Holocausto, memoria de dolor y vida

Jo-ann Peña Angulo

 

La memoria constituye una fuente primordial en el proceso de construcción de las identidades sociales.  Su función, recordatoria y conmemorativa, cohesiona a los individuos en torno al presente, al pasado y al futuro.Esta temporalidad conlleva después de la segunda guerra mundial, el doloroso proceso de recordar el caos humano manifestado en el Holocausto.  Recordar con y desde el dolor define 3 dimensiones: la muerte de 6 millones de judíos, la experiencia de los sobrevivientes y la transmisión de lo vivido.

 

Se convierte la memoria en el inicio de la conciencia histórica que como metáfora se transporta, viaja y lleva consigo, los recuerdos personales y colectivos.

 

Recordar el dolor para no olvidar tiene una lectura compartida para los sobrevivientes de la Shoá. El dolor los acompaña cuando narran sus testimonios, sin embargo este se transforma en una lección de perdón y en una advertencia a futuro.

 

El ejercicio de recordar es esencial en la cultura judía. Ritualizarlo y conmemorarlo es parte de sus prácticas identitarias. En todas ellas, el pasado constituye el marco histórico que les permite reencontrarse en el presente y en el futuro. Esta temporalidad desde la ciencia histórica es el eje cronológico y epistemológico que permite investigar, describir, analizar y escribir la historia.

 

El Pesaj, Yom Kipur, Yom Hashoah, Yom Hazikaron, por nombrar algunas de las fechas conmemorativas del calendario hebreo, no solo remontan al pasado histórico sino que en una línea continua, invitan a los judíos del mundo, a hacer y construir el devenir, desde la diáspora  o  Israel. En el fondo es el destino histórico materializado en el Estado de Israel

 

Hablar de identidad en la cultura judía contemporánea es hablar de memoria, historia y Holocausto. Se expresa en esta triada, el valor y significado de la vida. El asesinato de 6 millones de judíos, el testimonio de los sobrevivientes y la transmisión de lo vivido, marcan el inicio de su identidad post segunda guerra mundial. En este contexto, el establecimiento en 1959, por David Ben Gurión e Itza Rabin, del Yom Hashoah, el Día de la Shoá o el Día del Recuerdo, como conmemoración nacional, advierte y recuerda a los judíos la tragedia para que no se olvide.

 

Como memoria colectiva, el Holocausto se expande más allá del pueblo hebreo. Se funde así en el recuerdo global cuando es establecido por la Asamblea General de la ONU, en el año 2005, el Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto, cada 27 de enero, siguiendo el calendario gregoriano.

 

Memoria e historia se hacen una, en el instante preciso del recuerdo. Sirve la memoria para la investigación y escritura del mundo. No obstante, para los historiadores no debe confundirse historia con memoria. En este contexto, son las conmemoraciones no solo actos o monumentos oficiales, se delinean con ellas la conciencia histórica, aquella que W. Dilthey describió en algún momento como un modo de autoconciencia. Así definida, la memoria de los sobrevivientes da significado a la conciencia histórica, cuando se les pregunta ¿Cómo se sobrevive? He aquí, una respuesta:

 

Por más que intento bucear en las negras profundidades de la experiencia del Holocausto, no encuentro en ellas el sentimiento de culpa por haber quedado con vida.

Asombro, alegría por cada día adicional, el deseo de no desperdiciar el tiempo restante, el dolor por la perdida, la deuda con aquellos que no tuvieron la suerte  -pero no culpa»[1]

 

El recuerdo de la experiencia vivida se convierte en responsabilidad vital, para los sobrevivientes y sus familias. No se trata de la memoria en la que se deposita y se retiene el pasado, se trata como a partir de ella se moviliza y cobra sentido su identidad y conciencia con el pretérito, el presente y el porvenir. Estas remembranzas del dolor también soportan sus silencios.

 

Este recuerdo se convierte en conciencia de sí mismos. Allí, el sufrimiento y el dolor deviene en la imposibilidad del olvido. En los escritos dejados por las víctimas del horror, yace escrito o pictóricamente, la memoria de los momentos felices, fortaleza para enfrentar a la muerte y a los intentos de la deshumanización. Este proceso impide que nos convirtamos en hombre sin memorias. Es él, el hombre que olvida, víctima del ego totalitario.

 

Ante la recopilación sensorial y sentimental que supone la memoria del Holocausto, el trabajo del historiador es hacer historia. En consecuencia, historiar el dolor para no olvidar, supone una tarea difícil.  De tal forma, que  el estudio y la transmisión de la memoria del Holocausto, contemple el escenario histórico en donde se desenvolvieron víctimas, sobrevivientes, cómplices y perpetradores. Será solo en este contexto, en donde podrá materializarse las recomendaciones de Roger Chartier: “La historia debe respetar las exigencias de la memoria, necesarias para sanar las infinitas heridas…”[2]. Recordemos entonces que sanar las heridas no implica olvidar lo sucedido

 

Referencias

[1] Ruth Bondi, Shvarim shlemim (Fragmentos enteros). 1977

[2] Roger Chartier, Escuchar a los muertos con los ojos, p. 16

Imagen: Obra «Holocaust Resurrection Portfolio» de Ernest Greenwood

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