
23 Jun El miedo a la libertad económica en Venezuela
Leonardo Osorio Bohórquez
El venezolano en general parece tener un miedo a la libertad, porque implica asumir las riendas de su propio proyecto de vida. Al parecer el proteccionismo y el paternalismo de Estado han dañado considerablemente la capacidad inventiva y de auto superación. En especial las ideas de un mercado libre, causan temor en la sociedad aun en la actualidad pese a sufrir los males del socialismo bolivariano.
Por un lado los políticos prefieren mantener un Estado proteccionista e interventor porque les permite elevar sus índices de popularidad y lucrarse con diversos negocios. Esto ha sido un mal que se acentuó mucho más con la aparición del petróleo y el aumento exponencial de los ingresos fiscales en Venezuela.
El término comúnmente expresado de sembrar el petróleo, cometió un error que pocos han advertido, el problema real no ha sido la dependencia hacia el llamado oro negro, sino hacia las dádivas del Estado que se volvió el principal administrador de los recursos dados por esa actividad económica y desde entonces ha intentado ser el promotor del desarrollo.
Para diversificar la producción nacional, los planes de desarrollo fueron diseñados por los gobiernos de la democracia punto fijista, se basaban en la planificación estatal de la economía. Pero los resultados no fueron los esperados por las fuertes restricciones colocadas al capital, sobre todo el de origen internacional.
Principalmente los empresarios nacionales también han estado felices de sostener ese modelo económico intervencionista, puesto que les permitió acceder a promisorias fuentes de financiamiento y un proteccionismo que los amparó de la competencia extranjera.
De la ciudadanía en general es aún más notorio ese miedo a la libertad económica, prefieren un Estado que satisfaga la mayoría de sus necesidades, que los proteja del “malvado empresario explotador”, y les otorgue constantemente dádivas a cambio de su apoyo político.
En ese escenario hablar de libertad económica y derecho a la propiedad produce resquemor en una nación que se acostumbró a invadir tierras a lo largo de campos y ciudades amparados en gobernantes que dieron prioridad a satisfacer las necesidades sociales a costa de violentar derechos individuales.
Por ello privó el principio de la necesidad sobre el merecimiento. Porque al fin de cuentas, las llamadas clases marginales eran la masa electoral más numerosa a la que había que satisfacer. La democracia en Venezuela se entendió como reparto de beneficios económicos por parte del Estado, no como sistema de libertades como debiera ser en una sociedad moderna.
Cuando Carlos Andrés Pérez intentó dar un viraje en materia económica en su segundo gobierno, hubo una reacción negativa por parte de la nación. Aunque los cambios en sus inicios fueron moderados, empresarios, políticos y ciudadanía en general temblaron ante la sola idea de una economía con una menor presencia del Estado, con menos subsidios y más abierta a la competencia.
Décadas de proteccionismo tenían un peso significativo en la cultura política de los venezolanos. Cuando eligieron a Chávez en parte fue porque prometió recuperar el Estado asistencial y enterrar definitivamente el modelo “neoliberal”. Muchos empresarios y ciudadanos aprovecharon la bonanza petrolera chavista administrada por un Estado que repartió recursos de forma irresponsable.
Chávez fue la continuidad de un modelo estatista practicado durante los años de la socialdemocracia que reforzaba la dependencia de la sociedad con el gobierno. Pero sería un proyecto mucho más radical que trataría de acabar progresivamente con la propiedad privada para consolidar el socialismo del siglo XXI. Se vio apoyado en sus comienzos por el aumento de los precios de petróleo lo cual vendió una ilusión de prosperidad.
Se sabía que era un modelo insostenible en el tiempo pero reflejaba la aspiración de los venezolanos, un Estado que extendía cada vez más los subsidios, perseguían al empresario privado y los obligaba a vender sus productos a precios irrisorios. Muchas corporaciones hicieron grandes ganancias a partir del control cambiario instaurado por el chavismo en el 2003.
Las exigencias del empresariado nacional iban en función de acceder de manera más óptima a los dólares preferenciales, en lugar de exigir plena libertad económica. Se criticaba la política de control de precios y las expropiaciones a la empresa privada, pero por otro lado se exigía mantener los subsidios y financiar a las empresas bajo condiciones ventajosas.
Solo se solicita la no interferencia del Estado en algunos asuntos, pero el proteccionismo y la búsqueda de negocios es permanente. La ciudadanía también le exigía al gobierno poner un freno a la especulación y abuso de los empresarios debido a la alta inflación. En realidad no son pocos los que piensan aun con la situación actual, que es un deber del Estado controlar los precios, pero hacerlo históricamente siempre ocasiona escasez de bienes.
Los venezolanos creen que se les debe vender a precios regulados, cuando el Estado expropiaba o intervenía las empresas para obligarlos a vender sus bienes a precios controlados, las colas eran interminables. Pero eso era otra forma de saqueo que contó con el beneplácito de buena parte de la ciudadanía.
Era lógico que en ese escenario en Venezuela fructificara un modelo socialista, una sociedad acostumbrada a exigir un Estado interventor responsable de solucionar todos sus problemas. De esa forma no se incentivaron valores asociados a la auto superación, sino a siempre esperar que sean otros quienes asuman el compromiso de garantizar la satisfacción de sus necesidades.
Para superar la crisis económica actual, Venezuela debe mirar hacia el futuro, dejar de anhelar épocas gloriosas o esperar segundos libertadores. La democracia petrolera tuvo éxitos importantes, pero también sería un error querer retomar nuevamente ese modelo económico que igualmente tuvo muchos errores.
El camino debe ser el que nunca se ha ensayado realmente, el de una economía de mercado con plenas libertades, que por primera vez se le ponga un límite al intervencionismo estatal. Los productores de riqueza deben ser los ciudadanos y no el Estado.
Abandonar premisas engañosas como la de la “justa distribución de la riqueza”, y enfocarnos en fomentar una cultura emprendedora donde el venezolano trabaje por alcanzar su bienestar material en lugar de depender de subsidios o dádivas del Estado que por lo general se usan como chantaje político.
Es fundamental incentivar la competencia y el deseo de superación como valores positivos, una sociedad que exija más libertad y la igualdad se limite solamente a la ley, para entonces promover el valor del esfuerzo individual para finalmente construir una sociedad prospera. Es necesario superar definitivamente el miedo a la libertad económica para lograr progresar y evitar el surgimiento de nuevos gobiernos socialistas en el futuro.
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