
31 Ene El socialismo en Venezuela: crónica de una muerte anunciada
Leonardo Osorio Bohórquez
El socialismo históricamente ha fracasado indistintamente de las épocas o contextos históricos donde ha sido aplicado, no por eso deja de tener defensores que constantemente niegan esos fracasos bajo el común apelativo de “eso no fue verdadero socialismo”. La Unión Soviética o la Cuba de los Castros no se asumen como modelos socialistas, sino como degeneraciones del mismo, hasta el punto de ser denominados por algunos como “capitalismo de Estado”.
La realidad es que todo modelo que pretenda asfixiar o eliminar la propiedad privada, con ausencia de un mercado libre, termina teniendo los mismos resultados: escasez, pobreza, desinversión y éxodo masivo de personas buscando mejores posibilidades de vida.
El problema ha sido mantener una visión idealizada del socialismo, como un proyecto redentor que busca la igualdad y la justicia social para las mayorías. En ese sentido, Chávez vendió a la población esa versión romántica del socialismo, como un plan destinado a resarcir al pueblo venezolano de su condición de exclusión y pobreza.
El entusiasmo de las masas, sin entender bien el significado del socialismo, se presta a apoyar ese tipo de utopías que siempre conducen a destinos marcados por la miseria. Cuando Chávez anuncia en 2005 que su proyecto era el del socialismo del siglo XXI, fue una clara advertencia del camino al que nos conduciría. No había nada novedoso dentro de sus propuestas.
El destino de Venezuela estaba sellado. Sus ataques a la propiedad privada fueron recurrentes desde los inicios del gobierno de Chávez, con políticas de controles asfixiantes, nacionalizaciones, aumento irresponsable del gasto público, populismo extremo, entre otras medidas que claramente llevarían al descalabro de la economía.
El carisma de su líder, y los elevados precios del petróleo vendieron una idea de prosperidad ficticia, insostenible en el mediano plazo. Pero progresivamente el aparato productivo venezolano decrecía, aunque era compensado por el aumento de las importaciones por parte del Estado.
Los productos controlados por el Estado desaparecían de los anaqueles, y la gente comenzaba a acostumbrarse a las largas colas para adquirir bienes regulados de cada vez más difícil acceso. Se sabía que una baja de los precios del petróleo aceleraría el inevitable caos de una economía cada vez más dependiente del sector público, con una empresa privada sin libertad económica para producir y comercializar su producción.
Los problemas económicos siempre eran asumidos no como errores propios del Estado o de su proyecto socialista, sino como el resultado del saboteo de sectores empresariales, la oposición representada por los partidos políticos, o el imperialismo norteamericano. Es la búsqueda constante de un enemigo externo para no reconocer la inviabilidad del socialismo.
Cuando la crisis económica se hizo cada más intensa a partir del gobierno de Maduro, con la baja de los precios del petróleo y vencimiento de deudas internacionales, nuevamente los discursos iban dirigidos a transferir las culpas. La guerra económica fue la frase más recurrente en sus cadenas.
Realmente existe una guerra económica declarada desde hace años, pero es del Estado hacia los sectores privados de la nación. La confrontación sustituyó los consensos característicos de la democracia punto fijista, se aplicaba la tesis marxista de que por medio de los conflictos y luchas de clases se podían impulsar los cambios revolucionarios.
Nicolás Maduro mantuvo “el legado de Chávez”, al sostener la confrontación con el empresariado privado. Siguió adelante en su proyecto de erradicar progresivamente la propiedad privada para consolidar la revolución socialista. Las medidas anunciadas en agosto del 2018 a partir de la reconversión monetaria, son otro intento de querer acorralar aún más al sector privado.
Se les obliga a las empresas a elevar drásticamente los salarios, el sueldo mínimo pasa de 3 millones de bolívares a 180 millones, que bajo la nueva reconversión monetaria se ubicaría en 1800 Bs. Eso conjuntamente con la imposición de una nueva fijación de precios que no le permitirá a las empresas cubrir los nuevos costos de producción, no sólo en cuanto a salarios, sino en lo referente al problema de la hiperinflación, solo significa agudizar la crisis.
El Estado asumiría en teoría los sueldos de las pequeñas y medianas empresas durante los tres primeros meses, aumentando así el gasto público que sólo ayuda a acelerar la hiperinflación. Se reforzaba entonces en todo caso la dependencia de las empresas con el gobierno. Se dejó de lado las contrataciones colectivas, y prácticamente se impuso una igualación de salarios entre profesionales y obreros.
Por medio del aumento de la gasolina y una supuesta flexibilización cambiaria algunos argumentaron que ahora se daba un giro “neoliberal”. Pero es no entender la naturaleza de las medidas, que es simplemente ratificar el control del Estado sobre la economía y terminar de afectar a las diferentes empresas que todavía se sostienen en el país.
La recuperación de la economía nunca ha sido el objetivo del gobierno. La hiperinflación se puede detener con la eliminación del financiamiento monetario del BCV al Estado, pero el gobierno prefiere no resolver el problema por ahora como una medida de sometimiento a la población. El éxodo masivo también sirve al chavismo para deshacerse de una población cada vez más imposible de ser sostenida con los pocos recursos existentes.
En todos los comunismos se vieron casos de éxodo masivo de pobladores y hambrunas recurrentes. De hecho, el socialismo venezolano ha sido más dañino que en otros contextos. En la Unión Soviética o Cuba por lo menos el Estado tenía el monopolio de la delincuencia, que va más allá del monopolio legítimo de la violencia dentro de un Estado de derecho para mantener el orden y la seguridad. En cambio en el monopolio de la delincuencia, en los llamados socialismos reales, era el Estado quien robaba, extorsionaba, secuestraba y mataba a sus ciudadanos. En el caso venezolano, existen muchos grupos armados que no son controlados por el Estado, y esto genera mayor inseguridad.
La situación en Venezuela por tanto es caótica. Pero la debacle económica y social no es el detonante de cambios políticos dentro de los comunismos, más bien ayuda a consolidarlos porque refuerza la dependencia de los ciudadanos con el Estado. En lugar de combatir el gobierno, la población empieza a concentrar sus esfuerzos en buscar maneras de subsistir ante la crisis.
Por eso lo fundamental para lograr un cambio es cuestionar el socialismo como modelo de desarrollo para reimpulsar las luchas por mayor libertad política y económica. Si se asume realmente el fracaso del socialismo para generar prosperidad y se aprende de las múltiples experiencias históricas, la sociedad no será presa nuevamente de nuevas utopías que en su obsesión por la igualdad impuesta sin tomar en cuenta los esfuerzos individuales, terminan erradicando toda forma de libertad y con eso la capacidad de una sociedad para alcanzar su bienestar.
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