La libertad como corrupción espiritual

Jhonas Rivera Rondón

 

La sentencia por “corrupción espiritual” enmarcada dentro de la historia contemporánea de Venezuela, parece una aseveración salida de los juzgados de la Santa Inquisición, en donde no solo eran tratadas acciones punibles, sino que también se juzgaban las transgresiones espirituales al Reino Celestial, que si bien no tenía jurisdicción terrenal,  en ella los representantes de Dios en la tierra, se atribuían la potestad de enderezar el camino a la “salvación”, sin importar que la integridad física sirviera como cuota para la salvación del alma.

 

Ahora bien, los tiempos cambian, En antaño fueron sacerdotes inquisidores, ahora son “fieles”  a la causa chavista en plena cruzada. Ya no es el cielo, se trata ahora de salvaguardar el camino a la “Revolución Bolivariana y Socialista”. En medio de esta horda moralista se encuentró tiempo  atrás la jueza María Lourdes Afiuni, cuyo  único delito fue “corromperse espiritualmente” para ser fiel a sí misma.

 

Pensar en lo acaecido con Afiuni abre la oportunidad de reflexionar sobre la esfera existencial de la libertad. Para ello, invitaremos al filósofo italiano Nicola Abbgnano, para que nos ayude a pensar sobre la significación vital de la libertad, y las implicaciones en la condenación a Afiuni pero también en los señalamientos a la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas  y Naturales de Venezuela.

 

El caso de Afiuni, sentenciada a cinco años de prisión en el 2019, con el cargo de «corrupción espiritual» nos invita a reflexionar sobre las acusaciones derivadas del ejercicio y defensa de la libertad de ideas y pensamiento en Venezuela. Por tal razón, abrimos con una pregunta. Quien la hace es un filósofo, cuya vida dependió de un corazón ajeno, debido al trasplante al que debió someterse.  Es Jean Luc-Nancy, quien se pregunta: ¿Qué es lo propio de la vida? Propiedad, libertad y vida se abrazan en una interrogante, porque es en el tejido de esfuerzo y vitalidad que se materializan los logros, el cual involucra la adquisición de una propiedad material o espiritual. En este ámbito, cuando la esfera de posibilidades se reduce a la más mínima expresión, lo único que queda es esa última línea de integridad física en la que se aferra la vida y se lucha por preservar cierta libertad.

 

Así, la significación vital de la libertad comienza a operar cuando se reconoce la finitud de la fragilidad del cuerpo en la que reposa nuestra existencia, y que se renueva constantemente en tanto que la libertad actualiza y renueva con cada decisión y elección.[1]

 

Cada decisión implica una entrega de  uno mismo a razón de nuestra composición ontológica, en donde la individualidad está tejida desde su finitud con la infinitud del ser y con la comunidad en la que estoy inmerso, el espacio social donde se siembran y desarrollan nuestras decisiones[2]. Constantemente nos encontramos sometidos a un llamamiento hacia algo que nos rebaza, ya sea nuestros sueños y anhelos, en el cual “la libertad del hombre está garantizada por la renovación incesante de este llamamiento”[3], porque con cada decisión trasciendo mi finitud como ente mortal para poder alcanzarme en el porvenir, ya que:

 

«Con cada decisión es un venir al encuentro del ser, por eso es el porvenir. (…)Este venir del ser al encuentro del hombre es el porvenir, como determinación fundamental de la temporalidad. Pero es un venir al encuentro problemático, que no elimina el riesgo del hombre, y justo por esto es un porvenir.”[4]

 

Y es por eso que dentro de las contingencias y adversidades de la vida, las metas personales, permiten de alguna manera rebasar nuestra finitud al salir al encuentro de mi mismo en el porvenir. Pero estos son logros materiales que se entretejen con condiciones políticas, sociales y económicas para el alcance de esa posesión del porvenir, por ello, la libertad desde esta perspectiva existencialista implica:

 

“La posibilidad individual y definida de que entro en posesión con mi decisión sólo se vuelve una posibilidad mía porque deja de ser sólo mía para pertenecer  una esfera que va más allá de mi finitud.”[5]

 

Es así que en cada decisión no sólo se involucra lo más personal de mi individualidad, sino que entra en correspondencia con el otro, en donde «el movimiento con que decido ancla mi individualidad finita en una esfera que la trasciende y de la que saca todo su significación”[6].

 

Y en este rebasamiento de la finitud que implica cada decisión radica la responsabilidad de la libertad, porque cada elección no solo me pertenece, sino que también se entrega a un deber ser a razón de mi co-existencia con la comunidad,[7] o preferiblemente, con la sociedad. En tal sentido «El deber ser expresa el empeñarse del hombre en la dirección del ser que debe pertenecerle como propio, y en la dirección de la comunidad con que debe entenderse”[8]

 

Y es precisamente en ese entendimiento social en el que la libertad no deriva en libertinaje, ya que nuestras decisiones deben aferrarse en el acuerdo co-existencial con el otro, en donde el valor a la vida prima como sustancia que alimentan el dialogo político y social.

 

Por tanto, como en cada momento la suma de nuestras elecciones y decisiones estamos asesinando muchas de nuestras posibilidades para darle vida a aquella posibilidad que hemos poseído, la cual implica casarse con una suma de ideales, valores y preceptos que se articulan con nuestra co-existencia social, que va rebasando progresivamente en las distintas esferas de la sociedad, ello permite entender que:

 

«La estructura del hombre es esencialmente libertad, libertad que no es indiferencia, sino normatividad, deber ser: deber ser de la personalidad finita del hombre y por ello del ser unidad que la funda y de la comunidad que halla en este ser su terreno de encuentro de inteligencia recíproca.”[9]

 

Es así que en esta estructura este contenida la fragilidad de la libertad, porque en su constante uso con cada decisión, vamos agregando pequeñas baldosas que van conformando nuestro encuentro con el por-venir, y en esa misma actividad nos encontramos rebasado en la co-existencia, es decir con el compromiso con la sociedad. Por ello, la exigencia de la normatividad de un deber ser en el marco de nuestra historia política occidental, se conjuga la exigencia en el deber ser ciudadano. La fragilidad de la libertad parece estar en el pecado pues allí se caería en:

 

“…la dispersión, la superficialidad, el abandonarse, el echarse en la vida tal como viene, la incapacidad de coordinarla y dominarla y con ella la incapacidad de dominarse y poseerse”[10].

 

En tal sentido, el ejercicio de la libertad exige una vitalidad que involucra “empeño, decisión, energía.”[11] Esa que nos impide esperar aletargado una caja del CLAP. He aquí la respuestas del por qué el régimen insiste en asediar la libertad del venezolano al arremeter contra la base alimentaria que posibilita la propia vitalidad individual. Ya que al hacer propia nuestras posibilidades,  que involucra  ir auténticamente al encuentro de mí porvenir, me aleja de la “dispersión” y sumisión del pecado.

 

Es así que el populismo chavista se convierte en una ofensa para nosotros como seres vivientes. Al ser percibidos los venezolanos desde la lupa marxista, hemos sido deshumanizados como meras fuerzas productivas, pasando a “ser la rueda de un mecanismo”[12] macabro, llamado “socialismo del siglo XXI”, el cual nos humilla en el anonimato del “pueblo”, castigando como «corruptores espirituales» a  todo aquel que se salga de sus preceptos.

 

En consecuencia, al ver en perspectiva la suma de decisiones de la jueza María Lourdes Afiuni, la “corrupción espiritual” delito cual se le acusa ha sido producto de  ser fiel consigo misma, porque a la libertad  de ejercer un criterio justo, pone en tela de juicio  y criminaliza el significado de hacer lo correcto en mi co-existencia.

 

Parece que con la sentencia a la jueza Afiuni bajo  “Corrupción Espiritual” se criminaliza entonces el ser fieles a nosotros mismos. Rechazar ser fieles a una impersonal, perversa y degenerada revolución, muchos venezolanos estamos en peligro de estar en la palestra judicial.

 

En esto ha consistido el drama de la jueza Afiuni,. Una  decisión, que se  convertió en un acto de parresia,. En el encuentro de su por-venir se le arrebató su libertad.  De esta forma, salir al encuentro de nuestro porvenir, un porvenir que no-es el porvenir revolucionario, se convierte en un acto criminal de “corrupción espiritual”

 

Por tal razón, la lucha de cada uno de los venezolanos. víctimas  del chavismo, consiste en que bajo las circunstancias de ser fieles a una oscura, depravada y deshumanizada revolución, caen en el  «pecado» de intentar preservar el ejercicio de la libertad. Es por ello, que mantenernos fieles al deber ser de nosotros mismos en nuestro encuentro con el porvenir, es para el chavismo una “corrupción espiritual”.

 

Referencias

Este artículo fue publicado originalmente en Ideas en Libertad, en el año 2019

[1] Nicola Abbgnano: Introducción al Existencialismo. México: Fondo de Cultura Económica, 1955. p. 90.

[2] Ibíd, p. 23.

[3] Ibíd, p. 29.

[4] Ibíd, p. 28

[5]Ibíd, p. 23.

[6] Ibid

[7] Ibíd, p. 25.

[8] Ibíd, p. 25.

[9] Ibíd, p. 29.

[10] Ibid.

[11] Ibíd, p. 91.

[12] Ibíd, p. 90.

[13] Ibíd, p. 91.

Imagen: Obra «The Inquisition» de Johann Heinrich Füssli

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