
07 Jun Entrevista: Miguel Martínez Meucci. El totalitarismo nace de la exacerbación descontrolada de los prejuicios del ciudadano promedio.( II parte)
Por Jo-ann Peña Angulo y Jhonaski Rivera Rondón
Presentamos la segunda parte de nuestra entrevista con el Doctor Miguel Martínez Meucci. La primera parte está disponible en http://ideasenlibertad.net/4985-2/ Conversamos con él sobre política, totalitarismo, antipolítica y negociación en Venezuela. A continuación, la última parte de la entrevista:
6. En estos últimos 20 años de historia política en Venezuela, ¿qué lecciones debemos aprender del desempeño político de la oposición política venezolana? ¿Ha incidido la anti-política en este contexto?
A los sectores políticos que han enfrentado al chavismo —me parece importante superar el término “oposición”— no se le puede cuestionar, desde mi punto de vista, ni su vocación democrática y venezolanista, ni su dedicación a la causa, ni su labor encomiable en la búsqueda (siempre bloqueada por el régimen revolucionario) de una solución institucional. Tampoco dudaría del compromiso de una gran parte del liderazgo político en su lucha por la recuperación de las libertades y la democracia. Desde mi punto de vista, lo que siempre tendió a escasear fue la comprensión de la verdadera naturaleza del chavismo, que para mí es totalitaria. También ha sido nociva la creencia, compartida por muchos políticos, de que haciendo lo que ya sabemos hacer, y lo que hemos hecho toda la vida, vamos a poder salir del atolladero. Parte de la responsabilidad, posiblemente, recae también en el ámbito académico, donde incluso hoy persiste una gran resistencia a la anticipación.
En ambos casos, la falta de reflejos y la dificultad para abandonar los esquemas tradicionales de interpretación —que sólo parecen atender a lo que hay y no a lo que viene pasando— parece haber sido una constante. Pero esto no es un hecho exclusivo de Venezuela, sino que, precisamente, así suele suceder con los fenómenos totalitarios: su carácter popular y arrollador se sustenta en el manejo de mitos, ideas y aspiraciones ampliamente compartidas y, por eso mismo, difícilmente apreciables como problema, mientras que su tendencia al movimiento perpetuo y su flexibilidad táctica vulneran los esquemas de comprensión habitualmente empleados por los académicos e intelectuales. En el caso de Venezuela, el chavismo ha cabalgado siempre sobre ideas-fuerza profundamente arraigadas en el ciudadano promedio y en el intelectual criollo: el culto a Bolívar, la idea de que Venezuela nació hace doscientos años y no antes, el mito de la nación rica, la idea de la corrupción como causa de la pobreza, el carácter sacrosanto de la voluntad popular frente al papel secundario que se le asigna al estado de derecho, la orientación generalizada hacia la izquierda, etc. El totalitarismo nace de la exacerbación descontrolada de los prejuicios del ciudadano promedio, a menudo ensalzada por el intelectual. El mal resulta entonces tan familiar y tan “democrático” que no se lo asume como tal. De ahí que, frente al avance totalitario, haya privado la idea de que “los venezolanos no somos así”, que somos diferentes y excepcionales, estamos por encima de muchas cosas, eso a nosotros no nos puede pasar, eso es imposible.
Las experiencias totalitarias muestran que cuando el pragmatismo en política no es consecuencia de un sano realismo, sino de la estrechez de miras, del hábito y de la falta de imaginación, las consecuencias de una amenaza imprevista pueden ser devastadoras. No obstante, a este hecho se le brinda menos atención de la debida. Por lo general se habla mucho de la ausencia —incuestionable y terrible, desde luego— de un consenso estratégico permanente en la lucha contra el chavismo, y también se habla demasiado del peso de la “antipolítica”, entendida no en su sentido arendtiano, sino como aversión a los políticos profesionales. Sin embargo, me parece que “la política de lo pequeño”, la falta de grandeza y la escasez de referencias oportunas para entender a tiempo el carácter totalitario del chavismo ha sido un problema más esencial porque, sin idea consensuada de lo que se enfrenta, difícilmente puede haber consenso estratégico para la acción, ni se puede reunir lo necesario para un tipo de lucha que involucra lo más profundo del alma humana. El totalitarismo tiene un efecto desmoralizador profundo sobre el cual no me voy a extender aquí, pero cuya neutralización requiere consensos que no sólo son programáticos y estratégicos, sino también, previamente, diagnósticos y espirituales.
7.Finalmente, no podíamos dejar pasar la oportunidad de preguntarle sobre la transición y la negociación política en Venezuela ¿qué ha pasado? ¿La teoría de los juegos puede explicar en este ámbito, el caso venezolano?
La teoría de juegos puede ayudar a ordenar el planteamiento del problema y a comprender el comportamiento de los actores involucrados, pero todo depende en definitiva de nuestra capacidad para entender los órdenes de preferencias de dichos actores y sus esquemas de racionalidad. Por otro lado, tengo la impresión de que el tema de la negociación entre chavismo y sectores democráticos tiende a ser mal planteado ante la opinión pública, e incluso en las instancias de negociación. Creo que con frecuencia se ha transmitido una idea errada acerca del modo en que debe encararse una negociación de este tipo. Se habla de esto desde una exhortación al entendimiento, desde un llamado a la concordia, apelando a la bondad de las partes enfrentadas. Además, parecen darse por sentadas dos cosas que, al menos desde mi punto de vista, no son ciertas (nuevamente nos cuesta actualizar nuestra comprensión de la realidad en curso, juzgándola por cómo era hace unos años). La primera es que los sectores que deberían acudir a dicha negociación están en una igualdad relativa de fuerzas y medios, y que por lo tanto se sienten igualmente desgastados y compelidos a una negociación. La segunda es que ambos sectores encarnan plenamente la soberanía nacional porque están a la cabeza de los poderes públicos del Estado venezolano.
Esos supuestos son cuestionables. En primer lugar, el éxito en las negociaciones que tienen lugar en medio de conflictos políticos prolongados sólo parcialmente responde a la buena voluntad de las partes enfrentadas. La buena voluntad es necesaria, de eso no cabe duda. Es muy difícil conducir una negociación si olvidas que enfrente tienes a seres humanos como tú. No obstante, con frecuencia esto no resulta suficiente para desarrollar una negociación eficaz, y menos aun cuando enfrente tienes a personas que demuestran una y otra vez un completo desprecio por el dolor ajeno y que no se sienten obligados a negociar. En definitiva, se trata siempre es un asunto de poder político, donde sólo el poder desplaza al poder. Una negociación que no asume lo anterior, y que por ende no acompaña su desempeño negociador con el manejo de incentivos positivos y negativos, no es realista ni cuenta con demasiadas posibilidades de ser efectiva, sobre todo cuando el juego ya no se juega fundamentalmente en el terreno de la institucionalidad sino de la fuerza bruta.
En tal sentido, el poder del chavismo no está constituido actualmente en torno a los principios de un orden democrático, y ni siquiera parece demasiado preocupado por la idea de orden como tal. El caos y la catástrofe bíblica en la cual han sumido a Venezuela así lo demuestran. Para ellos, permitir que el juego entre en el terreno de un orden jurídico formal y de la democracia significaría la pérdida del poder, y desde 2016 el chavismo ha demostrado estar dispuesto a asumir todos los costos que deba pagar para suprimir la vía electoral. Sólo le interesan elecciones controladas, simulacros de elecciones. Al igual que los chinos y cubanos en los años 90, decidieron que en su caso no habrá glasnost ni perestroika. Su manejo del poder es descarnado, fluido, desprovisto de remordimiento alguno. De su discurso y comportamiento puede inferirse que sólo les interesa conservar el poder, y que sólo la amenaza inminente de su pérdida, o la llegada de una facción moderada a la cúspide del movimiento/partido/Estado, puede moverlos a negociar con miras a consumar algún acuerdo que facilite la democratización real del régimen.
Ahora bien, los sectores democráticos no sólo no están orientados a disputar el poder más allá del terreno democrático e institucional, sino que además están fuertemente perseguidos, disminuidos, infiltrados y a veces cooptados, con lo cual están lejos de constituir en este momento un actor con peso propio en el juego de poder real que se juega en Venezuela. No hay nada que los sectores democráticos puedan ofrecer en una negociación que el chavismo no tenga ya a su disposición, salvo mediar para que se reduzca la presión foránea. Está claro que la presión que actualmente se ejerce sobre éste para negociar proviene, sobre todo, de las sanciones estadounidenses, al punto de que esto es lo único que “la revolución” ha querido tratar en la mesa de negociaciones. No me cabe duda de que la presión externa es necesaria, pero también demuestra la terrible situación en la que se encuentran las organizaciones que luchan contra el chavismo.
Al mismo tiempo, la pertinaz resistencia de la cúpula chavista ante todo tipo de presiones se debe, en buena medida, a que sus decisiones principales no son tomadas sin el beneplácito del régimen castrista, el cual obviamente está interesado en llevar al límite una resistencia que le sale muy barata porque se paga sola y es efectuada por venezolanos, y no por cubanos. Y donde las decisiones de los bandos en conflicto no son autónomas, o cuando éstos no controlan los instrumentos de presión en el conflicto, la “solución interna” no es autónoma y está atada al plano internacional: no luce factible aquella máxima de que “los venezolanos deben resolver sus propios problemas”. No es que no sea deseable, que lo es, sino que no parece posible si atendemos al curso actual de los acontecimientos.
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