
22 Mar Serie: Crónicas del socialismo del siglo XXI. #7 La voz de los muros
Ezio Serrano Paéz
Luis Patiño era un revolucionario de otra época. Perteneció a tiempos en los cuales la militancia política podía ir acompasada con la insumisión, o al menos eso se decía. Padeció los febriles espasmos de la rebeldía juvenil inclinado por los cambios radicales. Es decir, Patiño también padeció su “sarampión” y para bien o para mal, nunca logró una cura definitiva. Cursaba su cuarto semestre en la Escuela de Letras y ya se perfilaba como “buen escribidor”. Bohemio, parrandero, con vida disipada, y aptitudes de Don Juan, contaba apenas 23 años y ya había acumulado suficientes problemas como para convertirse en un desertor universitario, de esos que ahora llaman “excluidos”, como si fuesen victimas de fuerzas sobrenaturales ajenas a su elección.
El camarada Patiño se jactaba de su capacidad para expresar ideas en forma rápida y precisa. De haber existido el twitter en aquellos tiempos, probablemente se le habría contado entre sus usuarios más hábiles. Solía expresar sus ideas valiéndose de algún versito, o de alguna frase célebre de la cual se apropiaba. Otras veces creaba sus propios enunciados y se los asignaba a las celebridades. Según nuestro personaje, Bolívar habría dicho cosas tales como:
“Si la naturaleza se opone
y no quiere obedecer,
manténgase en forma
para cuando toque correr”
A Marx le atribuía expresiones notablemente heterodoxas tales como:
“Contra la burguesía:
colectivizar sus mujeres,
privatizar sus placeres
y la cerveza bien fría”.
Y hasta el pobre Freud, tras largas y sesudas investigaciones habría escrito algo como lo que sigue:
“El orgasmo femenino,
según meditado criterio,
es el más curioso misterio”
Sus versillos y frases los divulgaba en las paredes con spray o marcador indeleble. Justamente, con este último recurso habría escrito una expresión de protesta en el baño de la Facultad: ¡Luchemos contra la monotonía y el continuismo! ¡Basta de hacer el amor con la misma mujer! Sin duda hoy habría recibido respuesta desde el otro lado. Al hacer uso de cualquier sanitario público solía dejar su huella mediante un chocante estribillo:
“El que entre a este sitio
por muy valiente que sea,
si no la pone, se mea”.
Ciertamente Luis era indisciplinado en el estudio, en el trabajo y también en su “militancia revolucionaria”. Además era contestón y problemático frente a las órdenes de los camaradas dirigentes, quienes no deseaban dar muchas explicaciones a sus órdenes incoherentes. Los contradecía escribiendo una frase corta en la pared más cercana. De aquí tomó su manía jactanciosa por los graffitis y los versitos escritos en las paredes y muros, a los cuales consideraba “su territorio liberado”. De modo que, en lugar de escribir lo que la línea del partido ordenaba, procuraba darle rienda suelta a su inventiva:
«Si don Sartre fuese andino
y la Beauvoir de los llanos
el niño Jesús sería
estalinista y sanguinario»
Graffitis irreverentes, escatológicos, románticos, de grueso acento político, cursis o del momento. Los escribía en letra gruesa y con pintura en spray de color negro, su favorito. Luego hacía su auto alabanza, la cual consistía en atribuirle mucho tiempo de permanencia en las paredes a sus escritos. Exageraba sobre la duración de sus trazados y afirmaba haber rayado kilómetros de paredes en las ciudades más importantes del país aprovechando las campañas partidistas o de proselitismo. Hasta se auto proclamaba poseedor del record nacional con un graffiti no partidista que, según su propia versión, era de su absoluta autoría y había permanecido por años en un muro cercano. Allí habría escrito lo siguiente:
«Razón al decirlo tiene mi maja,
un banco de semen, es pura paja”.
Como era de esperarse tratándose de un desertor universitario, en tiempos más recientes, Luis Patiño llegó a sentir simpatía por el proceso revolucionario. La Universidad quedó atrás, y sólo se asoma a su mente como recuerdo alegre para tiempos de nostalgia. Desertó pero no culpa a nadie, asume su responsabilidad al respecto pues detesta la figura del estudiante crónico. Ahora es taxista y su simpatía política nunca logró mermar su espíritu rebelde, desarreglado y contestatario. Interrogado sobre por qué no terminar una carrera inscribiéndose en una Misión Educativa, responde casi sin pensar: “¿La misión Sucre? ¡No mi pana, se estudia para aprender, no para alabar! Además, el personaje tiene demasiados problemas buscando la plata para mantener su segunda ronda de muchachos tras su anterior divorcio. Olvidando su manía por rayar las paredes, ha cooperado con los revolucionarios de su sector, a quienes conoce desde niños.
Pero la larga amistad con los de su barrio, no le ahorró hacerse de mala sangre por su incontinencia verbal que lo predispone a emitir opiniones extravagantes:
-¡Pero bueno Rafael, tu ahora metido a miliciano si pasaste la juventud huyendo de la recluta!
Patiño tuvo la necia ocurrencia de burlarse de Leonor, a quien conocía muy bien. Desertora del bachillerato, camarera de un hotel, esposa de Juan, el jefe político del colectivo del sector. Leonor, a sus 53 años, divulgaba que ahora sería Médico Pediatra gracias a la Misión Sucre, sobre lo cual Luis habría dicho así, cantadito:
-¡Si Leonor puede ser Pediatra, aunque se oponga Neil Armstrong, yo puedo ser astronauta!
Luis Patiño entre bromas y chistes, ya se había ganado la ojeriza de los Camaradas del sector. El punto de quiebre se produjo en meses previos a la campaña electoral del 2012. El amado líder, reconocidamente enfermo de cáncer, presiona para su reelección. Un acto irresponsable que habría de pagar muy caro el país. Patiño es invitado a una reunión proselitista, pero allí se atrevió a poner en duda la responsabilidad del Imperialismo Yankee en la existencia de los huecos y la basura que proliferan por las calles del barrio. La última blasfemia la profirió frente al líder de un colectivo local, al espetarle en acalorada discusión, dos heréticas preguntas: ¿En qué artículo de la Constitución se nos indica la obediencia a una Revolución Socialista? ¿Por qué un país gobernado dictatorialmente, empobrecido y atrasado, debe ser nuestro modelo a seguir?
Era evidente que el tiempo vivido por Patiño en la universidad había servido para algo. Los nuevos revolucionarios, en cambio, habían desertado mayoritariamente del bachillerato, otros de la escuela básica. Pero no se puede negar el valor y la irreverencia que mostró al decir aquellas palabras en territorio netamente hostil. Sus preguntas no podían ser contestadas racionalmente por aquel colectivo equipado esencialmente con consignas. Tras las preguntas de Luis se hizo un prolongado silencio, interrumpido por Juan, el jefe político, quien sólo atinó a decir:
–¡Lárgate, vendido, apátrida!- Ya no hubo más invitaciones para las reuniones partidistas.
En un muro de Catia, al oeste de Caracas, una mañana apareció un insólito graffiti. Preciso, con rima, escrito con spray negro, y un tipo de letra que evocaba el pasado de irreverencia:
“Si Chávez fuese mujer,
le habría dado un hijo a Fidel”.
¿Tendría Luis algo que ver con esto? ¿Habría soltado el volante de su taxi para volver a sus viejas andadas? Por fortuna, los neo revolucionarios no conocían aquella afición de Luis exhibida en la universidad, de modo que, al percatarse de aquel horrible escrito, a ninguno de los miembros del Partido se le vino a la mente el nombre del taxista. Procedieron a buscar pintura y cubrir semejante ataque mediático. A los pocos días apareció de nuevo el abominable escrito, y nuevamente fue borrado.
Y así, durante tres semanas, en cuatro ocasiones se debió pintar el muro para borrar aquella chocante expresión que se producía en plena campaña de reelección. Alguien muy terco y empecinado se dedicaba a la conspiración mediática. Había que darle su merecido y para ello se le tenía que identificar. ¡Y así ocurrió! En una madrugada, cuando Luis bajaba por la empinada calle rumbo a su zona de carga, decidió detener su taxi cerca de una pared. Nadie parecía observarle. Sacó el spray que llevaba debajo del asiento, y se colocó frente al muro recién pintado, casi virginal. Pero apenas pudo trazar el “si” condicional del escrito ya mencionado. Aquel monosílabo lo inculpaba aún más. Sin duda era este el pajarito que buscaban. Golpes y patadas llovieron desde todas partes. Con saña, los miembros del colectivo, algunos amigos de las infancia, se cobraban la afrenta, no sólo con la humanidad de Luis sino también con su taxi. De modo que, hasta los cristales rotos supieron de la sangre de aquel hombre. El rostro del fascismo suele mostrarse plenamente cuando se disfraza de “justicia popular”.
Tal vez un milagro debió ocurrir para evitar que los valientes guerreros culminaran su fatídica tarea: los gritos de algunos vecinos asomados, y las luces próximas de algunos vehículos detuvieron la jauría revanchista. El cuerpo exangüe de Luis fue llevado al hospital más próximo por algún conocido. En su ser no había más espacio para traumatismos. Todo estaba cubierto por los golpes…hasta sus entrañas. Si bien alguna vez debió correr por escribir algo en una céntrica calle de la ciudad, nunca pensó que sería en su propio barrio donde pagaría el costo de su “terrible” afición cobrado por amigos de la infancia.
Pasaron largos meses de solidaridad brotada del tiempo. Es decir, de los viejos amigos y la familia. La muerte de su madre, un hecho muy doloroso, le permitió el alivio de mudarse a territorio de menor hostilidad y así continuar con las interminables terapias. Pasado más de un año, podría decirse que Luis está medio recuperado, casi como su vehículo, con algunas piezas haciendo ruidos. Pero su esposa sigue intranquila. La terquedad de aquél hombre, su inefable apego a la irreverencia están intactos, pese a las contusiones, fracturas y desgarramientos que ocurrieron en su cuerpo.
El tiempo hace su trabajo, y aunque secuelas quedaron, nada parece detener la vocación por la libertad, que es como la vida que se abre paso, para que otros descubran las reglas que la pueden quebrar. No hay mordaza que valga cuando el deseo de expresarse hace nido en la conciencia. Una mañana, prometedora de mucha luz, Luis transitaba por el viejo lugar. Pronto, allí habría de aparecer un nuevo escrito, en verso muy llano, pero cargado con una honda y “optimista” reflexión. Nuevamente la madrugada, el hombre frío y calmo, tal como si tuviese un largo ensayo para ejecutar su misión. Como si los golpes recibidos le estimularan a seguir, tiró los trazos firmes sobre el muro no tan virginal:
«El Retroceso con Maduro,
impone alumbrado con velas.
Se asoman a nuestro futuro
Colón y sus tres Carabelas«
Los del colectivo ya cubrieron el muro con una gran imagen del Che.
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