
23 Ago Una lectura sobre el temperamento de la sociedad capitalista. II parte
Jhonas Rivera Rondón
En la primera parte de este artículo, http://ideasenlibertad.net/literatura-de-autoayuda-el-temperamento-de-una-sociedad-capitalista-parte-i/ definíamos la relación de los llamados libros de “autoayuda”como fenómeno discursivo, dentro de la sociedad capitalista. Estos pueden llegar a ser documentos de comprensión del temperamento espiritual de nuestra época. Dichos textos precisamente corresponden a los vaivenes de su entorno. En los años 30’, surgieron las obras de Dale Carnegie y Napoleón Hill, una época donde el ideal de éxito se asoció estrictamente al escenario laboral y empresarial. El sueño americano, en parte, nutría este ideal individual.
Transcurrido el siglo XX, y terminada la II Guerra Mundial, el mundo sale de una conmoción que dejó una profunda depresión económica a nivel mundial. En los años 30, desde el Estado se fomentó un mecanismo de recuperación; el mundo comenzó a rehabilitarse, planes de financiamiento se emprendieron para la recuperación de Europa, aumentó el número de personas en estos países “primermundista”. De los 50 vinieron los locos 60’, los momentos de tragedias poco a poco se iban superando, y un vuelco espiritualista aumentó junto al generalizado bienestar material, el movimiento hippie invitaba al camino para encontrar una verdad más “auténtica y esencial”, así como otras tantas expresiones culturales se dirigieron en esta línea. Los libros de “autoayuda” cristalizaron esta experiencia al inspirarse en temáticas de corrientes como New Ages, religiones orientales, yoga… La búsqueda de la felicidad se patentizaba en el yo, en la autenticidad de uno mismo radicaban las verdades más esenciales, por lo menos así lo sostuvo gran parte de esta literatura y sus promotores.
El hombre con sus pies desempolvó el piso de la luna, donde no había viento que hiciera mover las banderas; la ciencia demostraba, una vez más, todos sus potenciales; las décadas 70’ y 80’ dieron paso a la teoría sistémica, donde encontró su espacio divulgativo en los libros de “autoayuda”. Desde allí se promovían esos “hacks” del cerebro que prometían mayor rendimiento y productividad para alcanzar tus metas, tips avalados científicamente. Y así llegamos a los 90’, donde el discurso de la psicología tuvo un amplio margen de recepción en este género[1], que inclusive los profesionales de esta área podían contar con prometedoras ganancias editoriales al poder crear best-seller, tan solo pensemos en Jordan B. Peterson y sus doce reglas.
Estos cambios que se observan dentro de la literatura de “autoayuda”, según algunos autores[2], son parte del propio proceso de civilización, tal como lo entendió Norbert Elías[3], donde el desplazamiento de estos manuales de buenas costumbres expresa esa trasformación en el trato hacia los demás y hacia sí mismo, donde tanto lo emocional como lo corporal son influenciados por la lectura de estos materiales. Es así, que estos libros han sido definidos como tecnologías del yo, que tal como lo comprendió el filósofo Michel Foucault, permiten a la “… persona efectuar por sí mismo una serie de operaciones sobre sus ideas, sentimientos y comportamientos, provocando una transformación conducente a la obtención de un cierto grado o estado de bienestar o felicidad.” [4][5]
Concretamente, los libros de “autoayuda” son una prueba de la valorización central del individuo y así como también de un tipo de temperamento emocional en el cual, subjetivamente, se define ese estado ideal de bienestar personal y, por tanto, felicidad. Las rutinas al gimnasio, regímenes dietéticos, “microrituales” para el éxito, cada uno a su modo abonan caminos hacia una anhelante felicidad que, al fin de cuentas, están ancladas a un ecosistema material y espiritual con personalidad definida, el capitalismo; por un lado, en las sociedades que alcanzaron un importante desarrollo económico y social, les permitió a un mayor número de personas alcanzar mejores estándares de calidad de vida, en los cuales sus necesidades podían verse satisfechas y, por tanto, podían refinarse por medio de estos libros de autoayuda.
Con la expansión del cine y otros productos en el mercado, el ideal de juventud y de cuerpos perfectos dio una mayor libertad para otro rango emocional que estuviera asociado al placer corporal de una buena salud y el descanso que permite el ocio. Estos son algunas de las condiciones que más contrastaba con las restricciones que imponían los Manuales de buenas costumbres¸ y así fue que se hicieron obsoletos.
Obsoletos en una dinámica social donde comenzó a emerger el mercado, junto a sus héroes, el ideal de autorrealización se acompañaba con una representación del éxito mediante el esfuerzo y el trabajo para alcanzar la prosperidad económica y que se tradujera, también, en una sensación de satisfacción personal. Allí, valores como el egoísmo funge como uno de los pilares éticos que hace posible este tipo de literatura: literatura que se centra en el yo, en el individuo, en la propia responsabilidad y la propia valía. Valores fundamentales que se sustentan con el ideario liberal.
Resulta curioso que los autores que han hecho este sesudo examen sobre esta literatura de “autoayuda” en la primera década del siglo XXI, lo que más condenan, no muy abiertamente, es precisamente esa preeminencia de este individualismo; colocando a estas obras como un discurso ideológico[6]. Ante esta valoración, vale la pena mirar esta literatura desde el prisma liberal.
Ciertamente, en lo personal, no comparto el gusto por este material, por lo menos los de pésima calidad (lo que no quiere decir que todo lo etiquetado en “autoayuda” sea malo, recordemos también las inspiraciones filosóficas que de ella se desprenden), especialmente en obras que simplifican y trivializan problemas existenciales con pequeñas recetas de evasión; pero lo que si se debe rescatar es el sustrato filosófico y moral en el cual se sostiene esta literatura.
Entre autores interesantes que van en esta línea, Fernando Savater[7] es uno de los cuales valdría la pena mencionar por su calidad. Pero hay otros tantos que tienen ideas sobre el egoísmo saludable que es necesario retener, y que no pertenecen estrictamente a este género de “autoayuda”, pero de los cuales esta literatura se presta de lo esencial: el individuo y su búsqueda de la felicidad: entre ellos destaca Nathaniel Branden, psicólogo que escribió junto a Ayn Rand, fue uno de los que planteó la importancia del respeto hacia uno mismo y que además, tempranamente, fue uno de los que estudió científicamente el problema de la autoestima en los años 60’. Entre los estantes de nuestra biblioteca, ya sea física o digital, vale la pena también tener en cuenta este nombre: Jorge Bucay, quien es uno de los defensores del egoísmo saludable[8].
Insisto, la intención de este artículo radicó en rescatar ese elemento sustancial en el cual se alimenta esta literatura de “autoayuda”; con la cual no comparto la forma trivializada y estandarizada en la que resuelven cierto tipo de problemas. No obstante, hay que tener en cuenta que solo bajo ciertas condiciones es posible que fructifique esta literatura; en estándares de vida adecuados donde la población tenga un importante capacidad de consumo, así como también de una libertad para que, también, fluya dinámicamente el mercado de las ideas; y por tanto, el Estado no debería inmiscuirse tanto en esta esfera.
Los textos de autoayuda, tal como hemos visto, son potencialmente documentos de estudios para los historiadores, así como otros tantos científicos sociales, del presente y del futuro; en ellos está cristalizada la experiencia de un cumulo de personas que viven y experimentan su cuerpo de determinada manera, así como también lo hacen con el tiempo. Este escrito tuvo como propósito central plantearse una inquietud personal: ¿en tiempos de totalitarismo existen libros de autoayuda? Una interrogante que dejaremos para resolver en otra oportunidad.
Referencia
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