
07 Abr Serie: «Tribalismo Político».Resentimiento, no reconocimiento y tribalismo político en Venezuela:desde las teorías de Francis Fukuyama y Amy Chua
Jo-ann Peña Angulo
Trabajo presentado en el I Seminario Internacional de Ciencias Políticas, “Crisis Políticas en América Latina”, 27 y 27 de noviembre de 2018, UCV, Caracas, Venezuela.
Exordio
Los retos que supone hoy día el estudio de la democracia liberal, incluyen aquellos aspectos que señalan el camino de su fragmentación institucional y simbólica, expresada en las prácticas de las tribus políticas y el no reconocimiento. Este último no solo elemento cohesionador de las identidades tribales sino mecanismo movilizador del resentimiento que transformado en práctica política, imposibilita y entorpecen la consolidación de la democracia liberal.
En consecuencia partiendo de lo expuesto por Amy Chua en relación a las tribus políticas y a los planteamientos de Francis Fukuyama con respecto al papel del reconocimiento, intentaremos reflexionar su relación con el resentimiento, como uno de los desafíos de la institucionalidad democrática liberal en la perspectiva del siglo XXI, para lo cual se caracteriza en esta primera aproximación a las tribus políticas del chavismo
El no reconocimiento y el tribalismo político en Venezuela
El presente trabajo surge de la preocupación del historiador que indaga sobre la naturaleza humana y las diversas formas de concebir y enfrentar los retos y peligros, que su misma condición encierra. Desde allí reflexionáremos sobre las aporías, los dilemas y las dificultades a los que debe enfrentarse la democracia liberal dentro de las exigencias del mundo globalizado, en el cual la necesidad de reconocimiento emerge briosamente, producto de la fragmentación social, política y cultural, de necesaria atención desde la historia y la acción política, especialmente cuando las ramificaciones tecnológicas del siglo XXI y sus redes de información, cimentan núcleos nodales de memorias y demandas -virtuales y reales- que permiten darle fuerza y participación política a grupos, que otrora parecían no existir.
A este contexto globalizado, se suma la polisemia de las palabras y sus usos políticos, que permiten la construcción de mitos, identidades y discursos colectivos, que bajo la impronta ideológica, al menos en este nivel, consiguen que las ideas de individuo, reconocimiento, lealtad y democracia, sean reformuladas en parámetros contradictorios, pero que señalan en todo caso, una manifestación equívoca de las dinámicas históricas de hoy, sintetizadas en las llamadas tribus políticas.
Es entonces esta disertación, una valoración sobre el papel que juega la condición humana en la relación hombres-instituciones, siendo éstas últimas el soporte de toda relación política. De allí que nos preguntemos en primer lugar, sobre el papel del reconocimiento en las democracias liberales, preocupación intelectual del historiador Francis Fukuyama, a lo largo de su obra, quien nos dice en su último libro Identity The Demand for Dignity and the Politics of Resentment, refiriendo a El fin de la Historia (1989) y a El fin de la Historia y el último hombre (1992), que ni el nacionalismo ni la religión iba a desaparecer de la política mundial, “No iban a desaparecer porque argumenté en aquel entonces, que las democracias liberales contemporáneas no han resuelto el problema de los thimos. Thimos es la parte del alma que anhela el reconocimiento de la dignidad”[1]
Bajo esta interpretación observamos la naturaleza histórica de esa parte del alma, materializada en prerrogativas, derechos y deberes, pero también hecha memoria histórica. De tal modo, que en este acercamiento, me pregunto, cómo el no reconocimiento se convierte en germen y núcleo de la decadencia y crisis democrática, y cómo su opuesto, el reconocimiento, puede significar a la vez, la perdida de las identidades nacionales en pro de las identidades colectivas, dando paso al tribalismo político, que al no ser atendido, incide en la descomposición política y cultural de una nación.
Nos preguntamos entonces, ¿qué debe hacer la democracia liberal para satisfacer las demandas y prerrogativas de todas estas tribus? ¿Tiene realmente la democracia liberal la responsabilidad de reconocer cada una de las demandas de estos grupos muchas veces en detrimento del interés común? ¿Cómo lidiar con estas tribus políticas que se hacen cada vez más fuertes en busca del reconocimiento? Estas son solo algunas de las interrogantes que deseo dejar como parte de mi estudio sobre los desafíos que debe confrontar la democracia liberal en el siglo XXI.
En segundo lugar y ya enunciado, me pregunto sobre la posibilidad del estudio de la tribu y del tribalismo político, con sus aspectos positivos y negativos, dentro del contexto de la democracia liberal. Antes de hablar de la moderna idea de tribu, recordemos que la organización tribal como núcleo social y jerárquico permite la cohesión identitaria, elemento indispensable para la supervivencia grupal. En ella como en cualquier agrupación, el reconocimiento a la condición humana, como los rituales individuales y colectivos, tienen un rol sustancial dentro de la identidad grupal.
De esta concepción tradicional tribal deriva la concepción de tribu política, que supone la construcción y comprensión que dichos grupos tengan de la política y lo político, así como de sus derechos y de sus deberes, expresadas tanto en sus prácticas políticas internas como en las manifestaciones y exigencias, que fuera del grupo, buscan cohesionar simpatías, apoyos reales y simbólicos. Así la idea moderna de tribu como lo expresa Amy Chua, “no necesariamente está basada en elementos étnicos no obstante hay muchos elementos étnicos en el tribalismo que pueden verse en Estados Unidos”[2]. De este modo pueden entenderse “como grupos fuertemente identificados, en donde la identidad individual está tan ligada a este, que básicamente defenderás y te aferrarás al grupo sin importar qué, y empezarás a ver todo a través del lente de ese grupo”[3]
En este proceso de despersonalización, se colectivizan los sentimientos, las emociones, pero también las aspiraciones políticas. En este tejido humano, la lealtad y la solidaridad, se convierten en elementos que motorizan los mecanismos de exigencias de la practicas políticas, en donde la primera llega incluso a ser más importante que cualquier ideología, como lo expresa la misma Amy Chua. De esta manera, queda clara la relación entre reconocimiento y tribus políticas como fundamentación teórica para el estudio de los desafíos, retos y fracasos de la democracia liberal, a la par de un contexto globalizado, caracterizado por el entretejido de la memoria histórica de estos grupos ahora bajo la forma de núcleos nodales virtuales, desde los cuales el multiculturalismo y la asimilación cultural, influyen poderosamente en el proceso de reinvención o no de la democracia liberal.
Dicho esto, en la segunda sección del ensayo, me pregunto sobre la posibilidad de conceptualizar y caracterizar la conformación y la creación -con las singularidades del caso- de estas tribus políticas en Venezuela e historiar así el no reconocimiento de las mismas, en el proceso de decadencia de la institucionalidad liberal en nuestro país, degenerada desde la incursión del chavismo-bolivarianismo o como le llama el historiador Germán Carrera Damas, el militarismo-bolivariano, que interrumpió aquella república liberal democrática fundada durante el período (1958-1961).
Así cuando hago referencia a la democracia liberal en Venezuela, destaco la materialización de los atributos de la libertad, amparada en el ejercicio del sufragio universal, el estado de derecho y la separación de poderes, que dieron forma a la democracia representativa, cuya crisis signada visiblemente por el deterioro del sistema de partidos y la antipolítica, manifestó tempranamente síntomas permanentes de desilusión y frustración política, producto del no reconocimiento.
Ahora bien, ¿qué venezolano no ha sido testigo de los pesares y las quejas de aquellos que no se sintieron reconocidos dentro del contexto democrático representativo? La identificación de este sentimiento, congregó simpatías en torno a grupos diversos –sociales, culturales, económicos, ideológicos, políticos, profesionales, no profesionales- que sin tener un antepasado común, compartieron el resentimiento como parte del no reconocimiento, desdibujándola participación política y en consecuencia la democracia. Lo advertía ya García Pelayo (2009) citado por Arraíz Lucca (2018):
«El resentimiento es un fenómeno psicológico, cuya importancia para el desarrollo de las ideas morales ha sido altamente destacado por Nietzsche y por Max Scheller, y adquiere significación política en cuanto es capaz de canalizarse por las vías del antagonismo político, e incluso –como tendremos ocasión de ver más adelante- de contribuir a generar y a mantener ese antagonismo»[4].
Resulta lógico entonces la identificación individual y colectiva de estos grupos con Hugo Chávez, outsider militar, transgresor además de la institucionalidad democrática, esa que según ellos, nunca los reconoció, y que allanó el camino para el escenario de hoy, una puesta en escena en donde el histrión del chavismo y sus diversas transformaciones, maduro y consolidó tras su muerte, un modelo político alejado de la institucionalidad liberal, que amerita una profunda revisión histórica y conceptual, que vaya más allá del derecho al voto.
Escudriñando un poco en ese tejido histórico de emociones, observamos la posible materialización dentro del contexto venezolano, de los 2 problemas a los que se enfrentan las democracias liberales según Fukuyama: “la isothymia, la demanda de ser respetado en condiciones básicas de igualdad con otras personas y la megalothymia, el deseo de ser reconocido como superior”[5]
Ambas como caras de una misma moneda, evidencian el papel de las demandas individuales, y cómo éstas al no ser satisfechas, se traducen en el no reconocimiento, pero también en la posibilidad de ascenso político de personajes carismáticos, de ambición desmedida y alta necesidad de reconocimiento, cuyos gobiernos pudiesen derivar en regímenes autoritarios o totalitarios. Al respecto, Fukuyama al hacer referencia a personajes como César o Perón, expresa: “para impulsarse a sí mismos, tales figuras se aferraron a los resentimientos de las personas comunes y corrientes que sentían que su nación o religión o forma de vida no estaba siendo respetada”[6]
Ahora bien, bajo la lógica de la relación no reconocimiento-resentimiento-tribus políticas, me pregunto sí es posible concebir el estudio de la misma en el desmembramiento de la democracia en Venezuela, amparándome en esta primera aproximación, en la caracterización de las tribus políticas que apoyaron y siguen apoyando al chavismo. Dicha caracterización es producto de la reflexión, que desde el 2008 vengo haciendo como parte de mis temas de investigación.
A sabiendas que tribu es una concepto problemático, debo destacar varios aspectos, partiendo que en este tejido tribal, el resentimiento cumple una especie de función iniciática, en la cual las ideas de venganza e igualitarismo del chavismo, son premisas fundamentales. Tenemos entonces como características de estos grupos: la naturaleza tribal de sus prácticas políticas, una especie de vuelta al primitivismo, la solidaridad y la lealtad interna como mecanismos de cohesión y acción, los códigos de conducta y comunicación al exigir sus demandas, la percepción tribal del enemigo, los mecanismos de defensa, la despersonalización, la colectivización de los sentimientos, la creencia de su superioridad política y moral, la codificación simbólica y la mitificación política, la idea de la revancha o venganza continua, todo esto como la materialización política del resentimiento debido al no reconocimiento.
Vale preguntarnos sí en los grupos que apoyaron el modelo chavista, se cumple la remota política tribal, presente en distintos grupos primitivos, ante la ausencia de líderes efectivos, así Shelag Weir nos dice: “El orden y el equilibrio de poder se mantienen por acción colectiva: grupos equivalentes en diferentes niveles del sistema se movilizan en respuesta a amenazas, luego se disuelven cuando disminuyen”[7]
Ahora bien, al estudiar la anatomía de las tribus políticas del chavismo, debemos indagar especialmente en la percepción del enemigo, una de las facetas en las que resulta más claro esa especie de vuelta al primitivismo. Así, el uso de la violencia en la resolución de conflictos, el establecimiento de los pactos simbólicos en los momentos de paz, la construcción de la superioridad moral ante sus “enemigos”, configuran el principio tribal de estos grupos, a los que hay que agregar la inserción de elementos propios del lenguaje militar en sus discursos, la banalización del mal así como su idea de lo justo y bueno. Es allí, en donde la propuesta ideológica ofrecida por el outsider militar, robusto en megalothymia, se convierte en el vehículo de las demandas de aquellos que han sido o se han sentido al margen de las prerrogativas de la democracia representativa.
En este tejido político, las emociones juegan un rol fundamental, esas que se contagian y que conjugan en el resentimiento, la materialización del no reconocimiento. Así las emociones pasan a jugar un rol fundamental en el escenario político tribal, sustituyendo progresivamente a la racionalidad política. Así, no he de extrañar que en dichos grupos, podamos observar rasgos propios de algunas tribus nómadas, que a pesar de las distancias geográficas y las diferencias históricas, manifiestan la no caducidad de algunas prácticas primitivas, que me permiten identificarlas en los patrones de comportamiento de las tribus chavistas, como el mecanismo de “las enemistades latentes sean resucitadas repetidamente”[8]
En este punto, el uso y la construcción de códigos de lenguajes, en forma de discursos o arengas, mantienen siempre latente, la figura del enemigo, aquel que los une y al que hay que combatir. De esta forma, resultan útiles dentro del discurso tribal chavista, el papel del individuo no reconocido como núcleo del proceso de victimización tribal. Emerge así dentro de las tribus políticas del chavismo, el resentimiento como forma de acción política y la lealtad como el mecanismo que lo amalgama. Así, dentro de esta sociedad tribal jerarquizada, con roles de poder político definidos, puede diferenciarse que “han estado potencialmente o formalmente subordinados a un tipo de estado. Estos criterios básicos al menos distinguen “Tribus” de otras entidades subestatales, como “grupos étnicos” o «pueblos», que no son necesariamente organizaciones políticas[9]
Al caracterizar las políticas tribales del chavismo en Venezuela, debemos tomar en cuenta la relación de estas y el Estado, en cuanto a la acción política y jerarquización del poder, pues en ella se observa 2 elementos básicos, que pueden pero no necesariamente señalar momentos históricos distintos desde 1999, así la subordinación al Estado y la autonomía más no independencia de estas tribus con respecto al mismo, definen su creatividad y vitalidad política. Tenemos así por ejemplo como desde los Círculos Bolivarianos hasta los Tupamaros, la instrumentalización de la violencia y el miedo, se inicia amparada por el propio Estado. Así, en la estratificación política de estas tribus, parece concretarse un elemento de cohesión, que refiero usando a Derrida), y que dice:
«La fascinación admirativa que ejerce en el pueblo, la «figura del gran delincuente» se explica así: no es alguien que ha cometido tal o cual crimen por quien se experimentaría una profunda admiración, es alguien que al desafiar la ley, pone al desnudo la violencia del orden jurídico mismo»[10]
Dicho aspecto, unido a la práctica de actividades tribales como la procura de la satisfacción de las necesidades básicas, anima a sus miembros a colectivar intereses y esfuerzos, en la consecución de demandas políticas y prácticas de subsistencias. De allí, que cuando el populismo se les presenta como una opción para el logro de éstas, su filiación tribal se convierte el lealtad.
De vuelta al primitivismo entonces, las prácticas de las tribus políticas sintetizan y congregan en pleno siglo XXI, comportamientos que sin sorprendernos nos recuerdan lo básico y complejo del alma humana, que siendo histórica nos obliga a preguntarnos desde la propuesta de Francis Fukuyama sobre el thymos, qué hacer desde la disciplina histórica, frente al proceso de decadencia y desmembramiento de la democracia liberal en Venezuela.
La intención no es solo hacer el recorrido narrativo sino como parte de un ejercicio de pedagogía política, historiar y reflexionar sobre la triada no reconocimiento-tribus políticas-resentimiento, ante los retos que la institucionalidad liberal debe confrontar como parte de los desafíos posterior a la era postchavista. Entender así, que la dignidad del hombre tiene un papel fundamental en la relación política, supone incluir otros enfoques y miradas, que dejen de concebir al hombre como un simple animal político, sin tomar en cuenta las singularidades históricas de su propia dignidad y necesidad de reconocimiento.
Ahora bien, esto para las democracias liberales significa la necesidad de revisarse a fondo y entender que más allá del acto del sufragio universal, de la libertad de pensamiento, de la igualdad de derechos, de la separación de poderes, debe intentar solventar el arribo y arraigo del populismo como práctica política, el populismo como escenario ideal para el despliegue de la megalothimia, tan peligrosa para la democracia y la libertad. Por otra parte, vemos cómo las promesa de la democracia liberal sobre la isothymia, tal como lo expresa Fukuyama, parecen quedarse en los discursos, constituciones y leyes. Se convierten ambas aspiraciones dentro de las tribus políticas, en mecanismo que denuncian y exigen respuestas, además en caldo de cultivo, para los individuos carismáticos, esos que padecen de megalothymia, y que impulsan las practicas populistas. Es en el interior de estas tribus políticas, en donde la naturaleza humana se despliega y materializa en la acción política, en la política del resentimiento individual que se hace colectivo. De allí, que resulte tan difícil a los científicos sociales, estudiar y explicar las génesis de las crisis de las democracias liberales, quizás me pregunto ¿han olvidado lo más importante, el propio hombre?
Si no logra comprenderse como dice Amy Chua, que la lealtad como elemento cohesionador llega a ser más importante que la ideología dentro de la arquitectura tribal, quizás no avancemos mucho en los desafíos que debe enfrentar la democracia liberal, en los cuales se incluye la pérdida y la sustitución de los valores nacionales por los valores colectivos de las tribus políticas. He aquí, el real peligro y el mayor reto que debemos enfrentar que aunado al problema que plantea el reconocimiento de los derechos pero no de los deberes, de esas tribus, quienes generalmente demandan los primeros, pero no los segundos. He aquí uno de los argumentos que conecta al tribalismo político con el ascenso de los populismos cuando los populismos comienzan a prometer y vender ilusiones.
Referencias
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