
01 Nov Donald Trump, el aborrecible
Ezio Serrano Páez
Probablemente, el gran viraje cultural se inició en los años 60’ del siglo pasado. Los formales y arrojados patriotas surgidos de la postguerra, perdieron su atractivo frente al hippie desarreglado, irreverente y desenfadado. Es portador de un arma poderosa,capaz de paralizar ejércitos y detener carros blindados: hay que hacer el amor, no la guerra. Sin proponerselo, el movimiento hippie coincide con el estalinismo en esa declaración efectista. Detrás de la cortina de hierro se vociferaba: promover la paz y la distensión.
Por diversas razones, pero sobre todo, por razones de mercadeo, la contracultura, que así se le llamó, terminó en los anaqueles de las tiendas. Desde las más costosas y elegantes, hasta los baratillos. Valga el ejemplo, las franelas del Che superaron el pan caliente. Se las vende por el mundo entero, pero sobre todo, en las capitales del aborrecible capitalismo. Igual suerte corrió la indumentaria hippie. Los símbolos de la rebeldía parecen congeniarse con el mercado y la buena prensa.
Si alguna entidad productora de mensajes y “opinión” supo sacar provecho de los buenos rebeldes fue Hollywood. La cursilería adquirió categoría cinematográfica. El buen rebelde, transgresor de la ley, siempre por justa causa, permeó el imaginario occidental, al punto de convertir en indeseables por insensibles, a los defensores del Estado Nación. ¿De qué otro modo, sino enmarcado por la ley puede operar el Estado Nación? No hablamos de las Banana Republic, siempre confundidas y prisioneras de su caótico colonialismo mental.
Freud es utilizado como factor probatorio de la impertinencia del Estado represor. Lo que ni siquiera es una teoría verificada del inconsciente, permite “demostrar” que la sociedad capitalista no nos deja ser. La ley y sus convencionalismos, sólo sirven para reprimir y coartar la libertad. La sociedad liberal, en la cual el individuo puede hacer todo lo que no está prohibido, empieza a mostrar fisuras que amenazan la gobernabilidad. La advertencia de Orwell sobre la distopía totalitaria estalinista fue refutada con la otra, la de Aldous Huxley, mucho más afín a un mundo congraciado con los alucinógenos.
El éxito del buen rebelde (de izquierda), descomplicado consumidor de cannabis, inspiró diversos movimientos contestatarios, por el cambio y la inclusión. El capitalismo siempre ha creado sus propios monstruos y estos se alimentan de la libertad.Prueba de una humanidad, inmune al reconocimiento de sus limitaciones, tenemos:
a) El narcisismo desbordado de una cultura de masas que desafía cualquier límite impuesto a la libertad. Ocurre en una época en la cual la “subjetividad se libera” para condenar toda forma de limitación, mostrada como represión. ¿Puede extrañar que algunos pidan orden frente al caos?
b) La liberación de la subjetividad entraña la supremacía del sentir sobre el saber. Y esto abre las compuertas a la supremacía de la experiencia singular sobre la ley general.
c.) La dicotomía público-privado, que permitía una mayor nitidez para delimitar las esferas de lo singular, respecto a lo general o del común, se vuelve difusa. El enorme peso de las emociones, del sentir y padecer, provocan la inoperancia de la ley universal. Es el corolario para la dictadura de la opinión. En una cultura de masas, la política es un espectáculo que debe conmover.
d) La preponderancia del sentir sobre el saber se expresa políticamente en el auge de los movimientos victimistas que procuran su inclusión social, definida legalmente. Un verdadero contrasentido para la noción liberal de igualdad ante la ley. Al juez no se le debe convencer con apego a la norma. Se le debe conmover. De esta manera se abren las compuertas para una paradoja: Surge la moderna sociedad estamental o de castas, cuya funcionalidad parece asegurarse a partir del reconocimiento de fueros particulares para grupos victimizados.
e) La pobreza, en lugar de ser entendida y atacada a partir de sus causas, se consagra como fuente de victimización y excusa predilecta del populismo para atacar a los insensibles: los malvados defensores de la ley y el orden. En realidad es la franquicia predilecta para la izquierda y su sempiterno rol justiciero. El recurso más conmovedor y socorrido para legitimar la confrontación de clases, o la excusa narcisista del falso buen samaritano.
Los enemigos de Occidente se frotan las manos. El viejo relativismo, arrinconado por el objetivismo de los avances científicos y tecnológicos, recupera fuerzas y se atrinchera en la antropología, el lenguaje, la ética, la moral, el derecho. El relativismo se explaya en occidente pues utiliza la libertad como vehículo, el derecho al discernimiento lo legitima. Son aspectos ajenos a las sociedades totalitarias, personalistas o con democracia precaria. Las sociedades soportadas por los dogmas no padecen estos males. En cambio, detectan las debilidades intrínsecas en aquellos que se proclaman libres y no encuentran justificación para limitar los desafueros.
Pero el relativismo entraña la intolerancia pues, “toda idea es intolerante, ya que afirma o niega algo. Una idea que no afirma ni niega nada se asimila a la confusión de que todo es igual.”[1]. Es decir, no hay espacio para la verdad. De esta manera avanzamos en la descomposición de la libertad. ¿Por qué? Para conservar la paz abandonamos toda afirmación y toda negación que pueda molestarle a alguien. Todo vale lo mismo, a modo de una igualdad absoluta. Pero si todo vale lo mismo, a la vez nada vale nada. De esta manera, el sujeto singular, hundido en su narcisismo y pretendiendo la igualdad absoluta, termina sepultado por la intolerancia que no le atribuye ningún valor a lo que afirme o niegue. Termina aplastado por la opinión que domine. Se cauteriza al libre pensador en nombre del libre pensar.
En esta atmósfera aparece Donald Trump, el aborrecible. Apareció un rebelde e infractor, pero no es de izquierda, es de derecha. ¿Y qué esperaban? No se puede pretender darle rienda suelta al caos y que no aparezcan dolientes. La apología de la irreverencia precede a Trump, éste sólo le cambia su signo. Pero siempre fue así. La humanidad olvida fácil, y con mayor razón si es la incertidumbre quien amenaza.
Los rebeldes de la derecha huelen a naftalina. Los vemos como un salto atrás porque nos acostumbramos a creer en una humanidad siempre dispuesta a marchar hacia adelante. Pero Trump nos recuerda que el Estado-Nación, aún deshilachado, existe. Al fin y al cabo, todo está deshilachado. Quien tenga dudas que se mire en el Brexit, en la Europa ufana de liberalidad pero donde aún se cortan cabezas. Eso significa reconocer la existencia viejos atavismos, como el patriotismo y los patriotas. En el mundo de los sentimientos, ellos también son sensibles. Los muertos que vos matáis gozan de buena salud. ¿Acaso el ciudadano del mundo es viable, cuando los malos gobiernos siguen produciendo pobreza para luego facturarla a las naciones ricas?
El mal hablado rebelde de la derecha es conservador. De hecho luce como un producto de la antipolítica. Pero es que ya los políticos se han encargado de mostrar su inutilidad al convertir la hipocresía y el relajamiento en virtudes excelsas. ¿Hasta cuando Cuba, Rusia, China o Irán, seguirán defendiendo los Derechos Humanos? ¿Hasta cuándo la FAO seguirá politizando el hambre? ¿Hasta cuándo el calentamiento global funcionará como la trinchera de los marxistas impenitentes?
Sin duda Trump es un elefante de visita en la cristalería. Pero tiene la virtud del loco perteneciente a las buenas familias. A pesar de ser el producto de sus entrañas, la buena familia lo oculta, lo disimula. Preferiría no mostrarlo, y se horroriza cuando se escapa para divulgar intimidades ocultas bajo la alfombra. Con independencia de los resultados electorales, Donald Trump es el recordatorio del hastío de la política entendida solo por los políticos. El cansancio frente a los que se empeñan en convertir, la hipocresía relajada en una virtud excelsa. Todo lo cual anuncia para el mundo occidental un futuro amarillo. Culparán a Trump pues… siempre debe haber un culpable.
Sorry, the comment form is closed at this time.