! Jamás se debe olvidar que el trabajo lo hizo Dios como castigo frente al pecado de la gula y la avaricia. Y por lo tanto, no se aviene con el equilibrio y la justicia: Con voz firme y sonora sentenció:
-¡El trabajo es para la gente de mal vivir pues, el día se hizo para descansar y la noche para dormir!
Con argumentos tan categóricos era poco probable que alguien expresara alguna forma de disentimiento. Por lo demás, el estudiante con espíritu ocioso y haragán creía estar en el lugar adecuado, en el momento apropiado. La disertación de Duarte parecía confirmar la motivación esencial de los párvulos: el codiciado título les sería otorgado con el menor esfuerzo posible, en el menor tiempo posible, y con la mayor baratura posible. ¿Acaso no es esta una expresión retorcida de la racionalidad económica que proclama la optimización en el uso de recursos finitos? Lo expuesto por el genial economista y militante revolucionario, resultaba fascinante para los perezosos. A fin de cuentas, el trabajo siempre les resultó sospechoso, tanto como aquellos que se afanaban por mostrar espíritu laborioso, potenciales burgueses, ¡explotadores!
Duarte no dejaba cabos sueltos. Por eso arremetía contra las teorías reaccionarias que le atribuyen al trabajo una condición virtuosa, purificadora y sanadora. Al respecto afirmaba:
–Son falacias expuestas por escuelas idealistas burguesas. Es un engaño para el proletariado hacerle creer que el trabajo es vida y salud. Si así fuese, ¡pues que trabajen los enfermos y moribundos!
Todo parecía marchar sin tropiezos en aquella clase magistral. No surgían dudas, no había preguntas que responder, tampoco aclaratorias por formular. Pero nunca falta una oveja descarriada. Una cabra suelta con ganas de dirigirse al monte. A pesar de la modorra imperante, el joven Vicente Herrera se atrevió a formular una insólita pregunta:
-Maestro, perdone la impertinencia pero, ¿Si nadie trabaja, de dónde obtendremos los bienes que consumiremos para estar tranquilos y felices? ¿Cómo se hará la distribución de lo que no se ha producido?
El Gran Maestro, respondió en tono metafórico:¡Pequeño saltamontes bolivariano! Es doctrina del Socialismo Rentista que hay dos sistemas para conseguir la felicidad: Uno, hacerse el idiota, el otro, serlo. De eso se trata camarada. De la idiotez militante y revolucionaria. De no ejercerla, terminarás tomándote la vida en serio, terminarás creyendo que la revolución conduce a un mundo mejor. No te tomes la vida en serio, pues la verdad sea dicha: no saldrás vivo de ella.
Vicente: Pero maestro, usted me confunde, ¿es que acaso nuestro líder, el Presidente Obrero, nos engaña cuando nos promete un mar de felicidad, un mundo mejor, y hasta se ríe aunque las cosas van mal? ¿Sus chistes no son una señal de optimismo?
–El Gran Maestro: ¡Oh tierna cerbatana del prado! No olvides que, quien es capaz de sonreír cuando todo le está saliendo mal, es porque tiene pensado a quién echarle la culpa de su propio desastre. Nuestro Presidente Obrero nunca tiene la culpa de nada. ¡Es muy previsivo! Cuando sonríe es porque ya tiene plenamente identificado al culpable de su fracaso. Pero tampoco te engaña pues te ofrece sus alternativas para alcanzar la felicidad y puedes escoger: te haces el idiota o en verdad te conviertes. No es malo hacer de tonto. Ningún tonto se queja de serlo, ¡tan mal no les debe ir!
Las respuestas ofrecidas por el curtido maestro sólo lograron silenciar, sin convencer, al único estudiante inquieto en aquél recinto. Duarte también lo entendió y desde ese momento actuó de modo aprehensivo. Una amenaza se había detectado. ¡El sentido común se había infiltrado en la clase! No obstante prosiguió su arenga. Esta vez hablaba sobre la economía solidaria, uno de sus temas favoritos sobre el cual ejercía mayor dominio:
-Una economía solidaria debe promover el empleo sin trabajo. Esto produce el crecimiento de las nóminas, lo cual refleja la expansión del bienestar y la felicidad. De esta manera se frena la inversión conspirativa que puede ser portadora del afán de lucro y puede dar origen a la plusvalía. Esto la hace sospechosa, contraria a la solidaridad y favorable a la explotación. La economía solidaria es la base de la cooperación entre los pueblos del mundo, tal como se acaba de probar con la llegada de la gasolina, enviada por el hermano pueblo de Irán- Remató señalando el Gran Maestro.
Llegados a este punto, nuevamente la impertinencia de Vicente alteró la tranquilidad discursiva desplegada por el insigne educador:
Vicente: Disculpe, ¡oh Gran Maestro! ¿Por qué venden tan cara la gasolina iraní, si es el resultado de la solidaridad entre dos pueblos hermanos?
–El Gran Maestro: ¡Pequeño escarabajo nocturno! Ya usted está bastante grandecito para entender que no hay peor cuña que la del mismo palo, precisamente eso demuestra que somos familia. Además, lo sabemos: quien le pega a su familia se arruina. Precisamente, para evitar esto y por solidaridad, se está pagando la gasolina con oro solidario. Pero sus preguntas ya parecen una sesión de quejas y reclamos. Se queja más que un burgués expropiado. Debe incorporar más lentejas a su dieta. Es lo recomendado, para aguantar, hasta la victoria siempre, es decir, aguantar indefinidamente.
-Vicente: Nuevamente me confunde, ¡oh respetado Maestro! Venía a la clase y pude constatar que las estaciones de servicio administradas por el camarada gobernador, sólo aceptan dólares en efectivo, y yo apenas gano los bolívares para sobrevivir…¿Qué puedo hacer?
-El Gran Maestro: ¡Vamos, luciérnaga del mediodía! ¿Acaso no entiende que el camarada gobernador está promoviendo la economía solidaria y humanista? Tan humanista es, que se puede expresar con la sabiduría de los versos populares:
¿No tienes verdes pa´ gasolina?
¿y del del mismo color,
el guardia pide propina?
¡Apela al Camarada Fernando!
Échale un rato a pie, y el otro caminando…
Pero Vicente no recibió con agrado la sabia enseñanza que el maestro procuraba plasmar con su profunda reflexión. Se sintió burlado y escarmentado por el tono de aquellas palabras. Sin embargo tuvo el valor de lanzar una grave acusación:
Vicente: ¡Pagar gasolina con reservas de oro, es traición a la patria!
Fue definitivo. El Gran Maestro no podía tolerar semejante insolencia. Erguido, y con todo el peso de la autoridad visible en su larga barba blanca, sentenció:
-El Gran Maestro: ¡Abominable coleóptero del pantano! Lárguese de mi clase. Y si desea regresar, traiga el certificado de aprobación de los cursos Rodilla en Tierra I, II y III.
De este modo, las lecciones aportadas por el Gran Maestro, pasaban de la economía al más puro cinismo, y mostraban al desnudo el drama de una sociedad prisionera de la idiotez general. Vicente aprendió la lección y nunca dejará de agradecer aquella expulsión. Gracias a lo cual, buscó otros espacios que, aunque no garantizaban el título, dejaban abierta la opción de aprender.
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