El Holocausto: La solución final

Ramón Rivas Aguilar

 

Cuando  finalizó la Segunda Guerra (1945), el mundo fue testigo  del más  gigantesco genocidio  que se haya producido en la historia de la humanidad. Holocausto,  la palabra  que reveló el  hondo significado  de una catástrofe  que marcó  la anatomía del alma de la civilización occidental. Sí. Provocó en la conciencia europea  los más profundos temores  sobre el origen y el porvenir de una civilización que se había  constituido  en  la fuente  del valor supremo: la libertad. Esta, como fruto de un largo proceso histórico, que se cimentó con los principios de la filosofía, de la ciencia, del derecho, de la moral y del cristianismo.La libertad  que floreció con una vitalidad histórica  con los enciclopedistas y la ilustración. La fe en el progreso material y cultural, motorizado por el liberalismo, la democracia y el capitalismo,  perdió el horizonte vital,  ante la perspectiva  de unas circunstancias históricas  que dieron  origen  a la Primera Guerra Mundial, a la crisis económica del 29 y el estallido global de la Segunda Guerra Mundial. La  civilización occidental, confusa y desconcertada, no sabía que hacer  y a qué atenerse. Se hundía. Iba hacia el precipicio. Los valores fundamentales que sustentaban la vitalidad intelectual, espiritual  y material  de esa civilización, se desvanecían   en el ocaso. Se produjo la era de las revoluciones y de los totalitarismos.

 

En ese ámbito histórico, floreció el nazismo, como una idea, como una creencia, con una mentalidad y una praxis totalitaria, con la «finalidad sagrada de eliminar la raza judía y otras razas inferiores» como las  responsables de la degradación física, moral, espiritual y material  de pueblos  y naciones de esta tierra. La guerra total contra esas razas que habían contribuido a la decadencia histórica de Alemania. Según los nazis, era el momento histórico de restaurar la grandeza del pueblo germánico y así iniciar la conquista  del planeta para ponerla al servicio  del Estado Total, en manos del «hombre providencia», Adolfo Hitler. El hombre elegido para la cumplir la misión histórica de establecer  el tercer reich, «que  se mantendría  por mil años».

 

Para lograr ese objetivo, era vital impulsar la guerra total contra «las naciones liberales, democráticas  y capitalistas, corrompidas  por el poder del dinero y la usura». Así, la constitución del Estado Nazi para educar y orientar las multitudes  hacia el fortalecimiento y consolidación   del espíritu belicista destinado a derrotar y destruir  los fundamentos de la civilización occidental. En efecto, el Manifiesto  para el quebrantamiento de la servidumbre del interés del dinero, del economista Gottfried Feder, el ensayo  más leído  por los nazis,  después  del libro  Mi lucha de Adolfo Hitler. En esas  treinta y dos  páginas,  se lee  la argumentación demoníaca  contra el capital  financiero y usurero, según el autor en manos de los  judíos. Es decir, raza, dinero, usura, tres signos que, revelan  según los nazis,  «las razones de por qué había que extirpar de la  tierra, a esa  raza,  que había corrompido a las naciones». Se  desató  el más brutal  odio  contra  el pueblo judío.

 

En ese sentido,  los jerarcas nazis, alimentado por una ideología  racista  y de una esperanza milenaria, decidieron racionalmente cómo  y  con qué  medios técnicos  había que  exterminarlos. En reunión secreta,   encontraron   la  frase histórica  que debe permanecer en la  memoria de los hombres  hasta el final de la vida en la tierra: la solución final, el Holocausto. Los campos de concentración, donde se llevó a cabo de forma  planificada y sistemática el asesinato masivo de millones de judíos, gitanos, lesbianas, homosexuales. La cámara de gas,  unos de los medios técnicos  más  eficaces  para  alcanzar  tal propósito. La máquina  de la muerte, en manos de los verdugos y burócratas, sin ningún tipo de remordimiento, cumpliendo con las tareas  emanadas de los jefes nazis. Con esas tareas, se lograría limpiar biológicamente  la sangre aria, la raza  pura y así  conquistar y dominar  el mundo.

 

En la  perspectiva filosófica de la pensadora Hannah Arendt, el problema central que derivó de esa  decisión en torno  a la destrucción del pueblo judío, fue  que en  el espíritu de los burócratas  y de los verdugos  no había ningún tipo de responsabilidad moral. Obedecían órdenes del jefe supremo y había que cumplirla con todo el poder de la brutalidad y la bestialidad sin que provocara en ellos ningún tipo de sentimiento de culpabilidad. Ejecutaban las órdenes y retornaban  a sus   hogares a disfrutar  con toda la tranquilidad,  el calor de sus esposas y de sus hijos. La banalización del mal. Es decir, en el ánima  de esos hombres había desaparecido la capacidad de pensar y, como consecuencia, la imposibilidad de discernir sobre el bien y el mal. La banalización del mal. La mayoría de los testimonios de los sobrevivientes de esa catástrofe, corroboran ese comportamiento «tan normal  y necesario en esos demonios del mal»,  sin piedad  y sin ningún tipo de compasión, sin afectar  sus vidas normales.

 

 

Ahora bien,  ¿qué se puede aprender  de un acontecimiento de tal naturaleza  que puso en peligro los fundamentos de la civilización occidental? Los setenta y tres  mil testimonios  de los sobrevivientes,  en una sola voz: no olvidar  tanto horror, tanta brutalidad y tanto desprecio hacia el ser humano. No olvidar el odio y la intolerancia  que se generó contra el pueblo judío y otras naciones,  no se debe repetir  en la historia. No.

El camino que debe encauzar el espíritu de las naciones debe descansar en la libertad  y la tolerancia. Asimismo, vigilar  con  serenidad y sabiduría   el peligro  de los lenguajes  políticos e ideológicos relacionados   con  los mesianismos,  los fundamentalismos, las utopías, los estatismos, los milenarismos. En esencia, odio y desprecio contra la vida humana. Estar atento con esos discursos   que describen  con palabras inocentes  hermosos mundos, que, ocultan,  la máquina de la muerte.  Los nazis tenían su propio  lenguaje y un diccionario  de  palabras,  “palabras   inocentes”, como  las palabras  salida y evacuación para tranquilizar en los verdugos, los asesinatos masivos  de millones de hombres y mujeres.

Algunos  filólogos sobrevivientes,  examinaron con sumo cuidado el lenguaje usado por los nazis  para manipular  la opinión  del pueblo  alemán  y así  lograr  la aceptación  racional sobre el exterminio de la raza judía. La frase más peligrosa en labios de los demagogos: «somos  los herederos  de un reino que retornará  a la especie humana  el paraíso». Es decir,  el hombre nuevo.  El germanismo en el estado más puro de la raza reinará por más de mil años. Dijo el poeta en el desierto: solo la mirada inquieta, mágica y misteriosa  se inclina por el instante, nada de ayer y del mañana. Mi futuro y mí pasado  acá, en el presente. Mi memoria en  los instantes  del presente.

 

No obstante,  cuán difícil  para  el ser humano  comprender en toda  su dimensión histórica la  naturaleza de un evento como el Holocausto,  que cambió para siempre el sentido  y la vida del hombre en la tierra. Uno  de los sobrevivientes,  el poeta y novelista  Primo Levi, vivió los horrores, la brutalidad y la bestialidad de la máquina  de la muerte,  en un instante de lucidez, dijo: «Por primera vez nos damos cuenta  de que  nuestra lengua  no tiene palabras para expresar  esta ofensa,  la destrucción de un hombre. Hemos llegado a fondo. Más bajo no se puede llegar, la condición humana más miserable no existe, no puede imaginarse”. Sí. “Los nazis la culminación de la brutalidad  contra la persona”

 

No obstante,  los verdaderos protagonistas y  héroes  que lograron soportar tan gigantesca  catástrofe,  los sobrevivientes,  revelaron a la humanidad  con sus testimonios, relatos,  vivencias, experiencias, canciones, poesías y recuerdos  de la  más espantosa  tragedia  que se haya producido en la historia  de la humanidad,  desde  que  apareció  el primer hombre en la corteza terrestre. Sin sus voces, jamás  el hombre de esta tierra  se podría imaginar lo que significa  el infierno en un campo de concentración. Jamás. Las fotografías  tienen  un valor histórico como fuente para tener una idea del pasado. Pero  los rostros  vivos de los sobrevivientes recordando aquellos terribles eventos  del horror,  de la bestialidad  y de  la brutalidad de la máquina industrial de la muerte,  perdurará  en el tiempo  en forma absoluta e inmutable.

 

Referencias

Imagen: Obra «Holocaust Resurrection Portfolio» obra deErnest Greenwood

No Comments

Sorry, the comment form is closed at this time.