El enemigo “absoluto” en la manipulación de conflictos

Jhonaski J. Rivera Rondón

 

“y se verá, en fin, cómo los que carecen de enemigos son oprimidos por sus amigos. Y así se dará uno perfecta cuenta de cuánto le deben, Roma, Italia y el mundo, a César.” Maquiavelo. Discursos sobre la primera década de Tito Livio

 

El presente texto guarda relación con otros publicados aquí, en Ideas en Libertad. Así como también el tema aquí tratado es retomado ante los recientes acontecimientos, las sanciones realizadas por Estados Unidos contra el gobierno de Nicolás Maduro el 5 de agosto, como un medio para exacerbar las redes de corrupción y narcotráficos que conforman al Estado venezolano, conjunto de relaciones que han desvirtuado su institucionalidad y depravado su función.

 

Entonces, todo aquel que quiera hacer seguimiento a lo expuesto, lo invitó a consultar en este portal web los siguientes artículos con los que mantiene continuidad: El enemigo como institución y «La lucha por el pan y la tierra”: los comienzos de la institucionalización del enemigo en Venezuela por el PCV. Por lo pronto procederemos a considerar aspectos fundamentales que anteriormente fueron argumentados para la presente reflexión.

 

Tal como concibió el pensador alemán Carl Schmitt, de quien es todo conocida su militancia al nazismo, lo político es constituido en la tensión que ocurre en la distinción amigo-enemigo. Y a partir de ello los forjadores intelectuales del marxismo, en donde destacan Marx y Lenin, dieron una interpretación de la realidad social, política y económica que universalizó el conflicto al considerarlo como lógica consustancial del dialéctico cambio histórico, colocando así en primer orden la lucha de clases como principio rector de la sucesión de los procesos. Ello constituyó un lenguaje político que hizo del enemigo una institución, contando así con un patrón simbólico-discursivo que ha girado alrededor de esta figura, creando así una estructura de repetición que le ha permitido a la izquierda política a lo largo de la historia contemporánea de Occidente recurrir constantemente al enemigo para valerse de la beligerancia y el maniqueísmo.

 

Fue así que para el marxismo el enemigo constituyó su principal bisagra (hinge) discursiva que posibilitaba todo un conjunto de acciones políticas. Entender este hinge a la manera que lo explicaba el filósofo L. Wittgenstein permite recordar el ejemplo que él daba, la bisagra “tengo dos manos” es la presuposición lógica que permite realizar acciones como cocinar, transcribir o manejar. Asimismo la bisagra del enemigo ha sido un patrón discursivo históricamente constante que ha servido al lenguaje política marxista para contar con un amplio rango de acciones, que llegan incluso a la aniquilación de conflictos e incluso la aniquilación total de los adversarios políticos.

 

Posicionar a los individuos entre amigos y enemigos no necesariamente puede ser exclusivo del lenguaje política de los socialistas y comunistas, pero si es característico su modo de hacerlo, dado que tal procedimiento alude a una dimensión moral y psicológica de la política. Por lo tanto, tal posicionamiento político define la distribución de los deberes y derechos que hacen los grupos o regímenes políticos. Y ello de alguna manera incide en la fisonomía de estos últimos, por ello en su momento sostuve que: “…la repartición de deberes y derechos de los regímenes socialistas y comunistas son desproporcionados, donde encontramos un Estado que totaliza la realidad, e impone más deberes que derechos.”[1] En consecuencia, el deber se disfraza de derecho, desvirtuando así la jerarquía de valores que distinguen a las democracias de los autoritarismos y totalitarismos.

 

Además, al tener en cuenta que la distribución de los deberes y derechos ayuda a la resolución de conflictos, ello a su vez hace posible su manipulación para su conveniente preservación o solución, de allí que el llamado a dialogo o negociación le ha servido al gobierno de Nicolás Maduro para liberar la tensión político en los momentos de mayor fragilidad.

 

Ha sido así también que la beligerancia del lenguaje político ha permitido a los regímenes comunistas y socialistas contar con una horda fanática como reserva de ataque en momentos críticos, pudiendo así desbordar violentas olas persecutorias, y allí resalta lo psicológico de tal proceder.

 

Entonces, el fuerte tono beligerante del lenguaje marxista también logra una sistemática despersonalización, y consecutiva deshumanización del otro (y hacia sí mismo también), cuyo proceso fue analizado históricamente a partir de un primigenio texto del Partido Comunista de Venezuela, “La Lucha por el Pan y la Tierra”, escrito en 1930[2], demostrando así el carácter normativo del lenguaje marxista-leninista, en donde resalta el reiterativo llamado al combate en contra de un enemigo “absoluto”, la burguesía, el capitalismo y el imperialismo.

 

Ello fue una muestra de una constante histórica que prevalece en el lenguaje marxista, lo que revalida el carácter estructural del enemigo como institución, ya que tal bisagra constituyó una estructura de repetición que permitió a las distintas modalidades de la izquierda política contar con un arsenal discurso maniqueo y beligerante.

 

Dado que el paradigma marxista dota de tales recursos simbólicos y discursivos, ellos resultan sumamente útiles en momentos en los que tambalea el poder, impidiendo así que los gobernantes sean expuestos a lo que advierte Maquiavelo, que a falta: “…de enemigos son oprimidos por sus amigos”[3]. Por ello que la institucionalidad del enemigo permite reavivar el conflicto, para que la figura del enemigo canalice el descontento, y así afiance la unidad de la minoría política que detenta el poder, encauzando su energía para aumentar la intensidad política de este pequeño sector, evitando así alguna posible traición.

 

Como bien ha demostrado la historia una amenaza del enemigo externo fortalece la identidad colectiva, tocando así el fervor nacionalista, como en su momento supo aprovechar el Presidente andino, Cipriano Castro, al verse amenazado ante “la bota insolente del extranjero”, y con ello la unidad de la identidad llega a tener un alcance nacional, ello remite a una excepcionalidad conveniente para quien detenta el poder. Pero ante la ausencia enemigos y amenazas, en situaciones críticas quien detenta el poder precisa construir al enemigo, y su institucionalidad discursiva favorece a ello.

 

Tal procedimiento resalta la diferencia entre el “nosotros” y el otro-enemigo, acentuando tal distanciamiento al despersonalizarlo con prejuicios, contraponiendo su representación según determinado patrón estético, creando de tal modo la personificación de un contravalor, tal como sucedió en la época medieval con la representación de la herejía de los judíos al ser considerados envenenadores de aguas, cómplices de leprosos o sacrificadores de niños, y una suerte no muy distinta también les tocó a las brujas[4], todo ello con la finalidad de buscar la razón de explicar el origen de los males, bien hubiera sido las plagas o desastre natural, y fue así que el temor desembocó en un destructivo fanatismo y violencia persecutoria. Tal distanciamiento que ocurre con el otro insiste en despojar al enemigo de toda humanidad, y de allí que despojarlo de su vida se haga con total naturalidad.

 

Pero en los tiempos modernos, así como llegó a constituirse una técnica del mito, lo que ha permitido construir mitos políticos, así también se puede construir al enemigo, y por ello es que el enemigo no solo posee una deformidad que lo distancia de cualquier condición de humanidad, sino que también posee un olor particular. Por ello que todo enemigo hiede, siendo asociado más bien a criaturas de baja categoría como el cerdo.

 

Es por ello que partir del olfato puede reforzarse el proceso de deshumanización del enemigo, incentivando así un proceso de satanización política, tal como en su momento lo hizo el difunto Hugo Chávez Fría en el 2006 cuando dijo “Aquí huele azufre”, como una manera de aludir a G. W. Bush, presidente de Estados Unidos que había estado en el mismo podio en la Asamblea General de la ONU el día anterior[5], y con ello Chávez no solo remitía a una identidad, sino tal como explica el semiótico Umberto Eco, procuraba: “un obstáculo con respecto al cual medir nuestro sistema de valores y mostrar, al encararlo, nuestro valor. Por lo tanto, cuando el enemigo no existe, es preciso construirlo.”[6]

 

Y de tal modo el enemigo como institución también permite solidificar un determinado orden moral que sirva para preservar o actualizar los criterios de posicionamiento político. De allí que también la institución del enemigo con el que cuenta el lenguaje marxista desvirtué la jerarquía de valores, en donde la vida pasa a segundo plano, y por ello que los fanáticos no les importe aniquilar al otro-enemigo.

 

El lenguaje beligerante del paradigma marxista ha tenido como principio esta deshumanización de los hombres a partir de su concepción mecanicista de la sociedad y la historia, dado que desde la izquierda no hablaríamos de seres humanos sino de fuerzas productivas que tienen que ser liberadas. Y precisamente por este grado de articulación, el enemigo como institución alcanza una significación más abstracta para su operatividad, de allí que ocurre lo que explica el semiótico, Umberto Eco: “…en estos casos, se desplaza la imagen del enemigo de un objeto humano a una fuerza natural o social que de alguna forma nos amenaza y que debe ser doblegada, ya sea la explotación capitalista, la contaminación ambiental o el hambre en el Tercer Mundo.”[7] Y es así que podemos comenzar a hablar de la absolutización del enemigo.

 

Los artífices de este desplazamiento discursivo tienen como referentes a Marx, a Engels, pero especialmente a Lenin, quien en su Imperialismo, fase superior del capitalismo, absolutizó al enemigo, cuya nivel de abstracción permitió construir no solo al enemigo, sino asegurar una continua renovación de la sensación de amenaza, explotando así la psicología de las masas, creando así una condición necesaria para que el soberano asegure su poder mediante la excepcionalidad del Estado, y así con su suprema fuerza disponga de la vida de sus gobernados.[8] Y de allí que especialmente con los conflictos de poderes en Venezuela en el gobierno de Nicolás Maduro, que adquirieron mayor incidencia internacional con la presidencia interina de Juan Guaidó a comienzos del 2019, la amenaza imperialista ha sido la bisagra discursiva del chavismo para justificar sus acciones políticas totalitarias.

 

La figuración histórica del “imperialismo Norteamérica” ha sido una expresión del enemigo como institución que no ha sido nada ajena a la historia política de América Latina en el siglo XX, de allí obras que dan cuenta de la consolidación de este imaginario político  tales como, Ariel (1900), de José Enrique Rodó, que sirven de muestra a esta larga tradición anti-imperialista.

 

Invocar una representación tan abstracta, como lo es el enemigo absoluto del imperialismo, ello exige articular un posicionamiento político que se adecue al nivel de abstracción, y el concepto de pueblo viene a suplir esta función. En consecuencia, la misma noción de pueblo permite manipular el conflicto en beneficio de aquel cuyo poder se encuentra en su momento más frágil. En las relaciones internaciones el concepto de pueblo permite invocar una amplia unidad nacional, y ello conlleva a agudizar la desproporción entre los deberes y derechos, para poder alcanzar así reacciones recalcitrantemente defensivas que pueden desbordar en persecuciones fanáticas en búsqueda de chivos expiatorios, todo ello hace posible que el engranaje institucional del enemigo se invierta de lo abstracto a lo concreto, de allí que en nombre de la unidad del pueblo o la causa revolucionario comiencen a surgir traidores, herejes y cómplices, y por ello que el pensador francés, Raymond Aron diga que:

 

“Es posible convencer a las masas de que los partidos rivales están compuestos por gentes sin fe ni ley, que no retroceden ante nada para satisfacer el odio o la ambición; puede convencérselas de que las potencias extrajeras conspiran contra la patria de los trabajadores, que las dificultades de la edificación socialista son imputables a los enemigos y a sus fechorías. El gobierno soviético no es el único en buscar chivos emisarios, y todos los pueblos en peligro o heridos por la derrota han clamado traición”[9]

 

Para alcanzar tal proyección, la institucionalidad del enemigo debe contar con recursos mediáticos que permitan la difusión y redundancia del Odio, y de tal modo los regímenes totalitarios maximizan exponencialmente la bisagra del enemigo al contar con una importante maquinaria mediatica, asegurando así el mantra del peligro invisible, lo que nutre el irreflexivo miedo fanático que permite preservar la sensación psicológica de amenaza latente del enemigo “absoluto”. Ello deriva en brotes de violencia que detentan contra la integridad de los individuos en nombre de una superioridad moral, lo cual exige una rígida obediencia, de allí que sea necesario contar con una “máxima lealtad”, lo que sirve de indicador de la desproporción que hay en la distribución de los deberes y derechos.

 

Una representación de la proyección del enemigo para la masificación del odio utilizando los medios de comunicación lo viene a dar la novela distópica de George Orwell, 1984, relatando así que:

 

 “Como de costumbre, apareció en la pantalla el rostro de Emmanuel Goldstein, el Enemigo del Pueblo. Del público salieron aquí y allá fuertes silbidos. La mujeruca del pelo arenoso dio un chillido mezcla de miedo y asco. Goldstein era el renegado que hacía mucho tiempo (nadie podía recordar cuánto) había sido una de las figuras principales del Partido, casi con la misma importancia que el Gran Hermano, y luego se había dedicado a actividades contrarrevolucionarias, había sido condenado a muerte y se había escapado misteriosamente, desapareciendo para siempre. Los programas de los Dos Minutos de Odio variaban cada día, pero en ninguno de ellos dejaba de ser Goldstein el protagonista. Era el traidor por excelencia, el que antes y más que nadie había manchado la pureza del Partido. Todos los subsiguientes crímenes contra el Partido, todos los actos de sabotaje, herejías, desviaciones y traiciones de toda clase procedían directamente de sus enseñanzas. En cierto modo, seguía vivo y conspirando.”[10]

 

En Venezuela muchos rostros han figurado en el lugar de Emmanuel Goldstein en nuestras versiones tropicales de “Dos Minutos de Odio”, por solo mencionar algunas tenemos a la “Hojilla” o “Con el Mazo Dando”. Cada uno de esos espacios televisivos son una muestra del carácter totalitario del chavismo, en donde la bisagra del enemigo ha servido para instigar el odio, y así desvirtuar los valores políticos más esenciales de la democracia, tales como la vida, la libertad y la equidad. Y de esta manera logra fomentar una violencia irreflexiva contra el otro-enemigo mediante el reiterativo ataque contra un inaprensible enemigo absoluto, el imperialismo, que en este momento lo viene a representa “el gobierno de Donald Trump”.

 

Muchos elementos de la institución del enemigo salieron a relucir en el discurso que llevó a cabo Nicolás Maduro en el inicio de campaña, “No More Trump”, en Caracas en la tarde del sábado 10 de Agosto del 2019. Allí daba inicio a su discurso en un tono altamente beligerante, llamando a la lucha al “pueblo venezolano”. La descalificación del enemigo fue reiterativa con adjetivos como criminal, ladrones y asesinos. Se valió de una estética del enemigo para contraponer determinados valores al expresarse de esta manera “como no soy catire y ojos azules”, por esa razón Maduro decía que el gobierno de Estados Unidos y Colombia lo despreciaban a él, cuya piel refleja “al negro, al mestizo y al indio”, sugiriendo así ser la personificación del pueblo obrero, lo que implica que todo desprecio hacia él es un desprecio hacia el “pueblo venezolano”, y así cerraba con un reiterativo llamada de fidelidad a las Fuerzas Armadas y un exhortó a “la carga, a la lucha”.

 

Es indudable la fuerte carga ilocutivo que permite el enemigo como institución en los discursos políticos, especialmente gracias a la constante conflicto que invoca el lenguaje político marxista, ello permite reglamentar las prácticas políticas de los militantes. Así también la institucionalidad del enemigo al absolutizarse posibilita cohesionar a la minoría política gobernante y coaccionar a la unidad nacional, y todo aquel que se salga de ese posicionamiento político tiene que enfrentar la furia irreflexiva de los fanáticos, tal como lo registran los testimonios de las torturas que sufren los presos políticos, así como también dio muestra los grafitis hechos en ataque al Aula Magna de la Universidad de Los Ames (en Mérida-Venezuela) en la misma semana en que se anunciaron las sanciones económicas contra el gobierno de Maduro, representación más cercana del enemigo “interno” que tuvieron los fanáticos chavistas a su disposición.

 

Y por último valdría agregar, así como se construye al enemigo, por más abstracto que sea, precisa de razones que lo hagan merecedor de acusaciones, entonces al carecer enemigos habría que inventar también sus acciones, y de allí que el peligro y la amenaza sean igualmente construidos sistemáticamente, reverberando así el miedo y el odio en la población. Sin caer en formulaciones conspiranoicos ni nada por el estilo, los historiadores no tenemos buena fama como profetas, pero ello no quita valor explicativo al plantear escenarios alternativos. Por tal razón no resulta descabellado pensar que tras los sucesivas sanciones hechas en contra del sistema de poder chavista, ello sirva de aliciente para agudizar intencionadamente la crisis en Venezuela por parte del mismo gobierno, achacándole toda la culpa al enemigo imperialista de Estados Unidos y al traidor y cómplice opositor venezolano, para poder así ratificar la afirmación que las sanciones económicas afectan a todo el “pueblo” venezolano, creando así una situación propicia para que el fanatismo sea una ampliación efectiva del aparato represivo del chavismo en contra de toda autonomía e individualidad que detente contra la revolución y la patria. Este escenario robustecería aún más el carácter totalitario del régimen chavista.

 

Referencias 

 

[1] Jhonaski J. Rivera Rondón: “El Enemigo como institución”. Consultado en: http://ideasenlibertad.net/ el-enemigo-comoinstitucion/

[2] Jhonaski J. Rivera Rondón: “»La lucha por el pan y la tierra”: los comienzos de la institucionalización del enemigo en Venezuela por el PCV”. Consultado en: http://ideasenlibertad.net/1579 -2/

[3] Referencia extraída en la compilación de Eugenio Garin: El Renacimiento Italiano. Barcelo-España: Ariel, 1986. p. 127.

[4] Umberto Eco: Construir al enemigo y otros escritos. Barcelona,-España: Lumen. [Formato epub] editor digital. Titivillus [03.08.16]. 2012. 34,2 / 508

[5] Un trabajo que explorado sistemáticamente los mecanismos de sacralización y satanización políticas en Venezuela puede ser encontrado en la tesis de pregrado de la historiadora Jo-ann Peña, titulada Sacralización y Satanización Política: El Imaginario Cultural en Venezuela (1990-2006). Tutor: Luis Manuel Cuevas Quintero. Escuela de Historia. Facultad de Humanidades y Educación. Universidad de los Andes, 2008. Una parte de este trabajo puede ser consultado aquí en Ideas en Libertad como: «Héroes y Cristo Revolucionario: Manipulación Simbólica en los Estados Totalitarios».  Consultado en: http://ideasenlibertad.net/2330-2/

[6] Umberto Eco: Op.Cit. 12,8 / 508

[7] Ibídem. 45,2 / 508.

[8] Giorgio Agambe: Homo Sacer. El poder soberano y la nuda vida. España-Valencia: Pre-Texto, 1998.

[9] Raymond Aron: EL Opio de los intelectuales. Buenos Aires: Ediciones Siglo Veinte, 1961. p. 124.

[10] George Orwell, 1984, trad. cast. de Rafael Vázquez Zamora, Barcelona, Destino. Consultado en Umberto Eco: Op. Cit. 50,6 / 508

 

Imagen:  Mural con los ojos de Chávez. Foto: Gabriela Mesones para BBC Mundo

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