
19 Ene Del 23 de Enero y otros espíritus
Ezio Serrano Páez
Corrían los últimos años de la década de los 90’ del siglo pasado. Para el momento, miembros prominentes de las élites venezolanas, se jugaban sus intereses y naturales miserias apostando por un líder militar parlanchín con dotes de iluminado. Mientras muchos pensaban que el demagogo encarnaba el verdadero espíritu nacional, otros más ingenuos invocaban el Espíritu del 23 de Enero, suerte de esencia platónica portadora de la forma o sustancia de la democracia y el ser nacional. Pese al tiempo transcurrido hasta nuestros días, las élites no terminan de asimilarlo: los espíritus existen vagando en el tiempo infinito, son caprichosos a la hora de mostrarse, y cuando lo hacen, representan una totalidad, un ser universal. Los mortales, por el contrario, tienen el tiempo muy limitado y representan la singularidad, el interés particular.
1.- Dos espíritus convocados
La evidencia empírica parece dejar constancia sobre el éxito alcanzado por quienes invocaron el espíritu nacional. Con sutileza de duendes en acecho, vimos surgir el tufo nacionalista que asocia una causa política con nación, liderazgo caudillista, lo autóctono, lo étnico, la patria, la batalla, frente de guerra, y otras zarandajas, permitieron el camuflaje de aquél espíritu patriotero impregnado de emocionalidad y cursilería. No por casualidad Borges, el universal, asociaba el patriotismo con la idiotez. Y no podía faltar la voz del pueblo. ¿De qué otro modo se podría atraer a Dios como aliado político? La purulencia fascista del espíritu nacional uniformado, apenas podía disimularse apelando a ese concepto teratológico. En cambio, el Espíritu del 23 de Enero se negaba a reaparecer en medio de un festín que convirtió en carroña el patrimonio público. El recordatorio de la libertad, la democracia, la unidad nacional apostando por el bien común, se perdió en penumbras inasibles, o se diluyó en litros de saliva emanada de los discursos inútiles y tardíos. Los que invocaron aquél espíritu resultaron aprendices de brujo, practicantes de un ritual sin las ofrendas requeridas para que éste se hiciera presente.
2.- ¿Espíritu nacional o tribal?
Cuando Dios habla a través de un pueblo, no puede tratarse de uno cualquiera. Es decir, al convocar el espíritu nacional, éste encarnará en un pueblo elegido por Dios para hacer o corregir la historia. Se debe culminar la obra que Bolívar no logró terminar. Y es que la patria es América, el líder es continental, mundial y extra terrenal. La retórica cursi y sensiblera, agitó la emotividad para consagrar la idea de una supuesta misión histórica. La lógica teísta está contenida en un proyecto político que desborda los límites de la nación venezolana y pretende cubrir los linderos de una supuesta nación latinoamericana. No por repugnante que parezca, si queremos hallar referentes históricos de algún relato semejante, nos tropezamos con la ideología del nazismo. K. Popper nos recuerda que la teoría del pueblo elegido surgió de la forma tribal de vida social. En ésta, se le da importancia suprema a la tribu. Fuera de ella el individuo nada significa. Con lo cual el tribalismo es la garantía para la vigencia de un grado de colectivismo. ¿Pura casualidad o lógica totalitaria? Quién sabe. Lo cierto es que acá, como en la Alemania Nazi, el espíritu nacional invocado parece estar destinado a producir sólo escombros materiales y humanos en sociedades atomizadas que se retro traen a la barbarie.
3.- La dialéctica de los espíritus
Para Montesquieu el espíritu nacional expresa el carácter de una nación. Tal carácter resulta de factores esenciales tales como el clima, las costumbres, las leyes, la religión, las tradiciones, etc. Factores diversos, pero específicos que convergen en una unidad o concepto general. Mientras Montesquieu no atribuye coordenadas históricas a su planteamiento, Hegel en cambio convierte el espíritu nacional en el sujeto de la historia. Es la convergencia de la singularidad de los hombres en una totalidad universal. Los espíritus de las naciones se constituyen a partir de las ideas que los sujetos se hacen por sí mismos. Así por ejemplo, cuando los individuos asumen la idea de la libertad, y esta se convierte en prejuicio generalizado, la acción singular de los sujetos adquiere sentido o finalidad en la realización de la libertad. Es la polifonía de una gran banda muy afinada, para producir una perfecta melodía. Igual ocurre con la noción de igualdad. ¿Puede haber algo más diverso y plural que el conjunto de los individuos que forman una sociedad? Y sin embrago, el Estado Nacional burgués los iguala en la ley universal porque la igualdad se convierte en prejuicio popular.
4.-Nación y Estado
El planteamiento de Hegel resultó muy útil para explicar el origen del Estado burgués, el cual surge como el marco legal que permitirá la vida social: el reconocimiento del sujeto en la universalidad de la ley. Las diferencias y particularidades nacionales se diluyen en la generalidad normativa impuesta por la ley general. Para este momento ya estamos en presencia del Estado Nacional, el cual surge cuando una nación o cultura reclama la exclusividad en el uso de la maquina estatal. No es tan fácil demostrar que fue lo primero: el huevo o la gallina. Hordas y tribus aparte, la historia muestra que primero fue el Estado con su marco normativo capaz de subordinar diversas culturas. Ejemplo clásico, Roma. Un estado con dominio sobre múltiples naciones. La consagración de un grupo tribal o nacional que se apodera del Estado en nombre de la unidad, no siempre tiene desenlace feliz, por el contrario, ha sido la fuente de conflictos, guerras y matanzas ilustrativas de las peores perversiones humanas.
5.- El espíritu de nuestro tiempo
Las sociedades narcisistas de nuestro tiempo se ven atizadas para su fragmentación por el romanticismo de los progres, empeñados en resaltar las diferencias étnicas, el retorno a la naturaleza, las diferencias culturales, de género, etc. El individuo no soporta la homogeneidad inherente a la normativa universal y menos el anonimato que eso implica. Ahora reclama reconocimiento del yo y su pertenencia a determinada tribu. Si antes se luchó por el respeto del espacio privado e íntimo, amenazado por la injerencia de la moral y lo público-Estatal, ahora se desea mostrarlo todo, liberar plenamente la subjetividad, vaciar lo privado sobre lo público para ganar notoriedad. Lo que antes se tachaba de cursi, ahora es exaltado por la sociedad narcisista encaminada hacia su propia disolución. En otras palabras, se procura anular el efecto unificador de lo normativo institucional. El espíritu de nuestro tiempo, que libera la subjetividad y palpita en la masa, no se preocupa por el saber y el conocer, su prioridad es el sentir, ser reconocido en sus sentimientos y voliciones: es el marco ideal para el populismo. El conocimiento de la realidad pierde importancia en la construcción del relato histórico en sociedades más interesadas en sentir, con individuos teatrales dispuestos a sobre actuar. Las redes sociales constituyen el escenario porquerizo en el cual los egos explayados vierten sus detritos.
6.- El espíritu del 23 de Enero
Pertenece al momento en que la libertad procura imponerse como prejuicio popular. Momento similar al que reclama la aplicación de la ley general como fundamento para la convivencia social. Aflora cuando líderes y seguidores persiguen el mismo propósito, el fin reclama la unidad y ésta es el medio apropiado para alcanzar tal fin. El del 23 de enero es por lo tanto un espíritu unitario, que empuja hacia la cohesión de los nacionales en torno a un Estado democrático como vía para la convivencia. Viene del sacrificio político que costó vidas y obligó a la clandestinidad en sus primeros mentores. Esto implicó contener los egos y moldearse en el anonimato antes de mostrarse. ¿Cómo podría reaparecer el Espíritu del 23 de Enero en el marco de la sociedad narcisista en camino a su disolución? Nuevamente Hegel nos formula una advertencia esencial: el fin puede estar contenidos en los medios, es decir, la unidad necesaria para alcanzar la finalidad, no se producirá por alguna reivindicación parcial o sectorial. La unidad no puede fundarse en la reivindicación de alguna clase social por requerida que ésta se encuentre, o de algún proyecto político partidista, por altruista que sea. La unidad no se producirá porque se luche por aumentos de sueldos, electricidad para los maracuchos, ayuda humanitaria para los enfermos, almuerzos solidarios para los hambrientos. La unidad se convertirá en el medio para lograr el fin, cuando éste contenga la universalidad, es decir, una aspiración, un anhelo común a todas las particularidades.
7.- La finalidad que nos une
Entonces, lo reiteramos, la unidad verdadera y genuina (la que reclaman los espíritus como medio para expresarse), no se produce sin la existencia de una finalidad general. ¿Y cuál puede ser esa finalidad (la universalidad) que asocia a la inmensa mayoría de los venezolanos? ¡Salir de Nicolás Maduro, vencer la tiranía! Toda acción opositora que real o figuradamente, desdibuje, limite, desvíe, cambie, o alargue la conquista de esa finalidad, contribuirá con la división de la inmensa mayoría que desea derrotar al dictador. Cada minuto adicional que permanece el sátrapa en el poder, es la muestra de la incapacidad del liderazgo para lograr la finalidad anhelada, un golpe certero a la credibilidad opositora. Y es también el más poderosos estímulo a la frustración y desesperanza que dividen. El país no se va a recuperar mientras el dictador permanezca en el poder: esta es la percepción dominante. Como corresponde a una sociedad narcisista sumergida en el pantanal del populismo, la finalidad expuesta luce caprichosa. No se soporta en un relato racionalmente elaborado, ni en una lógica finamente urdida. Es simplemente la emocionalidad agitada por décadas. ¿Podría ser de otro modo en el reino del populismo rentista? El desprecio por el saber y la ausencia de un relato racional explicativo de las causas del desastre nacional, se hacen patentes en sujetos indispuestos a escuchar razones, en líderes que no logran leer la voz del espíritu y menos pueden elaborar el mensaje apropiado al momento.
8.- Los caprichos del espíritu de nuestra época.
No la tiene fácil el Espíritu del 23 de enero para un nuevo debut. No es suficiente vestirse con los viejos conceptos, gastados y re-elaborados por la neo lengua populista. El espíritu unitario no sólo debe vencer los naturales escollos que presenta la sociedad narcisista, proclive a las aventuras caudillistas y personalistas, lacerada por los egos, la teatralidad, la sensiblería desbordada que impone el sentir sobre el comprender. Sin duda, la emotividad como soporte esencial del populismo resulta un enemigo formidable frente a la racionalidad democrática. Como hemos dicho, los espíritus existen en tiempo infinito, son caprichosos a la hora de mostrarse, y cuando lo hacen, representan una totalidad, un propósito universal invocado por los particulares. Curiosamente, ahora esa emotividad luce como el medio para alcanzar el fin. Puede ser una afrenta para la recta razón que el espíritu de la libertad en estos tiempos se muestre preñado de emotividad. Probablemente nos recuerde que la historia nacional no ha podido desprenderse de su pasado caudillista, pero también es posible que esto nunca ocurra. Los caprichos del espíritu también nos recuerdan que la historia no se produce como línea recta y en ascenso. Su trazado se dibuja más bien con ángulos que forman codos, lo más parecido a un laberinto. Mientras esto no se entienda, la inteligencia, empeñada en los métodos-racional legales, seguirá acumulando fracasos que consolidan la tiranía que hoy nos asfixia a todos, bueno…casi todos.
Sorry, the comment form is closed at this time.