Serie «El fracaso del socialismo» Artículo V: El socialismo democrático

Bernardino Herrera León

 

La versión soviética o leninista del socialismo nunca fue fácil de digerir para los intelectuales y activistas políticos en el resto del mundo. La corriente socialdemócrata fundada por Eduard Berstein, a fines de siglo XIX, se presentaba como una variante alternativa, y por ello, se fue fortaleciendo a medida que las noticias del exterminio soviético y las purgas de profesores, escritores e intelectuales se filtraban riesgosas hendijas de la férrea y mortal censura bolchevique. Muchos partidos y movimientos comenzaron a plantearse otras rutas para alcanzar el anhelado socialismo.

 

Pronto, el modelo socialdemócrata de Berstein se fue bifurcando en dos grandes corrientes, aunque ambas conservaron el ideario fundacional, según la cual era posible la coexistencia entre socialismo y democracia. Idea conocida, desde la década de 1920, como “socialismo democrático”.

 

Una corriente se mantuvo en el socialismo clásico. Postulaba que el ideario socialista evolucionaría en el interior del “capitalismo” hasta lograr integrar culturalmente a toda la sociedad. Es decir, hasta que toda la sociedad se convirtiera en socialista, momento a partir del cual surgiría, definitivamente, la nueva sociedad.

 

Otra corriente, que hoy conocemos como socialdemócrata, propuso, en cambio, que el socialismo podía cohabitar dentro del “capitalismo”, concediendo libertades económicas relativas, y coexistencia de empresas privadas con empresas del Estado socialista. En otras palabras, concebían viable construir el socialismo en una economía de mercado.

 

Ambas corrientes coincidían en que modelo el socialismo sería posible mediante el sufragio universal. Y ambas postulaban rescatar el rostro humano y justiciero del socialismo, oponiéndose, cada vez más frontalmente, al estilo dictatorial soviético, y luego el modelo chino. Y en efecto, los partidos socialistas europeos y americanos, muchos de ellos fundados a fines del siglo XIX, lograron importantes éxitos masivos, e influencia en la dinámica política de cada uno de sus países. Pero tal éxito se debía, en buena medida, por la expansión de los regímenes totalitarios, como el fascismo y el comunismo chino-soviético.

 

Una de las más destacadas experiencias del socialismo democrático mundial lo lideró el Partido Laborista británico, fundado en 1900 mediante una fusión de sindicatos. Pero, antes, en 1918, reformó sus estatutos con la conocida “Cláusula Cuarta”, que incluyó la doctrina socialista, proclamando promover la propiedad social. En 1924 y en 1929, lograron formar gobierno siendo minoría, mediante alianzas con fuerzas liberales izquierdistas y bajo el liderazgo de Ramsay MacDonald. Pero fueron gobiernos débiles y breves. En la primera experiencia fueron derrotados electoralmente, acusados de asociarse con la Unión Soviética. El segundo gobierno no pudo resistir el impacto de la Gran Depresión, por división del laborismo entre quienes proponía recortes del gasto público y quienes consideraban lo contrario. MacDonald asumió luego la presidencia en coalición con diversas fuerzas políticas, entre 1931 y 1935, con un gabinete de sólo dos laboristas, que le costó acusaciones de traidor al socialismo.

 

Al estallar la Segunda Guerra Mundial, el Partido Laborista se asoció con Winston Churchill, por ser contrario a la línea dominante en el Partido Conservador, de cohabitar con el nazismo y fascismo. Luego, en las primeras elecciones de postguerra que se celebraron en julio de 1945, y bajo el liderazgo de Clemens Attlee, obtuvieron casi el 50% de los votos, logrando que por primera vez un proyecto socialista llegase al poder por medio de elecciones.

 

La administración socialista de Attlee nacionalizó el Banco de Inglaterra, las industrias de electricidad, gas, carbón, ferrocarriles, transporte público, aviación civil, la siderúrgica, entre otras. La coyuntura de una economía devastada por la guerra facilitó el proyecto laborista que se proponía ir más allá, mientras se construía el Estado de Bienestar, mediante programas sociales con el servicio nacional de salud y pensiones. En este período, Gran Bretaña se retira y accede a la independencia de la India y Palestina. En las elecciones de 1951, pese a haber obtenido más votos, el proyecto fue derrotado por el Partido Conservador dirigido por Winston Churchill.

 

Inspirado en el modelo laborista, el socialismo europeo logró éxitos electorales, presencia en los parlamentos, y con opciones de poder desde la década de 1970. En 1973, se funda la Confederación de Partidos Socialistas de la Comunidad Europea, que se convirtió en el Partido Socialista Europeo en 1992. Las dos corrientes comentadas convivieron, promoviendo proyectos de programas sociales y de pensiones.

 

Pero las políticas de nacionalización de empresas fracasaron. Las economías estatizadas, una más unas menos, no lograban despegar. Las empresas estatizadas comenzaban a mostrarse deficitarias y las finanzas públicas con cada vez menos posibilidades de financiarlas artificialmente. En el caso, británico, el Estado se veía obligado a aumentar los impuestos para sostener el gasto público, espantando con ello las inversiones.

 

En 1971, la situación era ya insostenible en Inglaterra. Todas las leyes laboristas promulgadas para proteger a los obreros británicos se convirtieron las trabas del empleo y de mejores sueldos. Con la caída sostenida de la productividad fue imposible cumplir o aspirar a mejoras laborales. Desde 1975, la espiral inflacionaria comenzó a acelerarse. La inflación británica sobrepasó el 25%, y el costo del Estado de bienestar se hacía insostenible. El modelo socialista de estilo radical reformista resultó en quimera.

 

La crisis dio paso a la emergencia del liderazgo de Margaret Thatcher, del Partido Conservador, quien logra capitalizar el descontento popular, tras una ola de huelgas contra el gobierno laborista en 1978. Llegar al poder en 1979, con un discurso esencialmente anti socialista y con un plan para desmontar el programa iniciado por Attlee, y continuado tanto por los gobiernos laboristas como conservadores.

 

Tras las décadas de los conservadores Thatcher y John Mayor (1943), entre 1979 y 1997, la corriente socialdemócrata en Europa cobró un impulso renovador bajo el liderazgo de Tony Blair, quien obtuvo una victoria aplastante en las elecciones de aquel año. Para lograrlo, Blair tuvo que convencer a su partido para romper con el socialismo marxista. “Ya no es el socialismo de Marx, el control del Estado, lo que pretendemos”, dijo en la convención reformadora de los estatutos del Partido Laboral… “Somos el partido de los individuos porque somos el partido de la comunidad. Eso es el socialismo”. Con tan ambiguo discurso, y casi sin resistencia ideológica, Blair logró que la totémica Cláusula Cuatro del partido fuese eliminada, con el 65%, a favor, y 34%, en contra. Blair conduciría e influenciaría a sus similares a tomar un rumbo distinto del socialismo clásico. La influencia de Blair se extendió de Europa hacia América. Y, desde entonces, los partidos socialistas o socialdemócratas no volvieron a cuestionar, hasta hoy, la idea del libre mercado y la democracia liberal como principio esencial de la sociedad.

 

El caso de Salvador Allende fue, junto con Attlee, un representante del socialismo democrático marxista en hacerse del poder por vía electoral. Pero a diferencia de los laboristas, el partido Socialista de Chile, quizás el más antiguo de América Latina, logra la primera minoría de 37% electoral gracias a la coalición con otros partidos que llamaron Unidad Popular. Bajo su presidencia, Allende aplicó medidas similares al laborismo de Attlee, nacionalizó industrias, subió impuestos a las fortunas, controló precios e intentó fundar empresas estatales. Pero la fuerza radical de sus socios izquierdistas, como el partido Movimiento de Izquierda Revolucionaria, también marxista y fidelista, condujeron a un escenario de polarizada conflictividad social, que muy pronto sumergieron al país en la anarquía. En especial de los empresarios que rechazaron y enfrentaron con huelgas las políticas estatistas. La “vía chilena al socialismo” fue abortada por un golpe de estado militar, con el apoyo de los Estados Unidos, preocupado por la expansión en el continente tanto del modelo chileno como del modelo cubano, con el apoyo de la Unión Soviética, en plena Guerra Fría.

 

Luego del desplome de la Unión Soviética, los partidos socialistas europeos, y en alguna medida del resto mundo, titubearon por una década. Fueron a la postre, os diez años de mayor expansión de las democracias liberales en el mundo. Una mayoría de esos partidos se inclinó por la corriente socialdemócrata. Otros menos, se atrincheraron en el radicalismo marxista que transformaron progresivamente en los que se llamó la “Nueva izquierda”, de la mano del feminismo, el ecologismo, los movimientos homosexuales, la antiglobalización. La Nueva izquierda sustituyó la clásica lucha de clases marxista por otros conceptos.

 

Importantes líderes socialistas como Blair y Felipe González, en España, rompieron el marxismo y consolidaron el concepto de socialismo democrático deslindado tanto del marxismo como del extremismo, en general. La irrupción de los nuevos movimientos de izquierda los tomó por sorpresa.

 

Muchos de esos movimientos y partidos de izquierda marxista y de nueva izquierda de América Latina se congregaron en el Foro de Sao Paulo, en julio de 1990, meses después de la caída del Muro de Berlín y en contra del temido fortalecimiento de lo que llamaron el “neoliberalismo”, que promovieron líderes como Tacher y Regan. Con el tiempo se convirtió en una especial de nueva internacional socialista. Al momento de fundarse como organización, sólo Cuba estaba gobernada por un régimen socialista, de corte marxista. La llegada electoral al poder del fallido militar golpista Hugo Chávez dio un giro en efecto dominó, pues a su éxito siguieron el Partido de los Trabajadores, en Brasil, en 2002, el Frente Amplio en Uruguay, en 2004, el Movimiento al Socialismo de Bolivia, en 2005, el Partido Socialista de Chile, en 2006, Alianza País de Correa en Ecuador y el Frente Sandinista en Nicaragua, en 2006, Alianza Patriótica en Paraguay, en 2008 y el Partido Nacionalista de Perú, de Humala, en 2011.

 

Lo verdaderamente difícil de explicar es el por qué resultaron tan atractivos los proyectos políticos de los partidos y organizaciones extremistas y radicales del Foro de Sao Paulo, considerando que hacía menos de una década se había desplomado los regímenes socialistas en Asia y Europa. Al parecer el horror de aquellos regímenes resultó débilmente difundido y menos analizado. Posiblemente, la narrativa izquierdista del antiliberalismo y de la antiglobalización, revitalizados por los temas favoritos de la “ideología de género”, lograron opacar o minimizar el impacto de aquellas desastrosas experiencias socialistas de la Guara Fría, cuyo genocidio se estima en más de 100 millones, según algunos de sus antiguos militantes.

 

Por el contrario, los movimientos de izquierda socialista vivieron, al fin después de casi un siglo de intentos, su época de oro en América Latina. Época dorada que ha llegado a su fin, a su declive, dejando como negativa herencia, una penosa estela de fracturas y de confrontación social, acompañada de crisis de gobernabilidad, represión y aumento de la pobreza.

 

En coincidencia con los fracasos de los pares socialistas europeos, el exacerbado estatismo socialista engendró el monstruo de la corrupción, tan extremo, que pronto se hicieron insostenibles financieramente, provocando severas crisis económicas. Pero, a diferencia del socialismo democrático en Europa, los socialistas latinoamericanos se involucraron con el crimen organizado. Nada que no hayan practicado antes los partidos socialistas desde los tiempos de Lenin. Sin embargo, las simpatías ideológicas hacia las guerrillas colombianas trivializaron y más bien fueron imponiendo como “legítimo” el uso de la violencia terrorista y delictiva, del narcotráfico y del lavado de dinero como formas “aceptables” de financiar partidos y formas de “violencia revolucionaria”.

 

Casualmente, Colombia, donde más intensamente se aplicó esta violencia, fue una de las pocas naciones que resistió el efecto del Foro de Sao Paulo. Las guerrillas FARC y ELN, terminaron evadiendo la toma del poder, que argumentaban en sus programas y manifiestos redentores, para dedicarse en cambio a una lucrativa y aventurada vida criminal, mediante secuestros, impuestos de guerra, contrabando, comercio de armas, y sobre todo, narcotráfico y legitimación de capitales.

 

En cambio, los socialistas europeos no parecen haber cruzado la línea roja del criminalidad dura y del terrorismo, salvo en los casos como los de ETA, en España, y las Brigadas Rojas, en Italia. Los europeos se dejaron seducir por la corrupción para financiar sus partidos, sus militantes su cada vez más imprescindible propaganda. Sus escándalos aún llenan titulares de prensa.

 

El desgaste económico y social que conlleva el estatismo, el abuso tributario y el despilfarro público condujo al hundimiento de aquellas experiencias democráticas, que hoy sufren de diferentes grados de rechazo como opción electoral, en la mayoría de los países de Europa y América. El caso de Venezuela, el primer gobierno constitucional del Foro de Sao Paulo, se ha convertido en el más que patético y dramático, dada la catástrofe social que ha provocado y en la que aún mantiene sumergido el antes próspero país. El vacío socialista que están dejando en su decadencia aún está por ocuparse. Otras ideologías tratan de hacerse de sus nichos de poder. Veremos qué ocurre con las fuerzas liberales.

 

 

Fuentes:

 

ALLENDE, Salvador. La vía chilena del socialismo. Fundamentos, 1998.

BERSTEIN, Eduard. Socialismo democrático.  Tauro, 1990.

CARABANTES, Andrés. Balance y futuro del socialismo. Planeta, 1984.

DROZ, Jacques. Historia del socialismo. El socialismo democrático. Laia, 1977.

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file:///C:/Documents%20and%20Settings/Administrador/Mis%20documentos/Downloads/Dialnet-ElPartidoLaboristaBritanicoUnModeloDeCambioOrganiz-27510.pdf

GONZÁLEZ A., Jesús. Louis Blanc y los orígenes del socialismo democrático. Centro de Investigaciones Sociológicas, 1989.

FUKUYAMA, Francis. Identidad. Las demandas de dignidad y políticas de resentimiento. Desuto. 2019.

HEATH, J. y POTTER, A. Rebelarse vende. El negocio de la contracultura. Taurus, 2004.

PRADOS A. Jesús. El socialismo democrático. Un éxito pretérito y una esperanza de futuro. Planeta, 1976.

PEÑA ESCLUSA, Alejandro. El Foro de Sao Paulo. Una amenaza continental. Grijalbo. 2009.

RANGEL, Carlos. El Tercermundismo. Monte Ávila, 1982.

Imagen:https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/6/6c/Rosa_Pu%C3%B1o_Socialismo.JPG

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