
16 Ago Serie Revolución Bolivariana: Crónicas del mal. Crónica #2 El hambre postnatal
Ezio Serrano Páez
Serie «Revolución Bolivariana: Crónicas del mal».
Relatos sobre el daño histórico de un proyecto ideológico
Tiene apenas 16 años de edad. Su peso, con tendencia a la baja, alcanza los 39 kilos. Con sólo mirarla, salta a la vista una verdad: está desnutrida. Su rostro, como pintado por Cristóbal Rojas, es una ilustración de «La Miseria». Su cabello quebradizo, la ausencia de brillo en su mirada, su tez reseca, su rostro huesudo y pálido, son los detalles estéticos de una severa avitaminosis. La acelerada mitosis que ocurrió en el vientre de la niña parturienta, es un episodio más en el proceso de reproducción de la pobreza.
El parto de la madre niña, más que el advenimiento de una nueva vida, es la continuación de varias tragedias simultáneas: la del recién nacido de apenas 1.400 gramos, con un futuro incierto. La de su mamá adolescente, atrapada en un mundo que le resulta incomprensible. Y la de una madre-abuela que debe efectuar la magia de multiplicar los panes.
Cuando los dolores de parto anunciaron la proximidad de la hora, la abuela debió pedir prestado para pagar los pasajes y llevar su hija al centro de salud más cercano. Allí la dejó para seguir buscando trabajo. Sabe lavar, planchar, cocinar y puede realizar labores de limpieza doméstica. La abuela pensaba que había llevado la parturienta al lugar más apropiado. Dicen que en ese centro funciona un programa de ayuda alimentaria con aportes del gobierno y la empresa privada. Además, se distribuyen cajas Clap con puntualidad comprobada.
Mientras la abuela camina de puerta en puerta buscando empleo, ya han pasado 5 días desde que la niña madre pariera. Nadie se ha presentado para dar la bienvenida a la pequeña criatura. A nadie parece importarle el cuadro de Cristóbal Rojas que ahora parece abandonado. En una situación normal, las parturientas se marchan al término de las 12 horas. Algo ocurre con esta nueva madre que parece haber dejado la mayor parte de su vida en su pequeño retoño con peso límite.
Pero siempre hay almas que se conmueven. Una cama hospitalaria cercana a una ventana del piso 3, con un recién nacido que llora desconsolado, y una niña madre con la mirada perdida, indiferente al llanto de su vástago al pie de la cama, presagian una tragedia. La veterana enfermera sabe lo que significa “depresión postparto”, y la escena parece estar montada para un desenlace absolutamente inesperado. La enfermera intenta comunicarse con la parturienta:
-Alimentaste a tu bebé?- ¿Le has hecho la cura al ombligo? ¿Cambiaste el pañal?
No hubo respuestas para demasiadas preguntas técnicas e incomprensibles para quien a quebrado su vida. La enfermera toma una decisión marcada por la experiencia. Sabe de casos en los cuales, la depresión postparto lleva a la violencia de la madre contra el recién nacido: Separa al niño de su progenitora, llevándolo al retén de neonatos para que sea alimentado. La madre niña continúa con la mirada perdida.
Al regresar de la tarea cumplida, la enfermera hace un nuevo intento de comunicación con aquél personaje que navega en espacios del dolor incomprendido. Pero su experiencia le falla, presume en la parturienta algún signo de locura. Por eso se acerca a la cama y le dice:
-El médico te dejó la orden para que te hagas las pruebas de laboratorio. A dos cuadras funciona uno donde cobran un poco más barato. Llama a un familiar para que lleve las muestras. Sin esas pruebas no podemos darte de alta.
La niña madre apenas volvió la cabeza hacia quien le estaba hablando. La miró a los ojos en procura de alguna interpretación para su mirada. La enfermera se sintió escuchada y prosiguió con su discurso:
-Te llevaremos a una interconsulta con un psiquiatra-
Fueron esas palabras las que finalmente provocaron el habla del cuadro de Cristóbal Rojas:
-Yo no estoy loca, lo que tengo es hambre. Llevo más de 5 días sin comer nada. Quise darle el pecho al niño y no salió ni una gota de leche.
La revelación de lo evidente lo cambió todo. Al punto que ahora, la veterana enfermera resultó la interrogada:
-¿De dónde supone usted que voy a sacar para pagarme las pruebas de laboratorio, si no tengo ni para el pasaje de regresar a casa?
En aquél centro de salud, con programa piloto de alimentación que recibe aportes públicos y privados, además de las Cajas Clap, el hambre estaba ganando una partida quien bien podría definirse con la vida o con la muerte. No existe prueba de laboratorio que pueda desmentir el hambre, cuando ésta se anuncia con su propio lenguaje. La profesional de la enfermería, no sin afrontar trámites burocráticos, logró conseguirle las sopas que aportaron la energía necesaria para que la niña madre abandonara el centro de salud acompañada por la abuela.
En Venezuela existen tres tipos de pobres, con independencia de los estándares reconocidos internacionalmente. Existen los pobres de solemnidad, como la niña madre. Luego están los pobres sobrevivientes, sector mayoritario de la población, el cual adoptó la forma de vida de los perros callejeros: buscamos el hueso del día. Y finalmente están los miserables pobres o pobres miserables, igual da. Son los carroñeros que se enriquecen con los recursos públicos, pretendidamente destinados para luchar contra la pobreza.
Pocos días antes del parto narrado, en aquel Centro de Salud se produjeron varias renuncias a la nómina médico-asistencial. Y es que la pirámide de pobreza venezolana admite la movilidad social. Por ejemplo, los pobres sobrevivientes pueden convertirse en pobres miserables con relativa facilidad. Los salarios de hambre que se pagan en el sector público, otorgan patente de pobreza, remembranza de aquellas Patentes de Corso otorgadas por los imperios coloniales.
Con patente de pobreza, por ejemplo, se puede justificar apoderarse de la gasolina para revenderla a los sobrevivientes, quienes lo agradecerán, por ahorrarse dos noches de sueño. Se aproximaba diciembre, época de ventas cuando el espejismo de los bodegones, alimentaba las fantasías de crecimiento económico, sin renunciar a los principios revolucionarios. ¿Y para qué renunciar a tales principios, si con ellos podemos ejercer el comercio con ventajas? Con una gran pancarta y publicidad en las redes se anunció la apertura del Bodegón lo nuestro.
A pesar de su nombre, el lugar ofrece productos nacionales e importados con servicio de cafetería. Por pura casualidad, buena parte de la mercadería se parece a la que ingresaba al centro hospitalario donde parió la madre niña. Los propietarios del establecimiento son los mismos personajes que renunciaron a la nómina de aquél Centro de Salud. Pero el mundo es un pañuelo, y quiso la circunstancia que fuese en ese nuevo comercio donde la abuela por fin consiguió un empleo. La contrataron para hacer la limpieza del lugar. Ahora la abuela está muy agradecida. Podrá ayudar con la nutrición de su nieto e hija.
Ya Bernardo de Mandeville (1729) nos lo había advertido: los vicios privados pueden ocasionar beneficios públicos, o los bribones se convierten en personas decentes. El darwinismo social impulsado por los principios revolucionarios, puede tener mirada benevolente frente al robo de la cosa pública, aunque esto signifique el hambre y hasta la muerte de los más vulnerables. Siempre habrá quien agradezca un empleo y el acceso a los bienes de consumo con precios algo más baratos.
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