
05 Jul Entrevista: Trudy Ostfeld de Bendayán. «El resentimiento, tanto del líder como de sus adeptos, conllevan a trágicas consecuencias». (II parte)
Por Jo-ann Peña-Angulo
En la primera parte de nuestra conversación con Trudy Ostfeld de Bendayán, filósofa y psicoanalista, disponible en http://ideasenlibertad.net/entrevista-trudy-ostfeld-de-bendayan/ recorrimos la condición humana, el empleo maligno del poder, los mitos y arquetipos del nazismo y las características de la época actual, inserta según lo afirma, en la égida de la psicopatología. Culmina esta segunda entrega con la ideología del resentimiento, el líder carismático y su testimonio como hija de sobrevivientes del Holocausto
4. ¿Puede explicarnos la relación entre los líderes carismáticos y la ideología del resentimiento? ¿Fue el caso de Hitler y el nazismo?
Quisiera comenzar a desarrollar el tema del resentimiento con el sueño de un paciente pues lo estimo de índole didáctica:
Me encuentro saliendo de mi casa materna y voy caminando calle abajo. Pasa un joven a mi lado y, de la nada, me lanza un escupitajo y sigue su camino. Me quedo paralizado… impotente… no respondo. Sigo caminando por tiempo indefinido lleno de rabia… de desprecio… de indignación. Cuando de pronto veo llegar frente a mí a un hombre elegante: vestido de flux y corbata. Un hombre de esos poderosos… Me da rabia su andar seguro y desenvuelto. Cuando pasa a mi lado sin siquiera mirarme, le lanzo un escupitajo y emprendo la huida.
Este sueño es ejemplo fidedigno de los estragos causados por la impotencia y el resentimiento cuando no son reconocidos como propios sino proyectados sobre un otro. Tales sentimientos irracionales que, tanto a nivel personal como colectivo, surgen de los abismos más profundos de nuestro ser, y que constituyen el sustrato de conductas agresivas, pueden hallar un cauce idóneo a través de la militancia o simpatía política como en este caso concreto. Pues, bajo el amparo de pseudo-ideologías resulta falible dar rienda suelta a las emociones más sombrías. El resentimiento, tanto del líder como de sus adeptos, conllevan a trágicas consecuencias.
El filósofo alemán, F. Nietzsche, quien en su obra “La genealogía de la moral”, se ha abocado a tan relevante temática. El pensador estima que el acto vengativo más cruel del individuo impotente, mediocre y resentido contra aquel que considere su enemigo es el de una radical transvaloración de los valores sostenidos por las naturalezas fuertes y “nobles” como él las denomina. Como resultado, quedaría invertida la lógica de los juicios morales genuinos que nunca pueden estar basados en el resentimiento. Así, en lugar de los valores positivos tales como la nobleza, la bondad, el éxito, la excelencia, el legítimo poder, la belleza, la libertad, la independencia, la felicidad se exalta la pobreza, la miseria, la impotencia, la indigencia, la ignorancia, la violencia, la marginalidad.
Los rasgos sombríos son elevados por los resentidos y mediocres al cénit de la escala valorativa. “Nivelar para abajo” parece ser la consigna. Una vez que el individuo resentido haya asumido el poder, es falible decretar, acorde a Nietzsche: “’Los señores’ están liquidados; la moral del hombre vulgar a vencido.” Tal acto de transvaloración es propio del resentimiento pues para el resentido queda vedada la auténtica reacción, la reacción de la acción y por ende, se desquita de manera indirecta. Por ello, Nietzsche concluye que la venganza del impotente contra su adversario será siempre in effigie (en ausencia).
Por su parte, el también filósofo alemán Max Scheler en su obra magistral “Ressentiment”, en línea con Nietzsche, concluye que los sujetos posesos por el resentimiento usualmente no son los criminales que actúan su violencia sobre el otro de manera directa sino, más bien, son aquellos que se encuentran detrás de los actos delictivos. Incitan a los demás a cometerlos. No obstante, el hombre noble, quien también puede sentir resentimiento, sin embargo, en éste, acorde a Nietzsche, “se consuma y se agota en una reacción inmediata [de retaliación] y, por ello, no envenena. Con todo, ni siquiera aparece en innumerables casos en los que resulta inevitable su aparición en los débiles e impotentes”. Y añade: “en las naturalezas fuertes y plenas… hay una sobreabundancia de fuerza plástica, remodeladora, regeneradora. Una fuerza que también hace olvidar… Un hombre así se sacude de un solo golpe muchos gusanos que en otros, en cambio, anidan subterráneamente.” Ese sentimiento invasivo de odio, envidia, malicia y desprecio sobre los cuales se levanta el resentimiento puede darse a nivel personal o colectivo. Cuando el resentido asume el poder lo hace generalmente de forma totalitaria y su inversión de valores se traduce en una suplantación o redefinición de todos los organismos autónomos en un esfuerzo por privar a la sociedad de cualquier vestigio de autonomía. Se produce un cambio radical y se desnaturalizan cuerpos tales como el ejército, el poder judicial, las universidades, los centros informativos, de cultura, la organización empresarial, el mundo financiero e industrial, el social y laboral, los centro de asistencia médica, etc. En nuestro caso hemos llegado a una redefinición incluso de nuestros símbolos patrios, nombre del país y hasta huso horario.
Todo debe funcionar bajo el régimen de la transvaloración o inversión de todos los valores. Es decir, toda la moral colectiva se configura a partir de las emociones más negativas y peligrosas de la naturaleza humana y no en alguna ideología de índole altruista. Comenzado por el propio líder totalitario quien dirige a una mesmerizada sociedad de masas. El profesor de antropología de la Universidad de Boston, Charles Lindholm , en su libro “Carisma”, escoge a Hitler como ejemplo del nefasto alcance del hombre resentido: Hitler “fue un huérfano, un marginado, quien había sido rechazado por la academia de artes donde había depositado todas sus esperanzas, sin familia, vocación ni amigos; tímido, vacilante, indeciso… se hallaba impulsado por sentimientos de odio, envidia y resentimiento.”
Como podemos apreciar, el resentimiento, es el común denominador de todos los movimientos totalitaristas. De tal manera, el líder resentido “actúa como altoparlante que proclama los deseos más secretos, los instintos menos admisibles…de toda una nación.”El dirigente y sus seguidores se encuentran aliados en una comunión empática dentro de lo colectivo. El líder les provee “enemigos para odiar y camaradas para amar”, concluye Lindholm. La venganza y la auto reparación se convierten en imperativos categóricos. El objeto no comulgante o diferente es asumido falsamente como la causa de las privaciones sufridas. Atacar, destruir, suplantar, controlar, atemorizar es una meta en sí y ninguna otra, por más que se desee justificar las acciones psicopáticas bajo falsas consignas. El líder, a través de frenetismos histriónicos o de furias conduce al ciego rebaño al rechazo de soluciones tolerantes. La masa permanece aglutinada por un factor común: la mediocridad y el resentimiento.
Pues, los seguidores de un sistema totalitario suelen estar entre los hombres desmoralizados, alienados de la sociedad, humillados, fracasados, impotentes y mediocres que no han podido lograr remontase a las cimas de la excelencia sea en el campo personal, económico, social, cultural o profesional. En general, la masa está constituida por aquellos quienes poseen la baja autoestima característica de los excluidos. Tal como es el caso del paciente cuyo sueño y circunstancias existenciales suscitaron estas reflexiones.
Los individuos resentidos o hambrientos de poder siguen las convicciones ofrecidas por un líder carismático capaz de capitalizar para sus propios fines el resentimiento de los sectores marginados de la sociedad. Cegados e impermeables a la razón como suelen serlo los enamorados infatuados, el rebaño acaba poseso por las más absurdas convicciones y “las convicciones son enemigas más peligrosas de la verdad que las mentiras”, nos recuerda Nietzsche. Y, bajo una “euforia engañosa” como la llama el conocido neurólogo y autor Oliver Sacks, esta masa de resentidos, al igual que su líder, también experimenta una sensación de omnipotencia capaz no sólo de exaltar los instintos más bajos sino, además, de llevarlos a la acción. Lindholm señala al respecto: “a través de la identificación con el líder, los seguidores también pueden escapar los límites del carácter y la moralidad civilizada y compartir la proteica gama de emociones e intensos estados psíquicos que el líder manifiesta.” De tal manera, la intrusión de elementos irracionales de la urdimbre psíquica en la trama de la existencia, característica del mágico realismo, al perder todo rasgo de lo real maravilloso, acaba por ser transfigurada en un realismo trágico bajo la influencia del poder ejercido por el detritus humano.Pues, a partir de los testimonios históricos y de nuestras propias vivencias, hemos podido apreciar que la búsqueda en los sistemas totalitarios, aunque se disfracen de entes democráticos, no está orientada al bienestar y progreso colectivo sino a una especie de acción retaliativa y catártica por parte de los grupos carismáticos y de sus líderes simbólicos la cual no sólo ofrece licencia sino, además, estimula la expresión y acción de las pasiones más adversas. El líder refleja las fantasías más oscuras del soberano y viceversa. La pregunta es ¿si el resentimiento queda abolido a través de la catarsis, la inversión de los valores y la “decapitación” de los todos los oponentes y organismos autónomos? La respuesta pareciera ser que no. El resentimiento, a diferencia de la envidia y la venganza poseen objetos específicos, mientras que el resentimiento pareciera no estar atado a objetos definidos con excepción, de acuerdo con Scheler, de la envidia de orden existencial. El pensador estima que ésta es la mayor generadora de resentimiento pues, está dirigida contra la naturaleza propia del objeto envidiado. Scheler señala que “es como si continuamente susurrara: ‘Puedo perdonar todo, pero nunca lo que tú eres –el hecho de que seas como seas- y que yo no sea lo que tú eres. En definitiva, que no soy tú”.
Esta forma de envidia busca destruir al otro pues su sola existencia representaría para el resentido un espejo de sus propias faltas constitucionales o existenciales.
Hitler es ejemplo fidedigno de fatal maridaje entre resentimiento y poder.
5. De su experiencia como hija de sobrevivientes de la Shoá/Holocausto, ¿Cómo explicar este hecho? ¿Cómo asimilar la materialización del mal en el Holocausto? Finalmente,¿ qué les diría a aquellos que expresan que el mal es solo un concepto filosófico o abstracto, imposible de estudiar históricamente?
El hecho de ser hija de sobrevivientes marcó mi existencia: configuró mi Weltanshauung y, además, determinó mi llamado vocacional: filósofo y psicoanalista. A una tierna edad mi alma había quedado marcada por la impronta del Holocausto. A semejanza de la mítica Core/Perséfone, había sido raptada por Hades, el que rige el sombrío ámbito de la muerte. No por ello, me transfiguré en una ser pesimista, derrotista o depresivo, pero cierto tufo de melancolía se asentó de forma definitiva en mis entrañas. Había perdido tempranamente la inocencia: conocía los alcances del mal.
A fin de abordar el tema del mal se hace necesario partir de una premisa: no considero al mal a modo de un concepto filosófico ni abstracto, tampoco lo concibo como la privación del bien, la privatio boni, sostenido por la doctrina cristiana. El mal existe, tiene sustancia y nos habita. Por ende, resulta falible de ser activado cuando halla el medio de cultivo idóneo para ello. Pues, a la naturaleza humana le es inherente lo más sublime y lo más abyecto. A fin de dar cuenta de ello, quisiera citar algunos párrafos de las autobiografías de mis padres. No lo hago abordándolos desde la perspectiva de los nazis y sus aliados quienes encarnan el mal absoluto sino de algo asimismo alarmante: desde la óptica del “fulano de tal”
“Mientras permanecimos en el gueto, y aprovechando mi fisonomía teutónica además de mi arrojo, en un par de ocasiones me escurrí a mi casa de donde rescaté algunos objetos preciados, que dejamos atrás en medio de la premura y la zozobra vividas. Descubría en cada visita la efectiva rapacidad de mis vecinos: la casa, nuestro hogar, estaba siendo velozmente desvalijada por aves de presa” (Hillo Ostfeld, “Sin tregua”).
“Mis padres se atrevieron a volver a lo que había sido nuestro hogar. Lo único que encontramos en él fue mi piano… demasiado grande para ser llevado por los saqueadores. Sus teclas y cuerdas estaban arrancadas y las patas cortadas con un hacha. Este instrumento musical yacía destrozado en el piso, como símbolo de un mundo también destrozado junto a él. Fuimos a ver a nuestros vecinos de toda una vida, con los cuales tuvimos siempre las relaciones más cordiales, las niñas eran mis amiguitas y sus padres eran amigos de mis padre desde su juventud. Nos dimos cuenta de que nuestras pertenencias estaban en la casa de ellos. Algunos tuvieron la gentileza de decirnos que al terminar la guerra nos devolverían lo nuestro, pues, por el momento, era más seguro quedarse con ello.” ( Klara Ostfeld, “Luz y sombra de mi vida”)
Y, si ampliamos solo un poco el circulo e incluimos a gente simple, como los campesinos:
“La vida te enseña no obstante, que las situaciones que nos tocan vivir siempre pueden ser mejores, pero también peores, A diferencia de nosotros, miles de judíos no lograron ni siquiera tener la oportunidad de realizar nuestro tenebroso éxodo. Los campesinos rumanos les ahorraron el trabajo de deportación a los soldados: fusilaron a todos los judíos reunidos en los centro de acopio de pequeños pueblos… Con saña inusitada, los exterminaron hasta eliminar de la faz de la tierra al último de los niños judíos” (Hillo Ostfeld, “Sin tregua”).
¿Podemos acaso hablar de cuestiones ideológicas en los casos arriba mencionados? ¿O más bien, no nos vemos obligados a reconsiderar la “banalidad del mal” referida por Hannah Arendt, además de la existencia sustancial del mal absoluto?
El mal es una realidad que el mundo deberá tomar en cuenta. Se constituye en un problema perenne, por ende resulta imperativo conocer sus manifestaciones a través de un profundo conocimiento de la historia. Pues, como bien los testifican los hechos desde los albores de los tiempos, la historia es cíclica puesto que la esencia del hombre es invariable.
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