
10 May Entrevista: José Javier Blanco Rivero. Lo totalitario no es el sistema como tal, sino la forma de organización del poder político (I parte)
Por Jo-ann Peña Angulo y Jhonaski Rivera Rondón
La historia intelectual y la historia política son campos de estudio donde se entrecruzan disciplinas, allí, junto a la historia, confluyen la ciencia política, la filosofía, la sociología, la teoría literaria, la semiótica y otras tantas más, que en conjunto brindan una mirada refrescante, tanto del pasado como del presente. Este sendero intelectual lo transita José Javier Blanco Rivero, Doctor en Ciencias Políticas y Premio de la Academia de Ciencias Políticas y Sociales “Obispo Fray Francisco del Rincón” 2015-2016, por el trabajo: Repensando la Teoría política del totalitarismo. La presente entrevista permitirá mostrar parte de lo que ha sido una profunda trayectoria intelectual preocupada por pensar la historia, el lenguaje y la política
1. En toda investigación que obligue ir al pasado, parte de un problema. Problema que usualmente está vinculado al contexto del investigador. En ese dinamismo entre pasado-presente-futuro que establecen los historiadores y científicos sociales, su actividad está sostenida, a veces tácitamente, por una definida concepción de la historia. Entonces, por su preocupación por la historia intelectual, el cambio social y su relación con el cambio lingüístico que ha manifestado en sus investigaciones ¿Cuál seria ese concepto de historia que ha sostenido su labor de investigación?
Es una pregunta difícil, ya que se trata de un problema con el que aún lidio. Es común, además, que los historiadores a lo largo de su carrera experimenten giros en su concepción de la historia. En mi caso, soy un investigador joven y, naturalmente, mi respuesta habrá de considerarse en ese contexto.
En principio, resulta obvio que muchos de mis escritos se ubican dentro del paradigma del giro lingüístico en sus diversas vertientes, aunque con matices más marcados hacia el mundo koselleckiano. Y cualquiera podría suponer que mi concepción de la historia estaría enmarcada naturalmente dentro de los límites de este paradigma. Esto no es tan así.
Es imposible negar la presencia de un marco conceptual y un lenguaje que me hace gravitar en ese esfera, tal como lo atestiguan estas líneas. Sin embargo, he realizado una serie de pequeños descubrimientos personales, he experimentado una serie de desengaños, que me han obligado a reconsiderar constantemente las cosas que hasta entonces daba por sentadas.
Uno de esos descubrimientos ha sido el problema de la temporalidad. A estos terrenos vine a dar de la mano de Koselleck y Luhmann, un sociólogo y un historiador. Ese balancín intelectual que implica pasar de la perspectiva de una disciplina a la otra, te permite desacoplar supuestos y ganar perspectiva y capacidad de abstracción. De este modo, he llegado a una conclusión (y en el proceso dinámico de la creación intelectual, las conclusiones son siempre provisionales), bueno, a una serie de conclusiones, para ser más preciso.
En primer lugar, he descubierto por las malas los defectos de la organización del conocimiento por la ciencia moderna, en particular, en el campo de las ciencias sociales. Me refiero al hecho que la organización del conocimiento en disciplinas resulta castrante para la creación y la innovación. Y bueno, de hecho, para el mainstream de la comunidad científica crear e innovar están más ligados al arte que a la ciencia, donde más vale no entusiasmarse demasiado con nada y seguir el camino probado y conocido. Me he dado cuenta que no me interesa, francamente, si lo que produzco está en el campo de la historia (o cualquier otro) o no lo está. Porque eso de verdad no es lo importante. Lo importante, lo verdaderamente importante es el conocimiento. Organizar el conocimiento en compartimientos tuvo el propósito original de dividir para conquistar. Se trata de una estrategia de reducción de complejidad. Pero como todo, las cosas degeneran, y hemos venido a considerar a las disciplinas como un fin en sí mismo, las hemos venido confundir con el conocimiento mismo.
En este orden de ideas, la historia de la historia como disciplina es testigo del denodado intento de organizar una serie de temas y problemas, entre ellos de manera destacada el problema de la temporalidad, bajo un mismo paraguas. Pero los problemas del conocimiento no se dejan asir enteramente por una perspectiva (y he aquí que el significado de “perspectiva” entra en juego, cuestión que de tanto utilizar la palabra parecemos olvidar lo que realmente implica). Existen mil y un maneras de abordar el problema de la temporalidad.
Ha sido así como he decidido abandonar el “campo disciplinar” y he decidido abrazar el ámbito de lo transdiciplinario. ¿De qué se trata esto? Dicho de manera sencilla, se trata de la elaboración y testeo de arquitecturas teóricas que tengan validez y posean capacidad explicativas para más de un ámbito del saber. En lo transdiciplinar la frontera entre las ciencias naturales y sociales no es más que una contingencia y ni hablar de las diferencias entre disciplinas de una misma naturaleza…
No pretendo originalidad ni novedad con lo dicho. Cualquiera podría decir: “¡obvio!”. Pero miren ustedes cuántas cosas obvias no ignoramos…Muchas veces los académicos hacemos pasar por críticas nuestros gustos y prejuicios, cuando en realidad escondemos el temor de probar algo nuevo o la incertidumbre que nos produce algo que no nos resulta familiar. Es increíble cuán poco científico puede resultar el mundo de la ciencia; y es que se trata de un campo social como cualquier otro, donde rigen prejuicios, normas, jerarquías, ideologías, etc.
En segundo lugar, he llegado a la conclusión que el tema de la historia se encuadra dentro de un tipo de problemas muy general en el campo de los sistemas complejos (siendo este mi eje transdisciplinar), a saber, el de los sistemas complejos que temporalizan su complejidad. Siendo que existen sistemas físicos y biológicos que cumplen con estas condiciones, las ciencias históricas naturalmente se ocupan exclusivamente de los sistemas sociales. Pero la producción de conocimiento sobre los sistemas sociales no es monopolio de ninguna disciplina, insisto, ni siquiera en el ámbito de la temporalidad. Es decir, incluso cuando se pretenda diseccionar el campo de lo social en finas tajadas, ni siquiera así puede una disciplina pretender poseer un “objeto” de conocimiento (¿cuántos errores no se derivan de esta forma de definir lo que viene al caso?) como si los secretos de esa tajada fuesen revelados solamente a ella y a sus iniciados.
Así que, si volvemos a la pregunta, mi respuesta sería que habríamos de considerar un problema general sobre el que la historia no puede pretender exclusividad y que trata de descubrir cómo la temporalidad y sus estructuras se conjugan con el tiempo (entendiendo a éste como la dimensión semántica y cognitiva de lo temporal) para producir o dar lugar a determinadas estructuras disipativas en los sistemas sociales. Lo transdiciplinar entra en juego en tanto y en cuanto el marco conceptual que explica estas conductas en lo biológico, lo físico, lo matemático, etc., son igualmente pertinentes y conservan su capacidad explicativa en lo social.
2. En su tesis doctoral “La reforma del gobierno y la reforma del individuo. Génesis y desarrollo de una teoría política venezolana de la emancipación (1808-1830)” usted identificó algunos paradojas que de algún modo le permitieron definir el núcleo de la teoría política venezolana de la emancipación, que ha perdurado a lo largo de su experiencia política republicana. Trasladando esa preocupación a los tiempos actuales ¿Cómo se ha expresado en Venezuela ese dilema de si reformar el gobierno o reformar al hombre en los últimos 30 años?
Mucho después de escribir mi tesis doctoral me topé con el denso tema de los sistemas dinámicos. Un tema para el que aún me siento un poco desarmado, dadas mis deficiencias en el campo de las matemáticas. Sin embargo, la intuición (como les gusta decir a los matemáticos) detrás de ello no es difícil de asir. Si realizamos recursivamente una operación con ciertas propiedades vamos a terminar por dar vida a un sistema que va adquirir diferentes estados a lo largo de una línea del tiempo. Sucede que cuando alcanza ciertos valores el sistema desarrolla lo que los cibernéticos y matemáticos (aunque cada cual implicando cosas un poco diferentes) llaman un eigenvalue, o valor propio. En realidad, los matemáticos prefieren hablar de atractor (y es que eigenvalues está más ligado en las matemáticas al cálculo vectorial). En ocasiones, este valor propio puede tomar la forma de un strange loop o bucle extraño o strange attractor o atractor extraño. Se trata del mismo problema que Prigogine describió en la termodinámica y para el cual acuñó el concepto de estructuras disipativas.
¿A qué viene todo esto? Un sistema con “x” condiciones iniciales es, en primer lugar, un sistema con una historia propia. En segundo lugar, a lo largo de esa historia existen estructuras lábiles que tan pronto como aparecen se desvanecen, otras de duración promedio y algunas otras se erigen como atractores alrededor de los cuales se van concentrando múltiples trayectorias. Estos atractores tienen una temporalidad propia. En cierto sentido, son como un subsistema que puede llegar a hacerse cargo de determinadas funciones y que evoluciona en función de la persistencia del sistema. Pues bien, la paradoja de la reforma del gobierno puede considerarse como un atractor extraño para nuestro sistema de referencia. ¿En qué sentido? Imaginemos un proceso socio-político como un trayectoria en un plano cartesiano; esa trayectoria queda atrapada en el atractor y oscila en ese bucle hasta que se agota; y así con cada nuevo proceso que surge (por supuesto, existen trayectorias que escapan al atractor, pero esto no viene al caso ahora).
El chavismo es uno de esos procesos sociopolíticos que en nuestra historia han oscilado en torno al eje de la regeneración política y social, la reforma del Estado y la formación de un hombre nuevo.
No se trata que la historia se repita. De hecho, cada proceso es distinto. Ocurre que un atractor produce redundancia para el sistema, esto es, le provee de discursos, conceptos, campos semánticos, así como de formas de acción y estructuras de expectativas normativas. Dicho con otras palabras, se trata de repertorios que tiene el sistema a su disposición. Fíjense que el chavismo acentúo prácticas políticas (e.g. el clientelismo, entre otros) y discursos (e.g. el bolivarianismo) que ya se conocían y los unió en una nueva amalgama. Como resaltaba Koselleck, los procesos históricos encierran novedad y estructuras de repetición.
En el chavismo lo nuevo radica, entre otras cosas, en el engendramiento de una estructura de poder totalitaria. Pero ese totalitarismo se produjo con recursos autóctonos del sistema: el personalismo, el autoritarismo modernizador, el rentismo, el resentimiento y la estúpida idea que una elite ilustrada (en esta ocasión, por la prédica socialista) al hacerse con la maquinaria del Estado es capaz de transformar la sociedad y conducirnos a la felicidad.
3.¿Por qué sostiene que en Venezuela existe un orden político totalitario? Y, ¿la constitución de este sistema de poder guarda alguna relación con las paradojas de nuestra teoría política venezolana?
Para ser precisos hablo de una estructura de poder totalitaria. Lo totalitario no es el sistema como tal, sino la forma de organización del poder político. La diferencia radica en que el poder es un medio de comunicación de un tipo particular, a saber, un medio de consecución. Esto no significa otra cosa que una estructura social que ha evolucionado especializándose en el problema de la aceptación de la comunicación. El poder destaca, dentro de este grupo, porque logra conformidad a pesar del disenso. El sistema político, en cambio, es un ámbito funcional de lo social que emerge gracias a la evolución del poder y que se distingue de otros ámbitos funcionales en tanto y en cuanto se especializa en las condiciones y estructuras comunicativas necesarias para lograr, primero, la definición de un colectivo amalgamado alrededor de una identidad, segundo, la aceptación de una instancia que tome decisiones y, por último, que estas decisiones sean consideradas obligatorias y vinculantes para toda entidad social que se considere o sea considerada parte de la colectividad en cuestión.
Afirmo que en Venezuela la forma de organización del poder político durante el chavismo (yo no hago distinciones entre la era de Chávez y la de Maduro, se trata de un mismo proceso, independientemente de cómo se lo personalice o simbolice) es totalitaria, dada la forma y manera en que se constituye la estructura de poder y cómo circulan los recursos de poder en el circuito al que la mencionada estructura da lugar.
El circuito de poder totalitario se caracteriza por: 1) reducir las instancias de consulta y negociación al seno de la propia elite que parasita la estructura de cargos del Estado -elite que se encoge más y más a medida que madura el circuito de poder; 2) desbaratar todas las instancias de contraloría y control sobre la administración de los recursos públicos; 3) anular cualquier canal a través del cual la ciudadanía pueda incidir en la toma de decisiones que la vinculan; 4) anular cualquier fuerza política que represente una alternativa viable al programa político; 5) imponer un programa político con una fuerte carga emocional e ideológica, a lo que subyace una lógica amigo-enemigo que hace imposible cualquier cualquier deliberación o debate en términos racionales; y 6) interferir , a menudo empleando la violencia y la propaganda, en el ámbito funcional de otros medios y sistemas.
La relación con las paradoja de la reforma del gobierno y del individuo es clara. El programa político del chavismo es un programa político palingenésico que, no sólo pretende reformar la sociedad venezolana, sino que en su momento buscó perfilarse como una alternativa en el orden político mundial (y ¡estelar! ¡jajaja!).
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