
09 Jun El ocio y el cuerpo en la Venezuela de finales del siglo XVIII e inicios del XIX.
Eduin G. Estupiñan
Siguiendo la temática del escrito «Cuerpo y Libertad» de la historiadora Elizabeth Manjarrés publicado por Ideas en Libertad http://ideasenlibertad.net/cuerpo-y-libertad-parte-i/ este trabajo tiene como propósito intentar dilucidar al menos dos categorías socio-históricas sobre las cuales confluye la figura del cuerpo humano en las dimensiones temporales y espaciales del ocio, en las postrimerías del siglo XVIII e inicios del siglo XIX venezolano, luego de un largo proceso de mestizaje cultural, en los albores mismos de la conformación de la república, enmarcada en la ruptura del nexo colonial con la Corona Española.
Observar el cuerpo como una representación nos permitirá inferir la connotación valorativa que le atribuye la sociedad de la época especialmente al cuerpo abstraído en la práctica cultural del ocio, entendido como tiempo libre, es decir el tiempo que tiene o se toma el individuo para su distracción. Relacionaremos así en el presente trabajo, la representación corporal de ese tiempo libre o del ocio, con el fin de configurar un análisis del cuerpo; esa entidad inmaterial, polisémica como definición, objeto y/o sistema cerrado (Cházaro y Estrada, 2005), que intentamos abstraer a través de las fuentes bibliográficas, que nos brinda los estudios académicos venezolanos. Esta tarea representa un gran reto debido a la poca producción historiográfica en las temáticas históricas, vinculadas al estudio del cuerpo y el ocio; así como de una metodología apropiada dentro de los estudios históricos-historiográficos venezolanos.
Para sustentar nuestro enfoque interdisciplinario seguiremos la proposición de la línea de la Antropología Histórica, esta nos permitirá acercarnos a nuestro objeto de estudio (el cuerpo en la sociedad venezolana de finales del siglo XVIII e inicios del XIX), con el fin de dilucidar esa “opacidad”, que todavía persiste hoy en día en ciertas categorías de estudios históricos, donde solo con los métodos pertinentes a esta disciplina no bastan para la reconstrucción de esa “otredad histórica”, frase que aunque nos parezca ambigua, nos lleva a reconsiderar ¿qué nos diferencia hoy en día de nuestra cultura? más aun cuando está abierto el debate en nuestra sociedad sobre el tema del tiempo libre.
Para tal fin, daremos un breve recorrido por las diferentes acepciones del término ocio en distintas épocas históricas, así como las distintas caracterizaciones del cuerpo desde la óptica histórica-antropológica, de las cuales se puede abstraer la connotación valorativa del ocio en las practicas corporales de los individuos en cuestión, y su posible interpretación por parte de la sociedad y autoridades políticas-administrativas de la Venezuela primigenia.
Ocio y su relación con el cuerpo
En un principio tenemos que definir el ocio como categoría histórica dentro de la época que nos corresponde. Si nos remontamos a la Grecia clásica, Platón usa dicho término otorgándole dos acepciones básicas: la primera Skole, con una connotación positiva (relacionada con el tiempo libre), como tiempo libre no usado en el trabajo y libertad de actividades que reflejen compromiso alguno; y una segunda con una carga semántica negativa Agria, relacionada hoy en día con lo que podemos llamar Ociosidad (muy vinculada quizás a la “vagancia” en el sentido despectivo o peyorativo para señalar a una persona), de un tiempo malgastado en actividades improductivas. Luego tenemos la interpretación de ese tiempo libre o de ocio en el pensamiento latino, que introduce el término Licere el cual significaba “ser libre” que coexistía con el de Otium que era la traducción directa del término griego Skole (Roque Pujol 2008: 5-8).
Lamentablemente esas dos acepciones sobre el ocio o tiempo libre, no aparecen sino reflejado en un solo término en el lenguaje español, poseedor de cierta ambigüedad y cuya carga semántica es tomada con cierta negatividad.
Para la Edad Media encontramos en San Agustín, una referencia para el concepto de ocio, el cual remite al filósofo de la antigüedad Varrón, quien clasifica una de las categorías de los “géneros de vida” como ocioso, junto al activo (para referirse al trabajo) y el mixto (San Agustín 1985, 1367). Pero esta concepción de tiempo libre no está formulada en contraposición al trabajo (tal cómo veremos en esa dicotomía ocio/trabajo que se plantea más adelante en nuestro periodo histórico a estudiar), sino más bien como una parte complementaria cuyo planteamiento filosófico, nos dice: “En el ocio no se debe amar a la inacción, sino la búsqueda y hallazgo de la verdad, a fin de cada uno avance en ese conocimiento y no envidie a nadie” (San Agustín 1985, 1411). Vemos entonces, cómo el ocio se relaciona con esa verdad, que en términos agustinianos, no era otra que la fe en Dios y en sus preceptos.
Ahora bien, al indagar en el significado del término ocio para el periodo histórico a estudiar, finales del siglo XVIII y principios del XIX venezolano, debemos recurrir a la definición del historiador Johan Huizinga en su obra Homo Ludens (2007), en la cual no sólo delimita o específica el término ocio de su definición más simple y llana como “tiempo libre de una persona, cesación del trabajo o total omisión de la actividad” sino que nos ofrece una visión más amplia del tiempo de ocio al cual correlaciona con el movimiento y juego, y ya no solo con la inacción: “se juega en tiempo de ocio”, se distrae y disfruta de ciertas actividades en ese determinado intermezzo para el recreo en la vida cotidiana. A la vez el autor asocia directamente este tiempo libre o de ocio, de distracción y juego con el cuerpo: “la belleza del cuerpo humano en movimiento encuentra su expresión más bella en el juego” (Huizinga, 2007: 19-22)
Llegamos así a dos posibles dimensiones temporales y espaciales, que nos permitirán conceptualizar el disfrute del ocio en la sociedad venezolana, de finales de siglo XVIII e inicios del XIX, a saber: el ocio y la interrupción de toda actividad corporal y el ocio y el movimiento corporal. Así, el significado del ocio, derivado de la connotación más peyorativa de la palabra, “la ociosidad”, “el que no hace nada” es visto desde la otredad como un elemento fuera de su conjunto de “los vecinos” de la comunidad. Por otra parte tenemos, una visión del tiempo libre o del ocio dedicada al movimiento, a las festividades que está más relacionada a las representaciones sociales inherentes a los distintos tipos de rituales (tanto de índole social, político y religioso), que se celebran en fechas fijadas por convenciones sociales, bien establecidas por la Iglesia o las autoridades gubernamentales, a lo largo de la geografía venezolana.
Partiendo entonces del ocio y la interrupción de toda actividad corporal y el ocio relacionado con el movimiento corporal, la definición sobre el cuerpo de David Le Breton (2002: 81-82) como espejo de lo social, como soporte en el juego de representaciones cotidianas, cuya corporeidad expresada en el movimiento o el estado de reposo, dentro de la sociedad venezolana de los albores del siglo XVIII e inicios del primer lustro decimonónico, va de la mano en relación al tiempo libre. En este contexto, el concepto de corporeidad constituye un papel fundamental pues explicado por Michel de Certeau, como Lo otro y Lo ausente en el sentido de la alteridad, de ese otro ajeno y extraño a nosotros, nos dice que: “el cuerpo es lo otro que hace hablar, pero a quien no podemos hacer hablar”. Y que está inserto en los vestigios del pasado en los cuales el historiador usará su habilidades para fabricar “la metáfora del ausente” (Genevieve, 2009: 185).
Desde un enfoque más sociológico, Norbert Elías expresa por una parte, “la tendencia a considerar el ocio… implemente un apéndice del trabajo” (Elías, 1992: 117) pero igualmente asocia el autor la condición corporal al ocio o tiempo libre, a razón de tiempo de descanso físico como, con libertad de elección, relajamiento del cuerpo como contrapartida del trabajo (Elías, 1992: 122).
Ahora bien a propósito del periodo de finales de siglo XVIII e inicios del XIX venezolano, podemos preguntarnos: ¿es posible que las personas de aquel entonces tuviesen algún tiempo de ocio en el espacio cotidiano de sus vidas?, en otras palabras, un interregno temporal y espacial en donde las personas no se ocuparan de las actividades laborales o bélicas, en la coyuntura histórica que supuso una sociedad sumida en el caos, debido a la lucha por la independencia y la ruptura del nexo colonial, con el reino Español. Es esta la interrogante que planteamos darle respuesta, en la presente investigación.
El ocioso se distingue por la apariencia del individuo y su cuerpo.
En el caso del estereotipo del ocioso y/o vagabundo, típico personaje forastero que irrumpe en la armonía de la sociedad tradicional, se puede apreciar el problema de la corporalidad vinculado al castigo, al ser éstos vejados del resto de la población, ya que su condición de personas “sin oficio” pudiese representar un factor perturbador para la moral y costumbres de las familias enmarcadas en el sistema de valores y educación, cuyo principal influjo provenía de la Iglesia Católica (Rodríguez, 1994: 408).
Esta imagen que se tiene el ocioso, vago, malentretenido, tiende a relacionarse con la acepción más peyorativa del término ocio. Más que una condición psicológica o una patología del individuo, puede apreciarse más como un constructo social: la estigmatización de estas personas por parte de una sociedad venezolana que bien pudiésemos llamar “premoderna”, que según sus canon de valores éticos y morales tiende a generalizar, confundir y correlacionar a timadores, personas de bajos estamentos, tahúres de juegos de invite y azar, ladrones; en un solo conjunto que representa un virtual “peligro para la sociedad”
Para prevenir la vagancia u ociosidad, el Estado dictaminó una serie de Leyes y Ordenanzas que van desde los años 1772 a 1809 (Araque, 2010: 27-42) en la incipiente Capitanía General de Venezuela; a fin de ejercer control sobre la sociedad y prevenir estos “peligros” contra las condiciones de moral y ética católica, que predominaban en el comportamiento ciudadano para aquella época.
En estos casos el Derecho resultó ser una herramienta fundamental para analizar esta especie de “anomalía” social que debía ser corregida. Así la jurisprusidencia actuaba como mecanismo de poder para sojuzgar a los culpables de esta especie de condición social, otorgando además facultades especiales a estos jueces y autoridades para aplicar las penas que fuesen acorde con la condena que debía pagar el vago u ocioso. Este tipo de veredicto también conllevaba un estudio o análisis psicológico (claro está, sin ningún tipo de especialización en cuanto al psicoanálisis como disciplina), aunado a un estricto control y vigilancia social (en la teoría de Michel Foucault en su obra “Vigilar y Castigar”) para hacer valer un tipo de escarmiento al condenado y así cumplir su sanción corporal (Orrego Fernández 2011: 2-9) trastocando así uno de sus derechos más preciados: la libertad.
En la tesis “Sin oficio ni beneficio. Sin renta ni hacienda conocida. Vagos y malentretenidos en Mérida, 1809-1858”, de Carlos Araque, egresado de la Escuela de Historia, en el año 2010, se plantea el problema histórico-historiográfico, ya que este tema muy pocas veces objeto de estudio, supone estudiar a un “grupo social marginado” cuyas características están basadas en una serie de estereotipos definidos por tipologías documentales (jurídicas) y causas criminales por vagancia. Éstas enmarcan un complejo esquema de categorías que pueden ser confundidas junta a: la pobreza, mendicidad o beneficencia (Araque, 2010: 8). El ser vago o malentretenido estaba estipulado en las Leyes Indianas y Republicanas (Araque: 32-58) como un delito que conllevaba una pena o castigo corporal: cárcel, destierro y “levas de vagos”. Estas últimas consistían en que “las justicias reclutaban una serie de personas con aspecto de vagos y falsos mendigos, quienes eran destinados al servicio de las armas, ya sea en el ejército o en la marina.”(Araque, 2010: 21).
Existían también cierto tipo de medidas y restricciones tales como: la regulación de los horarios en las pulperías, derechos de admisión y cualquier otro sitio de pernocta nocturna. Este tipo de leyes vulnera así hasta cierto punto las libertades individuales y por ende restringía la audeterminación corporal, es decir aquello que el individuo hace con su cuerpo También se prohibía la estancia de mujeres en la pulpería, por no ser un sitio apropiado para el género femenino ya que constituía “una tentación a los instintos de los hombres” (Araque, 2010: 35-40)
Ahora bien si el ocioso se distingue por la apariencia del individuo, sin duda el cuerpo y su corporeidad son elementos fundamentales en la propia existencia material del individuo. El cuerpo entonces pasa a ser el elemento central a partir del cual, se puede estudiar la relación de éste con el ocio o tiempo libre, y estudiarlo como lo expresaba Norbert Elías, como apéndice del trabajo, tiempo de descanso físico o como contrapartida del trabajo. De allí que todo aquello que le permita al cuerpo expresarse como ademanes, vestidos, normas sociales, formarán parte de su universo simbólico y de interpretaciones.
El ocio y el cuerpo en las representaciones culturales.
No solo se puede hablar del cuerpo en stricto sensu para caracterizar a un individuo solo en su dimensión anatómica para encontrar en él, la condición de estar o no en una condición que implique tiempo libre u ocio. Para ello debemos relegar la etiqueta corporal que nos señale la gestualidad y expresión de emociones, para adentrarnos en un juego de “interacción que implica códigos, sistemas de espera y reciprocidad (…) En todas las circunstancias de la vida social es obligatoria determinada etiqueta corporal y el actor la adopta espontáneamente en función de las normas explícitas que lo guían” (Le Breton, 2002: 50). La corporeidad depende también de una serie de atributos exteriores a la parte anatómica, medio de los cuales el sujeto intentará identificarse con dos elementos: el colectivo al cual pertenece e identificarse con el tipo de actividad en el que participa.
Así tenemos la expresividad que la vestimenta da a la corporeidad, y estos al problema del ocio y tiempo libre, a través del concepto de códigos usada por Le Goff (2010: 85): “… estos códigos fueron particularmente eficaces en la determinación de la porción social y el sistema de valores. Lo que una persona era se expresa a través de esos códigos”. Este sentido, las mejores vestimentas se relacionarán con aquellos no solo de pudiente clase social sino de un bien concebido tiempo de ocio.
Estos códigos se pueden apreciar por ejemplo aunado a la fiesta cívica, en la que las “creaciones visuales de carácter provisional o transitorio, sean cuales sean sus técnica, materiales, soporte, apariencia físico-sensible y resultado final.” (Salvador, 2001: 50) daban una verdadera exhibición de las mejores galas exhibidas hasta el punto de hacer una clasificación de estamentos sociales acorde a su vestimenta.
La caracterización que nos brinda José María Salvador en su obra, Efímeras Efemérides: Fiestas cívicas y arte efímero en la Venezuela de los siglos XVII-XIX a través no sólo de la significación de la ornamentación de objetos inanimados, sino también de los personajes que encarnan la sociedad de una época y sus “engalanamientos en la indumentaria, el tocado y el peinado, traducidos en uniformes, vestidos de gala, disfraces, joyas, insignias y atributos portátiles.”, nos brinda la idea de una determinada posición social, de las actividades de ocio y de tiempo libre, vinculadas al ocio como apéndice del trabajo, como relajamiento del cuerpo y como contraposición al trabajo. Entre esas actividades tenemos celebraciones relacionadas con el júbilo civil o religioso, en gestos individuales o colectivos socialmente programados, que se diferencian según su tipología en: “ceremonias, procesiones, desfiles, dramatizaciones, bailes y juegos carnavalescos.” (Salvador, “2001: 51)
Por medio de estos códigos de vestimenta no solo llegamos a hacernos una imagen de una fuerte diferenciación dentro de los diferentes grupos sociales al cual se pertenecía sino lo que suponía el valor del ocio y el tiempo libre, en “todo aquel que pudiese pagarse el habito de aquellos que solo procuraban el gozo temporal en fiestas y lujos a finales del siglo XVIII.” (Xavier, 2011: 18).
Pero si el ocio, el tiempo libre, la corporeidad y la posición social, expresaban todo un entorno cultural, la limpieza del atuendo de acuerdo a la condición económica, no podía quedar afuera, pues cuanto más rico era uno, más se cambiaba de vestido. Del mismo modo, en cuanto al cuidado corporal lo importante era la apariencia”. Son entonces estos símbolos de distinción, los que permiten anticipar que si bien es cierto, que de una u otra forma, los individuos gozan de tiempo libre, dichos símbolos permiten codificar las conductas sociales y de allí aproximarnos al tipo de actividades realizadas o no, entendidas como ocio o tiempo libre.
Recordamos en este punto, el relato del viajero Francisco Depons “Viaje a la parte oriental de tierra firme en la América Meridional”, en cuyas páginas encontramos representados “entre los usaques y jefes de la nación muísca, quienes podían quiénes podían perforarse las orejas, el tabique de la nariz y los labios para portar joyas” (Xavier 2011: 49)
Y no solo se limitaba al simple plano facial pues se exhibían éstas prendas o accesorios, según la variación de la cultura de la etnia, pudiendo ubicarse en cualquier parte, entre la cabeza y los pies. Dicha ornamentación se diferenciaba de los atuendos de los grupos sociales que se identificaban con el imperio español y demás tendencias del mundo europeo, influenciada por los ingleses y franceses, cuyo estilo aburguesado representaba la “vanguardia”. Entre los atuendos que lucían a propósito de esta moda tenemos la bufanda, sombreros de picos y sombreros militares; que eran los atuendos indicados para proyectar una imagen de estatus en los diferentes bailes de élite y recepciones oficiales del gobierno. Observamos aquí nuevamente la relación entre lo que se entendía por ocio y tiempo libre, la corporeidad y el estatus social. Sin querer dar a entender, que solamente las personas pudientes eran las que tenían el derecho y el acceso al ocio y tiempo libre.
Antonio de Abreu también nos presenta una posible categorización social de acuerdo a la condición de descobijado, figura que representaba a alguien extraño a la población de determinado pueblo o ciudad, que al no poseer recursos económicos, era más visto como una persona ajena o forastera, no bien recibida por los vecinos, porque de cierta manera puede representar un peligro para la estabilidad, armonía y convivencia en la comunidad (Xavier, 2011), según los cánones impuestos el referente moral católico que tiene su autoridad en el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, que sirve para imponer el ciertos reglamentos y castigos pertinentes al control social.
A manera de conclusión
El estudio del cuerpo nos plantea la posibilidad de historiar la vida cotidiana y las prácticas culturales. En el caso de la historiografía venezolana, son escasos los estudios al respecto, más aún los temas relacionados con el estudio del ocio y el cuerpo. Pues más allá de presentarnos una metodología específica, sabemos que al historiar el cuerpo nos topamos con las interdisciplinariedad de la historia y de las ciencias sociales. Así que haciendo uso de los aportes historiográficos de la Escuela de los Annales y de la sociología, podemos acercarnos al cuerpo como objeto histórico-historiográfico, de manera idónea y de esta forma intentar abstraer la noción de corporeidad implícita en las fuentes. En este punto debemos destacar el aporte extraordinario al estudio del cuerpo en Venezuela, de la historiadora venezolana Elizabeth Manjarres, con su trabajo de Doctorado en Historia, de la Universidad de Salamanca, “Lo que los cuerpos nos cuentan. Historias del Cuerpo en el Siglo XVI en Venezuela” igualmente no podemos olvidar los estudios del antropólogo y profesor de la Universidad de Los Andes, Otto Rosales.
Ambas tendencias pueden utilizarse para el aprovechamiento de nuevos temas de investigación donde las categorías: ocio histórico y cuerpo y/o corporeidad, son llevadas con métodos de análisis retrospectivos, que son tienen como base la antropología y sociología.
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