
17 May Serie: Crónicas del socialismo del siglo XXI. #14 Yo también fuí mercenario
Ezio Serrano Páez
Tras muchos años en el mundo del espionaje, ahora me tocaría la misión que habría de conducirme a la ruina en mi profesión. Me encontraba en la habitación de un hotel parisino descansando tras la última operación realizada a mi rodilla ya desgastada. El sonido del teléfono personal, advirtió la llegada de un audio enviado por la Central Privada de Inteligencia (CPI). Este fue su contenido: “Una poderosa empresa petrolera europea, está muy interesada en averiguar cómo hicieron en Venezuela, país sudamericano, para arruinar en poco tiempo, su poderosa industria del mismo ramo, con las mayores reservas del mundo, habiendo atravesado una etapa con precios por barril de los más altos en la historia. Ahora no tienen combustible ni para encender una luciérnaga por habitante. Sospechamos de un virus inoculado a través de su gastronomía. Tu misión, si decides aceptarla, consiste en determinar el tipo de bicho que se comió esta gente y su respectiva receta. Este dispositivo se auto destruirá en cinco segundos…si te he visto no me acuerdo»
Mi teléfono, comprado con tanto esfuerzo, fue convertido por los de la CPI, en chicharrón de plástico humeante. Pero, resuelto a echarle pichón, bajé hasta la recepción del hotel. Allí solicité un sobre enviado a mi nombre clave. Recibí un voluminoso paquete contentivo del informe detallado del caso. Debía estudiarlo con meticulosidad de entomólogo, pues de eso dependería el éxito de mí última misión, previa al retiro definitivo. Revisé escrupulosamente el material. Dada mi copiosa experiencia en el mundo del espionaje, establecí las primeras conclusiones útiles para entrar en acción:
1.-Sesgo del informe a partir de la experiencia del Covid-19: La destrucción de la economía venezolana se atribuye a la ingesta de algún platillo portador de un extraño virus.
2.- Si bien el Covid-19 produjo la quiebra de algunas empresas petroleras, se omite que la estatal venezolana, tenía varios años quebrada. El presente es un caso de re-quiebra.
3.- La empresa contratante de esta operación, aspira utilizar la experiencia venezolana, para quebrar potenciales competidores y así monopolizar el mercado. Esperan dominar el mundo petrolero gracias al genial invento producido por los venezolanos. No conocía otro caso semejante: el des- talento de un país, ¡sería producto de exportación!
Percibí el informe como muy pirata. Pero lo había producido un tal Ualter Raleigh, infiltrado como cocinero en el Palacio Presidencial, y eso le daba créditos. Me correspondía contactarlo, pero eso nunca fue posible. Mis dudas en torno al escrito, se debían a mis profundos conocimientos de la culinaria sudamericana. Percibí el sesgo hacia una hipótesis culinaria, por el reciente influjo de la sopa de murciélago. Según Raleigh, debíamos focalizarnos en la bio política de:
1.- El Mondongo con patas de cochino.
2.- La sopa de cabezas de pescado con rabo de res.
3.- Los espaguetis con sardina y mayonesa.
4.- La fritanga de vísceras de cochino incluyendo morcillas y chinchurria.
5.- El pabellón con baranda si las caraotas llevan azúcar.
6.- El cuajado de morrocoy acompañado de sopa de frijoles con pellejo de cochino.
7.- El chucho con revoltillo de huevos.
8.- La hallaca con salsa de tomate.
9.- La hamburguesa con todo (chuleta, huevos fritos, tocineta, aguacate, dos tipos de queso, 7 tipos de salsa) y jugo de tamarindo como bebida.
Para mi espíritu largamente entrenado en el mundo de la conspiración, dos dudas lacerantes me había dejado el informe ya citado: si la quiebra de la industria petrolera y de todas las industrias básicas, había estado dirigida por las élites dirigentes, ¿Se alimentan tales élites con platillos exóticos? Y la segunda duda fue: Si las élites se mostraban apetecidas por la culinaria popular, ¿Por qué el conocido Patacón Trimardito no aparecía en la lista de Raleigh?
Pasando a trompicones por varias islas del Caribe, logré desplazarme desde París hasta Caracas. Logré desembarcar en Macuto con la Lancha Nueva Esparta. Muchos años habían transcurrido desde mi última visita a este peculiar país, evocador de la Tierra de Gracia para algún navegante genovés. Debía llegar al Bar Hotel La Cuerda Floja. Me esperaba Lucrecia, la administradora y único contacto disponible. Allí debía establecer mi primera base de operaciones, con un bajo presupuesto que incluyó lo que restaba de mis ahorros. Si fallaba, me esperaba la ruina. Un retiro dorado me aseguraba la CPI, si lograba hallar la receta para quebrar cualquier industria próspera. Paradójicamente, el invento que había arruinado a los venezolanos, era mi última esperanza de prosperidad. ¡Nadie sabe para quien arruina!
Al llegar, Lucrecia me estaba esperando. Esta dama tenía una larga experiencia en el mundo del espionaje. Para algunos fue la Mata Hari sudamericana de los 70’. Conoció a James Bond (el 007) en tiempos de Sean Connery y Roger Moore. De ella se dice que llegó a disputarse el amor de Maxwell Smart (el 89), frente a Bárbara Feldon (la 99), durante una peligrosa operación contra CAOS. Yo habría preferido una acompañante más consustanciada con las nuevas tecnologías, del tipo Charlie´s Angels, por ejemplo. Pero se trataba de una operación de bajo presupuesto, frente a lo cual Lucrecia no tenía rivales. Tendría que conseguir la receta anhelada y a la vez, evadir las propuestas libidinosas de esta pava nacida en los 40´ del siglo pasado. Ella deseaba arrugar las sábanas desgastadas de La Cuerda Floja, como antes lo hizo con Maxwell Smart. Para mi, otra misión imposible.
Bajo el asedio de Lucrecia, pronto iniciamos operaciones. Gracias al apoyo de esta ilustre dama, entendí que en un país arruinado, con ingresos de los cuadros medios, en las industrias públicas, merodeando los 20 ó 30 dólares, pues, el espionaje resulta más barato que otorgar un buen almuerzo a tales funcionarios. Podíamos pagar bien ahorrando, de este modo, el restaurant de La Cuerda Floja se convirtió en nuestra principal fuente de información para la poderosa de base de datos ya en proceso. Lucrecia invitaba un desayuno, un almuerzo o una cena, y su aroma a Pashuly Number Two, pasaba desapercibido. A cambio recibíamos, documentos, videos, fotografías, planos y demás datos encriptados o almacenados en diversos dispositivos. En uno de estos almuerzos me reencontré con un viejo amigo, Iván Gouchowsky, un ruso- andino con el cual compartí estudios en el Lucifer Institute Of Anti-terrorist Investigations. Semanas después, Iván habría de salvarme la vida.
A un mes de mi desembarco, tenía abundante información ya procesada. Bajo la pupila atenta de Lucrecia, fui almacenando la data en mi poderoso reloj-computador de 10 terabytes. Pero los datos obtenidos nada decían sobre la supuesta receta ingerida por los venezolanos como causal de su ruina. Los datos disponibles, mostraban una empresa que pasó de 40 mil empleados a más de 150 mil. Se despidió a los más capaces y se contrató incapaces. Ya no interesaba producir petróleo sino vender legumbres y comestibles importados. Se abandonó la inversión en exploración, producción y comercialización para sostener a un líder viajero que obsequiaba a otros países, desde petróleo, hasta ambulancias, pasando por autopistas y material de guerra. La empresa debía financiar una monstruosa demagogia. Se regalaba la gasolina o se perdía en el contrabando. Ni con un milagro se podía detener la quiebra de este país y su industria petrolera. Sin embargo, se mantenía la duda, ¿Por qué este proceder? ¿Sería la ingesta de Mondongo con patas de Cochino? ¿O algún asopado de murciélago a la moda?
Pasaron varios días de dudas y meditación. Elabore tablas de datos, gráficos y diagramas. Cotejé información de todo tipo. Finalmente ya podía probar una hipótesis diferente a la teoría culinaria de Ualter Raleigh. Tomé mi zapato izquierdo, desplegué su cordón-antena de transmisión. Al zapato derecho le sustraje el tacón dejando al descubierto mi dispositivo para enviar información encriptada. Conecté con el puerto del reloj-computador e inicié la transmisión de la data. El impecable informe enviado a la CPI demostraba una hipótesis novedosa: Fue la chatarra ideológica propagada por un Santón Parlanchín lo que llevó a la ruina a este país. Inflado de orgullo por el trabajo realizado, esperé por largas semanas la respuesta aprobatoria. Mi dorado retiro me sonreía. Hasta que un día llegó una lacónica pregunta como respuesta: “¿Y con qué se come eso? La desconcertante pregunta no significaba continuar con la investigación. Además le seguía un golpe demoledor: La CPI desconocía mi existencia y negaba cualquier apoyo para la extracción. Estaba atrapado y sin recursos en un país en ruinas.
Pero faltaba lo peor. Lucrecia había obtenido información según la cual, Ualter Raleigh y la Central Privada de Inteligencia, habían logrado venderle a la empresa petrolera contratante, la supuesta receta para quebrar empresas prósperas. Se trataba del Patacón Trimardito, algo absolutamente absurdo, pero posible en tiempos de post verdad. Además, Raleigh envió sicarios para liquidarme antes que pueda divulgar los resultados de mi investigación. Ya soy un sujeto tóxico, viruta de ombligo, sucio en una uña. Ni Lucrecia desearía arrugar sábanas con semejante costal. Pese a lo cual me dijo:
-Te haré un último favor. Llamaré a Iván Gouchowsky para que te reciba en el bar El Bombillo Rojo. Sólo él te puede ayudar. -Lo dijo mostrando piedad.- En silencio y sin promesas, nos despedimos.
Iván escucho con sincero interés el relato de mi situación. Al terminar, dijo son sobriedad:
-Tienes dos opciones: la primera, dado que no tienes dinero, es irte a la Argentina a piemente, como lo hacen los venezolanos. Allá hay un grupo de espías que trabajan en la influencia de la chatarra ideológica como fuente de atraso y subdesarrollo. Les puedes vender tu investigación.
-¿Y la segunda?- Pregunté pensando en la posible pérdida de mis zapatos electrónicos durante semejante recorrido.
-La segunda opción es que hagas como yo. ¡Las crisis generan oportunidades! Puedes utilizar tu experiencia en el espionaje para seguirle la pista a las bombonas de gas, cemento y cabillas para algún constructor, medicamentos para enfermos crónicos, café puro, sin aditivos, carne y pollo a precios regulados. Matar tigres es tu segunda oportunidad.
No lo pensé mucho. El propio Iván me consiguió el primer cliente: Tu misión, si decides aceptarla, me dijo, es conseguirme 30 litros de gasolina a precio oficial. ¡En eso ando!
Referencias
Obra «Mercenary invaders» de Aleksandr Deyneka
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