
04 Ago Serie Conversaciones con Raymond Aron. La mitificación de “la izquierda» (I parte)
Posted at 07:04h
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Jhonas Rivera Rondón
Los textos resultan ser la instancia de encuentro entre el lector y el autor, en donde se superan las distancias espaciales y temporales para establecer una conversación, tal como señala el filósofo alemán, Hans Georg Gadamer, quien afirmaba que la realización de una conversación con el texto es posible cuando se: “accede a su expresión no en calidad de cosa mía o de mi autor, sino de la cosa común a ambos.”[1] De aquí, decidí entablar una con el pensador francés Raymond Aron, cuya temática central girará sobre la cuestión del multiculturalismo considerado como el nuevo opio de los intelectuales. El lugar de encuentro para tal conversación es su obra, el Opio de los intelectuales.
No obstante también resulta necesario ciertas precisiones ante equívocos que puedan surgir por la preocupación presentada aquí, en Ideas en Libertad. En primer lugar, el problema gira en torno a la figura histórica del intelectual, cuya incidencia social y política, y su influencia en la opinión pública, define una expresión significativa de nuestros tiempos modernos, específicamente de los tres últimos siglos, en donde se observa el proceso de individualización de las producciones intelectuales, y en donde la autenticidad de la autoría de los textos adquiere una creciente importancia.
Al estudiar el desarrollo de los hechos en el transcurso del siglo XIX, la figura del intelectual comprometido, tal como referíamos con el caso Dreyfus, comenzó a tensionar la interrelación entre moral y política, de allí la importancia sobre el uso que hacen los individuos de su pensamiento y su ideas, en donde Julien Benda se preocupó por su capacidad de justificar las más bajas pasiones políticas.
En tal sentido, el tema a tratar se interesa por los usos ideológicos que pueden hacer los intelectuales del multiculturalismo, siendo este el nuevo opio que sustituyó al desprestigiado marxismo, proceso que se gestó en la segunda mitad del siglo XX. Es importante aclarar que en ningún momento he pretendido negar la importancia de la pluralidad cultural y el respeto por las minorías étnicas al que refiere el multiculturalismo, lo que supondría aludir planteamientos excluyentes, xenofóbicos y racistas. Pues no, la cuestión aquí es hasta que punto se puede obviar los actos de intolerancia por las minorías, que desde el resentimiento y valiéndose del victimismo, se escudan y son resguardados por el multiculturalismo, justificando así las transgresiones contra las individualidades a partir de este estandarte, y en donde los intelectual han jugado un rol importante en tales justificaciones.
Como podrá notar el atento lector los asuntos planteados despliegan muchas aristas, que en una breve publicación no alcanzaría abordar. Aproximarnos a un problema fundamental para el liberalismo y las democracias, tal como lo es la cuestión de la tolerancia. Por ello que conversar con Raymond Aron ha servido para elucidar parte de este atolladero.
El mito de “la” izquierda
Los mitos políticos han servido para la consolidación de la irracionalidad de regímenes que se han sostenido en la brutalidad pura de la violencia, que en un principio no serían aceptados de buenas a primeras por los gobernados, pero que con el tiempo una determinada narrativa favorecería justificar tan invasiva intervención política.
Tal narrativa puede realizarse en retrospectiva, invocando así un pasado inmemorial que demuestre que el estado de cosas actual se ha mantenido tal cual por largo tiempo, de allí que surjan perspectivas fanáticas de la historia, que permiten legitimar pasiones y acciones políticas reprochables en nombre de una profética revolución. Estas narrativas conforman mitos políticos para lograr su cometido, racionalizar el régimen tiránico y despótico, supone racionalizar lo irracional, por ello el filósofo, Erns Cassirer explica que:
“Siempre se ha descrito al mito como resultado de una actividad inconsciente y como un producto libre de la imaginación. Pero aquí nos encontramos con un mito elaborado de acuerdo con un plan. Los nuevos mitos políticos no surgen libremente, no son frutos silvestres de una imaginación exuberante. Son cosas artificiales, fabricadas por artífices muy expertos y habilidosos. Le ha tocado al siglo XX, nuestra gran época técnica, desarrollar una nueva técnica del mito.”[2]
Y de allí que forjar tales mitos políticos se lleve a cabo en el seno de organizaciones del odio, en donde el talento de los intelectuales está a la orden del poder despótico. De allí que la Unión Soviética recurriera por largo tiempo a estos ingenieros del alma, en esos sitios en donde Ivan Pavlov pudo llegar a abrir el eslabón más profundo del control político de la individualidad.
Dado a la maquinaria que supone la elaboración de mitos políticos, no es de extrañar que Raymond Aron comience la primera parte de su obra al considerar tal cuestión. Los mitos políticos pueden valerse de un abuso de la historia, y ello es lo que destaca Aron con el mito de “la” izquierda, mito en el que en algún momento hemos sucumbido, ya que esa dicotomía de izquierda y derecha ha marcado profundamente nuestro pensamiento político contemporáneo, siendo muy difícil que todo Occidente logre escapar de tal distinción. Esta profunda marca que dejó la dicotomía izquierda y derecha nos retrotrae a la Revolución francesa, en donde liberales y conservadores no solo dieron fisonomía a una época sino a una nación, Francia.
El mito de “la” izquierda va en línea retrospectiva para referir a una supuesta unidad política, “la” izquierda, cuyos valores, objetivos y demandas aparenta mantenerse inmutable a lo largo del tiempo, por lo menos desde el glorioso evento de la “Gran Revolución”, y ello parece pervivir bien entrado en el siglo XX, en donde intelectuales afirman aun que: “No resulta en absoluto arbitrario interpretar el concepto de izquierda como un taquigrafiado de libertad, igualdad y fraternidad”.[3]
La anterior formulación no hace difícil notar el aura nostálgico que posee el mito de “la” izquierda al identificarse con la Revolución Francesa, y por ello es difícil desprenderse de este contexto para analizar el componente mítico del concepto de izquierda, en donde la ocupación que tomaron cada uno de los principales grupos políticos franceses en la Asamblea llevada a cabo a finales de 1789, dejó una profunda huella en la significación que tuvo la izquierda como bloque político de “vanguardia” y liberal, en contraposición de una derecha conservadora y promonárquica.
Este mito que llegó a extenderse a otros contextos políticos, en donde igualmente se asumían posicionamiento de izquierda y derecha, parecían sostenerse en una aparente unidad inmutable que se mantenía hasta el presente, pero la mirada histórica desmiente ese mito de “la” izquierda. Por lo menos Raymond Aron afirma que la izquierda (asimismo aplica a la derecha): “Nunca había estado unida, entre 1789 y 1815; tampoco lo estuvo en 1848”[4]
Tal como sostiene Aron, al recorrer sobre los hechos de la Revolución francesa, así como en el período de La Restauración (1815-1830), incluso hasta llegar a la ´conformación de la Tercera República (1871-1914), en cada una de estas etapas históricas de Francia, las sucesivas disputas dentro de las facciones de izquierda y derecha dificultan hablar de “una” izquierda, sino más bien de muchas izquierdas. Por ello que más adelante el propio Raymond Arond diga que. “La mitología de la izquierda es la compensación ficticia de los fracasos sucesivos de 1789, de 1848.”[5]
Bien podría tomarse el mito de “la” izquierda como una expresión del uso político de la nostalgia, tal como lo explicó la historiadora, Jo-ann Peña Angulo, en un artículo publicado aquí en Ideas en Libertad, titulado «Totalitarismo en nombre de la nostalgia» en donde la exaltación de las glorias del pasado revolucionario parecen sedimentarse históricamente en el concepto de izquierda. Pero hay más, tal invocación nostálgica de “la” izquierda hizo que este concepto estuviera asociado semánticamente a toda oposición, prestándose a oportunas confusiones para hacer de la rebeldía una metafísica, de tal modo que: “…sus títulos históricos, el sueño de su gloria pasada, sus esperanzas para el porvenir, […] es tan equivoca como el enorme acontecimiento que reivindica. Esta izquierda nostálgica sólo posee una unidad mítica.”[6]
De tal manera el mito de “la” izquierda se nutrió de una perspectiva fanática y nostálgica de la revolución, para poder así consolidar una aparente unidad histórica de su identidad como oposición política. Ello permitió, después de la consolidación de III República hablar de una inmemorial izquierda política, mostrándose así como “herederos” de la Revolución.
Además, este fermento nostálgico en el mitificado concepto de izquierda se acopló con el marxismo, re-vigorizando así su postura de oposición, lo que implicó que en el transcurso de la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX ocurriera un desplazamiento semántico de una izquierda liberal del Antiguo Régimen a una izquierda marxista anticapitalista, tal como sugiere Aron: “El marxismo había dado la fórmula que aseguraba la continuidad y , a la vez marcaba la ruptura entre la izquierda de ayer y la de hoy.”[7]
De esta manera marxismo e izquierda se consolidan como identidades políticas asimilables sin contradicción alguna, pero la primera mitad del siglo XX comenzó a ser testigo de los conflictos que surgían desde la izquierda, destacando así su diversidad, más de un contexto nacional fue testigo de las diferencias que tenían los distintos grupos de izquierdas, especialmente las disyuntivas que mantuvieron los socialistas y los comunistas, tal como ocurrió en Venezuela con “la” oposición al régimen gomecista, especialmente después de la irrupción de los estudiantes de la “Generación del 28”, que en cierto momento llegaron a representar la facción socialista y reformista, que desde un principio mantuvieron abiertas controversias con comunistas, como Salvador de la Plaza. De este modo el mito de “la” izquierda se disocia una vez más de la realidad histórica.
Pero en la segunda mitad del siglo XX, el marxismo tiene un creciente desprestigió, ello sin invalidar en ningún momento la operatividad del mito de “la” izquierda, fue así que el posmodernismo al pretender desprenderse del paradigma marxista, su postura hipercrítica nunca los deslindó del lado zurdo de la historia, sin abandonar tampoco el anunció de nuevos tiempos, en quienes muchos se sintieron abanderados, tal como muchos intelectuales de la sospecha exaltaban, especialmente el filósofo francés J. F. Lyotard, patrón intelectual que se asemeja a la excesiva carga expectante que se tuvo en los primeros años de la Revolución francesa, pero a diferencia de los intelectuales de esa época, estos intelectuales de la sospecha desplegaban un escepticismo corrosivo contra todo principio moral, filosófico y político, sin llegar a darse cuenta que consolidaban un “metarrelato” al sostener su formulación en el mito político de “la” izquierda.
Por consiguiente, en la actualidad, el mito de “la” izquierda sigue siendo útil, ya que ante la diversidad de movimientos insurgentes, reformistas y revolucionarios, mantener una referencia identitaria como bloque político de oposición, incluyendo a pequeños sectores intolerantes y radicales, que atentan contra la sana diversidad que asegura la democracia liberal.
Pero ante la avasallante pluralidad de identidades políticas (culturales y de género), no deja de ser sospechoso cuando alguien se autoerige como representante de “un bloque político de izquierda», llegando a postular incluso una democracia iliberal, pretendiendo monopolizar el descontento social al crear una personificación de la oposición y la rebeldía, y precisamente en ello reside la operatividad del mito de “la” izquierda, el cual permite asegurar un importante capital político a partir del resentimiento y el odio, en donde los intelectuales tampoco quedan inmunes ante este soporífero opio.
En su momento Raymond Aron dijo que: “La unidad de la izquierda es menos el reflejo que el disfraz de la realidad francesa.”[8] Esta afirmación bien podría servir para objetar la presente reflexión, pero la marca que dejó la dicotomía izquierda-derecha en el lenguaje político de Occidente y el alcance del marxismo en los diversos contextos políticos e intelectuales muestran la vigencia y resonancia que tiene el concepto de izquierda en nuestros criterios de posicionamiento político, lo que permite observar así la especial utilidad que tiene el mito de “la” izquierda en cada llamado electoral que tiene las naciones democráticas, en donde cada victoria no abandona la mirada expectante de la inauguración de un gobierno de “izquierda” o “derecha”, y este ha sido el modo predominantemente adoptado para denominar el conjunto de realidades políticas que tienen una determinada tendencia política.
No obstante resulta válido recordar lo que advierte Aron: “En ciertas circunstancias, cuando los conflictos revisten un carácter sobre todo ideológico […] tienden a formarse dos bloques, cada uno de los cuales invoca una ortodoxia.”[9] Y de allí que resulte que en momentos cruciales, decisiones políticas involucre a sectores sociales que se identifiquen con un “si” o con un “no”, realidad que en los comicios a veces resulta ineludible.
No obstante lo problemático aquí sería reflexionar sobre lo útil que resulta el mito para las ideologías, debido a que el mito de “la” izquierda pueden envolver incluso nuestros lenguajes políticos, haciéndonos asumir prejuicios irreflexivos que impide matizar nuestros criterios con la diversidad que envuelve la realidad, sin necesariamente sacrificar los valores que hemos asumido. Bien podría aplicarse en el caso del multiculturalismo, su expresión y uso ideológico no necesariamente corresponde a todas las realidades, en donde precisamente la necesidad de convivencia entre múltiples culturas tiene que valerse del respeto por el otro, y los aeropuertos son fieles testigo de ello. Pero la cuestión cambia cuando “minorías” étnicas se valen del multiculturalismo para dar rienda suelta al resentimiento y violentar indiscriminadamente las individualidades.
Lo mismo podría referirse con el feminismo, no todo feminismo necesariamente tiene que estar emparentado con la oposición marxista, y ello muestra la operatividad y alcance del mito de “la izquierda». El feminismo ha variado de lugar en lugar y de momento en momento, adquiriendo formas moderadas que se contrapone a la caricaturizada protestante de las féminas que salen a las calles con los pechos al aire. De allí que hablar de “un” feminismo implicaría adjudicarle una herencia que no necesariamente corresponde a todas las realidades nacionales, formas de machismo institucionalizados, como los predominan en muchos países de Latinoamérica no alcanzan los mismo niveles en otros países de mayor desarrollo económico (lo que no necesariamente la relación entre una y otra tienen una correspondencia determinista), con necesidades y demandas diferentes.
Utilizar aquí el relativismo no supone socavar fundamentos morales, de allí la diferencia entre la crítica a la hipercrítica, siendo esta última capaz de destruir la propia democracia. Y fue esto lo que precisamente nos trajo a una conversación con Raymond Aron sobre el mito de “la” izquierda, llevándonos a reflexionar sobre aquellos componentes destructivos de las democracias, tal como la intolerancia y la violencia irracional, planteándole así retos filosóficos al liberalismo, los cuales en algún momento tiene que afrontar, y que presuntamente “la” izquierda quiso monopolizar, pero el llamado sobre el problema del thymós (la necesidad de reconocimiento) y la isotomia (el reconocimiento en condición de igualdad) es una cuestión, que tarde que temprano tenemos que afrontar en nuestra reflexión sobre el multiculturalismo, y en su momento ello ameritará una conversación con el pensador político Francis Fukuyama[10].
Entonces, el mito de “la izquierda» ha servido para legitimar a diversas facciones políticas e intelectuales como referentes de vanguardia y oposición, llegando hacer de la rebeldía una metafísica, por ello que las figuras idílicas que simbolizaron a la izquierda rememoren nostálgicamente la lucha armada al tener como baluarte al “Che” Guevara, y de tal modo fomentan una historia para fanáticos, en donde alguna escisión o conflicto resulta inconcebible, ya que en aquellos revolucionarios nunca hubo espacio para la disidencia, sino que hubo una “total unidad” en sus objetivos políticos. Y así otras tantas variantes nacionales ha tenido este mito de “la” izquierda.
Por lo menos en la historia política reciente de Venezuela, parece que el mito de “la” izquierda resultó sumamente útil en los comicios electorales en el momento más crítico del régimen democrático, en donde invocar “una” oposición a partir de una gloriosa y nostálgica Revolución tuvo como preludio el “chiripero” despertado por el segundo gobierno de Rafael Caldera en los años noventa, dejando las puertas abiertas al socialismo y militarismo de Hugo Chaves Fría, en donde Carlos Andrés Pérez desde un principio intuía una naciente dictadura. Y aún, en la actualidad, el control político de Nicolás Maduro igualmente se ha sabido valer de mil y un maneras del mito de “la” izquierda que le permite gesticular el “Socialismo del siglo XXI”.
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