
03 May El Holocausto: La solución final
Ramón Rivas Aguilar
Cuando finalizó la Segunda Guerra (1945), el mundo fue testigo del más gigantesco genocidio que se haya producido en la historia de la humanidad. Holocausto, la palabra que reveló el hondo significado de una catástrofe que marcó la anatomía del alma de la civilización occidental. Sí. Provocó en la conciencia europea los más profundos temores sobre el origen y el porvenir de una civilización que se había constituido en la fuente del valor supremo: la libertad. Esta, como fruto de un largo proceso histórico, que se cimentó con los principios de la filosofía, de la ciencia, del derecho, de la moral y del cristianismo.La libertad que floreció con una vitalidad histórica con los enciclopedistas y la ilustración. La fe en el progreso material y cultural, motorizado por el liberalismo, la democracia y el capitalismo, perdió el horizonte vital, ante la perspectiva de unas circunstancias históricas que dieron origen a la Primera Guerra Mundial, a la crisis económica del 29 y el estallido global de la Segunda Guerra Mundial. La civilización occidental, confusa y desconcertada, no sabía que hacer y a qué atenerse. Se hundía. Iba hacia el precipicio. Los valores fundamentales que sustentaban la vitalidad intelectual, espiritual y material de esa civilización, se desvanecían en el ocaso. Se produjo la era de las revoluciones y de los totalitarismos.
En ese ámbito histórico, floreció el nazismo, como una idea, como una creencia, con una mentalidad y una praxis totalitaria, con la «finalidad sagrada de eliminar la raza judía y otras razas inferiores» como las responsables de la degradación física, moral, espiritual y material de pueblos y naciones de esta tierra. La guerra total contra esas razas que habían contribuido a la decadencia histórica de Alemania. Según los nazis, era el momento histórico de restaurar la grandeza del pueblo germánico y así iniciar la conquista del planeta para ponerla al servicio del Estado Total, en manos del «hombre providencia», Adolfo Hitler. El hombre elegido para la cumplir la misión histórica de establecer el tercer reich, «que se mantendría por mil años».
Para lograr ese objetivo, era vital impulsar la guerra total contra «las naciones liberales, democráticas y capitalistas, corrompidas por el poder del dinero y la usura». Así, la constitución del Estado Nazi para educar y orientar las multitudes hacia el fortalecimiento y consolidación del espíritu belicista destinado a derrotar y destruir los fundamentos de la civilización occidental. En efecto, el Manifiesto para el quebrantamiento de la servidumbre del interés del dinero, del economista Gottfried Feder, el ensayo más leído por los nazis, después del libro Mi lucha de Adolfo Hitler. En esas treinta y dos páginas, se lee la argumentación demoníaca contra el capital financiero y usurero, según el autor en manos de los judíos. Es decir, raza, dinero, usura, tres signos que, revelan según los nazis, «las razones de por qué había que extirpar de la tierra, a esa raza, que había corrompido a las naciones». Se desató el más brutal odio contra el pueblo judío.
En ese sentido, los jerarcas nazis, alimentado por una ideología racista y de una esperanza milenaria, decidieron racionalmente cómo y con qué medios técnicos había que exterminarlos. En reunión secreta, encontraron la frase histórica que debe permanecer en la memoria de los hombres hasta el final de la vida en la tierra: la solución final, el Holocausto. Los campos de concentración, donde se llevó a cabo de forma planificada y sistemática el asesinato masivo de millones de judíos, gitanos, lesbianas, homosexuales. La cámara de gas, unos de los medios técnicos más eficaces para alcanzar tal propósito. La máquina de la muerte, en manos de los verdugos y burócratas, sin ningún tipo de remordimiento, cumpliendo con las tareas emanadas de los jefes nazis. Con esas tareas, se lograría limpiar biológicamente la sangre aria, la raza pura y así conquistar y dominar el mundo.
En la perspectiva filosófica de la pensadora Hannah Arendt, el problema central que derivó de esa decisión en torno a la destrucción del pueblo judío, fue que en el espíritu de los burócratas y de los verdugos no había ningún tipo de responsabilidad moral. Obedecían órdenes del jefe supremo y había que cumplirla con todo el poder de la brutalidad y la bestialidad sin que provocara en ellos ningún tipo de sentimiento de culpabilidad. Ejecutaban las órdenes y retornaban a sus hogares a disfrutar con toda la tranquilidad, el calor de sus esposas y de sus hijos. La banalización del mal. Es decir, en el ánima de esos hombres había desaparecido la capacidad de pensar y, como consecuencia, la imposibilidad de discernir sobre el bien y el mal. La banalización del mal. La mayoría de los testimonios de los sobrevivientes de esa catástrofe, corroboran ese comportamiento «tan normal y necesario en esos demonios del mal», sin piedad y sin ningún tipo de compasión, sin afectar sus vidas normales.
Ahora bien, ¿qué se puede aprender de un acontecimiento de tal naturaleza que puso en peligro los fundamentos de la civilización occidental? Los setenta y tres mil testimonios de los sobrevivientes, en una sola voz: no olvidar tanto horror, tanta brutalidad y tanto desprecio hacia el ser humano. No olvidar el odio y la intolerancia que se generó contra el pueblo judío y otras naciones, no se debe repetir en la historia. No.
El camino que debe encauzar el espíritu de las naciones debe descansar en la libertad y la tolerancia. Asimismo, vigilar con serenidad y sabiduría el peligro de los lenguajes políticos e ideológicos relacionados con los mesianismos, los fundamentalismos, las utopías, los estatismos, los milenarismos. En esencia, odio y desprecio contra la vida humana. Estar atento con esos discursos que describen con palabras inocentes hermosos mundos, que, ocultan, la máquina de la muerte. Los nazis tenían su propio lenguaje y un diccionario de palabras, “palabras inocentes”, como las palabras salida y evacuación para tranquilizar en los verdugos, los asesinatos masivos de millones de hombres y mujeres.
Algunos filólogos sobrevivientes, examinaron con sumo cuidado el lenguaje usado por los nazis para manipular la opinión del pueblo alemán y así lograr la aceptación racional sobre el exterminio de la raza judía. La frase más peligrosa en labios de los demagogos: «somos los herederos de un reino que retornará a la especie humana el paraíso». Es decir, el hombre nuevo. El germanismo en el estado más puro de la raza reinará por más de mil años. Dijo el poeta en el desierto: solo la mirada inquieta, mágica y misteriosa se inclina por el instante, nada de ayer y del mañana. Mi futuro y mí pasado acá, en el presente. Mi memoria en los instantes del presente.
No obstante, cuán difícil para el ser humano comprender en toda su dimensión histórica la naturaleza de un evento como el Holocausto, que cambió para siempre el sentido y la vida del hombre en la tierra. Uno de los sobrevivientes, el poeta y novelista Primo Levi, vivió los horrores, la brutalidad y la bestialidad de la máquina de la muerte, en un instante de lucidez, dijo: «Por primera vez nos damos cuenta de que nuestra lengua no tiene palabras para expresar esta ofensa, la destrucción de un hombre. Hemos llegado a fondo. Más bajo no se puede llegar, la condición humana más miserable no existe, no puede imaginarse”. Sí. “Los nazis la culminación de la brutalidad contra la persona”
No obstante, los verdaderos protagonistas y héroes que lograron soportar tan gigantesca catástrofe, los sobrevivientes, revelaron a la humanidad con sus testimonios, relatos, vivencias, experiencias, canciones, poesías y recuerdos de la más espantosa tragedia que se haya producido en la historia de la humanidad, desde que apareció el primer hombre en la corteza terrestre. Sin sus voces, jamás el hombre de esta tierra se podría imaginar lo que significa el infierno en un campo de concentración. Jamás. Las fotografías tienen un valor histórico como fuente para tener una idea del pasado. Pero los rostros vivos de los sobrevivientes recordando aquellos terribles eventos del horror, de la bestialidad y de la brutalidad de la máquina industrial de la muerte, perdurará en el tiempo en forma absoluta e inmutable.
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