
14 Abr Serie «El fracaso del socialismo». Artículo IV : Maoísmo: genocidio literal y cultural
Bernardino Herrera León
A la llegada al poder de los comunistas, China atravesaba un largo período de violencia y anarquía. Las matanzas frecuentes y la represión dura se convirtieron en el modo frecuente de gobernar. Así que la primera fase de la propaganda épica consistió en que el régimen comunista le haya devuelto al país la paz y la gobernabilidad, durante la década de 1949 a 1957. La primera ola represiva fue dirigida contra la disidencia, que incluía a pueblos católicos enteros. Entonces, el genocidio ya adquiría características nunca antes vista desde los tiempos del siglo XIII, cuando los mongoles azotaban frecuentemente el norte del país.
La siguiente fase del exterminio maoísta se aplicó en la reforma agraria, que comenzó separando al campesinado chino en cuatro clases: pobres, semipobres, medios y ricos, que fueron reconocidos, condenando muerte a los llamados terratenientes. Pero casi toda la población campesina no reacciona con simpatía a la nueva revolución agrícola que aplicaba el régimen comunista, por lo que muy pronto la persecución y matanza de campesinos se hacían más frecuentes, acompañadas de la respectiva confiscación de bienes.
Las crueles ejecuciones fueron debidamente difundidas mediante un ritual que llamaban “mitin de la amargura”, donde exponían públicamente a los acusados de rebeldía y traición por colaboración con los japoneses. Esto incluía a los campesinos pobres. Durante el ritual se les torturaba, permitiendo el público participase de la cruel orgía de maltratos a los desdichados acusados. Los que sobrevivían se confesaban culpables de los crímenes a cambio o de una prisión de trabajos forzados o de una ejecución rápida que pusiera fin al sufrimiento. El país fue sembrado de campos de concentración de prisioneros políticos y demás disidentes, al mismo tiempo que se funcionaban como centros de producción diversos. Dejaban vivir a una parte de los acusados con el único objetivo de convertirlos en esclavos para proveer el régimen.
Todo este horror fue expuesto en la propaganda con la narrativa del renacimiento de la nación china, y fue bien visto entonces por los socialistas de todo el mundo. Pero el exterminio ideológico sanitario del experimento chino comienza a hacer ruidos cuando, después de los campesinos, la persecución incluyó elementos “contrarevolucionarios”, esto es, intelectuales, maestros, pequeños empresarios, profesionales, etc. La propaganda argumentaba que se trataba de una cruzada contra la corrupción, el derroche, la burocratización del Estado, la especulación, la evasión de impuestos y la divulgación de secretos de Estado al enemigo, la burguesía, por supuesto. Bien vale la cita textual con la descripción que en detalle nos lo ofrece Jean Louis Margolin, en la página 555 en el respectivo capítulo del Libro negro del comunismo… :
“La cifas seguras no dejaban de impresionar desde el primer momento: 3.000 arrestos durante una noche en Shanghai (y 38.000 en cuatro meses), 220 condenas a muerte y ejecuciones públicas inmediatas en un solo día en Pekín, 30.000 mitines de acusación en la misma ciudad en nueve meses, 89.000 arrestos, de los que 23.000 finalizan en condenas a muerte, en diez meses en Cantón. 450.000 empresas privadas (de ellas 100.000 nada más en Shanghai) quedan sometidas a investigación. Se reconocieron como culpables de malversación a un buen número de patronos y mandos de empresa, sancionados con penas de cárcel. Los residentes extranjeros se convirtieron en blanco predilecto (…) la mayor parte eclesiásticos (…) acusados de espías y condenados a cadena perpetua.”
Mao introduce una variante a la idea del “hombre nuevo” socialista, diferente a la educación progresista de Owen y al de exterminio demográfico, de Lenin. Intenta cortar radicalmente con el pasado, borrándolo. Prohibió en la educación las tradiciones milenarias, reescribiendo la historia. Censuró la lectura de los clásicos y de la literatura antigua. Leer en la China de Mao se redujo, prácticamente, a la lectura de un solo libro, un panfleto extremo llamado el Libro Rojo. La variante Mao del hombre nuevo fue la reeducación radical, apartando a su pueblo de su antigua cultura. Ningún gobernante socialista había planteado eso antes.
Por una década, Mao siguió el mismo modelo soviético de colectivización del campo e industrialización forzada. Pero, igual que con los soviéticos, los resultados fueron decepcionantes. Pensó que podía mejorarlo y ordenó un nuevo programa que llamó “El gran salto adelante”, cuyo protagonista serían las comunas populares, unas 23 mil de ellas integraban a 500 millones de personas. Se calculaba que con esta inmensa masa de trabajadores China daría un salto en productividad agrícola, por encima de los países occidentales. Incluso en producción de otros rublos como el acero. Sin embargo, la producción no aumentó. A finales de la década de 1960, desfavorables coyunturas climatológicas empeoraron la situación, generando una hambruna generalizada. La historiadora Merlen Goldman estima que el utópico programa del Salto hacia adelante llevó produjo la muerte de entre 30 a 40 millones de personas. Una colosal cifra a la que debe sumarse las del exterminio directo contra toda disidencia, incluyendo las masacradas víctimas indefensas en los sucesos de la Plaza Tiananmén, el 4 de junio de 1989, matanza pronta a cumplir 30 años.
Hasta ese entonces, la palabra comunismo pasó a tener un significado muy diferente al que describiera Karl Marx en el siglo XIX, hablando de una sociedad de abundancia y felicidad que se advendría. Pero para rusos, chinos y pueblos gobernados por la ideología comunista, el significado de la palabra se había convertido en una verdadera pesadilla.
La era Deng Xiaoping, comienza en 1978, cuando el nuevo líder del Partido Comunista Chino afirmó que de no haber reformas y modernización, el socialismo quedaría enterrado. No era para menos. Luego del fracaso del Gran Salto… y de la Revolución Cultural, con sus trágicas consecuencias en millones de personas que muriendo de hambre o perseguidas por el fanatismo ideológico, cundió en China el caos económico y la decadencia en la fe al marxismo.
Así que el nuevo programa postmaoísta se trataba de eso, de modernizar en agricultura, en industria, en tecnología y en lo militar. Y más que eso, se trataba de una redefinición completa del socialismo, lo que Deng Xiaoping llevaría a cabo. Un socialismo a la china, o como llamarían pronto “economía socialista de mercado”, que en 1993 incluirían en la Constitución del país.
La historiadora Merlin Goldman, cuenta una anécdota reveladora. Con su llegada al poder, tras fuertes disputas internas en el partido, de Xiaoping y sus viejos compañeros del partido que le apoyaron y que también fueron perseguidos y acosados por Mao, durante la Revolución Cultural, acordaron abrirse a nuevas opciones. Les llegó la información de espionaje desde una provincia rural, donde un grupo de familias de una granja colectiva habían acordado un pacto secreto, que consistía en dividir la granja colectiva en parcelas individuales para trabajarlas de forma independiente de modo que cada familia podía apropiarse de los beneficios de cada parcela. El acuerdo secreto incluía que si alguno de ellos era descubierto y apresado, los demás cuidarían de su familia. Uno de los jefes del partido, del grupo de Deng, ordenó no detener a los trasgresores, para observar cómo funcionaba la granja. Y cuando informó que las cosechas de este grupo se habían duplicado, Deng Xiaoping exclamó… “Este es el camino a seguir”. Y a principios de la década de 1980, comenzó a aplicar esa misma política en todo el país, hasta que todas las comunas fueron descolectivizadas. Ese sería el fin del modelo socialista chino y el comienzo de la “socialismo de mercado”. Los campesinos recuperaron sus parcelas incentivándolos a producir y a obtener ingresos. Luego, en los pueblos comenzaron surgir talleres y pequeñas empresas. Luego hicieron contactos con mercados internacionales. Empezaron a producir gradualmente textiles diversos, mientras el mercado interno comenzaba a abastecerse progresivamente. El nuevo modelo estaba funcionando, aunque el régimen político continuaba extremadamente rígido. Para 1994, el Banco Mundial ya reconocía que su economía mostraba crecimiento de 10% anual de su PIB, y que mantendría hasta la primera década del siglo XXI.
Según Dogma, el PCCH observó con preocupación los eventos de Polonia, con el caso de Solidaridad, en el que la relación entre obreros e intelectuales provocó una revuelta difícil de enfrentar. El régimen de Xiaoping, endureció el sistema político, sobre todo después de los acontecimientos en la plaza Tiananmén, en junio de 1989. Sin embargo, luego de la sangrienta represión, el régimen retomó la apertura de las libertades económicas.
Fuentes
GOLDMA, Merle. Sowing The Seeds of Democracy in China. Political Reform in the Deng Xiaoping Era. Boston, Harvard University, 1905.
COURTOIS, Stephane y otros. El libro negro del comunismo: crímenes, terror y represión. España, Espasa Calpe y Planeta, 1998.
VAN DOREN, Charles. Breve historia del saber. Madrid, Planeta, 1998.
Imagen://www.infocatolica.com/files/18/07/mao-revolucion-cultural2-696×460.jpg
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