Serie: Crónicas del socialismo del siglo XXI. #12 Los boliburgueses también sufren

Ezio Serrano Páez

 

Sin duda, la riqueza genera una estética. Lo intuyó muy bien aquél tibio socialista, Thorntein Veblen, al procurar  identificar las notas características de una  clase ociosa.[1] La alta valoración de la ociosidad propia de las clases poderosas, alimenta la envidia (llamada eufemísticamente por Veblen  como “emulación pecuniaria”), lo que se expresa en el afán de consumo, no sólo para la satisfacción de necesidades reales, sino además, para demostrarle a otros que  también  se es rico. La abundancia debe ser exhibida. A pesar de escribir su obra a finales del siglo XIX, uno se ve tentado a tomar de ese autor,  la imagen del  nuevo rico, del  Boliburgués venezolano del siglo XXI

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Pero no seríamos justos con  nuestra ostentosa  Boliburguesía, y menos con los Bolichicos, por dos razones esenciales: la primera es la rapidez para trepar hasta la cúspide del poder político y económico  con la velocidad de un rayo. En cambio, la clase ociosa que nos describe Veblen,  se  tomó toda la historia occidental, hasta  los años finales del siglo XIX para  configurarse. Y  la segunda razón que nos aleja de la propuesta de aquél autor,  tiene que ver con el origen de la riqueza que se exhibe. Mientras Veblen describe una clase ociosa forjada a lo largo del tiempo en torno a la lucha por la propiedad privada, la Boliburguesía  en cambio se nutre del robo puro y simple de los recursos públicos. Aunque siempre se podrá argumentar con el viejo Marx, que la propiedad es un robo en sí misma. Pero esto marca una diferencia rotunda pues,  quien se enriquece de los recursos públicos, a la  bíblica  espera  detrás de un camello que desea atravesar por el ojo de una aguja, se le añade una pasantía por el infierno. ¿De qué otro modo se les puede cobrar la niñez sin escuelas, los hospitales derruidos, los servicios carcomidos, los millones sin patria?

 

De la justicia divina contra el ladrón  saben los ricos viejos, los que presienten la muerte y su juicio final. Viejos en edad, aunque su fortuna sea repentina.  A los jóvenes ricos (como los bolichicos), el castigo celestial  les tiene sin cuidado, la  vida es sólo una y gozarla es lo único sagrado. El padre boliburgués y   el hijo  bolichico nos ofrecen la  formidable ocasión de comprender la conducta mafiosa de  quienes  han saqueado el país en estos tiempos oscuros.  Samuel Martín  Altuve, abogado y militante del partido, sólo tiene a su hijo del mismo nombre.  Su salud se ha visto mermada desde que enviudó  hace pocos años. El padre y el hijo, dos sujetos con el mismo nombre y dos modos  radicalmente opuestos de  apreciar su fulgurante fortuna:

 

El padre se muestra cauteloso, sabe  que sus cuentas en el exterior corren riesgo y depender de los testaferros es una apuesta peligrosa. Por ello exhibe su riqueza sólo  entre sus pares, en público, prefiere el ocultamiento y el silencio. Tras su enfermedad, Samuel Martín siente como el tiempo se acorta, no hay suficiente espacio para gastar su fortuna. Por ello lo asaltan  sus delirios patriarcales, desea trascender en  el dinero, para lo cual  necesita un heredero y presiona al hijo para que se lo conceda. El júnior derrochador,  nada puede garantizarle.  La figura de un posible nieto parece ampliarle el horizonte, darle sentido a lo acumulado por medio del robo. Ha de ser una conexión religiosa lo que le lleva a imaginarse  con un final del tipo Mario Puzo y  Don Corleone: morir regando el jardín de su mansión junto a su nieto.

 

Para el hijo, el viejo Samuel Martín  es un avaro que sufre en la  impotencia.  El presentismo del joven lo lleva a desafiar la moderación frente al consumo. El futuro es ahora. Actúa como adolescente a pesar de rayar cómodamente los 40 años  produciendo  problemas. Inseguro frente a su entorno, gasta para ser aceptado, prefiere la estridencia al silencio prudente de su viejo. ¡El dinero se hizo para gastarlo ya!, luego puede ser tarde, la vida es una sola. Así resume su filosofía “vitalista”.  Por su propia tranquilidad, quiere complacer al viejo en su delirio de añadir un nieto como segundo heredero.  Por eso le presentó su más reciente conquista, Susana, una despampanante mujer que  casi logró  arrebatarle  al anciano,  una exclamación  típica de un avaro:

 

-¡Bueno, al menos a esta no hay que invertirle nada, todo lo tiene “hecho”, bien hecho!- Fue lo que pensó sin decirlo. Mostró así su resignada aprobación, como quien compra el único paquete de harina pan  que resta en el mercado. Con la aprobación del viejo, un pacto de familia parecía cerrado. Susana aportaría el vientre necesario para calmar  las manifestaciones de patriarcalismo senil.  Pero la voluptuosa mujer tiene un secreto muy bien guardado, y  frente a las presiones del joven Samuel Martín, (o Sanmartin, como ella lo llama), en ocasiones aparece un silencio esquivo. ¿Qué puede ocultar una mujer que con sólo verla cualquiera  desearía  no ver más nada?  La mujer ideal para ser exhibida, como corresponde a la estética mafiosa  de nuestros tiempos, ahora con su secreto,  está  en el centro  de un drama familiar del tipo  Delia Fiallo.

 

Las presiones de Sanmartin  ponen en el peligro una deseada relación, a todas luces conveniente para la dama. Por ello decide conocer los detalles de su propio secreto. Su gran amor con el joven heredero comenzó  con una mentira. Le dijo que tenía 36 años  pero en realidad, al momento ya pisaba los 46 tacos y la maternidad  nunca le hizo gracia. Muy audaz al borrar una década de su vida. ¿Qué hacer frente a los delirios del viejo reclamando  su nieto?  Pues iría con un especialista  para buscar una solución clínica a su dilema. Quienes conocían bien a Susana la llamaban  la  Barbie de los 70´. En el  fondo disfrutaba la comparación con la rubia plástica  de Mattel, pero no deseaba que eso  incluyera la odiosa cifra. Con  la opinión de un especialista terminarían las dudas y haría frente a un problema que podía desbordarse si los comentarios maliciosos  se salían de control.

 

La madre de Susana le recomendó al médico de toda su vida, y a éste acudió sin demoras. El  viejo gineco-obstetra escuchó con detenimiento la disertación  futurista de su paciente a quien alguien le había recomendado  una vaginoplastia que le permitiera salir airosa de la prueba al acecho. El doctor debió desilusionar a la radiante pava de los 90´ con fulgores en el siglo XXI. Y para ello le dijo con firmeza:

 

-Hija mía,  me temo que padeces el síndrome de las estadísticas Jorge Rodríguez. Una curiosa enfermedad que se caracteriza por sobreponer los deseos a la realidad. Además, manejas los guarismos representativos de tu verdadera edad, como si se trataran de una cuenta que no deseas pagar, como si hubieses ido al restaurant  y te estuvieran cobrando algo que no comiste. Pues debo decirte que la liposucción, la cirugía de la nariz, del cuello, cara y abdomen, el aumento de los glúteos, la ampliación de tu busto talla 38, y los demás implantes que llevas en tu cuerpo, sólo  han permitido maquillar la cifra representativa de tu edad. De  hecho luces de 35, a lo sumo, y eso debería darte  una gran satisfacción.  Pero tu útero y tus ovarios son un problema,  sobre todo tu pelvis, probablemente ya está siendo atacada por la osteoporosis. Eso  convertiría tu embarazo en suicidio o por lo menos en un proceso de muy alto riesgo. Hija mía, la realidad se puede maquillar, pero eso no impide su existencia verdadera.

 

Resultó muy duro para Susana escuchar aquellas palabras. Agua helada  sobre el ardor de las ambiciones desatadas por un estilo de vida, el de la clase ociosa.  Pero, al silencio inicial  le siguió una retahíla de improperios contra el  viejo profesional de la salud: ¡Los más probable es que usted siga  anclado en los viejos libros de medicina. Buscaré otra opinión  que no esté enmohecida!  A lo cual  el viejo galeno respondió  con voz pausada y serena:

 

-Realmente los siento, hija mía. No recomiendo tu embarazo.  Me temo  que el tuyo es uno de esos casos en los cuales, a pesar de los grandes senos, no accedes al  Paraíso. Ni que te metas por la Sanmartin.  Debes pensar en tu salud y nunca olvidar aquella conseja platónica: La pobreza no viene por la disminución de las riquezas, sino por la multiplicación de los deseos.

 

Referencias

[1] T. Veblen. Teoría de la Clase Ociosa. Madrid, Alianza Editorial, 2014. (La primera edición de este libro  fue publicada en 1891)

Imagen: Obra «The rich» de Remedios Varo

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