Serie «El fracaso del socialismo». Artículo I: El hombre nuevo de Robert Owen

Bernardino Herrera León

 

El socialismo sigue siendo hoy una poderosa utopía de cambio histórico. Pero antes de su aparición, el liberalismo ya había comenzado a cambiar la política, la economía y la sociedad con sus ideas, difundidas por el extraordinario movimiento de la Ilustración, que llenó de entusiasmo a todos los intelectuales del mundo, e inspirando las dos grandes revoluciones de la historia universal, la de independencia americana y la francesa. Y como proyecto político, no cabe duda que el socialismo fue uno de los nuevos pensamientos sociales nacidos del Humanismo y la Modernidad liberal.

 

A comienzos del siglo XIX, el mundo se encontraba monopolizado tanto por las monarquías absolutistas o por tiranías despóticas. Todos aquellos regímenes estuvieron legitimados durante siglos por las tradiciones conservadoras de la diversidad religiosa. Gobernaban a la abrumadora mayoría de los habitantes del planeta, que sobrevivían sumergidos en la pobreza extrema, en el analfabetismo y padeciendo hambrunas y cíclicas pandemias. La vida cotidiana promedio de entonces era un verdadero sufrimiento. La única esperanza de la gente común consistía en alcanzar el paraíso, pero después de la muerte.

 

A diferencia del socialismo, el liberalismo demanda racionalidad. Por entonces, debatía entre la ciencia y el escepticismo religioso, por un lado, y la religiosidad y el conservadurismo, por otro. El socialismo, en cambio, se acopló rápidamente con las creencias religiosas, no solo del cristianismo occidental, sino de todas las religiones en el mundo. Progresivamente, se convirtió en una nueva fe. Prometía un mundo de abundancia compartida, donde la propiedad sería distribuida en forma equitativa. Describía el mismo paraíso del que hablaban todas las religiones, con la diferencia de que, esta vez, no hacía falta esperar a la muerte ni cumplir normas morales para acceder a tal paraíso. El socialismo ofrecía el paraíso en la tierra, y podía disfrutarse en vida, sin condiciones, y en un futuro no muy lejano. En su oferta religiosa estriba su poderoso atractivo.

 

La religiosidad socialista fue aspecto crucial de su origen, que suele pasar desapercibida, que puede explicar, quizás, la extraordinaria velocidad con la que se extendió por todo el mundo, y que en las culturas más religiosas haya calado más. Todas las religiones del planeta prometían a sus fieles un paraíso al final de sus vidas, con la sola condición de cumplir en vida las leyes de dicha religión. La fe del socialismo lo ofrecía en el presente y sin requisitos morales que cumplir, salvo en convertirse en socialista.

 

Fue así como el socialismo despertó el entusiasmo en la posibilidad cierta y creíble de construir una sociedad de bienestar, como también lo ofrecía el liberalismo. E igual que éste, también se asoció con los avances de la ciencia. En especial con los primeros impactos del industrialismo, que explicaron el éxito de los movimientos políticos liberales, que despertaron gran ilusión, tras el experimento de independencia republicana en los Estados Unidos de América y de la Revolución Francesa. Pronto, el socialismo competiría por el entusiasmo que inspiraba el liberalismo, que prometía una prosperidad fruto del esfuerzo y del trabajo productivo. Liberalismo y socialismo comenzaron a competir por la ilusión de un mundo distinto, y que no fuese solo una utopía sino una posibilidad real posible.

 

La inspiración religiosa del socialismo le dio la ventaja, desde el punto de vista propagandístico. La propaganda fue, desde sus inicios, su herramienta más indispensable. Esta ventaja le permitió masificarse, promoviendo el cambio de las ideas religiosas tradicionales por el de la nueva fe. En efecto, en la primera mitad del siglo XIX, el socialismo se promueve como un programa de acción muy concreta, inspirada en la filosofía cristiana. Proponía un proyecto de mancomunidad de bienes compartidos, inspirados en los primeros asentamientos cristianos, dentro y fuera de la Palestina antigua, donde tuvo su origen el cristianismo.

 

Pocas décadas después, esta idea de socialismo cristiano fue transformada en el “socialismo científico”. El marxismo llamó, despectivamente, “socialismo utópico”, a aquellos primeros pensadores y programas de la primera mitad del siglo XIX, pero manteniendo las aspiraciones de una sociedad igualitaria. Un paraíso, pero sin religión. Las dos corrientes evolucionaron en las dos concepciones distintas del socialismo que hoy conocemos. Una, reformista, pacífica y moderadamente autoritaria. Otra, radical y violenta y extremadamente totalitaria.

 

Una evidencia que revela que el surgimiento del socialismo puede estar relacionado con el entusiasmo que despertaron sus experimentos sociales. Una de ellas ocurre en los Estados Unidos, considerada la primera aplicación práctica de un programa inspirado en el socialismo. La nación norteamericana cumplía, apenas, medio siglo de existencia, y se encontraba en pleno auge migratorio, de Europa hacia América y desde el Este hacia el Oeste del país. No fue el único, pero sí el más destacado. Lo llevó a cabo el empresario inglés Robert Owen (1771-1858), en Indiana.

 

Owen ya había aplicado sus ideas en su fábrica de tejidos en Escocia, reduciendo la jornada laboral, prohibiendo el trabajo infantil, autorizando bajas o reposos por enfermedad y preocupándose por la calidad de vida de los dos mil empleados que trabajaban en sus fábricas. Ese tipo de políticas la conocemos hoy como responsabilidad social, entre otros conceptos, y fueron la base de los primeros sindicatos.

 

Opuesto a las corrientes conflictivistas de la “lucha de clases”, Owen promovía la idea de la fraternidad humana y del cooperativismo. Aún se le considera uno de sus fundadores del movimiento cooperativista. Fueron sus seguidores quienes acuñaron el término socialismo. Una cita del mismo de su libro, publicado en 1814, explica la relación entre la doctrina que propone y el desarrollo científico que avizoraba:

 

El progreso alcanzado por la ciencia hace que ya no sea dudoso el resultado definitivo de la lucha; pero sería de desear que cesara pronto con satisfacción para todas las partes, y puede cesar mediante la unión de las seis principales naciones de la parte más civilizada del mundo. Ya que una vez que se unieran para adoptar simultáneamente medidas nacionales, para dar una sabia orientación a los descubrimientos modernos de las ciencias físicas y mentales, podrían conseguir los resultados más magníficos para sí mismas y para toda la familia humana. (1)

 

Owen prosiguió con su proyecto en Estados Unidos de América, comprando una comunidad de ocho hectáreas que consideró ideal a su propósito. La comunidad había sido fundada por dos comunidades religiosas, que cedieron luego a un grupo de luteranos disidentes alemanes, dirigidos por Georde Rapp, con el nombre de Sociedad Harmonie, en 1814. Eran fervientes religiosos, creyentes en la segunda venida de Cristo y en la perfección de la vida cristiana. Construyeron un pueblo de ladrillos, cuando entonces predominaba la madera y lograron una productividad agrícola y pecuaria más que suficiente, que les permitía incluso comerciar sus excedentes (2).

 

Al adquirirla, Owen la refunda como New Harmony, en 1825. Y con el apoyo del geólogo aficionado, William McClure, intentaron establecer una comunidad modelo para experimentar sus ideas educativas, adoptando formas de vida igualitarias. Convocó a naturalistas, educadores y feministas para que formaran parte de la comunidad. Logrando reunir unas ochocientas personas que participaron en la experiencia. El portal que actualmente se conserva como el Museo New Harmony, puede leerse la siguiente inscripción:

 

«Comunidad de Igualdad», que se disolvió por 1827. Sin embargo, su sueño utópico (el de Owen) trajo contribuciones significativas a la americana teoría científica y educativa, el estudio y la práctica. La actividad de las primeras feministas para el aumento de la conciencia nacional de la emisión del sufragio de las mujeres. (3)

 

Las reglas comunitarias de New Harmony fueron muy estrictas. Imponía horarios de llegadas a casa, prohibición de emborracharse en público, exigencia de tiempo obligatorio para dedicar a la familia y normas por el estilo. La educación fue una estrategia clave y era obligatoria para todos, incluso en edad preescolar. La estrategia pedagógica que se propuso fue el de la “formación del carácter”.

 

Owen elaboró una teoría sobre el comportamiento humano que legaría como uno de las ideas fundamentales del socialismo. De acuerdo con su teoría, el comportamiento humano podía moldearse con el determinismo del entorno. De acuerdo con lo cual, educando desde la más tierna infancia, dentro de un ambiente adecuado de respeto a los valores de convivencia, podían lograrse un comportamiento social ideal.

 

La teoría pedagógica del socialismo de Owen proponía así al “hombre nuevo”. Este concepto se mantuvo como parte inseparable de nueva ideología, en todas las corrientes conocidas del socialismo, perdurando hasta nuestros días. El “hombre nuevo” fue un concepto adoptado por líderes como Lenin y Mao con las genocidas consecuencias que trataré en otros artículos.

 

Owen predicaba de modo muy similar al cristianismo originario. La diferencia es que su prédica se fundamentaba en lo entonces se concebía como ciencia. Estas ideas impresionaron. Hasta fue invitado por el Congreso norteamericano para que expusiera su proyecto, con la presencia del presidente James Monroe.

 

La teoría del comportamiento de Owen iba más allá de un modelo pedagógico. Promovía la idea de una “declaración de independencia” similar a la que proclamaban las colonias cuando decidían liberarse de sus metrópolis. La llamó “Declaración de Independencia Mental”, una especie de paso trascendental que debían dar los individuos para liberarse de los supuestos males causantes de los problemas humanos, de sus vicios y de sus sufrimientos. Entre ellos, las religiones convencionales, el matrimonio tradicional de predominio masculino y la propiedad.

 

En esto último nada nuevo, según la tesis del pobrismo antiguo de Antonio Escohotado (3). Owen estaba convencido de que el interés individual y la propiedad eran los principales obstáculos que impedían el surgimiento de una nueva sociedad en la que predomine igualdad entre los hombres. Esta última idea persistiría en todas las corrientes del socialismo hasta nuestros días.

 

Owen nunca cedió título de propiedad dentro de New Harmony, y las personas que allí vivían no pagaban renta alguna. Los bienes que se producían se distribuían desde un almacén central del pueblo, mediante un sistema lento e ineficiente. Pronto, las consecuencias de tan rígido modelo socialista comenzaron a mostrar pésimos resultados. Los bajos incentivos para el trabajo productivo hicieron decaer la antiguamente próspera comunidad protestante. Demasiados intelectuales viviendo juntos en una comunidad aislada del resto del mundo. Dos años después de su inauguración, y tras muchas renovaciones e intentos, el experimento socialista fracasó por completo.

 

Pero Owen se negaba a aceptar que este fracaso se debía a su modelo socialista. Culpó a la calidad de las personas que participaron en el proyecto y que muy pronto a abandonaban el lugar. El fracaso no amilanó su ánimo, sino por el contrario, introdujo innovaciones. En los años sucesivos fundó cooperativas y sindicatos, que tampoco obtuvieron mucho éxito. También fundó periódicos y editó libros, como su Nuevo Mundo Moral. Y promovía conferencias que bautizó como “salas de ciencia”, con el propósito de difundir sus ideas.

 

Las “salas de ciencia” owenianas reunían a sus seguidores los domingos. Actuaban de modo similar al ritual en las iglesias cristianas, aun cuando sus postulados declaraban rechazo a toda religión. Pero las similitudes muy simétricas. A sus congregaciones familiares no las llamaban misa, sino reuniones. Y como en las misas, alguien subía al estrado para hablar. No lo llamaban sermón sino conferencia. Acompañaban dichas reuniones con cánticos, parecidos a los religiosos, pero con contenidos socialistas, con hermosas proclamas sobre la igualdad y la hermandad.

 

Pese a sus continuos reveses, Owen nunca dejó de creer en sus ideas. Ni siquiera después del fiasco de un segundo proyecto similar al de New Harmony, de nombre Queenwood, en Hampshire, Inglaterra. Pero, en adelante, sus ideas se fueron tornaron más moralistas y espiritualistas. Se fue considerando a sí mismo como un “religionista racional”.

 

Falleció, en 1858, en su Newtown natal, en Gales, convencido de que el gran cambio social vendría desde el dentro de la misma sociedad y por su propia naturaleza social. Su reformismo inspiró a muchas organizaciones socialistas, cooperativistas y sindicalistas, incluyendo al Partido Laborista británico, que aún lo considera como el padre fundador del socialismo inglés. La prédica de la fraternidad humana en vez de la lucha de clases lo diferenció radicalmente del marxismo. Aunque, irónicamente, en una las “salas de ciencia” se formó uno de los fundadores del socialismo marxista opuesto a Owen: Federico Engels.

 

Notas:

(1) OWEN, Robert. El libro del nuevo mundo moral. Extractos. En versión digital: http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/filosofia/owen/owen.html#2

(2) New Harmony, Museo del Estado de Indiana, sitio Web: http://www.indianamuseum.org/new-harmony-state-historic-site?gclid=CJTbz-Sn99ECFQZDhgodSAMD3Q

(3) Idem.

No Comments

Sorry, the comment form is closed at this time.