Serie: Crónicas del socialismo del siglo XXI. #7 La voz de los muros

Ezio Serrano Paéz

 

Luis Patiño  era un revolucionario de otra época. Perteneció a tiempos en los cuales la militancia política podía ir acompasada con  la insumisión, o al menos eso se decía.  Padeció los febriles espasmos  de la rebeldía juvenil inclinado por los cambios radicales. Es decir, Patiño también padeció su  “sarampión” y para bien o para mal, nunca logró una cura definitiva. Cursaba su cuarto semestre en la Escuela de Letras  y  ya se perfilaba  como “buen escribidor”. Bohemio, parrandero, con vida disipada, y aptitudes  de Don Juan, contaba apenas 23 años y ya había acumulado suficientes problemas como para convertirse en un desertor universitario, de esos que ahora llaman “excluidos”, como si fuesen  victimas de fuerzas  sobrenaturales ajenas a su elección.

 

El camarada Patiño  se jactaba de su capacidad para expresar  ideas  en forma rápida y precisa. De haber existido el twitter en aquellos tiempos, probablemente se le habría contado entre sus usuarios más hábiles. Solía expresar sus ideas valiéndose de algún versito, o de alguna frase  célebre de la cual se apropiaba. Otras veces creaba sus propios enunciados y se los asignaba  a las celebridades. Según  nuestro  personaje,  Bolívar  habría dicho cosas  tales como:

 

Si la naturaleza se opone

y no quiere obedecer,

manténgase  en forma

para cuando toque correr”

 

A  Marx le atribuía expresiones notablemente heterodoxas  tales como:

 

“Contra la burguesía:

colectivizar sus mujeres,

privatizar sus placeres

y  la cerveza bien fría”.

 

Y hasta el pobre Freud, tras largas y sesudas  investigaciones  habría  escrito algo como lo que sigue:

 

“El orgasmo femenino,

según  meditado  criterio,

es el más curioso misterio”

 

Sus versillos y frases los divulgaba en las paredes con spray o marcador indeleble. Justamente, con este último recurso habría escrito una expresión de protesta en el baño de la Facultad: ¡Luchemos contra la monotonía y el continuismo! ¡Basta de hacer el amor  con la misma mujer! Sin duda hoy habría recibido respuesta desde el otro lado. Al hacer uso de cualquier sanitario  público solía dejar su huella mediante un chocante estribillo:

 

“El que entre a este sitio

por muy valiente que sea,

si no la pone, se mea”.

 

Ciertamente Luis era indisciplinado en el estudio, en el trabajo y también  en su “militancia revolucionaria”. Además era  contestón y problemático frente a las  órdenes de los camaradas dirigentes, quienes no deseaban dar muchas explicaciones a sus órdenes  incoherentes. Los contradecía escribiendo una frase corta en la pared más cercana. De aquí tomó  su manía jactanciosa  por los graffitis  y los versitos escritos en las paredes y muros, a los cuales consideraba “su territorio liberado”.  De modo que, en lugar de escribir lo que la línea del partido ordenaba,  procuraba  darle rienda suelta a su inventiva:

 

«Si don  Sartre fuese andino

y  la Beauvoir  de los llanos

el niño Jesús sería

estalinista y sanguinario»

 

Graffitis  irreverentes, escatológicos, románticos,  de grueso acento político, cursis o del momento. Los escribía  en letra gruesa y con pintura en spray de color negro, su favorito. Luego hacía su auto alabanza, la cual consistía en atribuirle mucho tiempo de permanencia en las paredes a sus escritos. Exageraba sobre la duración de sus trazados  y afirmaba haber rayado kilómetros de paredes en las ciudades más importantes del país aprovechando las campañas partidistas o de proselitismo. Hasta se auto  proclamaba poseedor del record nacional con un graffiti no partidista que, según su propia versión, era de su absoluta autoría y  había permanecido por años en un muro cercano. Allí habría escrito lo siguiente:

 

«Razón al decirlo tiene mi maja,

un banco de semen, es pura paja”.

 

Como era de esperarse tratándose de un desertor universitario, en tiempos más recientes, Luis Patiño llegó a sentir simpatía por el proceso revolucionario. La Universidad quedó atrás, y sólo se asoma a su mente como recuerdo alegre para tiempos de nostalgia. Desertó pero no culpa a nadie, asume su responsabilidad al respecto pues detesta la figura del estudiante crónico.  Ahora es taxista y su simpatía política nunca logró mermar su espíritu rebelde, desarreglado y contestatario. Interrogado sobre por qué no terminar una carrera inscribiéndose en una Misión Educativa, responde casi sin pensar: “¿La misión Sucre? ¡No mi pana, se estudia para aprender, no para alabar! Además, el personaje tiene  demasiados problemas  buscando  la plata para mantener  su segunda ronda de muchachos tras su anterior divorcio. Olvidando su manía por rayar las paredes,  ha cooperado  con  los revolucionarios de su sector,  a quienes conoce desde niños.

 

Pero la larga amistad  con los de su barrio,  no le ahorró  hacerse de mala sangre por su incontinencia verbal que lo predispone a emitir opiniones extravagantes:

 

-¡Pero bueno Rafael, tu ahora metido a miliciano  si pasaste la juventud huyendo de la recluta!

 

Patiño tuvo la necia ocurrencia de burlarse de Leonor, a quien conocía muy bien. Desertora del bachillerato, camarera de un hotel,  esposa de Juan, el jefe político del colectivo  del sector. Leonor, a sus 53 años, divulgaba  que ahora sería Médico Pediatra gracias a la Misión Sucre, sobre lo cual Luis habría dicho así, cantadito:

 

-¡Si Leonor puede ser Pediatra, aunque se oponga Neil Armstrong, yo puedo ser  astronauta!

 

Luis Patiño  entre bromas y chistes, ya se había ganado la ojeriza  de los Camaradas del sector. El punto de quiebre se produjo en meses previos a la campaña electoral del 2012. El amado  líder, reconocidamente enfermo de cáncer, presiona para su reelección. Un acto irresponsable que habría de pagar muy caro el país. Patiño es  invitado a una reunión proselitista,  pero allí se atrevió a poner en duda  la responsabilidad del Imperialismo Yankee  en la existencia de  los huecos y la basura que proliferan por  las calles del barrio.  La última blasfemia  la profirió  frente al líder  de un colectivo local,  al espetarle en acalorada discusión, dos heréticas preguntas: ¿En qué artículo de la Constitución se nos indica  la obediencia a una Revolución Socialista? ¿Por qué  un país  gobernado dictatorialmente, empobrecido y atrasado, debe ser nuestro modelo a seguir?

 

Era evidente  que el tiempo vivido por Patiño en la universidad había servido para algo. Los nuevos revolucionarios, en cambio, habían desertado mayoritariamente del bachillerato, otros de la escuela básica.  Pero no se puede negar el valor y la irreverencia  que mostró  al decir aquellas palabras en territorio netamente hostil. Sus preguntas no podían ser contestadas racionalmente por aquel colectivo equipado esencialmente con consignas. Tras las preguntas de Luis se hizo un prolongado silencio, interrumpido por Juan, el jefe político, quien sólo atinó a decir:

 

¡Lárgate, vendido, apátrida!-  Ya no hubo  más invitaciones  para las reuniones  partidistas.

 

En un muro de Catia, al oeste de Caracas,  una mañana  apareció  un insólito graffiti. Preciso, con rima,  escrito con spray  negro, y un tipo de letra  que evocaba el pasado de irreverencia:

 

“Si Chávez fuese  mujer,

le  habría dado  un hijo a Fidel”.

 

¿Tendría  Luis algo que ver con esto? ¿Habría  soltado el volante de su  taxi para volver a sus viejas andadas?  Por fortuna, los neo revolucionarios  no conocían  aquella  afición de Luis exhibida en la universidad, de modo que, al percatarse de aquel horrible escrito,  a ninguno  de los miembros del  Partido  se le vino a la mente  el nombre del taxista.  Procedieron a  buscar  pintura  y cubrir  semejante  ataque mediático. A  los pocos días  apareció de nuevo  el abominable escrito, y nuevamente fue borrado.

 

Y así,  durante tres semanas, en cuatro ocasiones se debió pintar el muro para borrar aquella chocante expresión que se producía en plena campaña de reelección.  Alguien muy terco y empecinado  se dedicaba a la conspiración  mediática. Había que darle su merecido  y  para ello se le tenía  que identificar. ¡Y así ocurrió!   En una madrugada, cuando Luis bajaba  por la empinada calle rumbo a su zona de carga, decidió detener su  taxi cerca de una pared. Nadie parecía observarle. Sacó el spray  que llevaba debajo del asiento, y  se colocó  frente al muro recién pintado, casi  virginal. Pero apenas  pudo trazar  el “si” condicional del escrito ya mencionado. Aquel  monosílabo  lo inculpaba aún más. Sin duda era este el pajarito que buscaban.  Golpes y patadas  llovieron desde todas partes. Con saña,  los miembros del colectivo, algunos amigos de las infancia,  se cobraban la afrenta, no sólo  con la humanidad de Luis  sino también con su taxi. De modo que, hasta los cristales rotos supieron de la sangre de aquel hombre. El rostro del fascismo suele  mostrarse plenamente  cuando se disfraza  de “justicia popular”.

 

Tal vez un milagro debió ocurrir para evitar que los valientes guerreros culminaran su fatídica tarea: los gritos de algunos vecinos asomados, y las luces  próximas de algunos  vehículos detuvieron  la jauría  revanchista. El cuerpo exangüe de Luis fue llevado al hospital más próximo  por algún conocido. En su ser no había más espacio para traumatismos. Todo estaba cubierto por los golpes…hasta sus entrañas. Si bien alguna vez debió  correr por escribir algo en una céntrica  calle de la ciudad,  nunca pensó  que sería  en su propio barrio donde pagaría el costo de su “terrible” afición cobrado por amigos de la infancia.

 

Pasaron largos meses de solidaridad  brotada del tiempo. Es decir, de los  viejos amigos y la familia. La muerte de su madre, un hecho muy doloroso, le permitió el alivio de mudarse a territorio de menor hostilidad y así continuar con las interminables terapias.  Pasado más de un año, podría decirse que Luis está  medio recuperado, casi como su vehículo, con algunas piezas haciendo ruidos. Pero su esposa sigue intranquila. La terquedad  de aquél hombre, su inefable  apego a la irreverencia  están intactos, pese a las contusiones, fracturas y desgarramientos que ocurrieron en su cuerpo.

 

El tiempo hace su trabajo, y aunque secuelas  quedaron, nada parece detener la vocación por la libertad, que es como la vida que se abre paso, para que otros  descubran las reglas que la pueden quebrar. No hay  mordaza que valga cuando  el deseo de expresarse  hace nido en la conciencia. Una mañana, prometedora de mucha luz, Luis transitaba por el viejo lugar. Pronto, allí habría de aparecer  un nuevo escrito, en verso muy  llano, pero  cargado con una honda y “optimista” reflexión. Nuevamente la madrugada,  el hombre  frío y calmo, tal como si tuviese un largo ensayo para ejecutar su misión. Como si los  golpes recibidos  le estimularan a seguir,  tiró  los trazos firmes  sobre el muro no tan virginal:

 

«El  Retroceso con  Maduro,

impone alumbrado con velas.

Se asoman a nuestro futuro

Colón y sus tres Carabelas«

 

Los del colectivo ya  cubrieron el muro  con una  gran imagen del Che.

 

Referencias

Imagen: Obra «A Riddled Wall de Otto Dix

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