El cadáver de la utopía: El multiculturalismo como el nuevo opio de los intelectuales

Jhonaski Rivera Rondón

 

Más de 30 años han transcurrido desde la caída del Muro de Berlín. En 1989 terminaba de desmoronarse la esperanza utópica en el comunismo. 1991 la Unión Soviética dejó de existir. Este vacío generó una crisis intelectual. Nociones como izquierda y derecha eran cuestionadas[1]. La liberal democracia había triunfado, parecía que el horizonte utópico había sido otro que la humanidad ya había alcanzado. El hombre moderno llegó al fin de la historia. No obstante, el ideal socialista necesitaba replantearse. Emergió el debate multiculturalista.

 

Este debate adquiría importancia al transcurrir de la década de los 90’. Aunque en octubre del 2010 hubo otro desaliento para el nuevo ideal “postsocialista”, la canciller de Alemania, Angela Merkel, declaraba el fracaso del multiculturalismo. La convivencia pacífica de culturas amenaza la identidad alemana. Uno de los primeros en en advertir estos efectos nocivos del multiculturalismo en Estados Unidos fue el historiador, Arthur M. Schlesinger[2], quien señaló la tribalización de la sociedad americana incentivado por esa “diversidad cultural”.

 

En 1955 Raymond Aron publicó El opio de los intelectuales, libro donde criticó duramente a esa intelectualidad que sucumbía a las sirenas ideológicas del marxismo -y sobre el cual escribí meses atrás una serie Conversaciones con Raymond Aron, publicada en Ideas en Libertad-. resaltando así el vacío de su retórica de la siguiente manera:

 

“Muy lejos de ser el marxismo la ciencia de la desdicha obrera y el comunismo la filosofía inmanente del proletariado, el marxismo es una filosofía de intelectuales que ha seducido a fracciones del proletariado, y el comunismo utiliza esta seudociencia para alcanzar su fin propio: la toma del poder.”[3]

 

Al finalizar el siglo XX, al quedar desprestigiado el marxismo, un número importante de intelectuales recaían en el mismo vicio, pero con otro nombre. Ya no era el opio marxista, sino el opio multiculturalista. Instituyendo una pseudociencia que hacía confuso conceptos como cultura y pluralismo. Este lenguaje “posmarxista” mantenía el patrón. Generar conflicto para en algún momento tomar el poder. En muchos estudios culturales y de género mantienen este carácter conflictivo en su discurso “científico”.

 

Entonces ¿cómo entender este viraje “posmarxisa” hacia el multiculturalismo? Según el historiador Russell Jacoby, el siglo XIX fue la época del marxismo materialista. El siglo XX, en cambio, dio paso a un marxismo más incoherente e idealista, el denominado marxismo cultural[4].

 

El téorico político, Giovanni Sartori identificó los principales afluentes intelectuales del multiculturalismo. El neomarxismo inglés, que adquirió importancia en el contexto intelectual estadounidense, así como también la preeminencia del intelectual posestructuralista, Michel Foucault[5]. Resulta necesario detenernos en este influyente pensador para  destacar la inclinación primitivista que adoptó el multiculturalismo más radicalizado. Donde las tribus “culturales” proliferaban en la sociedad moderna.

 

En 1978 Michel Foucault había sido enviado por Le Nouvel Obvervateur a Iran. Ante la inestabilidad política, Foucault valoró la revolución iraní como “liberador, verdadero umbral de una novedad, encarnación de la resistencia a la opresión”. Sus palabras sugerían preferir un régimen teocrático, antes que las “opresoras” democracias occidentales[6]. Con el tiempo, esta idealizada revolución degeneró en dictadura. La hipercrítica llegaba a los límites de socavar los fundamentos morales, políticos y culturales que sostienen a la civilización occidental. Precisamente una de las consecuencias de la falacia multiculturalista fue desprestigiar el concepto de civilización. Difuminando su diferencia con la noción de cultural.

 

Esta actitud hipercrítica fue heredada por el multiculturalismo, minando un orden moral al relativizar las culturas. Este proceso lo reforzaron movimientos extremistas, que posteriormente dieron forma a la ideología de género. Todas estos movimientos de minorías “étnicas” y “culturales” promovían un discurso revindicativo nutridos por odios y resentimientos desgatados.

 

Esta situación alcanzada en los años 90’, principalmente en Estados Unidos, y luego replicado en Europa y Latinoamérica, dio vaguedad a conceptos históricos fundamentales, tales como cultura. Una forma eficaz para mitologizar el multiculturalismo era mediante la ambigüedad y la confusión. Valiéndose del lenguaje oscuro de la filosofía posmoderna, el multiculturalismo encontraba otro afluente intelectual que le permitía diluir los conceptos. A ese proceso Giovanni Sartori lo denominó vaporización de los conceptos[7].  Precisamente en esa poca claridad de los términos es lo que resalta la retórica vacía del multiculturalismo.

 

En primer lugar, no quedaba claro a qué refería esa “nueva” realidad denominada multiculturalismo. Lo que permitió estructura toda una retórica de la novedad que le daba cierto aire de vanguardia. Cualidad necesaria para reavivar una utopía militante a finales de siglo. Extendiendo así las sombras de las ruinas de la URSS.

 

Ante la ambigüedad del término. Sartori distingue dos tipos de multiculturalismo, uno pluralista y otro anti-pluralista[8]. De allí que el multiculturalismo no sea desdeñable del todo, lo reprochable sería su forma ideologizada. La anti-pluralista terminó siendo su expresión más radicalizada. La diferencia entre una y otra consiste en el modo en que asumen el pluralismo, concepto evadido especialmente por su versión más radical.

 

Otro aspecto que favoreció a la mitologización del multiculturalismo fue la vaporización del concepto cultural. Por largo tiempo, cultura fue entendido en su acepción latina, es decir como  aquello que es cultivado o aquel que se convierte en culto. El concepto alemán de Kultur, por su lado, refería al cultivo de los más altos valores[9]. Cultura era constitutivo al proyecto ilustrado del siglo XVIII, dado que con la cultura se podía promover el progreso, por lo que era necesario el cultivar a los ciudadanos mediante la educación.

 

Fue a finales del siglo XIX que la evaporización del concepto comienza. En 1871 salía al público el libro, Primitive Culture, escrito por el antropólogo Edward Burnett Tylor, quien definió la cultura como: «complex whole which includes knowledge, belief, art, law, morals, customs and any other capabilities and habits acquired by man as a member of society.»[10] Con el transcurrir del siglo XX, la elasticidad de esta definición se generalizó (donde el antropólogo Clifford Geertz se ha valido de tal concepción para la “descripción densa” de otras culturas), perdiendo su especificidad. Y la cultura deja de ser algo asumido por elección propia, tal como sugería su primigenia acepción. La antropóloga Margarita Mead, años más tarde, al hacer el prólogo de la reedición de Patterns of Culture (1959) observó esta extensión del sentido antropológica de cultura.

 

El anterior libro mencionado es significativo para entender la incidencia moral del multiculturalismo anti-pluralista. En 1934 Ruth Benedict hizo de Patterns of Culture un clásico de la antropología norteamericana[11]. Desde allí sedimentó una moral de la equivalencia[12] al sostener el “relativismo de las culturas”. Desde esta premisa las identidades culturales pierden todo contenido al ser vaciadas de sus rasgos distintivos, ya que al final, todas son equiparables. Cuando emerge el multiculturalismo, esta relativización de las culturas brinda un componente moralmente corrosivo a este nuevo opio intelectual. Especialmente cuando toma forma de propuesta política.

 

Un trabajo representativo sobre el proyecto político del multiculturalismo ha sido la obra del filósofo canadiense, Charles Taylor, titulado “The Politics of Recognition”[13]. Diversos análisis han surgido en torno a ese texto, señalando lo contradictorio de una política que demanda más igualdad de las minorías, pero que al final, sus presupuestos teóricos y filosóficos terminan generando mayor desigualdad al ser llevados a cabo. Taylor omite en su reflexión cuestiones como el pluralismo y la tolerancia. Problemas que el liberalismo hace especial énfasis al plantear los límites de una sociedad abierta, pero que el multiculturalismo anti-pluralista convenientemente omite.[14]

 

Resulta más interesante prestar atención a los planteamientos de Nancy Fraser. Eslabon intelectual en la relación entre el multiculturalismo y la ideología de género. Ella propone estudiar la “interimbricación” de la cultura en la economía política, esta teórica política diferencia una esfera de la injusticia social en su análisis[15], de este modo actualiza el discurso de la lucha de clases. Ahora son las minorías “culturales” los actores del drama histórico. El multiculturalismo como una alternativa utópica en la época post-socialista es lo que abandera Fraser. Promoviendo consigo un radical igualitarismo, que aunado al relativismo moral subyacente, llega a plantear tácitamente una regresión civilizatoria en nombre del multiculturalismo. Invocando un discurso de la “autenticidad”.

 

La propuesta en su conjunto obligaría a las comunidades a encerrarse en una especie de monismo de identidad. Olvidando el ritmo social en el que se desenvuelve los grupos “culturales”. Esta falacia de la “autenticidad” omiten a los Amish como el ideal pretendido por este multiculturalismo anti-pluralista. Una comunidad que petrifica el tiempo en nombre de un ideal religioso[16].

 

Entre los absurdos a los que puede llegar este nuevo opio intelectual por la ambigüedad de sus conceptos resalta un caso. En 1993, la Asociación Nacional de Sordos (The National Association of the Deaf) en Estados Unidos, denunció públicamente la intervención quirúrgica desarrollada en ese momento, la cual permitía a los niños sordos recuperar la audición. El argumento era que no podía someterse a los infantes a una intervención tan invasiva, dado que lo sustraía de su identidad cultural como sordos.[17]

 

A tal irracionalidad puede llegar la falacia multiculturalista. Renovaron el lenguaje del conflicto marxista con palabras como “etnocentrismo”, “hegemonía”, “invisibilización”. Tales falacias también sobrecargan los relatos históricos con viejas rencillas, que en teoría, debieron ser superadas. La supuesta pervivencia de la esclavitud en negros afro-americanos y el exterminio de las poblaciones originarios son relatos que ciertos intelectuales persisten en mantener. Buscando culpables que hace siglos ya han sido enterrado. Una historia que alimenta un odio infundado en el presente es de lo que se vale este nuevo opio para despertar fanatismos.

 

Ya entrados en esta segunda década del siglo XXI, el opio intelectual del multiculturalismo ha tenido una gran cosecha. Ideología de género, nacionalismo queers, militancia trans-genero. En conjunto, socaban fundamentos morales que definen a una sociedad y una cultura. Haciendo de la identidad como mero acto involuntario al que se pertenece. El individuo pareciera no tener espacio para su propia constitución. La comunidad totaliza a la persona. El multiculturalismo anti-pluralista atenta contra la libertad, la tolerancia, el respeto y la pluralidad. El multiculturalismo terminó siendo un nuevo enemigo de las sociedades abiertas.

 

***

 

El multiculturalismo anti-pluralista, cristalización del nuevo opio intelectual, busca regresar a un modo de vida tribal. Rechazando y cuestionando los valores de la civilización Occidental. Otra distinción a la que los multiculturalistas les importa poco hacer: cultura y civilización.  Omitiendo el problema central que legó el liberalismo clásico, el pluralismo y la tolerancia en las sociedades abiertas.

 

Plantear una regresión civilizatoria va acompañado de intereses claros. Alcanzar el poder. Mediante un discurso victimista que alimente odios y resentimientos. Hacen de las minorías una importante mayoría. El opio marxista y el opio multiculturalista pareciera diferenciarse solo en la superficie de sus nombres, porque en el fondo pareciera incentivar lo mismo. Recordemos unas palabras de Raymond Aron:

 

“Se dirá que la religión comunista, en nuestra época, tiene una significación muy distinta que la religión cristiana. El opio cristiano hace al pueblo pasivo, el opio comunista lo escita a la rebelión. A no dudarlo, la ideología marxista leninistaa ha contribuido a la formación, si no al reclutamiento, de los revolucionarios. Lenin y sus compañeros han obedecido menos a una doctrina que a un instinto político, el gusto por la acción y a la voluntad de poder. El profetismo marxista no ha dejado de orientar sus existencias, de despertar en ellos una esperanza infinita. !Qué importaban millones de cadaveres frente a la sociedad sin clases!”[18]

 

De voluntarismo mesiánico pareciera no estar exento el multiculturalismo anti-pluralista. Tomando forma más pervertida. Ahora el reclutamiento de los potenciales militantes se dirige hacia los niños. Téngase en cuenta las discusiones curriculares sobre el lenguaje inclusivo en las escuelas, o, la bibliografía infantil LGBT, una bibliografía más que educativa, es sugestiva.

 

El nuevo opio intelectual no solo pretende destruir el soporte moral y cultural de la civilización occidental. Sino también derruir el soporte individual que conforma la identidad individual. El opio multiculturalista en nombre de la igualdad construye una moral de la equivalencia en la que perdura el conflicto. Una moral que relativiza todo a su alrededor, alimentado a su vez odios olvidados con su ideologizada lectura de la historia. El multiculturalismo encierra a los individuos al pequeño mundo de su comunidad regresándolo al tranquilo resguardo de las cavernas.

 

Referencias

[1] La obra del teórico Norberto Bobbio, Derecha e izquierda, era una reacción a esta crisis.

[2] Arthur M. Schlesinger: The Disuniting of America: Reflections on a Multicultural Society.0 Nueva York: Norton, 1991.

[3] Raymond Aron: EL Opio de los intelectuales. Buenos Aires: Ediciones Siglo Veinte, 1961. p. 89.

[4] Russell Jacoby: The End of Utopía. Politics and Culture in Age of Apathy. Nueva York: Basis Books, 1999. p. 40

[5] Giovanni Sartori: La sociedad multiétnica. Pluralismo, multiculturalismo y extranjeros. Grupo Santillana: , 2001.   Cap. 1 Multiculturalismo antipluralista. [formato epub]

[6] Textualmente Foucault decía que: “La situación en Irán parece estar suspendida en una gran rivalidad entre dos personajes con blasónes tradicionales: el rey y el santo, el soberano en armas y el exiliado despojado; el déspota que tiene enfrente suyo al hombre que se yergue con las manos desnudas, aclamado por un pueblo.” “A quoi révent les Iraniens? en Le Nouver Obsertater¡¡der Ió de octubrc de I 978. Extraído en: François Dosse: Historia de los intelectuales, historia intelectual. François Dosse: La marcha de las ideas. Historia de los intelectuales e historia intelectual. Valencia-España: Universitat de Valencia, 2007. pp. 96-97.

[7] Ibidem. “Cultura, étnia y el otro

[8] Giovanni Sartori: Op. Cit. “El multiculturalismo antipluralista”.

[9] Alfred. L. Kroeber y Clyde Kluckhohn: Culture: A critical a review of concepts and definitions. Nueva York; Vintage Books, 1963.

[10] Russell Jacoby: Op. Cit. p. 36.

[11] Ibidem. p. 37.

[12] Peter Schwartz: “Multicultural nihilism”. En Ayn Rand: Return of the primitive. The Anti-industrial revolution. Nueva York: A Meridian Book, 1999. pp. 317-349.

[13] En Amy Gutman (ed.): Multiculturalism. Examining the politic of reconignition. Nueva Jersey: Priceton University Press, 1994. pp. 25-75.

[14] Estas reflexiones pueden ser ampliadas en Giovanni Sartori: Op. Cit. “La cultura del reconocimiento”

[15] Nancy Fraser: Justice interruptus: Critical Reflections on the “Postsocialism” Condition. Nueva York: Routledge, 1997.

[16] Russell Jacoby: Op. Cit. p. 54.

[17] “Pride in a Soundless World: Deal Oppose a Hearing Aid”. En New York Times, 16 de mayo de 1993, pp. 1. Referido en Peter Schwartz: Op. Cit. p. 338.

[18] Raymond Aron: Op. Cit. p. 281.

Imagen: Obra «El gran deténgase» de Fernando Leger

 

 

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