
14 Jun Una reconsideración sobre la ideología del “contrato social”
Jhonas Rivera Rondón
El miedo es emoción común de todo ser vivo; el hombre al ser consciente de ello, hace del miedo un sentimiento. Este fenómeno, es lo que diferencia al hombre de otros animales[1]. Hablamos entonces del miedo humano. Lo procesamos en el cerebro: amígdala, hipocampo, hipotálamo y otras áreas que en conjunto digieren el estímulo del objeto del miedo[2], generando de esta forma, dos posibilidades: huir o luchar. Ese sentimiento permite así preservar la integridad personal y colectiva.
Así también, el miedo forma parte de nuestra civilización. No es ajeno a la política pues es constitutiva a ella. En el miedo residen virtudes y vicios, que pueden ser explotados económica y políticamente. Revitaliza a la propia política en la medida que fomenta unidad ante peligros comunes. Así el temor de los gobernados puede alimentar el poder tiránico. Se puede sacrificar la libertad a costa de la seguridad.
Este dilema motivó mi reflexión anterior sobre la ideología del “contrato social”[1], tomando ideas (también el título) del filósofo David Gauthier. Mi problema apuntaba en esa ocasión sobre las perversiones del contrato social desde el pensamiento utópico y la retórica de las pasiones. Al mismo tiempo que confrontaba posibles reducciones que aseguran que toda relación política es mediada en términos contractuales; se abre el campo para otras posibilidades vinculadas con el mercado y sus dispositivos de interacción que pueden ser adoptados en el plano político. Al final, el mercado es el espacio donde lo personal puede exponerse a una esfera pública.
Sin embargo, ese texto primigenio al que hago alusión contenía algunas ingenuidades. Creía que todo lo que implica el miedo en la política era malo, pero como hemos notado, no necesariamente es así. No todos las situaciones son iguales, ni los peligros, ni tampoco los miedos. El miedo-ansiedad paralizante de una amenaza desconocida e invisible, como la del covid-19, es distinto al miedo-acción de aquel que se prepara para el ataque; además, las huellas que quedan en cada persona también son particulares[3]. El miedo termina siendo un mecanismo de preservación de la integridad personal al identificar los peligros que pueden rodear en el ambiente[4].
Es natural que nos quedemos en un lugar en donde nos sintamos protegidos y cómodos, por lo que igualmente es natural que decidamos, egoístamente, vivir en sociedad[5], Desde que nacemos necesitamos del cobijo de nuestros padres, el calor de la madre, hasta que llegue el momento de ir adquiriendo capacidades motoras para caminar, correr, comer solos y otras tantas actividades que al principio no podemos hacer[6]. Por esta razón, el filósofo Cornelius Castoriadis decía que el hombre era un animal que no estaba acto para la vida (aunque agrega que, ante la ausencia de aquello que necesitamos, lo imaginamos. invito al lector a pensar sobre esto en relación a las falacias revolucionarias)[7]. El miedo impulsó a los hombres a acoplarse social, política y económicamente para aumentar las posibilidades de sobrevivencia. En este sentido, el miedo es constitutivo a la civilización, por lo que no todo miedo es malo.
Otra ingenuidad que tenía que confrontar era sobre el concepto de ideología. En este sentido, seguía la definición de David Gauthier, quien la entendía como: “[la] parte de la estructura profunda de autoconsciencia.” [Traducción propia][8] Esta definición dificulta establecer relaciones causales entre la ideología y tergiversaciones del contrato social, especialmente cuando se superponen las pasiones sobre la legalidad (por ello estudiar el pensamiento de J. J. Rousseau era central para entender como las expectativas políticas podían enraizar la esperanza en el miedo y no la razón, posibilidad que quedaba abierta en el mismo pensamiento de Hobbes).
La ideología no es algo externo ni a los textos, ni a los discursos. Es una acción en sí misma, una estrategia discursiva[9]. De este modo, podría entenderse cómo la ideología del “contrato social” redefine supuestos políticos y sociales que permiten las relaciones entre gobernantes y gobernados; supuestos que también pueden ser fundamentales en las relaciones económicas. Tan solo pensemos en la importancia que un gobierno asegure el respeto por la propiedad privada. La principal estrategia consistiría en superponer la emocionalidad sobre la racionalidad, debilitando los diques de contención del poder del Estado. Así también podría entenderse cómo la ideología del “contrato social” (teniendo variantes socialistas, comunistas y anarquistas) implica un modo de instrumentalizar emocional el miedo, para así crear cócteles emocionales nocivos en el plano colectivo, tal como lo hacen las narrativas revolucionarias[10] al fomentar la ira, la culpa y el resentimiento. De este modo, el Estado progresivamente ira perdiendo su vocación universal para inclinarse a intereses particulares[11].
Habiendo reconsiderado estos puntos, es posible explicar cómo el miedo puede ser manipulado para pervertir las relaciones contractuales de una sociedad a partir de una retórica de las pasiones, por lo que a pesar de lo ya reconsiderado, lo que sostuvimos en otra oportunidad no pierde validez. La ideología del “contrato social” puede manipular las expectativas políticas al insuflarlas de miedo, por lo que decíamos que:
“… [Hobbes] al poner el miedo “cabeza abajo” ocurre esa síntesis entre la vida y la muerte en el hombre, pero ¿Hasta qué punto la esperanza sustentada en el miedo no deforma en una falsa conciencia…? En esta preguna resguarda un aspecto problemáico del contrato social, lo que permite explicar como ideologías (aquí si entendidos como falsa conciencia) socialistas o comunistas se valen del mesianismo y la redención revolucionaria, un sustrato que nutre los mitos políticos.”[12]
En este sentido, el miedo paralizante a nivel colectivo puede ser llevado a un miedo-acción irreflexivo mediante mitos políticos, como el mito del “salvador nacional”.Los mitos manipulan pasiones políticas, las experiencias históricas que dan cuenta de ello sobran, en las que resaltan aquellos liderazgos carismáticos que dieron nacimiento a totalitarismos. La ideología del “contrato social” puede valerse de esperanzas redentoras que pretenden apropiarse del temor colectivo y así incentivar a la acción mediante una revolución. De esta manera el miedo político puede ser disfrazado de esperanzas utópicas.
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