
03 May El horror y la memoria
Luis Alberto Buttó
En uno de sus más hermosos poemas, Jorge Luis Borges escribió: …«Conocí la memoria, / esa moneda que no es nunca la misma»…[1] Más allá de la intrínseca belleza encerrada en estos versos, y anclado como debe estar el hombre despierto en la acera de las conceptualizaciones, cabe preguntarse si el bardo inmortal tuvo razón en lo expresado. No hay erotema de por medio. La interrogante cobra sentido si se piensa que cada vez que se acude a la memoria, o cada vez que ella por sí misma atrapa la conciencia del ser humano, independientemente de que éste haya hecho o no lo conducente para activarla, el contenido de lo atesorado pareciera variar ante el efecto del tiempo y sus artes de designio inexpugnable del cual nadie puede escaparse. Entonces, a veces, con el transcurrir de los años, las décadas o los siglos, lo recordado se diferencia del acto primigenio del cual en algún momento se comenzó a tener recuerdo, al modificarse en la mente del que rememora la forma de lo trazado, lo cual, irremediablemente, se traduce en la metamorfosis del fondo de lo recordado. Lo que ayer fue sigue siendo pero, a su vez, dialéctica o contradictoriamente, puede llegar a no serlo. Es decir, la moneda nunca es la misma. Allí la trampa de la maldad hábilmente explayada.
El antídoto frente al cambio de piel del recuerdo es la condición irrenunciable de la memoria. Narrar, explicar, contextualizar, la indestructible verdad de los hechos, tantas veces como sea necesario, es tarea insoslayable que nace de la asunción de que ningún lapso es suficiente para dejar de recordar, en especial cuando el recuerdo permite comprender que el espanto dominó la escena de lo acontecido. A la debilidad, fragilidad y/o volatilidad del que olvida se opone la firmeza del que conscientemente no renuncia a reconstruir o preservar la memoria para mantener cerca del que está por venir la esencia de lo experimentado atrás por su congénere. Con la memoria, la brecha cronológica deja de ser obstáculo para el escrutinio al cual es inmoral renunciar. Sí, es cierto: la memoria no es la historia, o por lo menos no pretende serlo, más allá de que en el camino ayude a alimentarla. Sin embargo, la memoria tiene trascendencia y con base en su contenido puede buscarse el significado y el aprendizaje: no necesariamente debe haber fatalidad en el devenir de los pueblos. La iniquidad que ayer reinó no tiene porque ser marca indeleble del mañana por venir.
No se debe olvidar que la cosmovisión que subyace en la mente de quienes ostentan el poder es determinante en la tragedia o la ventura de la gente. Si el odio los anima la crueldad será acción cotidiana y con sus garras, literalmente, despedazarán el corazón de quien estorbe a la concreción de la insania de su proyecto. Es, por ejemplo, el odio irracional que constituyó y sigue constituyendo la base del totalitarismo. Varios de los que siguiendo esta orientación otrora odiaron fueron juzgados y sentenciados en Núremberg. Otros alcanzaron a escapar y hubo que juzgarlos y sentenciarlos posteriormente, desbaratándole su cobarde estratagema de mimetizarse en la vulgaridad diaria. Algunos, se beneficiaron de la mirada desviada por conveniencias geopolíticas. Por ello, desde algún sector del recuerdo podría decirse que no fue suficiente y no necesariamente se estaría errando en la apreciación. Empero, lo importante es que, a fin de cuentas, se aprendió. Se aprendió que no se puede desconocer el mandato de no ir en contra de la persona humana evitando responsabilidades y consecuencias. Se aprendió que cuando hay crimen y abuso en contra de la humanidad en alguna parte del trayecto se impartirá justicia, no sólo la divina. Pero, para que sea así, es imprescindible la memoria. El horror que se cuenta es el horror que no cae en el olvido; el horror que se cuenta es el horror que se juzga o que podrá juzgarse en algún momento.
No se debe olvidar que nada justifica que el odio se erija en eje transversal de agrupaciones, partidos, Estados o gobiernos. Ninguna razón política, económica, social, cultural, religiosa, étnica, o de cualquier otra índole, avala el odio. El odio es el verdadero averno de la historia. Allí pertenecen los monstruos feroces que de tanto en tanto se camuflan en la multitud al revestirse con piel humana. El odio animaliza. El odio es la herramienta que cristaliza el sanguinario objetivo del protervo fusilador de La Habana, no otro sino convertir al hombre …«en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar»…[2] Cabe la pregunta: ¿a quién matar, a quién perseguir, a quién someter a suplicio? Respuesta de la maldad: a todo aquel que se etiqueta como enemigo, razón por la cual se le despoja de su condición humana. Se borran rostros y nombres para crear una abstracción descartable a la cual pisotear. Se pretende que no haya crímenes al no haber personas sometidas al martirio. El cinismo es el discurso. El sátrapa se atreve a tartajear: …«un desaparecido, no tiene entidad no está ni muerto ni vivo, está desaparecido»…[3] Por ello la propaganda destinada a …«Individualizar al adversario en un único enemigo. (…) Reunir diversos adversarios en una sola categoría o individuo. Los adversarios han de constituirse en suma individualizada»…[4] De nuevo, la biografía del totalitarismo. Para escribirla y divulgarla es imprescindible la memoria.
Si la memoria se desvanece triunfa la ruindad de alma del que no se inmuta al infligir sufrimiento, cometer atrocidades, despojar espacios y negar Derechos. Si la memoria se desvanece se entroniza la vileza, dejando a su paso el solitario dolor del justo. Si la memoria se desvanece es imposible concretar la sentencia del evangelista: …«sobre ustedes caerá el castigo por toda la sangre inocente que ha sido derramada»… Si la memoria se desvanece lo aborrecible gana, la esperanza se pervierte al trastocarse en sumisión. Si la memoria se desvanece el pasado continúa intacto en su posibilidad de herir con saña al presente y al futuro. Si la memoria se desvanece la paz es únicamente la del terror, no la de la confianza. No es ser obcecado, no es ser paranoico: es estar vigilante. La atalaya que protege la vida es a su vez la vida misma. Lo que daña no es sólo la acción del criminal, el acompañamiento de sus cómplices o la omisión del que calló cuando debió desfogarse alertando sobre la impiedad desatada. El olvido también daña porque esparce la ceguera: nadie divisa los lobos; todos se convierten en ovejas. El mal sobrevive pues desarrolla una nueva etapa.
Lo despreciable se entiende como tal cuando se activa la memoria, cuando esta se preserva y apenas varía para fortalecerse añadiéndole en contenido lo que vaya conociéndose. Nunca es suficiente el tiempo para descartar la pesquisa y la divulgación. Siempre hay un nombre desconocido por develar, un hecho que permaneció oculto o difuso y demanda ser revelado. Falla la ética cuando preguntas como éstas quedan sin respuesta: ¿importa el hombre en abstracto o importa el hombre en su sacrosanta individualidad? ¿Se pintó el retrato de la persona envilecida o se le desdibujó la faz en el maremágnum de cifras pensadas para engrosar ajadas narrativas? Recordar la atrocidad es compromiso ineludible no para alimentar heridas añejas sino para evitar que se ocasionen nuevas heridas. El deber ser no siempre se antepone al es pero es irrenunciable mantener intacto el compromiso de honrarlo. Construir el futuro ignorando el suplicio del pasado es negarle al primero la dignidad que se merece. La edificación sólida es la que nace de la justicia, no la gestada por el olvido. Lo imperdonable jamás es demasiado. Abandonar la memoria es abandonar la piedad que ella reclama. El fascismo se aviene con los idiotas porque sólo los idiotas olvidan.
A los versos del poema de Borges con que se iniciaron estas líneas le siguen los siguientes: …«Conocí la esperanza y el temor, / esos dos rostros del incierto futuro»… Es verdad, el futuro es incierto, pero para que en él prevalezca la esperanza y se atenúe el temor, no se puede ni se debe renunciar a ejercer la memoria. El holocausto, Ruanda, los desaparecidos… ¡No olvidar! Para que así pueda decirse: ¡Nunca más!
Sorry, the comment form is closed at this time.