Serie Revolución Bolivariana: Crónicas del mal. Crónica #10 Muerte a la gallina de los huevos de oro

Ezio Serrano Páez

 

Serie «Revolución Bolivariana: Crónicas del mal».

Relatos sobre el daño histórico de un proyecto ideológico

 

Se dice que la idiotez humana puede ser infinita, pero cuando  esta se mezcla  con  la ambición y la audacia, los resultados son letales. El espíritu rentista del venezolano, (cadáver insepulto de nuestros tiempos)  es un producto de esa mezcla. Una pandilla de idiotas toma el poder, pero son ambiciosos y audaces. El resultado está a la vista: un país destruido,  inepto para explicarse su propia ruina.

 

Como en la fábula de aquella gallina, ponedora de huevos de oro, la ambición y la audacia de los idiotas, terminó por liquidar la extraña fuente de riqueza. Venezuela replicó aquel curioso evento, al liquidar su industria petrolera. Murió el maná, terminó la prosperidad. Pero nos dejó el espíritu rentista como cultura  de lo cotidiano venezolano.

 

Pues, la verdad sea dicha: que la gallina muera y se termine la producción de huevos dorados, no significa que el espíritu rentista también perezca. El relato de Yefren Ramírez, un capitán  de la gloriosa Guardia Nacional Bolivariana, nos muestra una vez más, el poder de las ideas zombis, sobrevivientes a cualquier desastre.

 

Antes de la pandemia, ya el  ambicioso hombre de armas, se encuentra confrontando las vicisitudes derivadas de una inflación desbocada. Aunque cree entenderlo como resultado del bloqueo imperialista, un asunto de política externa, el genial sujeto busca soluciones internas y se olvida del tal bloqueo.

 

Mediante las regalías derivadas del impuesto de alcabalas  logra paliar su situación. Pero cree firmemente en algo: puede lograr un ascenso. Esa será la clave de su prosperidad futura, así piensa. ¿Le espera un jugoso aumento de sueldo? Definitivamente no. Pero el ascenso le permitirá ubicarse en una zona vinculada con el control de aduanas. Está aburrido de lidiar con el menudeo de las alcabalas.

 

La vida le puso en el camino de su ascenso  a Leticia, una joven y atractiva mujer que aún no llega a los 30.  Aunque ella tiene un novio, Yefren es de corazón generoso y está dispuesto a compartir. Por lo demás, el novio de Leticia trabaja en el exterior, y apenas viene cada dos meses a irrigar su vergel.

 

Pero, ¿Cómo puede contribuir Leticia con el ascenso del Yefren? Al principio, el ambicioso militar sólo ve en la chica su anatomía. Las líneas y coordenadas geoespaciales de una silueta que bien vale la pena mapear. Pero la posibilidad de utilizarla  con una segunda intención, surge en la medida en que conoce su historia particular.

 

Y es que el novio de Leticia presenta una singularidad: cada vez que regresa a irrigar su vergel, gasta mucho dinero. Se hace notable su vida en efectivo, con gastos pagados en verde. Cuando Daniel viene, dice Leticia, nos vamos al apartamento que alquilamos con vista al mar. ¡Su hermano nos trae la camioneta equipada con todo, y nosotros nos dedicamos a gozar de la vida! Continuó diciendo Leticia, debocada y fuera de lugar.

 

Daniel es en realidad un joven emprendedor. Técnico en refrigeración, electricista y electromecánica. Se asoció con un amigo ingeniero electrónico, y se fueron a Curazao con una propuesta de trabajo.  Resueltas las trabas de inmigración,  el dueto de especialistas se ganó la confianza de varios clientes importantes y  aseguraron ingresos bastante modestos. Pero al gastarlos en Venezuela,  crean la fantasmagoría de una gran prosperidad.

 

Daniel, siendo un apuesto caballero, terminó convertido en gallina de los huevos de oro. Con su apoyo financiero, Leticia remodeló la casa de su mamá, se compró un carro e incrementó su busto. Los padres divorciados de Daniel, cambiaron de domicilio, cambiaron los electrodomésticos  y renunciaron a la pensión, aunque no a la caja Clap. Los hermanos de Daniel, cambiaron sus cacharros y dejaron de trabajar.

 

Y así, se iban sumando los tíos, sobrinos, primos y hasta los amigos más próximos. Todos esperan algún salpicón. Los venezolanos se diluyen en la nostalgia de los tiempos pasados, hasta que descubren un nuevo maná. El pobre Daniel, el gran emprendedor, resultó un pésimo administrador. Y Leticia, con la idiotez como vocación, ni siquiera pregunta de dónde sale la buena fortuna de Daniel. No quiere explicaciones complicadas, sólo está interesada en gastar.

 

En una tarde de hotel y farra, pagados por  Leticia, es decir por Daniel,   ella le muestra a Yefren, el ambicioso capitán, un porro de cannabis. La pareja disfruta de la etapa post copulación, entre el humo del improvisado tabaco y la inevitable conversación sobre la materia:

 

-Cómo lo obtuviste-Preguntó Yefren.

 

-Me los regala Daniel, cuando viene de sus viajes- Respondió la avispada chica.

 

-Daniel tiene problemas para conciliar el sueño,  y le da uso medicinal.

 

– ¿Uso medicinal? ¡Si serás idiota! Lo pensó sin decirlo, el glorioso capitán.

 

El idiota, pero ambicioso Yefren creyó encontrar la clave para su ascenso. Los dos primeros ingredientes de un letal compuesto (Idiotez + ambición) ya estaban sobre la mesa. Sólo faltaba el tercero para completar la fórmula destructiva: la audacia.  El militar decidió probar que de eso también tenía, y a granel.

 

En la mente del perturbado militar, apareció  la envidia frente a un competidor que podía darle a Leticia, lo que él estaba imposibilitado para otorgar. Pensó en Daniel,  como el tenebroso jefe de un cartel de las drogas. Una codiciada presa, trofeo  y trampolín para el ansiado ascenso.

 

Con la complicidad  idiota  de Leticia, estableció el itinerario, los lugares, y  el operativo a realizar, para la captura del capo imaginario. Para ello contactó a sus aliados del FAES. Era una operación de envergadura, y con tales refuerzos se completaba la información cuando la evidencia fallaba.

 

Pocos antes de estallar la pandemia se produjo la captura del  peligroso capo. Fue llevado a un galpón para una escrupulosa revisión. Encontraron en el equipaje una cantidad de cannabis, tan grande que le hizo recordar al audaz y fantasioso  Yefren,  lo dicho por Leticia:

 

-Tiene problemas de sueño, le da uso medicinal.

 

Ni siquiera sumando el obsequio para Leticia, se podría obtener la cantidad  necesaria, para lograr un apoteósico ascenso.

 

Estuvo a tiempo de preservar la gallina de los huevos de oro. Pero el capitán no se detuvo. Ordenó a los esbirros pasar a Daniel por la cámara de torturas. Sólo después de tres días de suplicio, el jefe de los torturadores  se atrevió a parar. Con algo de preocupación le dice al Yefren:

 

-¡Que va mi capitán! Este tipo no sabe nada. Nadie aguanta las dosis que le hemos aplicado sin cantar cómo pájaro.  Si seguimos, aquí te dejaremos un hombre muerto. ¡Más no se puede!

 

Horas después, Leticia reporta  convenientemente, el ataque a su novio cometido por delincuentes disfrazados de policías. Su versión se sabe favorecida por esa tradición que permite alterar la ecuación con el mismo creíble resultado. Las costillas rotas, la nariz partida, un riñón presumiblemente dañado, la visión severamente afectada, pero sobre  todo, una peligrosa fisura craneal, que limita su memoria, marcan el fin de la gallina de los huevos de oro.

 

Se dice que la idiotez  humana puede ser infinita, pero cuando  ésta se mezcla  con  la ambición y la audacia, los resultados son letales. Por allí se asoma el Caso Venezuela, pero lo ocurrido con Daniel, es una versión en pequeño. Si Daniel logra recuperarse, resulta incierta su reincorporación al trabajo.

 

El jolgorio del reparto familiar para la familia de Daniel,  ha llegado a su fin. Y por ahora, los objetivos del capitán no han sido alcanzados. Seguramente el militar, como el tercio aquel, tendrá nuevas oportunidades. Mientras Daniel se hundirá en la pobreza junto a sus allegados y no sabrá cómo explicarlo.

 

Referencias

Imagen: obra «A chicken doves pigeons and ducklings» de Edgar Hunt

 

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