
04 Oct Serie Revolución Bolivariana: Crónicas del mal. Crónica #9 Sin izquierda no hay paraíso
Ezio Serrano Páez
Serie «Revolución Bolivariana: Crónicas del mal».
Relatos sobre el daño histórico de un proyecto ideológico
Miguel Ruíz fue un prospecto deportivo. Esto significó horizonte, esperanza y alegría para toda la familia. Y es que ser una joven promesa en las ligas profesionales de béisbol, resuelve el espinoso tema vocacional de los adolescentes, permite avizorar el futuro y por lo tanto, orienta el esfuerzo de la familia esperanzada en esa promesa que dichosamente germina en su seno.
Hubo un tiempo en que las pequeñas ligas, las menores, infantiles y juveniles, fueron los semilleros de la esperanza para centenares, quizá miles de familias, que fervorosamente apostaban todo por el vástago portador de un talento singular: el muchacho se destaca en el tierrero en el cual se juega el béisbol.
Si de algunos barrios pobres del mundo, surgieron rutilantes figuras del fútbol como Neymar, Ronaldinho, Lionel Messi o Cristiano Ronaldo, en Venezuela el béisbol fue el vehículo para el ascenso social de conocidas figuras deportivas como Oswaldo Guillén, Antonio Armas, Miguel Cabrera, Melvin Mora, entre otros, de una larga lista de grandes ligas.
Los tiempos han cambiado y de aquellos semilleros auto sostenidos, no queda mucho. Pocas empresas, fundaciones y personalidades del mundo deportivo, dedican recursos para financiar el talento criollo. Pero en un país en el cual, a los jóvenes se le cierran las salidas para su auto realización, poder llegar a la meta se transforma en asunto de vida o muerte. No sólo para el sujeto en cuestión, sobre todo para la familia que apuesta, a cara o cruz, por el éxito de uno de sus miembros talentosos.
Tal es el caso de Miguel Ruíz. Los cazadores de talento ya lo tienen contactado. Con apenas 16 años, es un portento de energía. Su estatura se aproxima a los 180 centímetros (y en ascenso). Su record con el bate, pero sobre todo su poderoso brazo izquierdo, ya ha sido medido en su potencial de lanzamiento. Con entrenamiento apropiado, ofrece una perspectiva de 98 millas por hora. Potencial rival de Aroldis Chapman o Mauricio Cabrera con records superiores a 100 millas.
Pero si existieron los oráculos no fue precisamente porque el destino de los humanos estuviese tallado sobre piedra. La línea de la vida puede retorcerse cuando menos lo esperamos. La casualidad puede revestirse de causalidad con mucha más frecuencia que lo indicado por nuestros sentidos. El destino de Miguel Ruíz fue trastocado por una circunstancia absolutamente inesperada, aunque explicable, dada la impunidad que rodea la violación de los derechos humanos.
Terminó su entrenamiento por la tarde y salió a caminar el largo trayecto hasta su casa. Lleva consigo un bate de aluminio y dos guantes de béisbol. Objetos de gran valor, inalcanzables para un ciudadano promedio en tiempos revolucionarios. Romelia, una amiga del vecindario, detiene su vehículo para darle un aventón. Miguel lo acepta agradecido, está agotado por la jornada.
No han rodado más de un kilómetro cuando una alcabala del inefable FAES los detiene:
-¡A la derecha! Es una de las más temidas frases para cualquier conductor en la Venezuela que se deshace. Pero el temor se hace terrorífico cuando aquella frase viene acompañada por su gemela:
-¡Bájense del vehículo!
Con aquellas dos frases por delante, muchos venezolanos hemos aprendido que, un acto de pura y simple rutina para la seguridad ciudadana, en realidad puede resultar en una acción de guerra. Y es que, por el talante y el armamento exhibido, las pandillas uniformadas con su actuación, ilustran de qué va la guerra desatada por una dictadura forajida contra los ciudadanos.
Miguel y Romelia se bajan del auto. Por supuesto, lo han estacionado a la derecha, mientras uno de los defensores de la patria procede a la requisa. Fueron breves minutos. En el automóvil sólo se halló como evidencia de algo raro, la existencia de un bate de aluminio y dos guantes. El gendarme, con los objetos en sus manos, solicitó la factura de compra para aquellos implementos ya gastados por su uso en el tiempo.
A Miguel Ruíz no se le puede exigir que exhiba una florida retórica, conciliatoria, dialogante. El muchacho sólo posee su talento natural fundado en la fuerza. De hecho, las escuelas deportivas contemplan una etapa de formación cívica para amoldar el carácter. Guiado por su instinto y por el aprendizaje político que adquieren los varones en sus juegos adolescentes, Miguel arrebató el bate y los guantes al policía sinvergüenza.
¡No me vas a robar, eso es de mi equipo!
Y así comenzó la Primera Guerra Mundial desatada contra la joven promesa del béisbol, hijo de Ernestina Ruíz y padre desconocido.
Tres uniformados acudieron para reforzar al compañero de armas y bribón de turno. Procuraron someter al joven que se resistió a la ley. Uno de los policías cargó el arma para abrir fuego, pero la escena resultó muy confusa. Antes de que lograran inmovilizarlo, el muchacho, hasta ese momento posible ganador de un Cy Young, logró conectar un gancho de su poderosa izquierda a la nariz de uno sus atacantes.
Ahora era un hecho con emanación de fluido sanguinolento. Y lo más grave para Miguel: el tabique nasal partido del policía, era la fuente de aquél fluido. Romelia, la vecina, fue despachada del lugar para que no continuara viendo la escena. Por fortuna, fue ella quien corrió a buscar a la mamá de Miguel para avisar la detención. A la madre le esperaban varios días de peregrinar buscando a su hijo.
Tiempo suficiente para que las hienas saciaran su sed de venganza procediendo a la tortura. Otro más que no aparece en los listados de las Naciones Unidas. Del horror vivido por la promesa del béisbol, ni siquiera Miguel tiene clara conciencia. En algún momento, su mente comenzó a operar como la señal Directv sometida a una tormenta. Imágenes fragmentadas, pixeladas por el dolor y el espanto, como relámpagos que arrojan luz y miedo ante el recuerdo:
-Lo esposaron con los brazos atrás, con tal presión que en minutos dejó de sentir sus manos.
-Arrodillado, cara al piso, luego una lluvia de patadas.
-Le metieron la cabeza en un gran tambor, y con el bate del equipo golpearon sin piedad el instrumento musical hasta provocarle el sangrado en sus oídos.
-Luego cubrieron su cabeza con tela de franela y le arrojaron persistentes cargas de agua y orina. Procuraban hacerle difícil la respiración, pero los líquidos contaminados infectaron los oídos sangrantes.
-Como si la maldad pudiese dirigir el futuro de los inocentes, el muchacho fue amarrado en un espacio estrecho. Todo el peso de su humanidad reposó durante varios días sobre su brazo izquierdo. El brazo del talento. El resultado forense fue el codo inflamado, se fracturó la capsula articular y esto devino en el derrame del líquido sinovial.
La madre logró liberar a su hijo de las torturas, gracias a un amigo del amigo del jefe de los torturadores. Pero las bestias dejaron en su cuerpo la marca indeleble de la tortura y su mala leche. A Miguel Ruíz no lo mataron pero conoció una forma de muerte cuando, bajo tortura, liquidaron su talento. Sin su poderosa zurda ya no hay paraíso y Ernestina ahora teme al futuro incierto.
Referencias
Imagen: obra «Paradise2 de Lucas Cranach The Elder
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