El derecho a soñar utopías

Jhonaski J. Rivera Rondón

 

El filósofo Emil Cioran decía que: “No se puede ser normal y vivo a la vez. Si me mantengo en posición vertical y me dispongo a ocupar el instante venidero, si, en suma, concibo un futuro, es a causa de un afortunado desarreglo de mi espíritu.”[1] Y precisamente ese desarreglo es lo que permite al hombre soñar utopías, las cuales pueden ir a su vez en perjuicio o beneficio de la vida.

 

Las utopías a lo largo de la historia han evocado lugares inexistentes y modelos políticos ideales. Por ello el pensamiento utópico forma parte de la reflexión política, pero con un contenido altamente crítico con la realidad que envuelve al utópico. Desde el siglo XVIII los “genios” literarios dejaron de conformarse en relatar no-lugares, y comenzaron a proyectar sus utopías hacia el futuro, tal como hizo Louis Sebastien Mercier en 1770 cuando escribió El año 2440. A este cambio de énfasis de lo espacial a lo temporal en los relatos utópicos, el historiador Reinhart Koselleck lo denomina temporalización de la utopía[2].

 

La temporalización de la utopía resultó contemporánea a la efervescencia revolucionaria de la Francia de 1789. Por consiguiente, las utopías al estar en el futuro,  insinúan su realización,  cuestión que complementó la idea de revolución. De esta forma, en los sucesivos siglos XIX y XX, incluso en la actualidad, las utopías adquieren capacidad de movilización social, llegando incluso a desvirtuarse en leviatanes totalitarios.

 

Estas perturbaciones políticas alimentadas por propuestas utópicas ocurren al disociar lo ideal por lo real. De allí, que la historia demuestre los terrores despertados por voluntarismos revolucionarios y comunitarios, que derivan en regímenes opresivos que llegan a sacrificar millones de vida, tal como el caso del Nacional Socialismo en la Alemania nazi y la extinta Unión Soviética. Por lo tanto, el deseo de materializar un idealizado orden comunal armónico, que presupone las revoluciones de corte colectivista, parecen perfumar al futuro de un extraño aroma nostálgico.

 

Asimismo en los dos últimos siglos el pensamiento utópico era vinculado con proyectos revolucionarios, por ello diversos grupos de izquierda parecen monopolizar la utopía como práctica política exclusiva a ellos. No obstante ni el pensamiento crítico ni el prospectivo es exclusivo de los socialistas y los comunistas.

 

Para entender la apropiación ideologizada de la crítica por parte de la izquierda, habría que tener presente el mito de “la” izquierda. Y además, resulta útil distinguir entre el pensamiento crítico que sospecha y cuestiona, y, el pensamiento crítico que justifica, este último sirve más a posturas fanatizadas que al interrogador espíritu crítico. Así también es preciso destacar la tenue diferencia entre la crítica y la hipercrítica, cuyos excesos a los que alude esta última, han sido persistentes en el marxismo, el posmodernismo y posturas intelectuales afines que han llegado a socavar los fundamentos de las democracias occidentales, para dar paso a fundamentalismo religiosos y totalitarismo revolucionarios.

 

Por otro lado, el pensar prospectivamente en utopías no es una actividad exclusiva de militantes de izquierda. El mundo moderno que nos rodea está lleno de ejemplos de modelos políticos e invenciones tecnológicas democratizadas. Téngase por caso liderazgos políticos como los de Margaret Thatcher. Así también, hechos como el viaje a la luna, el internet, los viajes por avión y otros tantos inventos que forman parte de nuestra cotidianidad, todos ellos en algún momento  pensados como utopías que luego la  persistencia y  la invención materializó. Por tanto ¿Cómo es posible que algunas utopías hayan implicado miseria y destrucción y otras creación y prosperidad?

 

La utopía es inherente al hombre, y así como la vida precisa tanto de la luz como de la oscuridad, igualmente el pensamiento utópico pareciera contar con sus ángeles y demonios. Esta afirmación la sostengo siguiendo los presupuestos del teólogo Paul Tillich[3], quien reflexionó sobre los aspectos positivos y negativos del pensamiento utópico. Según el referido pensador aquellos rasgos nocivos de la utopía involucran una no-verdad, lo que indica la negación total de la propia condición natural del hombre, la finitud de su vida, imposibilitándolo así de salir al encuentro con su porvenir; esto conlleva a otro segundo aspecto nocivo, la esterilidad, y compagina con la naturaleza del fanático tal como dijo el escritor judío Amos Oz, la cual “…es esencialmente sentimental y al mismo tiempo carente de imaginación”[4], y esta estrechez mental reduce el campo de posibilidades para la decisión; de esta manera el pensamiento utópico se muestra impotente, ya que al no poder crear, lo que queda es destruir. Por esta razón diversos experimentos utópicos socialistas y comunistas han significado un gran sacrificio para las sociedades que las viven o las vivieron.

 

Siguiendo a Tillich, estos perjuicios que causa el pensamiento utópico resultan de una desilusión metafísica, siendo el miedo y la opresión alicientes ante tal desilusión. Y mediante un orden despótico y totalitario es que un proyecto revolucionario logra convertirse en una “revolución permanente”, dando tiempo indefinido a la duración del sacrificio que se necesita para llegar a la tierra prometida de la vida comunal. Representativos casos históricos han sido Cuba, Corea del Norte, en su momento la URSS, y actualmente Venezuela, donde se llegó al punto en el que pareciera que el tiempo se paralizó, un limbo temporal interminable en el que viven quienes soportan el peso de la utopía, sumiendo en letargo a los espíritus. Y ha sido así que tales regímenes totalitarios han llegado a plegarse en la cotidianidad de los individuos, teniendo siempre a disposición improvisados administradores del terror que les dota la soberanía popular, valiéndose así del principio de Solzhenitsyn.

 

En cambio, cuando el pensamiento utópico logra acoplarse con la acción humana, allí florecen aspectos positivos de la utopía, porque el ideal no se disocia de la realidad, y esa energía no se regresa hacia el soñador de manera destructiva, sino que se proyecta hacia el porvenir de manera constructiva al tener presente los recursos que le provee su entorno para llevar a cabo la transformación de la realidad y la creación de futuros. De allí que estas utopías se valgan de la verdad, ya que con ello reconocen la finitud de la propia existencia, lo que obliga al hombre a aferrarse a un sentido que le da sustancia a su vida, y le permite salir al encuentro con el porvenir escogido. Por esta razón, el pensamiento utópico manifiesta fertilidad, pues el sentido asumido abre un mayor campo de posibilidades y un mayor radio de acción para el libre ejercicio de la decisión; y en la medida que cada decisión conlleva a una autorrealización,  no solo actualiza su libertad individual sino que reafirma la potencia misma de la utopía. Así, al materializar los sueños, tanto a nivel personal como social, los hombres se sienten capaces de asumir las riendas de sus destinos.

 

Esta verdad, fertilidad y potencia del pensamiento utópico, manifiesta las cualidades expansivas de la vitalidad del hombre en constante búsqueda de renovación y mejoramiento de su condición material y espiritual. Lo anterior explica en gran medida los avances tecnológicos, sociales, económicos y políticos de la civilización. Por esta razón Paul Tillich  dijo que la trascendencia de la utopía está en:

 

“Toda cosa viviente que va más allá de sí misma, se trasciende a sí misma. En el momento en que deja de hacerlo, en el que permanece confinada dentro de sí misma por razones de seguridad interior o exterior, en el momento en el que deja de hacer el experimento de la vida, en ese momento pierde la vida. Sólo donde la vida se arriesga a sí misma, se expone a sí misma, y se pone en peligro para ir más allá de sí misma, solo allí puede ser ganada.”[5]

 

He allí, la pertinencia del pensamiento utópico como un desarreglo del espíritu del hombre. De tal manera, que el derecho a soñar utopías no sea exclusivo de “la” izquierda, sino de toda persona viva que reconozca el valor de su propia vida, en la cual sea la utopía esa invitación a trascender. En el momento en que una persona o sistema te inhibe de ese derecho a soñar, te está imposibilitando  vivir. Es así como la libertad sea el ejercicio de cada individuo por preservar aquel centímetro de integridad. que resguarda lo más propio de la vida, el vivir.

 

Por ello, soñar en una Venezuela federal y liberal termina siendo mi reafirmación como individuo que desea un futuro mejor, en el cual se resiste al robo de ese porvenir que el chavismo ha arrebatado a todo un país.

 

Referencias

 

[1] Emil Cioran: La tentación de  existir. [versión digital] s/l: s/e, 1972. p. (14)

 

[2] Véase el concepto de utopía abordado por el historiador alemán, Reinhart Koselleck en “Sobre la historia conceptual de la utopía temporal” Historias de conceptos. Estudios sobre semántica y pragmática del lenguaje político y social. Madrid: Trotta, 2012. pp. 171-188.

 

[3] Estas ideas pueden consultarse en Paul Tillich: “Crítica y justificación de la utopía”. En Frank E. Manuel: Utopías y pensamiento utópico. Madrid: Espasa-Calpe, 1982. pp. 352-365.

 

[4] Amos Oz: Contra el fanatismo. Madrid: Siruela, 2003. p. 8.

 

[5] Paul Tillich: “Crítica y justificación de la utopía”. pp. 357-358.

 

Imagen: Obra «Otro mundo», de Maurits Cornelis Escher

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